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La banalidad del bien en una sociedad líquida

Aunque no es posible seguir en ATRIO  la realidad social y cultural de nuestro gran y pequeño mundo, sobre todo si empleo el tiempo en asistir en directo a tantos acontecientos  (inauguración del sínodo, reuniones de la Onu o del Congreso de EEUU, sesiones de nuestro Congreso de Diputados o reuión europea en Granada…) el texto que acabo de recibir de Leandro me parece especialmente importante, lo he leído todo, suscribo lo que dice y destaco la relevancia que tiene cuando se quiere un Lugar de Encuentro digital como Atrio. Quiero somererlo a reflexión cuanto antes. AD.

En los 60 años de “Eichman en Jerusalén”


        Hace unos días, el diario español EL PAIS publicó una caricatura que es – desde mi punto de vista- un acertado análisis de nuestra sociedad: “Cuidado, también puede existir una banalidad del bien”.

        La referencia a la filósofa y socióloga Hannah Arendt es patente. Pero para entender el sentido de esta caricatura, es necesario tener claros algunos conceptos.

        Los sociólogos insisten en que hemos construido y estamos construyendo una sociedad cada vez más banal, más vacía, más consumista de evasiones. Tal vez siempre lo haya sido, pero antes se intentaba disimular, se consideraba un hecho negativo, mientras que ahora no hay ningún empacho en aceptar la banalidad.

        Es una banalidad que abarca muchos aspectos y que se ha infiltrado en el sistema circulatorio de la vida social, aunque probablemente no tenga ese carácter peyorativo que, a priori, pueda parecer, pues el ser banal no deja de ser una opción más de las muchas que ofrece la existencia humana.

        Es un hecho que, en las nuevas generaciones de ciudadanos occidentales, en general, aumentan las actividades banales; no hay más que fijarse en la forma en que reciben la información, siempre en exceso, pero de forma muy ligera, procesan cantidad de información en soportes de fácil asimilación: en audio o en pantalla, con mensajes cortos, que apenas requieren esfuerzo intelectual, o a través de las redes sociales, que suelen ser el mayor canto que se ha inventado a la banalidad.

        Las generaciones emergentes actuales huyen de la prensa y, en particular, de los artículos largos de opinión; les basta, en el mejor de los casos, con leer titulares, aunque, naturalmente y gracias a Dios, hay honrosas excepciones.

 

La sociedad de la banalidad

        Esta banalidad se plasma en el ‘usar y tirar’ que tanto se está instalando en la nueva sociedad: se utiliza ropa de usar y tirar, comida de usar y tirar –léase comida instantánea en abundancia, con cantidad de sobras que acaban en el contenedor de basura–, muebles de usar y tirar… hasta parejas de usar y tirar; la vieja costumbre de parejas bastante estables está dando paso a numerosas y sucesivas parejas de duración efímera y escaso compromiso.

        Si se contempla críticamente el conjunto de valores de nuestra sociedad, llama la atención que las redes sociales construyen la vida como una sucesión de banalidades, sin gran apego por casi nada y con una gran dosis de provisionalidad, pensamiento Ikea y por extensión, a los afectados por esta corriente ideológica, generación Ikea. Y daba a entender con este símil mueblístico la preferencia de estas generaciones por lo inmediato, sin planteamientos de futuro ni de permanencia, a lo cual, sin duda, colabora la provisionalidad de buena parte de los trabajos y los sueldos de la actual clase trabajadora, que no permiten proyectos estables de futuro, aunque tampoco me parece suficiente motivo para abrazar esa banalidad generalizada en la que está inmersa la sociedad.

        Insisto en que, cuando se habla aquí de banalidad, no se hace de forma peyorativa –uno ya tiene edad suficiente como para no dar consejos a nadie sobre la manera de conducir su vida– sino como una constatación, mezclada con sorpresa, de que los hábitos, sobre todo intelectuales, están cambiando y que el antiguo valor del esfuerzo y de la sólida formación está dando paso a la cultura de la mente si ideas ni valores, a la exaltación de la liviandad y de la ligereza… a la cultura de la banalidad.

 

Zygmunt Bauman y la ceguera moral de la cultura

        Cuando se habla de “banalidad”, un referente obligado es el sociólogo Zygmunt Bauman. El 9 de enero de 2017 falleció en su casa de Inglaterra el sociólogo de origen polaco a los 91 años. Desde su punto de vista, lo que denomina la “modernidad líquida” –como categoría sociológica– es una figura del cambio y de la transitoriedad, de la desregulación y liberalización de los mercados.

        La metáfora de la liquidez –propuesta por Bauman– intenta también dar cuenta de la precariedad de los vínculos humanos en una sociedad individualista y privatizada, marcada por el carácter transitorio y volátil de sus relaciones y por unos principios éticos inciertos. El amor se hace flotante, sin responsabilidad hacia el otro, y se reduce al vínculo sin rostro que ofrece la realidad virtual. Surfeamos en las olas de una sociedad líquida que puede licuar incluso a las religiones.

        Tal como han apuntado los comentaristas, la modernidad líquida es un tiempo sin certezas, donde los hombres que lucharon durante la Ilustración por poder obtener libertades civiles y deshacerse de la tradición descubren la falta de certezas. Esta humanidad moderna se encuentra ahora con la obligación de ser libre asumiendo los miedos y angustias existenciales que tal libertad comporta. Por eso, ahogarse en un océano de banalidad es la solución inmediata para sobrevivir.

 

La modernidad líquida

        Este es el sombrío panorama que nos describe Bauman. Este es ahora muy conocido por acuñar el término, y desarrollar el concepto, de la llamada modernidad líquida. Tal difusión ha tenido este término que, junto con el también sociólogo Alain Touraine, Bauman fue ganador del Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades en 2010.

        El último de sus libros traducidos al castellano, Ceguera Moral,. insiste más aún sobre las consecuencias extremas a la que puede llevar la modernidad líquida: a la pérdida del rumbo moral, a la ausencia de unos principios éticos de validez universal y perenne que den cierta solidez al edificio de las sociedades occidentales.

        Pero ¿qué lugar puede ocupar la experiencia religiosa en este contexto? Si las religiones suelen ofrecer fortaleza y seguridad, ¿qué se puede esperar en la época de la modernidad líquida? ¿Abre Bauman alguna posibilidad? ¿Hay brotes de un posible retorno de lo religioso (como apuntaba José María Mardones hace muchos años) en un mundo deseoso de certezas? Los últimos escritos del recientemente fallecido Gianni Vattimo (19 de septiembre 2023) parece abrir esta posibilidad.

 

Hannah Arendt, sobre la banalidad del mal

        Un 14 de octubre de 1906 nacía una de las figuras más relevantes de la filosofía política alemana del siglo XX que teorizó sobre la «banalidad del mal». Y cuyas tesis polémicas han podido provocar la caricatura de EL PAIS.

        Hannah Arendt, nacida Johanna Arendt (Linden-Limmer14 de octubre de 1906 – Nueva York4 de diciembre de 1975) fue una escritora​ y teórica política​ alemana, posteriormente nacionalizada estadounidense, de religión judía y aunque ella no se hacía llamar como tal, puede ser considerada como una de las​ filósofas más influyentes del siglo XX.

Fotografía cedida por el The Hannah Arendt Center for politics and humanities at Bard College.

        En un ensayo de Luis H. Rodríguez (2019) se sintetizan algunas de las propuestas de Hannah Arendt: la tesis sobre la que descansa la reflexión de la filósofa es La banalidad del mal, Hannah Arendt y por qué se permiten atrocidades. La obra más conocida de Hannah Arendt es Eichman en Jerusalén.

        Hagamos historia: tras el final de la Segunda Guerra Mundial, Adolf Eichman, el que fuera responsable de la logística para la organización y distribución de los campos de concentración, huyó a Argentina para evitar un Tribunal de Guerra.

        Finalmene, en 1961, Eichman fue secuestrado y juzgado en Jerusalén, saltándose todo el derecho internacional. Entonces, The New Yorker pidió a Hannah Arendt que realizara una crónica del juicio para este periódico.

        Arendt redactó más tarde en 1963, el que, seguramente, sea su ensayo más conocido: Eichman en Jerusalén. En él, la alemana no solo describió el proceso del juicio minuciosamente, sino que se planteó una pregunta esencial: ¿por qué Eichamn no parecía malvado si, lo que había permitido y en lo que había contribuido, era a todas luces un horror?

 

El malvado ingenuo

        Hannah Arendt ve a Eichman como una persona absolutamente normal: consciente de lo que ha hecho, nunca lo niega pero que tampoco ve nada intrínsecamente malo en los actos que ha realizado. “Cumplía órdenes de Estado”, defendía el alemán quien, además, alegaba la condición de “buen ciudadano” que cumplía aquello que se encomendaba. Y sobre esto, Arendt definió “la banalidad del mal” (depende de la traducción, se puede encontrar de otra forma).

        En primer lugar, la banalidad, en tanto que es poco trascendente, no lo sitúa sobre el hecho que “es horrible”, sino sobre el por qué Eichman lo permite o contribuye a ello. Para Hannah Arendt, el que el acusado no sustente sus actos en fuertes convicciones ideológicas o morales resulta, incluso, más aterrador que el mismo hecho en sí. ¿Por qué una persona normal, que ni es malvada ni tiene mayores pretensiones que las de cumplir órdenes, se involucra en tamaña maldad?

        Por una incapacidad de juicio. Hannah Arendt distingue entre conocimiento y pensamiento; el primero es la acumulación de saberes y técnicas, la conceptualización de lo aprendido mientras que el segundo lo define como una suerte de constante diálogo interno en el que, en la íntima soledad, uno juzga sus propias acciones. Eichman carecía de “pensamiento”, o al menos no lo ejercitaba mientras orquestaba el traslado de miles de judíos para ser ejecutados. Esto lo situaba como un “nuevo agente del mal” que, sin parecerse en nada a los más convencidos ideológicamente, se entremezclaban en una masa desideologizada y sin reconocimiento que contribuye (activa o pasivamente) al “horror”.

 

El peligro no es constante

        Hannah Arendt distingue – dentro de la incapacidad del juicio – entre tres grupos: los nihislitas, que con la creencia de que no hay valores absolutos se sitúan en las esferas de poder; los dogmáticos, que se aferran a una postura heredada; y los “ciudadanos normales”, similar al hombre-masa que estableció Ortega y Gasset, el grupo mayoritario que asume las costumbres de su sociedad como “buenas” de una manera acrítica.

        Todos los grupos carecen del pensamiento definido por Hannah Arendt. La alemana defendió que el nazismo se alimentó, y fue alentado, por estos tres grupos, lo que permitía que el grueso del país pudiera realizar los “horrores” contra la Humanidad.

        Aun así, Hannah Arendt explica que esta ausencia de diálogo interno no es un mal de por sí y menos aún conlleva ningún acto, a priori, malo. Es en situaciones extremas, como el auge y establecimiento del nazismo en Alemania, en las que esta banalidad del mal reluce como complicidad e incluso simpatía con los “horrores”.

 

Las condiciones humanas: Hannah Arendt y la banalidad del mal

        Discípula de Heidegger y Karl Jasperts, el pensamiento de Hannah Arendt se puede acercar al pensamiento del existencialismo moderno. En su obra más representativa (entre otras), La condición humana, la pensadora alemana realiza un estudio sobre el estado de la humanidad en los tiempos que le son dados.

        Arendt define la “condición humana” como aquello que le determina, negando la “naturaleza humana” como primer referente. Hannah Arendt destaca “tres actividades fundamentales” sobre las que se irgue esta condición: labor, trabajo y acción; todas ellas englobadas en el concepto “vita activa”. Cada una de estas corresponde a una condición: biológica, mundana y pluralidad.

        La labor (actividad de lo biológico) es aquello que, en resumen, se refiere a las necesidades más básicas del individuo (comer, reproducirse…); el trabajo (actividad de lo mundano) es una creación autónoma que puede estar evocada a fines que no son propios de la vida; y la acción, que es la actividad de la pluralidad, la sitúa como la más humana de todas. Esta acción es el ejercicio pleno de la existencia y de la libertad de la persona que solo se presenta como “se actúa” y que es la causa de la actividad política.

 

La banalidad del bien

        En un ensayo de Diego S. Garrocho, (ETHIC, 8 septiembre 2021) apunta que, de forma opuesta (pero simétrica) al concepto esbozado por Hannah Arendt, podríamos reconocer una cierta sencillez en la calidad moral de aquellos que ejecutan acciones heroicas.

        En muchas ocasiones –probablemente en casi todas– la virtud arraiga en biografías modestas y sencillas en las que el cumplimiento de una vida lograda se agota y se resume en el anonimato de una excelencia silente.

        La Generación Gloriosa no lo fue sólo por albergar a los combatientes y heroínas de la II Guerra Mundial sino que, muy previsiblemente, aquella calidad singular se materializó también en círculos perfectamente íntimos y domésticos. Hay, qué duda cabe, una dignidad irrenunciable en la virtud secreta.

        La banalidad del bien no atañe, sin embargo, a la condición modesta de su ejercicio, sino al modo en que, en demasiadas ocasiones, malbaratamos su dignidad. A falta de que alguien pudiera resolver la condición sustantiva de la virtud o la excelencia, son demasiados los lugares en los que el compromiso ético se exhibe de una forma casi pornográfica.

        La espectacularización de la moral contemporánea se presenta como el último desarrollo del diagnóstico de Guy Debord. Hemos cancelado las fuentes clásicas de sentido –la tradición, la religión y la costumbre– para mercantilizar algunos de los fuegos sagrados que en otro tiempo nos sirvieron de inspiración rectora para el gobierno de la vida y la custodia de lo humano.

        Hoy podemos adorar a un cantante o a una gimnasta para, posteriormente, exhibir una escandalosa decepción cuando se demuestra lo que por otro lado era de suyo irrefutable. Somos ese tipo de animal que estampa parches contra el racismo en las camisetas de fútbol mientras aguardamos la celebración del mundial en un emirato absolutista.

        Aunque el narcisismo epocal de nuestro tiempo nos obligue a sentirnos singulares, es más que probable que el festival cosmético de valores y principios no sea más que un vestigio barroco aún hoy reconocible en nuestro tiempo. Lo importante, después de todo, siempre ha sido ser el que más llora en el funeral y el que más ruidosamente se escandaliza con lo que toca en cada momento; y que nos vean. Los banales, me temo, somos sólo nosotros.

 

Fuentes

  • ARENDT, Hannah; Eichman en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del mal, Editorial Lumen, 2003, Barcelona.
  • ARENDT, Hannah; La condición humana, Ediciones Paidós, 2003, Barcelona.
  • ARENDT, Hannah; Sobre la violencia;  Alianza Editorial, 2005, Madrid.
  • ARENDT, Hannah; Sobre la revolución, Alianza Editorial.
  • SÁNCHEZ MUÑOZ, Cristina; Hannah Arendt: Los caminos de la pluralidad, artículo dentro de «Derechis, Justicia y Globalización», publicado en el número 22-23 de la revista Intersticios en 2005.
  • Totalismo, historia y banalidad del mal, de Antonio Gómez Ramos.
  • The Hannah Arendt Center for Politics and Humanities.
  • VOLANTE BEACH, Paulo; Una antropología relevante: La «condición humana» desde Hannah Arendt, en el número 28 de Pensamiento educativo, pp. 85-104.

 

 

 

 

26 comentarios

  • Juan A. Vinagre

    Estoy contigo, Leandro: este texto, “contextuado” por H. Arendt y Bauman, puede abrir ventanas de reflexión en áreas más amplias. Incluso puede llevarnos a repensarlas. Por ej.:

    –La cultura de lo inmediato, del consumismo, del sentido superficial o frívolo de la vida, vacía al hombre de contenido interno un poco sólido. Incluso la cultura de las “especialidades” restringidas a la inmediatez de los fenómenos, si no van acompañadas por una formación más humana, también puede vaciar y en muchos casos reducir la mente humana a un robot acrítico, que produce y repite lo aprendido o programado. En tales casos ese vacío, más que incertidumbre, puede generar ceguera espiritual y moral. Y la banalidad del bien puede ser reducida a repartir migajas de lo que sobra, e incluso puede llevar a la hipocresía que busca más la apariencia de las “formas” que la autenticidad interior. Y todo, al menos en parte, puede ocurrir a un nivel inconsciente. En este caso se puede caer en algo peor que la liquidez del pensamiento: se puede caer en el enervamiento que diluye… y empobrece.

    –Ante tal riesgo de vacío que deshumaniza, debilita y “enferma”, creo que no hay otra alternativa terapéutica que seguir el tratamiento recomendado por V. Frankl: Orientar al hombre en busca de sentido, a fin de que éste se encuentre consigo mismo y se reivindique como persona, dentro de una jerarquía de valores humanos. Es decir, que él o ella ocupen el primer lugar, no las circunstancias, las etnias, las fronteras, el poder, las lenguas…, que tienden a alterar o banalizar la jerarquía de valores humanos… Este tema es para repensarlo con frecuencia y con calma, porque estamos alterando esa escala (¿por ciegos e inconscientes?) desde hace siglos…  Un enfrentamiento, una guerra nos degradan como seres humanos. Y de esa degradación no parece que seamos suficientemente conscientes…  Por eso con frecuencia justificamos lo que solo son barbaries… y, como acabo de decir, seguimos en el error por los siglos de los siglos. En el error, sin ver, aunque decimos que vemos…  De ahí que no cambiemos ni revisemos valores ni escalas.

    –Pero esta reflexión sobre las banalizaciones sería insuficiente,si nos olvidamos de las banalizaciones habidas en las religiones, y más en concreto en la Iglesia. Piénsese en “El florido pensil”, en ritos, en cánones, en fiestas religiosas, en espiritualidades, en algunas doctrinas, en teorías, en obediencias a los hombres, impuestas como más importantes que el amor o que obedecer a Dios Padre… Piénsese en eso de que, obedeciendo, uno nunca se equivoca… etc. etc.  Y esto a costa de marginar pasajes evangélicos fundamentales. En el paradigma nuevo del Maestro -que es innovador- solo cabe la autenticidad, y el hombre-mujer en primer lugar. No el sistema… que tanto banaliza…, incluso el bien.

    –Cuando la Iglesia se arrima o asocia con el poder, cuando no sirve o sirve poco, vuelve líquidos muchos pasajes esenciales del Evangelio, y  olvida la vida práctica del Señor. Su vida práctica es a veces el mejor modelo, el más fiable para interpretar y dar sentido a su Mensaje del Reino. Las banalizaciones dentro de la Iglesia son nebulosas que impiden ver con claridad el sol del gran Mensaje evangélico.  

  • José Thompson

    Hola.

    Hay gotas que van colmando el vaso, es cierto, los medios de comunicación están plagados de discursos  que vulneran los derechos humanos, que piensan que la gente que muere, o mal vive, es un daño colateral, que la problemática medioambiental se arreglará sola.  Parece ser que la manera de afrontarlo no es dejar que el vaso se desborde, cada gota pone más difícil intentar vaciarlo. Pero no basta con denunciar o criticar hay que avanzar, y sobre todo ser optimistas. Existen motivos de peso para ser optimistas respecto a nuestro futuro, por eso el diagnosis denso, que deja poco espacio para la esperanza, de Bauman no me gusta, no me gusta su pesimismo, entiende que no existe ninguna dirección en particular hacia dónde orientar nuestros esfuerzos. Leí que opinaba que: un optimista es el que piensa que este mundo es el mejor de todos los posibles y un pesimista es el que sospecha que el optimista tiene la razón.

    Abrazos. 

  • carmen

    Las palabras son fuente de malentendidos… Me gusta la frase. La palabra, a veces es difícil de escoger, a mí me sucede con frecuencia. No sé qué palabra utilizar.

    Para mí, para mí, no sé a los demás que le sugiere, la tolerancia presupone que el tolerante se considera que está en una postura de superioridad frente a una idea, pero concede la gracia de su , tampoco encuentro la palabra. Es una especie de concesión.

    Por eso no me gusta . Miraré en la el diccionario de la RAE.

  • carmen

    Me he perdido.Me suele ocurrir aquí, nada nuevo.

    Por cierto. Tengo un hijo homosexual. Hoy justo hace seis años que me lo comunicó. Tengo un yerno.No los tolero. En absoluto. Quién soy para tolerar a nadie? Son tan personas como yo. Como todos ustedes.No les entiendo. Se sienten tolerantes por respetar la libertad de expresión? Qué se puede respetar o no para ser tolerante? Qué no se debe respetar? Las leyes o el derecho a manifestarte en contra de ellas?

    Creo en el diálogo, en la escucha, en la igualdad, en muchas cosas.Y si hubiese un lugar donde dónde estuviesen todos los malos, habría que deshacer de ellos, asesinándolos o qué?

    Pues vean las noticias. Ahora mismo tenemos a dos bandos . Unos los malos para los otros. Y los otros los malos para los unos. Pues estupendo. Que maten los buenos a los malos . Todos muertos.

    De verdad. No les entiendo. Gracias a Dios.Me falta mucho nivel. Pero, por favor, no me toleren. Nunca. Con que me respeten es suficiente.

  • M. Luisa

    Históricamente, la tolerancia es un término que en su evolución misma ha mostrado que si bien empezó por la toma de conciencia producida por los efectos inquisitoriales, ha sido absorbido conceptualmente por otro término que habla de dignidad y de derechos. No tiene sentido hoy hablar de tolerancia y, por tanto, tampoco hablar de intolerancia, quien habla así tiene en la mente la idea relacional y tan extendida hoy del mero convivir, pero ni tan solo en la buena  convivencia es pensable que alguien no tenga en ella, para hacerla real, momentos en los cuales haya de  ceder. ¿De dónde viene esa excedencia? Del respeto que siempre es anterior a toda relación humana que se aprecie como tal.  

    • José

      Hola M. Luisa.

      Yo creo que La tolerancia significa el respeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias, así como el reconocimiento, la aceptación y el aprecio al pluralismo cultural, a las formas de expresión, a los derechos humanos de los demás y a la diversidad. Eso es convivir, y no es anterior a toda relación humana, pues se crea precisamente desde la convivencia.

      Imagina por un momento al hombre (o a la mujer) de las cavernas: una tarde después de haber pasado frío y hambre consigue cazar, ahora está calentándose junto al fuego llevándose a la boca probablemente el único bocado del día. Imagina ahora que en ese instante entra un desconocido a la cueva ¿Crees que ser tolerante le habría servido para sobrevivir?, pues depende de la tolerancia del otro.

      No somos ya seres de las cavernas, pero nuestra evolución nos ha hecho mantener una alerta por si hay peligro, desgraciadamente esa misma alerta a lo largo de la historia a generado segregación, discriminación y fobias. Ahora bien, nunca existirá un lado bueno o uno malo o un límite preciso, porque siempre dependerá desde que lado lo mires. Parece que ahora ser tolerante es sinónimo de ser culto o tener la mente abierta, pero lo cierto es que la mayoría de los seres humanos (incluso los civilizados) no estamos dispuestos a flexibilizar todo lo que tenemos construido mental y emocionalmente, de ser así seriamos personas sin convicciones e individuos vulnerables.

      Un saludo.

      • M. Luisa

        Hola José, si se “está” en el respeto, se vuelve innecesario “ser” tolerante. En resumen, es lo que expresé en mi anterior comentario.

        Un saludo

        • José

          M. Luisa.

          El respeto es un valor moral. Los valores morales son principios creados por la sociedad y la tradición con el fin de definir pautas correctas de comportamiento general.

          El sujeto tolerante no expresa desacuerdo con las circunstancias desagradables que tiene que afrontar, en lugar de eso las soporta, de una manera estoica y sin interferir en las acciones de otros. La tolerancia no implica entender que otras personas pueden tener opiniones diferentes a las nuestras y que lo mejor es aceptarlas de una manera sana, dentro del marco de las normas sociales. Este término se enfoca sobre todo en el hecho de aceptar sin entender el porqué de las cosas.

          El respeto, por otro lado, hace referencia a un proceso de entendimiento más complejo que el que puede darse cuando somos únicamente tolerantes. Es decir, cuando respetamos lo hacemos porque hemos analizado y entiendo que las demás personas tienen motivos válidos para pensar de una manera diferente. La actitud de respeto se basa en el valor que tienen las personas por las opiniones y pensamientos de los demás; es por ello que el respeto en sí mismo viene a ser un valor fundamental de los seres humanos. Para que exista respeto debe haber empatía, hace falta ponerse un poco en el lugar de la otra persona.

          La tolerancia es lo asumible en una sociedad variada, plural y muy diversa. El respeto es muy difícil que se pueda dar. Tenemos distintas ideas y distintas formas de entender la vida.

          Un saludo.

           

          • M. Luisa

            Hola José, gracias por tu respuesta, pero déjame antes que nada te dé la bienvenida! Esta mañana muy  a vuela pluma he leído que eres nieto de J. Thompson, quien  para nosotros aquí fue una  persona realmente admirable, su tesis sobre que la filosofía es la gran depuradora de la teología me lo tomé en serio ya entonces cuando llevaba algún tiempo con  ello y sigo incansable todavía.

            Cuando disponga de más tiempo miraré de hacer alguna consideración  a lo que me comentas sobre el respeto y la tolerancia.

            Un abrazo!

          • José Thompson

            Muchas gracias M Luisa,

            Encantado de leer tus reflexiones filosóficas tan interesantes que demuestran tus amplios conocimientos. Y tu amabilidad en contestarme.

            un abrazo.

  • Isidoro García

         Como dijo Solzhenitsyn: “Ojalá existiera la gente mala en un sitio, cometiendo malas acciones, y solo fuera necesario separarles del resto de nosotros y destruirles.  

    Pero la línea que divide el bien del mal, corta por el medio del corazón de cada ser humano. ¿Y quién quiere destruir una parte de su propio corazón?”.

    • Isidoro García

      Amigos Nacho y Santiago, a mí la “santa” intolerancia, como las “santas” intransigencia, y coacción, opusinas, me dan mucho repelús.

      Porque presuponen que uno dispone de la Verdad absoluta sobre el Bien y el Mal.

      El mismo Escribá, a propósito de una intransigencia de otros, hacia “ellos”, decía que no importaba, pues no era “santa” intransigencia, sino puro cerrilismo.

      La cosa para él estaba clara: un mismo comportamiento, en mí es virtud, y en los otros, vicio o al menos falta de conocimiento.

       

      El amigo Nacho, confunde impropiamente, (lo que no es propio de él, que suele hilar fino), la defensa de una idea, con la defensa del derecho de expresión propio de toda democracia.

      La democracia liberal, (que no otro tipo de “democracias”), en el fondo, es la expresión de una realidad de la naturaleza humana: el pluralismo de ideas que acontece en las mentes humanas.

      Y por ello, ante la imposibilidad práctica de opinar todos lo mismo, se establece que la “tribu”, siga el camino de la mayoría.

      Pero para que este sistema funcione, todo el mundo debe poder expresar sus ideas y opiniones en el “ágora”, pues si solo habla uno, o los defensores de una determinada idea, la democracia se pervierte, y se convierte en “democracia con apellido”, de la que todos sabemos ejemplos.

      Ese es el sentido de la frase de Helvetius, o Schweitzer, contemporáneo de Voltaire, (según Google).

      Y esta idea sobre la que pivota la democracia, no es propia de la tolerancia, que es una forma de la educación cívica, que supone la no represión física, ni verbal, de los discrepantes, sino que es propia del pluralismo, que es el respeto a las ideas del otro, reconociendo, que una opinión discrepante a la nuestra, no exige necesariamente, que el otro sea tonto, ni loco, ni que sea perverso moralmente.

      Simplemente, sus circunstancias biográficas le han hecho así, y él no puede evitarlo.

      Se aducirá, que eso es un relativismo absoluto, y que eso llevaría a extremos absurdo, como el que alguien creyera en la licitud del asesinato, o de actitudes antisociales graves.

      Todo principio razonable, se encuentra con circunstancias extremas, en las que hay que discernir, y regular dicho principio. Y la convivencia social, exige unas normas de autoprotección coercitivas que la autoprotejan. Y esas normas, en toda sociedad están en el Código Penal democráticamente establecido.

      Por eso Churchill, que posiblemente, citó en el Parlamento esa frase histórica, defendió a un contrincante ideológico, asegurándole la protección de su libertad de expresión.

       

      Todos tenemos una cierta nostalgia de un estado mental primordial e infantil, en el todo está claro, y sin dudas, y sin circunstancias eximentes, atenuantes y agravantes: las cosas claras, y el chocolate espeso.

      Pero la realidad humana es mucho mas compleja, y no podemos caer en la simpleza, de hacer simple lo que no lo es.

      Tenemos que acostumbrarnos a admitir la complejidad de la mente, (alma), humana, y afrontar las fuertes dosis de incertidumbre y aparente caos, que de ella se derivan.

      El tema de la banalidad tanto del bien como del mal, del que trata el artículo de Leandro, es un ejemplo más de esta situación que es constituyente en nuestra naturaleza.

      Fijémosnos, que Leandro no habla de la banalidad del mal, sino la del bien. ¿Cómo puede ser el bien, banal?.

      Pues porque una cosa son las ideas que en principio pueden ser absolutas, pero que cuando el ser humano las pone en práctica, inmediatamente, se entremezclan con las miserias de nuestras personalidades, y al final no hay héroe, que no vaya con los calzoncillos cagados.

      El reconocimiento de esa realidad, la diferencia entre los ideales en el papel, y encarnados en el humano, es lo que distingue la Postmodernidad, de la Modernidad clásica.

      La Modernidad cultural, es un estado de la conciencia, que se forjó anteriormente a la explosión de la Psicología, en el siglo XIX, y principios del XX. Pero con la Psicología hoy día, sabemos que hoy la frontera entre el bien y el mal, pasan por el interior de nuestras mentes, en cada una de las personas.

      Hoy día sabemos que casi siempre, las actitudes heroicas, se ven entreveradas con miserias personales en todos los héroes.

      Y que las actitudes antisociales, no son la encarnación de un Mal, que no existe mas que sobre el papel, sino que son problemas de las perturbaciones biográficas de la personalidad de cada uno de nosotros, pobres desgraciados, que nos ha tocado ese marrón en la lotería de la vida.

      Claro que la comprensión, no es mano libre. La sociedad tiene el derecho de reprimir esas actitudes, hasta que se encuentre la solución tecnológica, para curar esas patologías constitucionales o adquiridas por desgracias biográficas.

      • José

        Hola Isidoro,
        La intolerancia se presenta como un signo característico de las relaciones actuales. El rechazo a lo distinto se pone de manifiesto sin tapujos. Y aunque desde la psicología se pueden aportar elementos para trabajar la tolerancia y mejorar las relaciones, la realidad muestra altos niveles de irritabilidad, poca propensión al diálogo y atajos hacia senderos de violencia física y verbal. Trabajar la impulsividad, entender que lo diferente no divide sino que puede sumar, aprender a escuchar y respetar, son algunas de las claves.
        Lo político, lo religioso, lo deportivo y hasta una receta de cocina puede generar enconos y terminar en peleas. Y todo se resume en una sola y difícil palabra: intolerancia. Permitir que el otro sea otro, que piense distinto, sienta distinto y se manifieste de manera diferente es, por estos días, una tarea difícil de identificar en la sociedad.

        un saludo.

      • Nacho Dueñas

        Amigo Isidoro, por alusiones:

        DICES;

        Amigos Nacho y Santiago, a mí la “santa” intolerancia, como las “santas” intransigencia, y coacción, opusinas, me dan mucho repelús.”

         

        RESPONDO:

        A mí lo que me repelús es la tolerancia frente a lo intolerante. Y diría que tú también. ¿No eres intolerante con el machismo, la homofobia, los asesinatos? Y no sólo tú, sino la propia opinión publica que frente a tantos desmanes los desmanes cotidianos hace el suyo el eslogan que dice “Tolarencia cero”, qu es lo mismo que la intolerancia.

         

        Y además, todo lo no tolerable debe ser respetado, no tolerado. Si tú tuviese un hijo gay y re sale del armario, ¿qué actitud tuya sería más amorosa: la tolerancia (“lo soporto”) o el respeto (“así lo acepto porque es tu identidad”).

         

        DICES:

        “El amigo Nacho, confunde impropiamente, (lo que no es propio de él, que suele hilar fino), la defensa de una idea, con la defensa del derecho de expresión propio de toda democracia”

         

        RESPONDO:

        No es cierto. Lo sería si yo negase a dicha persona a exponer dicha opinión. Si revisas, yo lo que digo no es negarle el derecho a expresarse, sino refutarle o contraargumentarle dicha opinión. No creo que creas que refutar (y por tanto contraargumentar) sea reprimir un derecho a la expresión. Yo diría que es todo lo contrario, precisamente.

        Un saludo y feliz día.

        Nacho.

      • José Ignacio Calleja Sáenz de Navarrete

        Bien dicho, sí, según creo. Hablamos del derecho de libre expresión de las ideas, ¡constitutivo del ser humano y la democracia!; y, otro concepto, del derecho a refutarlas todas, que es un deber, ¡deber! cuando hablamos de refutar las intolerables. Dos derechos.

        Entiendo que una democracia ha de primar necesariamente la presunción de la libertad de expresión de TODAS las ideas en ella; en caso de duda sobre el derecho, siempre libertad de expresión; pero entiendo que una democracia puede penalizar la expresión de determinadas ideas y juicios que nieguen la dignidad igual de todos los humanos al caso, con un procedimiento bien reglado y transparente, cuando esas ideas tengan efectos claramente injustos sobre la libertad de los demás; si sus efectos son más dañinos, según su juicio reglado y transparente, que el mal que supone reducir el derecho de expresión, entiendo que se puede y se debe elegir ese control.

        Es difícil y discutible, pero creo en la posibilidad legítima de esas leyes en un sistema democrático sustancial, y no sólo formal. El mundo tiene límites y la libertad de expresión puede tenerlos; es cuestión de que el procedimiento de control tenga calidad democrática en el contraste de valores en juego. Esto en ética es más viejo que yo. Pienso. Saludos.

        • Nacho Dueñas

          Cierto, como también es cierto que todos los sistemas penales, y con razón, tienen sus excepciones a la libre expresión: amenazas, calumnias o incitación explícita a la violencia (proponer linchar o asesinar a alguien…)

          Y es lógico, no hay derechos sin deberes ni libertad sin responsabilidad. Esas excepciones son como el código de la circulación: pequeñas prohibiciones puntuales que lejos de cercenar libertades, las garantizan.

          Un abrazo.

          Nacho.

  • carmen

    Me gusta Churchil. Algo he leído. Me gusta leer sobre las dos guerras mundiales. Y en ese contexto tropiezas irremediablemente con él. Hay mil documentales también, no sé. Me gusta el señor. Es todo un espécimen de la época.Diría que esa frase, si es que la llegó a decir literalmente, expresaba su idea de que lucharía hasta la muerte por la libertad de expresión. No comparto su idea, pero daría mi vida para que usted pueda expresarla.Me parece una frase maravillosa. Defensa de la democracia a tope. Época de guerra . El fascismo invadía europa, ya saben. Había una tendencia en aceptar el pensamiento único del nazismo, para crear una nueva Europa, con Alemania a la cabeza defendiendo un orden nuevo. Ya saben. Guerra no.  Paz a toda costa. Chamberlain ,El mariscal Petain, el gobierno de Vichy, en fin.La frase, que se le atribuye y no sé si  llegó a decir , va en defensa absoluta de la democracia. No estoy dispuesto a aceptar el pensamiento único.Modestamente, yo, tampoco. Por eso no me gustan en absoluto las descalificaciones personales, las pronuncie quien las pronuncie. Apoyen lo que defiendo o no. Se defienden ideas, no sé sacralizan o demonizan a personas. No todo lo que dice una persona por muy sacralizada que esté, es aceptable porque ella Lo diga, ni todo es reprochable porque lo  defienda una persona demonizada en un determinado grupo.Ese es , a mí juicio, el sentido de la frase.Y, ahora, argumentemos. Es que el problema de las citas es, pues que se sacan de contexto. No sé. He leído citas que aparentemente defendienden justo lo contrario de lo que el hablante o el que la escribió quiso decir.El contexto es casi o incluso más importante que lo dicho, que lo escrito.Al menos esa es mi opinión.Buen día. 

  • José

    Hola Leandro.
    Recrear nuestras vidas, interpretarlas y darles sentido creo que es una necesidad y al mismo tiempo una responsabilidad. El bien no necesita de héroes para la Historia, sino la simple acción humana de comprender qué somos en la medida que miramos el rostro del otro y lo asumimos como nuestro propio reflejo. El bien no es algo complejo, sofisticado y elaborado. El bien surge de  de ser capaz de sufrir con el otro y hacer de su sufrimiento algo propio. Difícil en una sociedad liquida verdad, un mundo que se caracteriza por su estado fluido y volátil, en donde la incertidumbre pasa por la vertiginosa rapidez de los cambios, así los vínculos humanos se resienten.Un saludo.
    Un saludo.

  • Isidoro García

    Magnífico el artículo del maestro Leandro, y además muy de actualidad, aunque superficialmente no lo parezca. 

    Lo que escandalice a Arendt, de Eichman, es la pregunta: ¿por qué Eichamn no parecía malvado si, lo que había permitido y en lo que había contribuido, era a todas luces un horror? 

    • Isidoro García

      Yo creo, como he repetido anteriormente en otros hilos, que la clave está en el concepto de hegemonía de Gramsci: “Hegemonía es un conjunto de ideas dominantes presentes en la sociedad, a las que la gente da un consentimiento aparentemente natural. 

             La hegemonía manda, no por poder coercitivo económico o político, sino a través de un discurso, o a través de significados con el que logra un consenso libre y cómplice”.

      Los nazis, con su poderosa máquina propagandística, lograron la hegemonía social de sus ideas, convenciendo a la ciudadanía servil, (la masa de Ortega), de que sus ideas eran las únicas morales y útiles a su sociedad.

      Y Eichman, buen funcionario aséptico y banal, no hizo más que seguir la corriente hegemónica.

      Inculcando la hegemonía de unas ideas, es como funcionan los totalitarismos, que han existido toda la vida, empezando por las religiones de Estado, a los gobiernos con una ideología totalitaria, hasta una sociedad “democrática”, con una ética civil exclusiva e igualmente totalitaria, ya sea identitaria, nacionalista, “progresista”, o feminista.

      Y todos los periodistas comentaristas, repetirán como loritos, lo que les han inculcado que deben decir, ya sea por las buenas o por las malas. Pura banalidad del “bien”.

      Respeto al pluralismo: Cero.

       

      Anécdota personal verídica. Tengo un amigo muy mayor, que siempre ha sido muy sectario políticamente, y que se ha quedado en silla de ruedas.

      Hace tres días, tomando el sol, le cité la frase famosa, que había citado Churchill, sobre el pluralismo político y democrático: “No estoy de acuerdo con lo que dice, pero defenderé con mi vida su derecho a decirlo”. 

      Su reacción, fue que era imposible que alguien hubiera dicho una tontería como esa, y que por eso seguro que era inventada. Me quedé de piedra. Desolación total.

      Ante este panorama de la dispersión de las creencias del ser humano, ¿es bueno o es malo, un poquito de relativismo y una cierta tibieza prudente, ante las obediencias ideológica exigidas socialmente, a los catecismos de todo tipo?.

      A los tibios los vomitará Dios, pero como decía Tony de Mello: “Lo malo de los ideales es que, si vives obsesionado con arreglo a todos ellos, resulta imposible vivir con uno”.

       

      • Nacho Dueñas

        Buenos días, Isidoro, esa frase que tú atribuyes a Churchill de que “detesto lo que dices pero daría…”, y a veces se atribuye a Voltaire me parece una “prograda” (es decir, cosas de “progres”, que para mí, y no miro a nadie, es la versión banal, “cool”, guay, fraudulenta e intelectualoide de la izquierda.

        Yo, si detesto lo que alguien dice, por lo doy  mi vida por refutarlo no por defenderlo.

         

        Creo que detrás de esto se esconde el muuuy progre concepto de tolerancia. Yo estoy en contra de la tolerancia. De hecho, por razones éticas soy intolerante.

        Y esto hasta los “progres” lo reconocen cuando hablan de “tolerancia 0”, que es un eufemismo para no reconocer el valor de la tolerancia.

        Si uno tiene un hijo gay, no lo tolera. Lo quiere y lo respeta.

        Si uno se topa con un violador, no lo tolera, lo reduce.

        Si uno se topa con una apología del clasismo, uno no lo respeta, lo refuta.

        Creo que la tolerancia es la indiferencia disfrazada de acto guay. Mire usted, no.

        Lo digno no se tolera, lo digno se respeta.

        Lo indigno no se tolera, lo indigno se confronta.

        Por Dios bendito, seamos intolerante, como debe ser.

        Nacho.

        • Santiago

          Pero son necesarias tanto la intolerancia y como la tolerancia..

          Intolerancia con la injusticia y con lo que daña… Tolerantes con lo que construye y lo que mejora… Intolerantes con el que niega la realidad y promueve el mal sin arrepentimiento,  tolerantes con el que trata de superarse y ser buena persona. Tolerantes con el que persigue un ideal.

          Un saludo cordial

          Santiago Hernández

          • Nacho Dueñas

            Amigo Santiago, permite que no esté de acuerdo:

            Con el injusto: intolerancia.

            Con el justo, buena persona y perseguidor de un idea: respeto.

            No acabo de ver el valor de la tolerancia, más que en los discursitos guays de los progres, que la sociedad ha hecho suyo.

            Un abrazo.

            Nacho.

          • Santiago

            Gracias, amigo Nacho, por expresar tu pensamiento con sinceridad.En cuanto a la ética en general, empatizo contigo…

            Además del respeto, podemos ser más flexibles y tolerantes para aquéllos que sinceramente buscan la justicia, el bien y la verdad. Pero como ellos  son humanos como yo, no son perfectos  y somos nosotros -sus hermanos- los que podemos ayudarles con nuestra tolerancia y flexibilidad. Hay mucho que perdonar y olvidar en esta azarosa vida.

            Creo que con los años -ya no soy joven- sin renunciar a nuestra innata ética- nos volvemos más abiertos y tolerantes ante la flaqueza e imperfección humana. Pero podría ser lo contrario, que cabalmente por los golpes de la vida, nos convirtamos en seres  rígidos y queramos aplicar la teoría con precisa exactitud a la praxis…diaria.

            La norma sería, fieles si a los principios, y condenando el delito, pero  compasivos con el que delinque.

            Un saludo cordial

            Santiago Hernández

  • mariano alvarez

    Gracias Leandro por este estupendo artículo. Por mi parte y sin haber tenido ocasión previa a haberlo leído, pero en sintonía con lo que relatas ya había remitido a la redacción de Atrio dos reflexiones que aquí omito por si alguna de ellas es editada. En cualquier caso si me gustaría añadir que el concepto de líquido para mí va mas allá que el de su naturaleza física (licuada) para tener un significado ontológico. Una sociedad líquida es una sociedad liquidada….. o si se prefiere autoliquidada, ese es su horizonte.

  • LEANDRO SEQUEIROS SAN ROMÁN

    Gracias por publicarlo con tanta celeridad.. Así da gusto!!! Creo que este texto puede abrir ventanas de reflexión interdisciplinar en una sociedad postsecular.

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