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Creer y saber

        En nuestro mundo actual hay quien cree religiosamente y hay quien cree irreligiosamente, hay quien cree en Dios como símbolo del sentido de la vida y quien no cree en Dios, hay quien tiene fe y quien no profesa fe, hay quien defiende la creencia y quien defiende la ciencia o el saber. Pero este planteamiento es demasiado simple, ya que el creyente también sabe y el sabedor también cree. Por tanto, cabe un diálogo entre creyentes y presuntos no creyentes, fiduciarios y sabiondos, puesto que estamos entremezclados de creencias e increencias, saberes y no saberes, dudas. El presunto creyente sabe que cree y otras cosas, el presunto increyente cree que sabe y otras cosas. El diálogo es posible aunque está enmarañado (o precisamente por estarlo)…

        Veamos. El problema reside en que algunos creen demasiado y otros demasiado poco, así como unos saben demasiado y otros demasiado poco. Me explico: el que cree en demasía suele saber poco, y el que sabe en demasía suele creer poco. Lo real-ideal es como siempre creer que sabemos y saber que creemos, así pues admitir el creer y el saber, el saber y el creer. El que no duda de su fe o creencia es un fanático, y el que no duda de su saber o ciencia es un orfanático; ambos pueden acabar locos o volviéndonos locos a los demás. En donde la duda se yergue precisamente como arma fronteriza, a modo de duelo entre el saber y el creer, la ciencia y la conciencia, la idea racional y la intuición sensible. Blas Pascal colocó el saber en la razón o intelección y la fe en el corazón o el con-sentimiento. Pero entre medio está la duda que, según Aristóteles, es el principio de la sabiduría (y yo añadiría que el final).

        Si tuviera que redactar sucintamente mi credo y sapiencia diría que creo y no creo, que sé y no sé: aún más, diría que creo cuando estoy bien y descreo cuando estoy mal, así como que sé cuando estoy bien y no sé cuando estoy mal. Se dice que la fe es indemostrable mientras que el saber sería demostrable: pero la fe puede mostrarse, así por ejemplo mi fe en la naturaleza tocándola, acariciándola o domeñándola. El saber es libre y no dogmático, pero la auténtica creencia también (o debería serlo). En esta mutua correlación creemos y sabemos, creemos saber y sabemos creer. Cuantas más vueltas se da a estas y otras cosas más revueltas acaban, porque así coexisten. Tradicionalmente se han planteado las dudas sobre la fe o la trascendencia, pero es hora de presentarlas también sobre el saber y su inmanencia, sobre la increencia y su intrascendencia. Tras ambas dudas lo que queda es la búsqueda indefinida del sentido indefinido, tanto para el creyente como para el sabedor.

        Ahora bien, buscar es ya encontrar un sendero del sentido, un camino abierto a roturar, una dirección y un horizonte abierto aunque oscuro, sin encerrarse en las seguridades pseudoreligiosas ni pseudocientíficas. Encerrarse en el saber conduce a un callejón sin salida, encerrarse en el creer conduce a una flotación ingrávida. Pero frente a ambos reductos, no puede ser que nada tenga sentido trascendental, ni tampoco que lo obtenga todo y del todo. Entre la fe y la razón podemos entretejer una urdimbre de doble significación, finita e infinita, sapiente y abierta, pero no cerrada o encerrada. Pues se trata de una búsqueda de razón y sentido, una búsqueda que es anhelo espiritual y acción material (no reducible al materialismo). Y es que el creyente tiene sentido pero no tanta razón, mientras que el sabedor tiene razón aunque no tanto sentido. Hay que seguir buscando sapiente y abiertamente hasta la muerte desesperadamente, como hizo nuestro Unamuno.

        Es verdad que nuestra limitación y sufrimiento humanos pueden detener esa búsqueda del sentido, pero incluso esa detención es paradójicamente una detección de la salida, ya que detecta nuestro límite, pero también nuestro pasaje o rito de paso. Pues el hombre y la mujer son los pasajeros de la muerte en vida, los portadores de una carencia que abre una herida o brecha pero no la cierra. El propio Dios cristiano es un Dios crucificado, lo que simboliza la vida crucificada por la muerte. Ahora bien, y ahora digo lo esencial, la propia crucifixión de la muerte coimplica que la misma muerte se inmola y trasciende, así pues que nuestra muerte queda horadada por el resquicio de un anhelo inmanente y trascendente a un tiempo. Inmanente porque es obvio, y trascendente porque, frente a J.Joubert, Dios sería la memoria de todos los demás (incluso de todo lo demás). Ya que sin trascendencia, la inmanencia queda rota tal y como está, yerta o yecta, abyecta; pero sin inmanencia la trascendencia patina o resbala sobre sí misma abstracta.

        Si me buscas, decía el Dios místico de Rumi, es que ya me has avistado. El propio Voltaire proyectó sobre el reloj del mundo un Relojero creador. Pero hoy en día hay sabedores que piensan que el reloj ha procreado al relojero evolutivamente. Y bien, en este caso se diviniza al reloj en lugar del relojero, con lo que volvemos a plantearnos la cuestión de nuevo y finalmente: si hay reloj hay relojero (creyente), y si hay relojero hay reloj (sabedor). En donde reloj y relojero se implican mutuamente, como la fe y el saber, la creencia y la ciencia.

19 comentarios

  • Muy interesantes puntos de vista y muy consoladoras las reflexiones. En esta vida, ya desde el final, se ve donde hay  categoría humana, y  muchas personas, que me ayudan a existir, y aquí en Atrio las aplaudo. Gracias.

  • Isidoro García

    Para mí, las causas originales de las creencias, son de dos tipos. O son fruto de una intuición sentida con suficiente intensidad, o son fruto de una aceptación acrítica de las creencias grupales, (familiares o sociales), para afirmar la pertenencia al grupo social.

    Eso son los momentos originales, pero a partir de entonces, entra en funcionamiento, la razón, que como especialista en la creación de relatos, realiza un esfuerzo de racionalización de lo que originalmente es o una intuición surgida del inconsciente, o un seguidismo social acrítico e irracional, fruto de la necesidad perentoria de pertenencia a un grupo social, (pura y dura secuela del atávico tribalismo paleolítico).

    Pero para aceptar este planteamiento hipotético, hay que aceptar el nuevo estatus auténtico de la razón consciente, que muchos psicólogos modernos han degradado del clásico papel de dueña y conductora del resto del cuerpo, al postmoderno papel de conductor y jinete de un elefante, que finge dirigir al elefante, pero en realidad, lo que intenta es justificar las decisiones autónomas del mismo.

    Estos planteamientos van en rumbo de colisión con los clásicos y antiguos conceptos, como fuerza de voluntad, pecado, culpa, que son la base de la moral clásica, con sus corolarios de buenos y malos, y que tanto nos sirven para demonizar a los que no piensan o actúan como nosotros, y para autoproclamarnos como los buenos y generosos, para reforzar nuestra autoestima enferma, o de debilidad o por el contrario de delirio narcisista.

    Aquí lleva mucha razón Harari y el amigo Juan Antonio, de que la humildad es la clave. Pero la humildad auténtica es fruto de conocerse a sí mismo y a la naturaleza humana, lo que nos permite labrarnos una autoestima sabia, que nos sabe comprender y perdonar, los primero a nosotros mismos y luego a los demás.

    Es el jesuánico, “Perdónales porque no saben lo que hacen”, que si se me permite el atrevimiento, podría retraducirse como un “porque no saben en realidad por qué lo hacen”.

    Un saludo a todos.

     

  • Asun Poudereux

    Cuando la persona sabe, no cree. Y por qué digo esto ¿? Porque no se detiene en el conocimiento mental, en lo aprendido, por inoculado  y/o  estudiado, sino en lo que le es dado y no realmente buscado, quiero decir encontrado bajo su dominio y control.

    La Sabiduría es Fuente de certeza indefinible y que no exige creencia(s), sino más bien su dejar manifestarse en consciencia y apertura a todo otro y diverso.

    La persona que cree puede olvidarse de lo que implica creencia y hasta olvidarse de sí. Y hasta  creerse ser otra de modo permanente,  lo que le requiere de algún modo una lucha constante con su auténtico yo, olvidado, no llevándole a ninguna parte,  al no parar de re-ubicarse y delimitarse en lo dicho por otras personas.

  • juan antonio vinagre oviedo

    Al volver a reflexionar acerca del tema que propone A. Ortiz Osés  -creer y saber- y en líneas generales sobre tanto como se ha escrito, desde hace siglos, sobre ese tema, me acordé de las palabras de Y. N. Harari en “21 lecciones para el siglo XXI”: “Jamás subestimemos la estupidez -quizá mejor decir limitación- humana.” Así como también estas otras, también suyas: “Los humanos de todas las creencias  -y añado: de ninguna creencia, si existen-  harían bien en tomarse más en serio la humildad…, y sobre todo la humildad ante Dios, y también ante los hombres”.

    En algunos temas científicos debemos andar con mucho tiento, pues hemos patinado con frecuencia en la historia  -piénsese, por ejemplo,  en el geocentrismo, defendido por el mismo Aristóteles, el Aristóteles científico-. ¿En el tema de las creencias no hemos patinado, y excedido, en uno y otro sentido, mucho más?

    Me parece que a la humidad de que habla Harari debería llevarnos el tema de “Creer y saber”.

  • carmen

    Es que el señor Arregi vive por las ramas y eso anima a subirse a ellas. Como el barón rampante de Italo Calvino. También me gustó mucho el caballero inexistente. Es un caballero que solamente tenia armadura, de tal manera que no se la podía quitar nunca porque si se la quitaba se veía que no había nada dentro.

    Señor Arregi, me gusta lo que escribe,  ya lo sabe. A mí también me gusta vivir por Arriba , pero claro, por donde usted vive hay grandes montañas y por aquí, solo llanura.

    Suerte, algo me dice que le van a seguir atizando fuerte. Porque,  para muchos, usted no quiere aprender. No se dan cuenta que por lo que usted a luchado mil años es por desaprender. Digo esto porque a mi móvil ha llegado una artículo que no vea. Lo firma una tal cigüeña azul, o algo así. LO que no sé es cómo ha llegado a mi móvil.

    Fin de la cita.

    • Carmen

      Esto no se vale.
      Me he equivocado. Sorry.
      Les voy a volver locos.
      Ven como es mejor que esté calladica?
      Obviamente era para Arregi. Aaaaaayyyyyy.

  • M. Luisa

    Llevamos casi recién iniciado este hilo y ya nos andamos por las ramas. Por qué no nos esforzamos en conservar el enunciado “ Creer y saber” para que en su desenvolvimiento ver hasta  dónde nos lleva y sacar de ello  alguna conclusión efectiva a la cual poder añadirle otras ya conquistadas  y así ir conformando una visión de conjunto sobre el alcance de nuestro conocimiento.

    Veo que Isidoro, (un saludo Isidoro) entra en una diversidad de   cuestiones que siendo todas ellas muy interesantes nos alejan de la inicial.   Además, ateniéndome, a lo que no hace mucho  convenimos casi por unanimidad, en el carácter orgánico de la inteligencia   no volvamos ahora a reclamar de nuevo para el conocimiento la necesidad de un apoyo filogenético  cuando  la inteligencia ya es de por sí filogénica. Precisamente esta es la razón del rodeo por la irrealidad de las creencias  que la inteligencia ha de dar   en su proceso de búsqueda. En él,  quedan circunscritos, así, los dos planos: el de la superficialidad de la creencia y el de la profundidad que su realidad alberga congénere al saber.

    Y a  propósito de planos déjenme  que invierta el sentido  dado aquí al tocar el tema de los nacionalismos- algo que, por lo demás, quedó claro también que de ellos hay múltiples concepciones-  porque al parecer   se  olvida que previo a los relatos existe lo que los determina: la narración.  Y por esto, tantas veces,  lo que  en ella, lo que en la narración  realmente sucede puede ser en el relato susceptible de transformación,  de tal manera que aquellos sucesos pueden en el relato  convertirse   en meros  hechos intencionados.  Estos no pueden proporcionar la  cohesión interna que se pretende máxime la externa, la grupal.   Por tanto son los sucesos históricos lo que facilita la coherencia interna  pero ya no del grupo sino de la sociedad que formamos los humanos.

  • Santiago

    Como dice el autor que “entretejemos una urdimbre”,…doble o finita o infinita… “sapiente y abierta, pero no cerrada o encerrada”…Encerrarse “en el saber” conduce a un “callejón sin salida” donde uno queda reducido a un solo tipo de conocimiento subjetivo…y encerrarse “en el creer” conduce a una “flotación ingrávida”, ciega, y a un fanatismo que aprisiona…Pero en la libertad y para la libertad fuimos creados…Y fe y razón están lejos de excluirse y ser antagónicos porque son complementarios pues proceden de una fuente “prima” original…Nada de lo que compone el ser humano puede ser separado de la hipóstasis vital…Nada “me es ajeno”…nada escapa de nuestra mirada….nada está demás ni de menos…Se trata pues de la “búsqueda de sentido” de la que nadie se encuentra exento…excepto los seres irracionales que funcionan instintivamente…En nosotros la razón “prima” en la acción…no podemos renunciar a ella…puesto que todos los seres racionales obran por una finalidad, consciente o inconscientemente…O sea que la dialéctica de Unamuno era válida hasta el final, como la apuesta lógica de Blas Pascal…y como la conversión de la filósofa fenomenológica Edith Stein después de leer la autobiografía de Teresa de Ávila…

    La fuente primigenia ha de ser de naturaleza distinta a lo puramente material puesto que aún el “caldo primigenio de Oparin” necesitó de una previa información y decisión que pudiera traerlo a la existencia y para la “autoreplicación del ADN y ARN se necesitó un plan algorítmico de naturaleza superinteligente para dar lugar a los complejos vitales funcionales…Un plan que requiere inteligencia suprema para crear inteligencia en el Cosmos porque el Cosmos no puede darse por si mismo la existencia y la función, lo que tiene que haber recibido de “otro” puesto que la naturaleza no posee las cualidades divinas inmanentes  como es la esencia de la complejidad de la vida “en si misma”, como que las leyes que rigen el Universo son iguales ahora en el siglo XXI como en al principio de la creación del Cosmos…

    Es por eso que como dice Andrés Ortiz, nosotros los humanos somos solamente “pasajeros” hacia una transición, “portadores de una carencia que abre una herida”…Es un anhelo inmanente y “trascendente a un tiempo”, la inmanencia y trascendencia en un mismo tiempo…Nuestro Dios mismo es un Dios crucificado en la trascendencia…porque el “Crucificado es también el Resucitado”..Si lo buscas es porque ya “me has avistado”…Si lo niegas, es porque existe…

    Enhorabuena Isidoro por “verte” por aquí de nuevo.

    Saludos cordiales

    Santiago Hernández

  • Isidoro García

    La búsqueda de un modelo lo más satisfactorio posible con los hechos y las realidades psicológicas, se puede hacer de varias formas. Muchas de ellas son hipótesis “in vitro”, sin más fundamentación y apoyo que el hecho de que subjetivamente explican mejor o peor, al autor, la realidad psicológica.

    Pero hay otra forma de realizar esa búsqueda de una hipótesis-modelo de la mente, más objetiva y menos arbitraria, apoyándose en la hipótesis científica de la filogénesis de todo ser vivo.

    Y esta hipótesis es la de la Teoría de la evolución, según la cual, cada órgano biológico y cada comportamiento de cada especie viva, está “tamizada”, por su adecuación a la supervivencia de esa especie, en función del medio ambiente en el que se encuentra.

    Una parte de la psicología evolutiva, intenta explicar, cómo cada comportamiento y organización de la mente humana, ha prosperado y se ha extendido en función de su capacidad de facilitar la supervivencia del ser humano.

    En este sentido la teoría-hipótesis, (que se puede aceptar o no, y puede gustar o no), es que el conocimiento de la verdad sobre la realidad, no es el principal objetivo de la razón consciente humana, (sobre todo en los más de 200.000 años, en los cuales nuestra supervivencia estaba muy comprometida).

    Para el humano primitivo, (y seguimos igual por ahora),  es más interesante evitar un número abundante de contradicciones entre nuestro conocimiento consciente, con nuestras emociones subconscientes, lo que le genera una gran ansiedad, estrés, desequilibrio psicológico y sufrimiento en suma.

    Por eso la evolución de nuestros circuitos neuronales, ha ido evolutivamente en el sentido de acomodar “a capón”, nuestro pensamiento consciente con nuestras intuiciones, muy influídas por nuestras emociones subconscientes. Se busca la coherencia interna, que nos da equilibrio, más que la “verdad” objetiva, que en muchas ocasiones nos generaría desequilibrio y psicotismo, y en suma inadaptación para la supervivencia, en los ambientes hostiles en que el humano ha vivido casi toda su existencia histórica.

    En el mismo sentido se explica el origen de las religiones, con sus relatos míticos y poco racionales, porque facilitan mucho la coherencia interna del grupo, lo que era vital en momentos de vida tribal, con condiciones de supervivencia muy difíciles, en los que la supervivencia dependía del éxito de la tribu. (Y eso ha tenido su corolario en tiempos más modernos con los nacionalismos, en los que la nación es una extensión de la tribu).

    Y por eso los nacionalismos cuelan tan fácilmente tanto relato irracional, emocional y mitológico, en contra de la idea racional de la igualdad de todos los humanos, pero que concuerda perfectamente con el espíritu tribal, que seguimos manteniendo, herencia del pasado.

    En resumen la hipótesis psicológica evolutiva, es una cuerda más firme a la que agarrarse en la creación de hipótesis psicológicas, (aunque como todo no garantiza el acierto total), y es más objetiva y menos arbitraria, porque encuentra una lógica interna que podría ser la explicación de muchas cosas, que seguimos debatiendo en la actualidad.

     

  • M. Luisa

    Algunos comentarios me llevan  a hacer  alguna consideración y es que al referirme siempre al hecho de la   aprehensión   en la cognición humana, ésta  por la índole sensible que la caracteriza  nunca puede  competerle a la verdad sino tan sólo a la realidad, es decir, a la realidad  de la cosa aprehendida.

    La verdad está desde luego contenida en ella, sí,  pero no de forma  inmediata. La verdad no está captada en la inmediatez de la aprehensión. Contrástese esta aclaración  con mi comentario anterior  y se advertirá la coherencia.

    A nivel de  verdad  no hay aprehensión, mejor dicho  está superada estructuralmente  pues  la verdad  es competencia de  la razón, sin embargo la razón  estando  en nosotros no es nuestra sino de las cosas.

  • Isidoro García

    De la razón pensamos que existe para cumplir una función y en realidad es por otra. Pensamos que es una silla cuando en realidad es un reclinatorio. (Y por eso no cumple nuestras expectativas).

    La creencia habitual es que la razón sirve para usar la lógica y ayudar a los individuos a aumentar su conocimiento, a tomar mejores decisiones, a conocer “la verdad”…

    Pero la función original de la razón es justificar nuestras acciones y nuestras intuiciones y pensamientos ante los demás y producir argumentos que convenzan a los demás para pensar y actuar del modo que más nos conviene a nosotros.

    La razón es más un abogado que un científico. La razón no está diseñada para que cambiemos de opinión, sino para que mantengamos la que ya intuímos y tenemos. (Hugo Mercier y Dan Sperber, The Enigma of Reason).

     

    • Roman Díaz Ayala

      Hola, Isidoro, da gusto volver a escucharte.
      Estamos a vueltas con la razón. De su profunda crisis civilizatoria no ha podido recuperarse satisfactoriamente. La razón tiene que ser necesariamente algo distinto y diferenciado a la conciencia moral. Los holocaustos y Nuremberg nos gritaron con fuerza que nuestra salvación como especie humana nacía del rearme moral.

    • ana rodrigo

      Isidoro, qué alegría leerte de nuevo. Espero que estés bien.

    • Rodrigo Olvera

      La razón NO está diseñada. Fin de la cita, diría Rajoy.

  • Roman Díaz Ayala

    el saber y el creer son los límites  que le ponemos a la verdad para poder aprehenderla y hacerla nuestra. ¡Qué bien suena el plural inclusivo para el ejercicio de filosofar!  Hace partícipe a quien así se pronuncia en el juego de las complicidades  y el rechazo. Oculta que filosofar es un ejercicio solitario; cada cual en la construcción de sus pensamientos. Sabemos que creemos o no sabemos que creemos; ¡Vamos, que nuestros postulados  quedan reducidos  a cuestiones  de pura creencia!. El asentimiento de la razón puede que oculte la  obstinación del corazón; o, no,  depende… ¿Se habla de filosofía?

  • oscar varela

    Hola!

    1- “andar perdido” ya es un problema grave.
    2- su colmo es “andar perdido dentro de uno mismo

    Así andamos los viejos!

     

    Por suerte:

    ya nadie (generacionalmente)

    nos da pelotas!

  • juan antonio vinagre oviedo

    La afirmación de Dawkins de que todo científico debe ser ateo, y un científico creyente no es verdaderamente científico (la cita no es textual) me parece una afirmación que es o roza lo dogmático. Es decir, que rebasa o desconoce los propios límites…, desconocimiento tal vez influido por prejuicios ya poco conscientes…

    Fe y ciencia  -creer y saber-, como tantas veces se ha dicho, no son incompatibles, sino independientes, aunque a veces puedan ayudarse. Sus objetos son totalmente distintos, y de esto es muy importante ser conscientes para poder entender algo y abordar bien el tema.

    Descartes, Leibniz, Newton, Galileo, Pasteur, Curie, Planck, Sröedinger, por ejemplo, fueron grandes científicos y convencidos creyentes. (Con estos nombres la afirmación de Dawkins se cae por sí misma.)

    Los humanos somos muy inclinados a afirmar o negar demasiado, poco conscientes de nuestros límites, según demuestra la historia. Unos creen demasiado fácilmente y otros niegan demasiado de prisa lo que otros creen razonablemente…  Ante una posible trascendencia, quizá lo mejor sea un respetuoso silencio y la búsqueda humilde, que -en nuestra dimensión- no es incompatible con la duda ocasional.

  • M. Luisa

    Pienso que el creer es sólo un momento del saber dentro de la estructura del conocimiento humano y por tanto la disyuntiva entre creer y saber desaparece.  El paso intermedio a dar es más  de insatisfacción que de duda. Así, entonces el “dato” sensible de la creencia revierte  en “dote” intelectiva, no hay duda, pues, sino alteridad. Si no fuera así en que se basaría la creencia?  La creencia ha de tener su propia realidad aunque ésta sea eventual.

  • Rodrigo Olvera

    Cuantas falacias y afirmaciones dogmáticas.

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