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Una ojeada a la justicia

Me hubiera gustado, como otras veces, comentar y aclarar más esta nueva reflexión de Mariano que nos está invitando de buscar el sentido profundo de las  cosas. Pero no puedo retrasarlo más y espero que el diálogo me aclare las dudas que tal vez no he entendido. Una de ellas es el sentido que da a la palabra “Justicia”. Desde luego no es el positivismo del actual orden jurídico. Pero creo que tampoco el de la Teodicea (Tratado de la Justicia divina) ni el de la justificación según Lutero. Invito a leer y pensar, pues hay cosas muy buenas sobre metáforas teilhardianas y una relectura del proceso creador y co-creador como progresiva separación y relación: ” La tierra estaba desordenada y vacía, las tinieblas estaban sobre la faz del abismo y el espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguassegún el cap. I de la Biblia, más ilustrada traa Nínive. AD.

(I)  Camino de libertad y principio de realidad

(Una reflexión muy personal)  

        Si en una de las anteriores reflexiones centraba la singularidad humana, la persona, en una praxis de actos de conciencia moral, matizando la diferencia cualitativa con respecto a la consciencia de sí al proyectarla hacia el cumplimiento de un deber; en ésta de ahora mi mirada se fija en un camino. En el camino que se le abre a la persona en el transcurrir de su existencia para realizar dicho deber y poder alcanzar la meta que le dé el sentido por el que, y para el que, ha sido creada.

        También hemos de recordar que la singularidad humana rompe todo gregarismo, tanto en su dimensión temporal como espacial, con lo que el ser humano, la persona concreta, debe alcanzar el sentido de su vida en el transcurso de su propia y singular existencia, a fin de saberse y de sentirse por y para qué existe. No le vale que otro distinto a él, algún día disfrute de eso que él carece en este instante de su existencia, a no ser que tenga una fe ciega en que de alguna forma participará de ello.

        Una cosmovisión de la realidad humana y de toda realidad que no asuma dicho acto creador como principio de toda realidad, no precisa para nada la justicia, pues sin deber no hay derecho. Es más, dicho vocablo ni siquiera existiría, no se precisaría y de paso la libertad tampoco. La justicia es lo que justifica toda realidad. Ella es la razón necesaria y suficiente de toda existencia. Una existencia sin justicia sería el verdadero infierno, realidad inconcebible.

        De la necesidad emerge solamente una evolución o, mejor dicho: en todo dinamismo evolutivo como principio de realidad prima la necesidad, pero la creación solo surge de la libertad, o también y, mejor dicho: solo la libertad crea. El misterio de la creación es el misterio mismo de la libertad y cuestionar el acto creador como principio de toda realidad es la sumisión al determinismo, al indeterminismo, a la obediencia, a la necesidad y en último término a la ley. La libertad es el poder de crear, no a partir de la naturaleza sino a partir de sí misma, sin nada más, y la ley es la fuerza que organiza y estructura la realidad bajo coacción. La ley y la libertad se contradicen.

        El deseo de racionalizar la creación está ligado al deseo de racionalizar la libertad y a su vez de la justicia. Los que intentan racionalizar la libertad son los que la reivindican al rechazar todo determinismo, pero sin percibir que toda racionalización constituye ya en sí un determinismo.

        Este intento de racionalización, a su vez es un intento de posesión, de poder, de estar por encima de la libertad creadora de toda realidad. Este intento es un rechazo del acto creador y por tanto una sumisión a la esclavitud de la necesidad, donde el ser humano, la persona, se desprende voluntariamente de su singularidad y se identifica con un gregarismo llamado especie (humana), imagen de la naturaleza a la que observa y en la que se ve reflejado. La persona imagen de su Creador se confunde de creador.

        En este contexto, probablemente nadie haya intentado más que Teilhard de Chardin en aclimatar el evolucionismo al acto creador, incluso yendo un paso más allá de dicho acto, al encarnarlo en su Actor, en la persona de Cristo, Alfa y Omega de la creación, reafirmándose con el primer artículo del credo, en la fe en Dios “Creador del cielo y de la tierra…”.

        A su apasionada clarividencia le debemos un lúcido ensayo de conciliación entre la ciencia y la fe, muy distante de cualquier concordismo, a la vez que reivindica la dimensión cristológica de toda realidad creada: El Cristo, Alfa y Omega, como la clave del sentido del mundo y por ende de todo proceso evolutivo, integrándolo ya en una realidad de sentido de principio a fin.

        Sin embargo y consciente como era de las reticencias y aporías que por parte del racionalismo cientifista inducía a muchos hacia una comprensión meramente fixista del creacionismo, trató de elaborar una alternativa racional y razonable más acorde con la mentalidad evolutiva del mundo, en el que la nada es entendida, no como el vacío del ser, sino como la “Multiplicidad pura, la Multitud”.

        En este punto y a nivel teórico, introdujo, a mi modo de ver, un artilugio de cálculo tal y como hace el matemático cuando se encuentra frente a una función de difícil solución e introduce un cambio de variable para poder simplificarla, integrarla o derivarla según sea el caso, y encontrar la solución a la misma; pues bien, esto dio lugar a muchas controversias y que hoy en día subyace en muchas interpretaciones, y muchas veces tergiversadas.

        Esta nueva variable de la Multiplicidad pura, sinónimo del desorden y del caos existente ya previamente al acto creador, distorsiona la función creadora llamada libertad absoluta, pues no hay cambio de variable que la pueda sustituir o reemplazar. El acto creador de libertad absoluta, no es ni integrable, ni derivable, ni relativizable. Frente a sí, toda realidad permanece en estado de “nada”, que es una forma metafórica de nombrar lo que no existe en un intento de objetivarla.

        Teilhard, al introducir esta variable de la Multiplicidad como metáfora de una Nada positiva en dicho acto, lo desnaturalizaba. El acto creador dejaría de serlo para ser un acto de organización, de concentración y de unificación de lo ya existente en una nada plural, por lo que, en el principio, Dios Creador no estaría solo, habría algo llamado Multitud distinto a Él, y el acto creador ya no sería tal.

        El propio Teilhard era consciente de que con este virtual o ficticio dualismo corría el peligro de caer en un maniqueísmo.

        En vez de seguir con mi interpretación al respecto, y para que el lector aprecie el ingenio y la belleza de la sutileza introducida por Teilhard en ese intento de racionalizar el acto creador, y a su vez para que saque sus propias conclusiones, creo más correcto y respetuoso recoger lo por él expuesto al respecto en:” Escritos del tiempo de guerra, Madrid 1966, p. 146.”:

“En el comienzo, por tanto, existían, en los dos polos del ser, Dios y la Multitud. Y Dios, sin embargo, se encontraba absolutamente solo, puesto que la Multitud, soberanamente disociada, no existía. Desde toda la eternidad, Dios veía, a sus pies, la sombra desparramada de su Unidad, y esa sombra, a pesar de consistir en una aptitud para producir algo, no era otro Dios, ya que por sí misma no era nada, ni había sido jamás, ni hubiera podido ser nunca… Fue entonces cuando la unidad desbordante de vida entró en lucha, por medio de la Creación, con lo Múltiple inexistente que se oponía a ella como un contraste y un desafío… El ser recién nacido emergió del fondo de la pluralidad”.

        El propio Teilhard como ya he mencionado, era consciente de este dualismo y así lo expresaba él mismo más adelante en el citado escrito, al decir que “olía a maniqueísmo”. Por lo demás las ideas de Teilhard acerca de la temporalidad y del fin de la creación son irreprochables, pero su percepción del “fieri” de la creación, suscitó y suscita aún muchas críticas con muchas adhesiones y muchas disensiones.

        En este punto dejo a la libre interpretación del lector lo aquí expuesto. Por mi parte, dudo que cualquier cambio de variable, que cualquier matemático introduzca en la resolución de cualquier función matemática por compleja que sea, llegue a alcanzar el grado de sutileza que Teilhard utilizó para explicar esta misteriosa función creadora de toda realidad. El intento, para mí fue muy bueno, pues muchas veces para explicar lo inexplicable, lo metafórico y lo paradójico no está de más, pero la pureza y singularidad absoluta del mismo acto creador, requiere también un respeto profundo y escrupuloso, sin necesidad de metafóras.

        El acto creador es un acto en sí mismo moral, en la medida que crea con un fin bueno. La expresión bíblica del Génesis:” Y Dios vio que era bueno “, en cada uno de sus actos creadores, es una autoafirmación de la libertad creadora que no deja nada al azar en lo que crea, ligándose y responsabilizándose con su creatura. Esta ligadura, este pegamento, se denomina justicia, Justicia creadora. Justicia Divina. Justicia que incluso es previa al acto creador, en ese no tiempo, llamado eternidad. La justicia es la intención que moviliza dicho acto. La realidad entera ya está justificada en el mismo Acto Creador. En la Justicia reside la libertad. No la ley.

        Dios creador y principio de toda realidad, crea el Bien, no para el bien. Él es el Bien Absoluto. No hay orto bien, pues crea para Sí y de por Sí, por eso a cada acto que crea lo anuncia a su creatura de viva voz, exclamando que es bueno lo que crea. Toda la creación está envuelta por su palabra, un grito a viva voz. Es un grito que se relame en el gozo infinito de una libertad y una justicia infinita. Él se religa con todo lo que crea de principio a fin. En Él toda realidad se justifica. Él es la Justicia absoluta y Él justificará a toda su creatura. De ahí que en dicho acto ya está Él presente en el Cristo, Alfa y Omega de su creación, en expresión del propio Teilhard.

        El Acto Creador (a partir de ahora ya lo tengo que poner siempre en mayúsculas), no admite errores, sería la propia contradicción de la libertad absoluta. En dicho Acto Creador, el fin del mismo ya se manifiesta desde el principio, en Persona. Él es el testimonio vivo que muestra el camino de la Justicia a su creatura, recorriendo junto a ella el mismo camino que ésta deberá recorrer para encontrarle, pues Él, es el sentido de su existencia.

        El Acto Creador se hermana al acto co-creador de su creatura en su caminar, acto de re-creación por parte de su creatura que se re-crea libremente en Él. Su creatura es co-creadora cuando se inserta voluntariamente en el dinamismo de dicho Acto Creador. Dinamismo no fundamentado en razones abstractas, filosóficas o científicas, ni en leyes que coartan la libertad y sí en un testimonio personal en el que Él mismo muestra a toda su creación el modo de recorrer nuestra existencia con sentido. Él es el Camino que penetra y atraviesa a todo tiempo. Todo tiempo pasará mas no su testimonio. Testimonio de vida válido para cada instante de la vida de cada persona, en su aquí y su ahora.

        Si nos fijamos un poquito en ese grito primordial del Acto Creador, que envuelve a toda su creación, observaremos que nuestra mentalidad racionalista rápidamente nos trae la imagen de ese ruido de fondo, de esa radiación cósmica de fondo, que envuelve al Cosmos entero como testimonio de un principio evolutivo, el del “Big Bang” de la ciencia. Aquí, cuando menos, surge el presagio de que la evolución es como la inercia de la Creación.  La Palabra en el primero y la energía que resuena en el segundo, son como dos actos, como dos momentos de una misma obra para unos, y de dos obras distintas para otros.

        La teodicea que intenta justificar a Dios, es la que justifica el sentido del mal, introduciendo este dualismo en su razonar al emparejarlo con el principio Creador del Bien, dándole así también presencia en dicho Acto Creativo, cuando en realidad es todo lo contrario pues éste (el mal), acontece a posteriori en la praxis de su creatura, que siente en sus propias carnes el poder devastador del mismo sin encontrarle justificación ni explicación alguna y no ve otro modo de quitárselo de encima más que achacándoselo a ese dios dual de la creación al que él mismo acaba de crear, o bien posponiéndolo a un futuro lejano y utópico optando por una esperanza en su razón científica y técnica que le libere algún día del mismo, o incluso presuponiendo dentro del dinamismo evolutivo una inteligencia cósmica e inmanente y con la que algún día alcanzaremos ese mundo feliz, porque habremos evolucionado lo suficiente como para poder percibir y asumir en su verdadera dimensión esa sabiduría oculta en ese dinamismo evolutivo y desencarnado desde la infinitud de los tiempos…

        Todas estas cosmovisiones nos naturalizan, pero nos des-singularizan, nos des-personalizan y nos uniformizan en una realidad de un espíritu cósmico indiferenciado. En una unidad que procede de una multiplicidad caótica, tal y como es el camino seguido por la pura empiria de la razón científica.

        Las cuestiones fronterizas entre ciencia y fe, ni son ni pueden ser, por su propia naturaleza estrictamente científicas, solubles por la vía del propio saber empírico de éstas, pues todas ellas acaban hundiendo sus pies en un subsuelo filosófico para terminar afincándose en una meta-física finalmente objetivada por un principio de indeterminación.

        Este principio de indeterminación es la última palabra a la que llega la razón científica humana al observar toda existencia, la propia y la impropia, que es como un grito que demanda justicia, es un grito de rebeldía ante la falta de justificación. El ser humano precisa la justicia como el aire que respira.

        Este Acto Creador fundamentado en la Libertad, la Justicia y encarnado en la propia historia de su creación, será lo único capaz de eliminar de raíz toda entropía propia de todo dinamismo evolutivo. La entropía es la propia evidencia de la ausencia de Justicia, de la falta de justificación con un constante déficit a cada paso que da en la praxis llevada a cabo por la creatura creada, que al negarlo o ignorarlo se desentiende del “don” recibido al ser Creado.

        La entropía, signo de desorden, de caos, no está en la partitura del Acto Creador, está en su interpretación.

        La Justicia Creadora mantiene su palabra de principio a fin en todo lo que crea, sin entropía alguna, sin pérdida alguna, sin desechos, sin daños colaterales, porque en caso contrario no sería ni justicia ni libre.

        Cuando ante cualquier injusticia queremos hacer justicia aplicando el llamado principio de proporcionalidad, – antigua ley del Talión -, estamos intentando acotar el mal, pero ejerciendo el mal, devolviendo injusticia por injusticia, por lo que nos debemos preguntar: ¿Qué justicia humana será capaz de eliminar la injusticia humana?

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