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“Silencio” de Martín Scorsese

Haya

Una extraordinaria película que da mucho que pensar 

            Ayer asistí a la proyección de “Silencio” en una sala llena de asientos vacíos. Aparte de su gran calidad cinematográfica (que aprecié aunque entiendo poco de ello), la densidad humana de este filme y su profundo planteamiento religioso exigen algún comentario.

Desearía tener el libro original o el guión de este filme, pero me contentaré con los recuerdos que me han quedado flotando, y escogeré los que considero más importantes; pero antes de comenzar resumo muy brevemente su argumento.

En el siglo XVII Japón se cerró al comercio de las naciones colonialistas occidentales y quiso extirpar el cristianismo que traían consigo. Un misionero Jesuita cedió ante las torturas y apostató. Dos jesuitas se ofrecieron voluntariamente a ir a Japón para reconvertirlo y ayudar a las comunidades cristianas ocultas.

 

Apostasía

Para un cristiano el tema principal de este filme es la apostasía y tradicionalmente su primera reacción sería considerarlo como el mayor pecado y la más grave condena eterna. Sin embargo, la teología actual tiene mucho que decir sobre este tema. El anuncio de castigos que leemos en los evangelios se refiere a los que causan daños al prójimo, no por ofensas a Dios. No se concibe un Dios amor y Padre que prefiera la muerte y la tortura de sus hijos antes que hacer una declaración, forzada y falsa, de su apostasía. ¿Qué padre pediría a sus hijos que se dejaran torturar antes que renegar de él?

En tiempos de Pinochet, el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) dio a sus militantes la consigna de que, si los detenían e interrogaban, tenían que resistir 24 horas sin denunciar a nadie, de modo que los compañeros tuvieran tiempo de esconderse, pero luego podían aportar datos concretos. No creo que el MIR fuera más compresivo que Dios.

Comprendo que en el caso de los misioneros no sólo se trata de la ofensa a Dios sino también, y a mi juicio más importante, se trata de la desmoralización de la comunidad (el escándalo al que se refiere Pablo en Rom 4,19-22, aunque en circunstancias muy diferentes). La sangre de los mártires –su heroico testimonio– fue la semilla de nuevos cristianos. Este heroísmo sería una situación que habría que analizar en cada momento según la capacidad personal y la discreción de espíritus.

Tenemos un ejemplo muy claro de apostasía en los evangelios. Los evangelistas nos cuentan que Jesús predijo a sus discípulos que le iban a abandonar, pero sin más reproche les citó en Galilea para después de su Pasión. Pedro, como el Padre Rodrigues, afirma rotunda y orgullosamente su adhesión a Cristo, pero luego le abandona en el prendimiento y reniega expresamente de él en casa del Sumo Sacerdote. De nuevo sin ningún reproche, Jesús se reúne con ellos en Galilea.

 

El guía japonés

            Es el personaje del que me siento más cercano (¿qué hubiera hecho yo en sus circunstancias?); apostata varias veces (en eso Scoserse se pasa un pelín) y otras tantas se arrepiente y pide confesión. Reconoce su debilidad que le hace traicionar su fe, pero ésta se mantiene íntegra y confía plenamente en el perdón.

Esta figura me recuerda la oración del publicano (Lc 18, 9-14). Se reconoce como un pecador (cobraba los tributos para los invasores romanos) pero no puede asegurar que vaya a cambiar de vida. Este cristiano admira la fortaleza y santidad del Padre Rodrigues y siente que él, al contrario, merece el desprecio de todo el grupo. Este cobarde apóstata japonés quedará justificado ante Dios y, por su humildad, nos precedería en el Reino de Dios. ¡La lógica del evangelio no coincide con la lógica de la ética humana!

 

La comunidad japonesa

            Es una comunidad ejemplar. Está arriesgando continuamente su vida y la de sus hijos por conservar su fe, remando contra la corriente de su cultura ancestral y de las exigencias de su sociedad. El “diácono” de la comunidad resiste cuatro días los embates del mar cantando himnos sagrados. Es una fe un tanto infantil, como corresponde a su tiempo y a su nivel social, que necesita estampitas y rituales religiosos. Es testimonio de un Dios que se revela a los sencillos (Mt 11,25).

 

El Padre Ferreira

            Es el que presenta los temas teológicos que nos planteamos actualmente (no sé si fruto de su dolorosa experiencia o como anticipo literario del novelista): conceptos abstractos sobre Dios, valor salvífico de todas las religiones, inculturación del cristianismo, silencio de Dios. Estos temas merecerían un amplio comentario, pero necesitaría tener a la vista sus palabras.

 

El Padre Rodrigues

            El autor quiere que el lector (y el espectador) comprenda el problema de la apostasía no de una forma intelectual de gabinete sino sintiendo vivencial la tragedia interior; por eso presenta al P. Rodrigues durante un proceso sutil e insidioso del quebrantamiento de la personalidad y de la libertad interior, mediante la tortura física, la tortura moral de ver sufrir a los demás por su causa, y la tortura intelectual de las dudas que le provoca su admirado Padre Ferreira.

Su fe es profunda y sincera, pero un tanto arrogante y confiada, como la de Pedro. Su decisión de ir a Japón para reconvertir al Padre Ferreira es heroica, pero no la somete a la ignaciana discreción de espíritus que le recomienda su Superior religioso (y como insiste ahora el Papa Francisco). Su resistencia es igualmente heroica ante los diversos tipos de tortura, y si finalmente cede es ante la argumentación de Ferreira de que Jesús no dejaría morir a estos inocentes por su culpa, y que el acto de aparente apostasía sería la mayor prueba de amor a Dios.

Su apostasía, como claudicación religiosa y moral, provoca su derrumbamiento psicológico. A partir de ese momento vemos a Rodrigues como un zombi autómata que colabora con el Inquisidor en la denuncia de los cristianos ocultos. Para mí, este derrumbamiento psicológico fue  la secuencia más duras de este filme –más que las torturas– y en la que tuve que resistir el impulso de abandonar  la sala.

 

El silencio de Dios

Supongo que para Scorsese éste es el tema central de la película, ya que es lo que ha destacado en el título de este filme.

Ferreira reconoce que oró mucho antes de tomar su decisión de apostatar, pero Dios no le respondía. También las comunidades cristianas padecían este silencio de Dios en medio de sus persecuciones y torturas. Dios no defendía a su pueblo como contaban las Historias de la Biblia, ni explicaba su ausencia.

Actualmente hemos comprendido mejor esta aparente ausencia de Dios. Dios no interviene directamente en los acontecimientos de nuestra historia, ni habla palabras humanas para resolver nuestros problemas intelectuales. Dios está presente en el interior de cada persona (¡y en los lirios del campo!) y se manifiesta en nuestros comportamientos, aunque éstos siempre resultan más o menos distorsionados por nuestros egoísmos.

Dios habló por la heroica actitud de Ferreira y de Rodrigues, por las prudentes advertencias de su Superior religioso, por la fidelidad de las comunidades japonesas, por los himnos que el “diácono” cantaba durante su tormento. No de otro modo “habló por los profetas”. Dios habla también por medio de la compasión budista, que el Inquisidor japonés no respetó, como los Inquisidores cristianos tampoco respetaron la compasión que Jesús manifestó con el hijo pródigo, con Pedro o con la mujer adúltera.

Dios no está en silencio, somos nosotros quienes no le escuchamos. Nuestra conciencia es la voz permanente Dios.

18 comentarios

  • Santiago

    Muy de acuerdo con Gonzalo, autor de este artículo, de que “Dios no está en el silencio, somos nosotros quienes no le escuchamos. Nuestra conciencia, es la voz permanente de Dios”…Dios se expresa y se ha expresado en  la Creación del universo dándose a conocer por su armonía e inmensidad, por la belleza y por los bienes infundidos en el mundo que conocemos y en el que está por conocer, se hace presente en nuestros hermanos santos, anónimos o conocidos, reflejo de su divina bondad, en nuestra propia conciencia que siempre nos está impulsando hacia el bien y en los acontecimientos de nuestra vida diaria que nos recuerdan constantemente nuestro fragilidad y su inmanente providencia que se ocupa de nuestra propia existencia de manera excepcional…pero lo mas importante para nosotros, los cristianos de todos los tiempos, es que “al fin de estos días nos habló a nosotros en la persona del Hijo, a quien constituyó heredero de todas las cosas, por quien hizo también los siglos” (Hebreos 1, 2)

    Es por eso, el Hijo, Jesus el Cristo, nos habla y nos ha hablado por medio de su misma persona…La Iglesia, por tanto, ha recogido su vida y LA PALABRA y nos la ha dado a conocer…Si miramos la apostasía desde nuestro punto de vista de la lógica humana podemos justificarla para salvar la vida del inocente. Pero el cristianismo no es una filantropía más, ni una política más, ni un sistema filosófico más, ni un hedonismo más…La función última del cristianismo no es únicamente para salvar la vida corporal en la tierra, sino fundamentalmente para salvar la eterna que es la permanente, la trascendente, el regalo divino. Por eso, Jesús en el Evangelio nos hace meditar sobre nuestro último fin y nos pregunta certeramente: “De que le sirve al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma? (Mc. 8,36)…Y además nos promete algo mejor “Porque así amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo Unigénito, a fin de que todo el que crea en El no perezca, sino alcance la vida eterna” (Juan 3,16) y hablándonos de sí mismo Jesus nos dice: “Yo soy el pan de vida, que del cielo ha bajado. Quien comiere de este pan, vivirá eternamente” (Juan 6, 51-52). De esta manera, Dios nos demuestra que El no ha sido injusto al crearnos en el Cosmos sino que nos hace partícipes de su misma eterna gloria y los dolores de esta vida no tienen comparación con “la gloria que se nos revelará”

    Una cosa es que Pedro haya negado a Jesús y otra que Jesús justificara su acción. Jesús conocía profundamente a Pedro y sabía que su arrepentimiento iba a ser sincero: “Pedro saliendo fuera, lloró amargamente”. Tampoco el perdón de Jesús a la adúltera significa aprobación del adulterio sino, por el contrario, le conmina a ella a “no pecar más”….La Iglesia de Jesus nunca puede justificar una acción mala ya que Jesús mismo nunca justificó el pecado pero SI perdonaba al que creía en El y se arrepentía del mal… 

    Tampoco la Iglesia nunca consideró irracional el martirio por la fe..El mártir ofrecía su vida cuando veía que esa proclamación de su fe era ya necesaria, de otra manera no estaba obligado a semejante sacrificio…El mártir era y es, en verdad,  un testigo del amor de Cristo que voluntariamente ofrecía y ofrece su vida por El, cuando podía o puede cómodamente justificarse y renunciar a la FE. Pero aún,entonces, cuando la Iglesia antigua era mas estricta con los apóstatas, el Papa Cornelio (251-253) readmite a los lapsi, a los apóstatas que se habían arrepentido y querían la reconciliación con la Iglesia..Una cosa es perdonar el pecado, y otra cosa es justificarlo como algo bueno o indiferente..

    Un saludo cordial   Santiago Hernández

  • ELOY

    Olga Larrazábal, me alegro mucho de la información que nos das sobre el trabajo de tu hijo en relación a la película “Silencio”.

    Os deseo lo mejor.

  • George R Porta

     
    Hola, Olguita: Posiblemente no veré la versión doblada de Silencio y lo lamento. Me gusta mucho la que ya vi, pero estoy seguro de que si tu hijo está en el campo de la cinematografía podrá apreciar qué sea meritorio y qué no lo sea en la película. Deseo que su trabajo sea exitoso y me parece muy bueno que le hayan seleccionado para que la doble.

  • Javier Pelaez

    Entiendo que la película les guste a los jesuitas japoneses,que esto de ir al Japón desde Francisco Javier que era un cursi,es precioso.Incluso los jesuitas japoneses tienen unos calendarios…Pero la película tampoco vale tanto.Es un poco rimbombante.Eso de una piedra hablando es muy de curas…El dilema moral que plantea es simplista y se resuelve en una patada:sólo un fanático admite que por las propias creencias se cause la muerte directa o indirecta de otros.Principio evidente en las relaciones individuales y ampliamente discutido en las acciones colectivas-de ahí la discusión sobre la guerra,revolución,terrorismo….y demás violencias colectivas-..Esto se entiende hasta en las creencias más irracionales:un testigo de Jehová adulto tiene derecho a morir por oponerse a las trasfusiones en caso de que le sean imprescindibles ,lo que no puede es matar a sus hijos por negarse a que les transfundan.En cuanto a la tortura japonesa o china,en general,oriental,Donald Trump quiere instituirla en EEUU.

  • olga larrazabal

    Quiero hacer un comentario lateral sobre esta película que todavía no se ha estrenado en Chile.  La versión doblada al castellano neutro latinoamericano, que es diferente al castellano de España, fue dirigida por mi hijo Andrés Skoknic Larrazabal  haciendo él además la voz del Padre Ferreiro.  Lo más probable es que esta sea la versión que Netflix presente, apta para casi todos los países de Centro y Sud América.

    El nos contó a Oscar y a mi, de la película y de las reflexiones que suscita, y nos recomendó verla.

    Le dije a mi hijo que iba a cachiporrearme con mis amigos de Atrio, que ya habían visto la película en versión española.

     

  • m. pilar

    !Gracias Maite!

    Me siento en total sintonía con Juan Masi‘a; pero loo haría con un lenguaje menos “religioso-teologal” como él lo hace.

    !Es lógico pensar así, si contemplamos el Mensaje de Jesús y su manera de vivir!

    m* pilar

  • ELOY

    Gracias Maite Lesmes por acercarnos a las reflexiones de Juna Masiá

  • Maite Lesmes

    Copio el segundo comentario de Juan Masiá sobre la película SILENCIO.


    Misioneros bautizados por inmersión en “Silencio”
    03.02.17 | 08:53. Archivado en Japón, Iglesia católica
    También Sebastián y Francisco son mártires, testimonios de bautismo y muerte salvadores.

    Fui a ver “Silencio” por tercera vez, acompañado por unos amigos japoneses, un matrimonio joven de antiguos alumnos míos en la universidad Sophia. No son católicos, pero están familiarizados con lo cristiano por su contacto con jesuitas. Quería conocer su reacción espontánea ante la proyección de los martirios y torturas. Por eso guardé silencio , para no condicionar su interpretación con la mía.

    A la salida del cine, hacia la cafetería, caminábamos los tres sin decir palabra. Silencio japonés significativo. Como si los tres presintiéramos que cualquier comentario precipitado estropearía la impresión con que nos ha tocado hondo el impacto de las escenas martiriales.

    Sentados ya a la mesa, tras el primer sorbo de té, dice mi amigo: Yahari yokatta , que significa,”Muy bien, por supuesto, me gustó…”.

    ¿Y a tí también?, digo dirigiéndome a su mujer. “Sí, mucho, me ha emocionado”, dice ella, y añade: “… Sasuga, ano futari… Aquellos dos misioneros hicieron lo que propio de ellos…” “(Sasuga significa “como era de esperar”, ano futari significa “aquellos dos”. Sin duda se refiere a Sebastián y Francisco, los dos protagonistas)

    “Precisamente sobre esos dos quería yo saber vuestra reacción”. “ ¿Cuál de los dos…?”, digo sin acabar la frase, con ambiguedad japonesa.

    A lo que responde él: “Los dos sufren y les cuesta dar el paso que dan”.

    Y añade ella: “Los dos están dando la vida tirándose al agua para salvar a otros”

    (En japonés, al pie de la letra, mi wo nagedasu significa “arrojar la propia persona”, es decir, arriesgar la propia vida dándola como quien se tira al agua desde un trampolín).

    Tienes razón, Teruko-san, los dos dan la vida. Dices bien, Iwao san, los dos sufren al dar ese paso. Yo también le he percibido así. Creo que los tres hemos captado la genialidad de Scorsese al filmar en cámara lenta a Sebastián pisando el icono, en paralelismo con la escena de Francisco arrojándose al agua, mientras grita que lo lleven a él para ahogarlo en lugar de los que iban a ser martirizados. Más aún, la imagen de Sebastián, boca abajo en el suelo después de pisar, puede parangonarse con la del cadáver de Francisco, al salir a flote.

    Me satisfizo comprobar que mis amigos, antiguos alumnos, habían captado intuitivamente el mismo vínculo de motivación que aúna dos opciones diferentes. Merecía la pena esforzarse en clase por aprender la ética del amor en situación, para poder vivir y convivir desviviéndose por los demás…

    Hasta aquí mi comentario en torno a la charla con mis amigos japoneses. Pero mi lectura de la obra maestra de Scorsese va mucho más lejos, prolongando su intuición en una reflexión teológica, con la que no era oportuno fatigarles a ellos en aquel momento. Mi lectura en clave teológica de las dos escenas mencionadas es la siguiente.

    Francisco no es un mártir suicida, al elegir ofrecerse como víctima en lugar de otros (como haría en otro caso, por ejemplo, el P. Maximiliano Kolbe )
    Sebastián no es un “apóstata al pie de la letra” (ni rechaza creencias, ni rechaza a Cristo), sino hace una opción de morir a sí mismo de algún modo redentor.


    Francisco y Sebastián se sumergen en un agua de bautismo, muerte y resurrrección.

    Si en las escenas de los mártires crucificados, el oleaje de la marea protagonizaba el mensaje bautismal de muerte y ascensión, también la curva cóncava en cámara lenta de la caída de Sebastián sobre el icono (caída en la que pisar se torna abrazo), en el momento siguiente se hace plana sobre el suelo para pasar a convexa y elevarse conectando en el plano inmediatamente siguiente con el alzar del brazo que da la orden de elevar a los mártires colgados para liberarlos.

    Sebastián no pisa el icono para librarse de torturas, ni lo pisa para quejarse del silencio divino. Lo pisa abrazando al crucificado, dejándose bautizar, es decir, morir con él para conseguir así liberar de sus cruces a los otros crucificados.

    En japonés la apostasía se llama haikyô (que significa “dar la espalda a la creencia”) o kikyô (que significa “tirar o desechar la creencia”). Pero de los cristianos que pisaron el icono se dice que “cayeron tropezando” (en japonés, koronda) La ambigüedad del verbo korobu (tropezar y caer) abre la puerta a lecturas diferentes: ¿caer en pecado escandalizando o caer abrazando compasivamente al “Caído y Pisoteado” para unirse a su acción redentora que libra los que iban a ser ejecutados?…

    Creo que Scorsese, con la hondura de estas escenas, ha superado al fin la “última tentación”. En el caso de su película La última tentación, tanto el público que le acusaba de blasfemo como quienes le alababan la originalidad, no percibían el enigma del silencio de Dios vivido por el mismo Cristo. Pensaba la gente que la tentación era Magdalena. Pero la última tentación para Jesús era la tentación de bajarse de la cruz (Véase Lc 4, 13: relacionado con Lc 22, 41-46)

    Esta vez Scorsese no oculta que Jesús es el primero en angustiarse en la pasión ante el silencio de Dios. Ese Cristo no es un Pantocrator dominador, amenazante y exclusivista (que hubiera dicho: “prohibido pisarme”), sino un Cristo redentor y misericordioso (que dice: “puedes pisarme, que para eso he venido, para dejarme pisar y que puedan ser así desclavados de sus cruces otros crucificados”).

    Esto es reconfortante para quienes creemos en Jesucristo, no porque nos resuelva el problema teórico del mal, ni porque nos resuelva el problema existencial del silencio de Dios, sino a pesar de que no los resuelva racionalizándolos, sino haciéndonos capaces de quedarnos junto con él en silencio ante el misterio y sumergirnos en el bautismo y éxodo pascual de muerte y resurrección liberadoras.

    La última escena, con la serenidad y paz profunda que sugiere la despedida de la esposa, nos lleva de nuevo al mundo de lo misericordioso y maternal: la tinaja que sirve de féretro evoca un útero maternal y la esposa introduce discreta y silenciosamente en su interior la cruz que Sebastián ha conservado a escondidas. Este epílogo es una ascensión, como también en el pórtico de la película, con los tres jesuitas bajando y subiendo a la vez aquellas escalinatas, jugaba con la imagen de la ascensión: subir hacia abajo para llenarlo todo (cf. Ef 4, 10). Obertura y final han marcado el mismo ritmo que la escena del clímax, en la que caer tropezando es caer abrazandoy caer hacia arriba, sumergirse bautismalmente para ascender pascualmente…

  • Maite Lesmes

    La lectura en varios capítulos que está haciendo Juan Masiá en su blog de RD, me parece que ayuda a captar la película, enriqueciéndola con su conocimiento y experiencia de Japón.

    Os lo copio:
    En “Silencio”, el Pisoteado rompió el silencio
    22.01.17 | 16:25. Archivado en Religion y sociedad, Iglesia católica

    -Apariencia de renuncia, realidad de abrazo-

    “Ofrecí la espalda a los que me apaleaban” Isaías, 50, 6

    La novela de Endo Shûsaku, Silencio, se publicó en 1966, el año de mi llegada a Japón. En los debates sobre literatura y religión, se dividían las opiniones: de un lado, quienes ensalzaban al “Grahanm Green japonés”; por otra parte, quienes sospechaban de la heterodoxia de la obra, presunta apología de actitudes apóstatas.

    Mi escaso conocimiento de la lengua, con la que me debatía de la mañana a la noche durante el bienio de aprendizaje, no me permitía leerla, pero en la comunidad de estudiantes jesuitas discutíamos sobre la obra de Endo, apoyándonos (unos, para bien; otros, para mal) en recensiones publicadas en lenguas extranjeras.

    Algunos misioneros y teólogos de la generación anterior juzgaban duramente a Endo, considerándolo peligroso para la fe de los japoneses bautizados de adultos. Otros, más abiertos, coincidían con los que acabábamos de vivir en Europa el entusiasmo por la apertura del Concilio Vaticano II. Los temas del silencio de Dios, la inculturación, la iglesia viajera en medio del mundo, el encuentro con las otras religiones y la opción por las víctimas oprimidas eran, para nosotros,algo obvio; en cambio, resultaban novedosos para una mayoría del público católico japonés.

    Cuatro años después, mi primera lectura de Endo en japonés coincidió con mi traducción al japonés de San Manuel Bueno, de Unamuno,y espontáneamente surgió la idea de titularla El silencio de Dios.

    En la década siguiente, tuve ocasión de comprobar con satisfacción que, entre el alumnado universitario no católico, estas dos lecturas suscitaban interés por la cuestión de fe, e incluso sirvieron para motivar la entrada en el catecumenado de algunos alumnos y alumnas. Para otros, en cambio, provocaban rechazo por parecerles “demasiado católicos”estos autores que, para el catolicismo “pre-conciliar”, más bien olían a heterodoxia.

    Gracias a Scorsese, la problemática de Endo vuelve a primer plano. Dejando para otras plumas la crítica de cine, voy a pensar sobre cuestionamientos teológicos a propósito de la obra de Endo, a la que dedicaré los post de este blog durante las próximas semanas.

    De momento, solo dos reflexiones, sobre el Pisoteado y sobre los pisoteados.

    1. En el climax del filme y de la novela, la voz del Pisoteado rompe el silencio: el crucificado invita a pisar a quien “para eso se ha abajado, para eso ha venido”, rompe el silencio divino, para convertir el silencio del Padre en clamor del Hijo, puesto de parte de las víctimas de modo incondicional e irreversible, sumiso y comprometido. A partir de ese momento el tema deja de ser el silencio, para convertirse en la voz del Pisoteado.

    El P. Adelino Ascenso, autor de una disertación doctoral sobre literatura y teología en la obra de Endo, escribe así sobre el momento crucial que convierte la apariencia superficial de apostasía en realidad profunda de encuentro con la misericordia del crucificado:

    “Rodrigo se encontró implicado en un diálogo delicado cuando decidió pisar el emblemático icono del fumie como un acto de amor y compasión para con sus hermanos cristianos japoneses. Un diálogo tan arriesgado como ese es lo que necesita la teología cristiana… Rodrigo desafió y confrontó la imagen de Jesús que le había sido presentada hasta ahora y descubrió, oculto bajo la superficie, al auténtico Jesús, doliente con quienes sufren”. Transcultural Theodicy in the Fiction of Shûsaku Endo, P. U.G., Roma, 2009, p. 283
    1. Los pisoteados siguen exigiendo hoy que se rompa el silencio sobre ellos. .Un ejemplo de pisoteados: los enterradores no cristianos de los mártires cristianos. Cuando se celebró, el 24 de noviembre de 2007, la beatificación de 188 mártires japoneses, se planteó la necesidad de revisar la memoria histórica cristiana en Japón, para no olvidar a otras víctimas del entorno de los mártires. Se trata de otras víctimas que suelen quedar olvidadads y no reconocidas.

    En las representaciones artísticas del martirio nos impresionaba ver a los crucificados, alanceados sobre sus cruces mientras bajo ellas ardía la hoguera, a la vez ejecución y pira crematoria. No se nos había ocurrido pensar que, además de los mártires, hubo otras víctimas. Ni habíamos caído en la cuenta de que los verdugos podían serlo.

    ¿Quiénes ejecutaban la sentencia? ¿Quiénes acarreaban la leña para la pira? ¿Quiénes se encargaban de la tarea enojosa de recoger los cadáveres? ¿Quiénes vigilaban en la prisión? A estas preguntas y a un largo etcétera que las sigue, responde el profesor Aoyama: Para esos trabajos enojosos había una mano de obra forzada, obligada a realizarlos, se les reclutaba en el barrio discriminado en que vivían quienes eran considerados hinin, es decir, no-humanos y no-ciudadanos por estar dedicados a trabajos considerasdos contaminantes (matanza de animales, curtir pieles, etc…). (cf. Boletín de la Asociación cultural de estudios de la era cristiana de Nagoya, nn. 41 y 46).

    Lo fuerte del caso es que los descendientes de esa casta discriminada siguen arrastrando hoy el peso de la discriminación. Han de ocultar el domicilio natal en el barrio discriminado (buraku) y el nombre de familia, si no quieren sufrir dicriminación a la hora de encontrar empleo o contraer matrimonio.

    En medio de uno de esos barrios, en Kyoto, hay erigido un monumento conmemorativo a los mártires. Dicen los descendientes de quienes participaron obligatoriamente en la ejecución que, así como los mártires fueron víctimas por su fe (claro que no sólo por la fe, sino también por no someterse a la ideología política del estado), los antepasados de los discriminados de hoy también fueron víctimas, cuyos derechos humanos eran totalmente conculcados.

     

    Olvidar esto mientras se celebraba una concentración masiva en Nagasaki para festejar la beatificación de los mártires habría sido una contradicción e incongruencia.
    La iglesia de Japón, cuyos obispos publicaron un mensaje en defensa de los derechos humanos, en el 60 aniversario de la Declaración de Derechos, no puede cerrar los ojos a este problema, aunque, tanto dentro de la Iglesia como fuera de ella, haya quienes sigan diciendo que “entre nosotros no hay problema de discriminación”.

  • h.cadarso

    Más de lo mismo, colegas! La fe como adhesión a unas ideas, frente a la caridad como entrega al bien común, servicio a la comunidad, esfuerzo por asegurar un nivel de vida “humano” a todos los seres humanos. La evangelización de Japón por lo visto fue la propaganda de la Fe caridad al margen; la de Mateo Ricci en China llevaba otro marchamo, era un servicio a la comunidad china y a la humanidad entera como familia de los hijos de Dios que no conocía explícitamente a ese Dios Padre pero se comportaba como una comunidad de hermanos…Bueno, quizá Mateo Ricci se centró excesivamente en los sabios chinos, y marginó al pueblo, al que de todos modos consideraba como destinatario final de su mensaje…Digo yo.

    Y ahora, si ustedes estudian el modelo indio de la India, los perjuicios que ha producido y produce actualmente a los ciudadanos de la India su exceso de religiosidad, su religiosidad a lo Madre Teresa de Calcuta, o mismo a lo Mahatma Gandhi, del que intento hablar en mi último hilo, pues a lo mejor reconocerán que hemos misionado por esos mundos de Dios una religiosidad muy sui generis, muy poco cristiana…

    Y si contemplan unidos en un mismo impulso revolucionario a un agnóstico Nelson Mandela, un marxista Fidel Castro y un anglicano obispo Desmond Tutú empeñados en superar el apartheid nazi de los afrikaneers, a lo mejor concluyen que una cierta moderación en el celo religioso y en la predicación de la verdadera (¿?) fe cristiana, que ponga pon encima de las campanas que retiñen el amor fraternal y la lucha por la dignidad de todo ser humano, pues a lo mejor alcanzamos el equilibrio que casi siempre nos ha faltado en dosificar debidamente Fe, Esperanza y Caridad.

    ¿Qué silencio de Dios? Por favor, ya nos dice Juan de la Cruz que “mil gracias derramando, pasó por estos bosques con presura..” o sea que a Dios, y su huella, y su imagen viva, lo encontramos cada vez que abrimos los ojos y hablamos con el vecino de al lado. ¿Puede haber silencio más clamoroso? El otro dios que soñamos y que creemos que guarda silencio, es que lo soñamos, es una realidad irreal, un “deus ex machina”…

    A mí me gustaría que siguiésemos hablando de este Dios verdadero que nos habla con voz ensordecedora desde todos los lugares y personas.

     

  • George R Porta

    Como cualquier otra forma de arte, el cine no es unidimensional. No tiene que satisfacer o producir placer. Como lo tiene que hacer la literatura como si hubiese una sola medida para calificar esta o aquella película como buena o mala. Siempre es me gusta o no. NO es una taza única que debe ser colmada, como si de trigo o de agua se tratara. Se trata del pan y de si gusta o no, si nutre o no.

     
    Esa me parece que sea la situación con la película de Scorsese “Silencio”. Claro que no puede literalmente reproducir la novela de Shūsaku Endō.
     
    El cine soviético tuvo a menudo esa gloria y esa cruz. Recuerdo la versión soviética (1967) dirigida y co-actuada por Sergéi Bondarchuk. 8 horas de duración, firmada in situ en St. Petersburgo, con miles de extras para las escenas de batalla, toda la tramoya que el mejor teatro o la mejor ópera pudiera desear. Recuerdo al Príncipe Volkónsnki caminando por entre los árboles casi una hora y recitando literalmente las páginas de Tolstoi (no sé si la secuencia fue rodada en Crimea donde abundan los abedules blancos) pero recuerdo los espectadores dormitando, aunque la recitación, a juzgar por los subtítulos era literal y por tanto una declamación extraordinariamente virtuosa, aunque a muchos pareció insoportablemente aburrida.
     
    Mirando a la película de conjunto, uno puede quedarse con esta o aquella secuencia más gráfica, más ofensiva o no. Pero hay, me parece, un modo de acercarse a Shūsaku Endō por medio de Scorsese y a éste en el arte narrativo de aquél y percibir los grandes dilemas que encierra la trama.
     
    Para el creyente cristiano que se plantee el dilema de la “misionología” y la ideología cuestionable de JP II acerca de la inculturación versus la penetración cultural con propósitos expansivos o imperiales de los poderes que la financian, la película es una joya y puede ser, ciertamente, un excelente material de estudio.
     
    El movimiento de los ojos de Ferreira cuando le traen por primera vez a visitar a Rodríguez y sentado en el suelo, a menos de un metro de su carcelero, trata de persuadir a Rodrígues que obviamente pudiera estar indicando silenciosamente a éste la importancia determinante del medio vigilante y hostil para formular el mensaje que le está comunicando verbalmente es, por ejemplo, uno de esos momentos extraordinarios y dura solo unos minutos, es una secuencia simple.
     
    El rostro impasible de la viuda que hereda Ferreira y que heredará Rodrígues, es otro momento de la cinta. Cuesta encontrar un sufrimiento si silencioso no menos contenido con dignidad o con miedo. Son estas díadas, las que muy bien pueden dar pie a una reflexión eclesiológica y aquello que fue para Jesús, el Galileo de Nazareth than importante: “Ha de estar el Sábado al servicio del creyente o éste al servicio del Sábado (la Ley)? 

  • George R Porta

     

    Leo de la entrada de Óscar: “Pero en la cima de la montaña sólo descubrí un bloque pesado de granito negro: el cual era Dios.”

    Esta pudo haber sido una expresión del dolor/sentimiento, la lucha consigo mismo, de Ferreira o, quizás aún más, de Rodríguez. En la novela (Silencio) y en la película optan por pragmáticamente escoger —aunque solo sea pragmáticamente—entre su humanidad y el orgullo religioso de misioneros y escogen la primera. No sé si comprendo bien el significado del texto de Saint Exupery, alguien que siempre me deja un poco perplejo después de haber leído y controversial memorial de su única esposa, legalmente hablando, (Cf. La Memoria de la Rosa, Madrid, Ediciones B, 2001) en el cual Consuelo Suncín, narra la tormentosa relación entre ella y Saint Exupery y el desprecio con que siempre la trató la familia de éste.  

    Reproduzco debajo un par de párrafos de la novela “Silencio” (Capítulo 9, que ahora solo tengo a mano en la versión Kindle, Amazon), una reflexión que hace Rodríguez, a solas, asomado a su ventana, en prisión domiciliaria, y en la que rememora a sus compañeros de Europa o de Goa que habrán sabido de su apostasía y se pregunta adolorido, pero aún en alguna medida afianzado a su viejo paradigma misionero, de ahí su amargura. Así escuchando en su interior a un Jesús que se ofrece para aliviar el agobio de quien acuda a él (Cf. Mateo 11, 28). Aunque esta lectura de Rodrígues sea una lectura un tanto necesaria o conveniente para encontrar paz en su auto-reproche y en su orgullo de “imperdonable traidor”, una ambivalente situación interior como de quien pone un pie en el muelle y otro en la barca, a horcajadas sobre el vacío:

     “¿Lo podréis entender? Sí, vosotros los superiores de Europa y de Macao…” —y en las tinieblas se volvía a sus compañeros abogando por su propia causa— “…Vosotros vivís tan felices misionando en sitios tranquilos y seguros, en sitios en que no azota asoladora la tormenta de la persecución, de las torturas. Os quedáis en la otra orilla [imposible no asociar aquí la tesis fundamental del ensayo-novela de Salvador Santos, “Un paso, un Mundo”] y la gente os venera como a ministros de Dios fuera de serie. Generales que mandan a la tropa a un frente de combate y se quedan en la tienda de campaña al amor de la lumbre, eso sois vosotros. Y, ¿cómo pueden esos generales censurara un soldado que ha caído prisionero? Pero no. Todo esto son excusas tontas. Me estoy engañando a mí mismo…” —se repetía, negando lánguidamente con la cabeza—. “… “¿Por qué estas disculpas degradantes? He apostatado, de acuerdo. Y, sin embargo, Señor, Tú sabes muy bien, Tú lo sabes, que yo no he renunciado a mi fe. El clero se estará preguntando por qué he apostatado. ¿Por qué me aterraba el tormento de la fosa? Pues sí, eso es. ¿Por qué no pude soportar los gemidos de los campesinos colgados de la fosa? Eso es. ¿Por qué cedí a la tentación de Ferreira y pensé que, si yo apostataba, aquellos pobres campesinos se salvarían? Exacto, eso es. Claro que a lo mejor ese ceder por amor era solo una excusa para justificar mi propia debilidad… …Lo anterior lo reconozco todo. Renuncio ya a encubrir mis muchas debilidades. Después de todo, sería cosa de ver qué diferencia hay entre Kichijiro y yo. Y sin embargo hay algo más definitivo todavía, y es que me he convencido de que el Dios que predica el clero en las iglesias y mi propio Dios son dos seres distintos.” “…Le había quedado tatuado a fuego en sus párpados el recuerdo de aquél fumie, aquella placa de madera que el intérprete le había puesto a los pies, incrustado en ella un medallón de cobre, y cincelado en el medallón el rostro de aquel Hombre, reproducción de un artista japonés. Era totalmente distinto del rostro de Cristo que estaba acostumbrado a ver cientos de veces en Portugal y en Roma, en Goa y en Macao. No era un rostro que irradiase majestad y altivez, ni tampoco un rostro bello, agobiado de sufrimientos. Tampoco era el rostro rebosante de energía inaccesible a toda tentación. El rostro que tenía a sus pies era un rostro demacrado, hundido, agotado de cansancio. Eran muchos los japoneses que le habían puesto el pie encima y en la tabla, alrededor del medallón, quedaba la huella ennegrecida de los dedos. De pisada que estaba la misma cara había quedado desgastada y comida. Y esa cara comida se le había quedado mirando con unos ojos doloridos, unos ojos que eran una súplica: «Písame, písame… Si yo estoy en el mundo es para que vosotros mi piséis».

  • Carlos

    Le´hace mucho la novela de Shusako Ando y me impresionó muchísimo. He vista la elícula y me ha impresionado poco. La verdad es que no ha habido ningún momento de emoción. as torturas con agua hirviendo a los jesuitas apenas parecen una ducha. Y el dramatismo de los cristianos colgados y desangrándose lentamente tampoco impresiona mucho. En la novela, cuando el padre pisa la imagen de Jesús, se añade: a lo lejos se oía cantar al gallo. En la película el momento carece de emoción.

    Por fin, el silencio de Dios, que impregna toda la novela, no aparece en el filme como lo más decisivo. A mi modo de ver, lo que tiene más fuerza es la figura de kichijiro con su pregunta angustiada sobre la debilidad humana.

    Un file correcto pero poco más

     

     

     

     

  • oscar varela

    Me vino un sueño después del gran entusiasmo.

    Porque había entrado vencedor en la ciudad, y la multitud se extendía en un sembrado de oriflamas, gritando y cantando a mi paso. Y las flores se volvían lecho para nuestra gloria. Pero Dios me invadió con un sentimiento amargo. Era pri­sionero, me parecía, de un pueblo débil.

    ¡Pues esa multitud que te glorifica te deja tan solo!

    Lo que recibes se separa de ti; porque no hay pasarela de ti a otro, sino por el camino de Dios.

    Y mis verdaderos compañeros, son los que se prosternan conmigo en la plegaria. Confun­didos en la misma medida y granos de la misma espiga en vista del pan.

    Pero aquellos me adoraban y hacían en mí el desierto; pues no sé respetar al que se equivoca y no podía consentir en esta adoración de mí mismo. No sé recibir el incienso porque no me juzgaría según los otros, y estoy fati­gado de mí, que soy pesado de llevar y tengo necesidad, para entrar a Dios, de desvestirme de mí mismo.

    Así, pues, los que me incensaban me volvían triste y desierto como un pozo vacío cuando el pueblo tiene sed y se inclina. No tenían nada que dar que valiera la pena y, puesto que se prosternaban ante mí, tampoco tenían ya nada que recibir.

    Porque en primer lugar necesito de aquel que es ventana abierta sobre el mar y no espejo donde me aburro de esta multitud sólo me parecieron dignos los muertos, a los que no agitaban las vanidades.

    Entonces me vino este sueño, habiéndome cansado las acla­maciones como un ruido vacío que ya no podía instruirme.

    ………………….

    Un camino escarpado y resbaladizo desnivelaba el mar. La tormenta había reventado y la noche fluía como de un odre lleno. Obstinado, subía hacia Dios para preguntarle la razón de las cosas, y hacerme explicar a dónde conducía el cambio que se me había pretendido imponer.

    Pero en la cima de la montaña sólo descubrí un bloque pesado de granito negro: el cual era Dios.

    Por supuesto es Él, me decía, inmutable e incorruptible; porque todavía esperaba no volver a hundirme en la soledad.

    — Señor —le dije—, instrúyeme. He aquí que mis amigos, mis compañeros y mis súbditos sólo son para mí como fanto­ches sonoros. Los tengo en las manos y los manejo a mi agrado. Y no me atormento porque me obedecen; porque es bueno que mi sabiduría descienda a ellos. Sino porque se han con­vertido en ese reflejo de espejo que me deja más solitario que un leproso. Si río, ríen. Si me callo, se ensombrecen. Y mi palabra, que conozco, los llena como el viento a los árboles.

    Y estoy solo para colmarlos. Y ya no hay cambio para mí, pues en este auditorio desmesurado no escucho más que mi propia voz que me devuelven como los ecos helados de un templo. ¿Por qué me espanta el amor y qué tengo que esperar de este amor que es multiplicación de mí mismo?

    Pero el bloque de granito que rezumaba una lluvia brillante, permanecía impenetrable.

    —Señor —le dije (porque había un cuervo negro sobre una rama vecina)—, comprendo bien que sea señal de Tu majes­tad callarte. Sin embargo, tengo necesidad de un signo. Cuan­do termine mi plegaria, ordena volar a ese cuervo. Eso será como el parpadeo de otro distinto a mí y no estaré solo en el mundo. Estaré ligado a ti por una confidencia, aunque sea oscura. No pido nada sino que me sea significado que hay, quizá, algo por comprender.

    Y observaba al cuervo. Pero se mantuvo inmóvil. Entonces me incliné hacia el muro.

    —Señor —le dije. Sin duda tienes razón. No corresponde a Tu majestad someterte a mis consignas. Si el cuervo se hu­biera volado, me hubiese entristecido más hondamente. Por­que un signo tal sólo lo hubiera podido recibir de un igual; por lo tanto, de mí mismo, reflejo todavía de mi deseo. Y nuevamente hubiera encontrado mi soledad.

    Así pues, luego de prosternarme, volví sobre mis pasos.

    Mas sucedió que mi desesperación cedía a una serenidad inesperada y singular. Me hundía en el fango del camino, me arañaba en las zarzas, luchaba contra el látigo de las ráfa­gas, y sin embargo, se hacía en mí una especie de claridad.

    * Porque nada sabía que hubiera podido conocer con repug­nancia.

    * Porque no había tocado a Dios;

                – pues un dios que se deja tocar no es ya un dios.

                – Ni tampoco si obedece a la plega­ria.

    * Y por primera vez adiviné que la grandeza de la plegaria estriba en que no tiene respuesta y que no entra en ese cambio la fealdad del comercio.

    * Y que el aprendizaje de la plegaria es el aprendizaje del silencio.

    * Y que el amor comienza donde no hay ya don que esperar.

    * El amor ante todo es ejer­cicio de la plegaria y la plegaria ejercicio del silencio.

    …………………..

    Y volví a mi pueblo, encerrándolo por primera vez en el silencio de mi amor.

    Y provocando así sus dones hasta la muerte.

    Estaban ebrios de mis labios cerrados.

    Era pastor, tabernáculo de sus cánticos y depositario de sus destinos, señor de sus bienes y de sus vidas, y sin embargo, más pobre que ellos, y más humilde en mi orgullo que no se dejaba doblegar.

    Sabiendo bien que nada recibiría. Simplemente, llegaban a ser en mí y su cántico se fundaba en mi silencio.

    Y para mí, ellos y yo sólo éramos plegaria que se fundaba en el silencio de Dios.

    (Exupery – CIUDADELA #LXXIII)

  • George R Porta

    He leído esta y otras novelas/cuentos de Shūsaku Endō “Silencio” sobre la misma temática del trágico camino del cristianismo en Japón o el estigma de ser extranjero.

    Vi la película y no me pareció tan exagerada, cuanto fiel al libro y al mensaje que Endō —desde niño muy enfermizo, educado en un colegio católico en Japón y permaneció preocupado existencialmente por la existencia como católico hasta su muerte en 1996 de una hemorragia cerebral— quiere trasmitir sobre la esencia tan humanamente “trágica” del cristianismo.

    A los 36 años, en 1959, contrajo tuberculosis y eso añadió un giro definitivo a su salud siempre pobre y al cambio de su comprensión religiosa de la debilidad y la vulnerabilidad ahora con vistas con mayor compasión. Yo también me sentí impresionado y atraído por el personaje del guía Kichijiro (así es nombrado en la novela) que es realmente católico: Peca y se arrepiente y confiesa y vuelve a pecar y a confesar y a confesarse malo y terrible, y a hundirse en su pecado y a volver a confiar y a confesar y a pecar de nuevo se va.

    Con todo, en su tanto pecar, ir al confesor y volver, refulge una cierta intuición infatigable de poder confiar. Me parece el más humano de los personajes, al que mejor y más me puedo acercar, que frente al tormento opta por protegerse y sobrevivir como puede, no “como debe”, no como le han metido en la mollera sino como lo siente en su corazón estrujado y paupérrimo. Y lo que es mejor, es Kichijiro quien humaniza a Rodrígues y Rodrígues quien bendice su confianza (su fe) y poco vacila en absolverle cada vez que regresa de sus “traiciones”.
    En efecto Kichijiro abre a Rodrígues el camino a la comprensión de la conducta “traidora” de su maestro Ferreira y a la propia aceptación misericordiosa de sí, no según sabe, sino según siente, que en última instancia es de misericordia de lo que seguramente estaba hecho el corazón del Galileo.

    Cuando llega el momento del martirio de Garrupe (el apellido ha sido modificado en la película para cargarlo de simbolismo) Rodríguez de nuevo siente que se desgarra de impotencia, pero se le escapa que Garrupe no va al martirio por lealtad y en defensa de la doctrina, sino por amor, para mantener por encima del agua impidiendo que se ahogue en el mar, una de las cristianas a quien los japoneses van a sacrificar para amedrentar a Rodrígues y hacerle apostatar.
    Si Ricci, en el caso de China, hubiese “crecido” tanto como Ferreira, en lugar de haberse quedado en China, hubiese regresado a Europa. A Ferreira le tenían preso.
    Cuando Ferreira muere, Rodrígues hereda su mujer y su hijo. Ferreira había heredado a su mujer de un monje budista muerto. Y cuando Rodríguez muere, la viuda pone en su mano el pequeño crucifijo que Kichijiro le había regalado mucho antes sin derramar una lágrima, comprensiblemente, porque ella ha sido tratada por sus amos japoneses como si nada valiera, aunque Ferreira y Rodriguez la hayan protegido a ella y a su hijo. Como estaba vigilada lo hizo disimuladamente.
    Ante la secuencia fílmica no pude evitar ambos pensamientos. La viuda podía estar rechazando al Jesús del cura y al cura que le habían impuesto como marido; pero podía estar devolviéndole con afecto el crucifijo para que le acompañaba en su andadura al reino de la muerte. Aún los cristianos colocamos entre las manos de nuestros muertos un crucifijo o un rosario, etc., y su justificación original era esa, la de guiar al muerto a Dios, simbólicamente.

    Simbólicamente al momento de llevar el cadáver de Rodríguez a la hoguera de cremación un cuenco es estrellado contra el apoyo de la pared. Al ver el gesto de la viuda que lo rompe justo en el lado exterior de la puerta de entrada por la que ha salido el cadáver, me pareció que pudiera simbolizar, por un lado, el silencioso reconocimiento de la libertad de Rodríguez o, por el otro, el símbolo de la liberación de aquella pobre mujer que posiblemente solo había podido amar voluntariamente a su primer marido.

  • mª pilar

    Quizá todos estos problemas desaparecerían, si fuéramos capaces de vivir la fe, sin aspavientos, sin querer por encima de todas las “cosas” ser únicos y mejores que los demás en cuestiones religiosas, porque la fe:

    ¡Es otra cosa!

    Van proclamando que solo “una” (cada cual lo hará con la suya) es la verdadera;  de ahí nacen las  persecuciones a las otras como nocivas y dignas de la “condenación eterna”.

    Y sobre todo como nos dice Gonzalo, hay que poner el valor en su verdadero lugar…

    ¡La vida!

    Sobre todo cuando se trata de la vida ajena, porque defenderla de la barbarie humana … ¡no de la justicia divina! es para mí lo primero.

    Y no poner en los objetos un valor sagrado.

    Algunas iglesias, se han abierto para acoger a personas sin techo ¿quienes protestan? aquellas que están calentitas en sus casas, y tienen cuanto necesitan, aunque en algunos casos sea “solo” lo suficiente.

    También hay ejemplos de esto en la Escritura… tuvieron hambre, y asaltaron el templo repleto de lo que aquellas personas necesitaban.

    Hay tanto que “purificar-limpiar” de polvo y paja conque se han cargado las cuestiones religiosas.

    Eso nos muestra como y en gran medida, a lo que se le llama “dios”… hacemos un Dios a nuestra imagen y semejanza, que solucione todas nuestras necesidades, si esto no sucede… “está sordo… guarda silencio”.

    Mucho que remozar, mucho que explicar con un lenguaje claro y sin magias.

    Vamos, como ya lo hacía el Galileo Jesús.

    mª pilar

  • ana rodrigo

     
    Muy buen comentario el de Gonzalo. Yo he visto la película y voy a exponer alguna cosilla que yo he visto.
     
    No entiendo de técnicas cinematográficas, pero opino que le ha sobrado excesiva violencia explícita y también le ha sobrado, por lo menos, media hora de duración.
     
    Yendo al tema religioso diré que está muy dentro de los parámetros de la religiosidad de la época, que, por otra parte, en gran medida sigue en el momento actual en un gran porcentaje de los creyentes: un Dios al que se acude con toda la fe posible, y que no responde, una fe muy vinculada a ritos y símbolos cristianos y, en general, una fe poco madura, aunque muy profunda implicando el ser y existir a título comunitario y personal.
     
    No está tan de actualidad en sociedades libres, una fe inquebrantable ante la apostasía, ante la persecución y el martirio. Es cierto que estas últimas  cuestiones se quedan reducidas a lugares en el mundo actual y en culturas en las que sigue esta persecución y la resistencia de las comunidades cristianas (Irak o Egipto).
     
    Yo dudo que los espectadores que vean la película con ojos de una sociedad modernas se reafirmen en sus creencias ya sean personales o colectivas. Un Dios que, se deduce, prefiere la entrega de la propia vida, no se ajusta a la mentalidad moderna. El final sí es rotundo: el padre Rodrigues, al igual que el padre Ferreiras, comprenden que es más “lógico” salvar la vida de los otros que salvar su fe pública, aunque en el fondo siguieran siendo cristianos. Eso sí, con un desplome total de su persona y de su personalidad.
     
    Moraleja: la fe religiosa de cualquier religión invade, conforma a la propia persona de tal manera, que, aunque se deje de confesar creyente, esas raíces religioso-culturales marcan de por vida.
     

  • ELOY

    Gracias Gonzalo Haya por este estupendo y sentido comentario.

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