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Ciudadano cósmico

Hace varios años, en el siglo pasado, en una conversación con mi amigo sobre la independencias de los Pueblos me dijo esta frase: Yo soy ciudadano universal. Hoy, diría cósmico. No supe qué decir en ese momento, pero he ido reflexionando que podía significar mucho, pero a la vez implica algún peligro.

Ciertamente, considerarse ciudadano universal, cósmico o del mundo, no de la globalización, es tener una mirada amplia. Yo diría el lema de la revolución francesa llevado al extremo: Igualdad, libertad, fraternidad. Toda una confraternidad mundial; pero esto comporta, ¿renunciar a la propia identidad de mi Pueblo donde he nacido y vivo?

Si ser universal significa renunciar o no comprometerte con tu Pueblo entiendo que es toda una forma de no pronunciarte por miedo a ser marginado o renunciar a una parte de ti mismo. Defender la propia identidad de Pueblo es una opción muy consciente frente a las invasiones dictatoriales de los sistemas de dominación con poderes de todo tipo. Existen las culturas invasoras, dominantes e intolerantes que no soportan ni permiten una lengua distinta a la suya ni una visión diferente de la sociedad. Siempre debe ser lo suyo: lengua, sociedad, cosmología. Recordemos la frase “Carthago delenda est”, pronunciada por el senador romano Catón, el Viejo, al final de sus discursos durante las Guerras Púnicas en el siglo II aec. La significación es clara: Cartago debe ser quemada hasta sus raíces y que no permanezca ni vestigios de su civilización. Y así fue.

Entiendo que esto se está repitiendo en el siglo XXI en el mundo de la globalización. Es necesario tener en cuenta estas culturas que dominan actualmente. Considero las que me están más cerca: La cultura francesa, la cultura árabe, la cultura castellana y el koiné inglés. Y dejo a la china, a la rusa que nos caen un poco lejos, geográficamente.

Sólo expongo el árabe y en concreto, partiendo de Argelia. Ya hace siglos que existe este problema. Los nativos, los bereberes, son sometidos todavía culturalmente. Lengua prohibida, y hablada por más de 10 millones, que es una cuarta parte de la población. Y se multa o se pone en prisión a quien se manifiesta con su bandera, que es muy significativa: Tres colores: el azul del océano Atlántico y mar Mediterráneo como el cielo; el verde de la tierra y la esperanza; el amarillo de la arena y las dunas del desierto. Y en medio hay una letra como símbolo del hombre libre y feliz. Y así podríamos explicar las banderas del Pueblo catalán, el Pueblo Occitano, el Pueblo Bretón, el Pueblo vasco, el Pueblo Corazones y otros… Todos indicando su propia identidad.

Además, cada lengua contiene una visión del mundo distinta porque cada cultura presenta una explicación diferente del cosmos y del ser humano. El Poble català es, por ejemplo como otros, pactista y de diálogo. Y las culturas dominantes lo consideran como una debilidad o fragilidad. El Pueblo occitano no puede mostrarse culturalmente porque la economía está centrada en París. Y no digamos lo que sufre el Pueblo tuareg por los asuntos políticos de su tierra, dividida en cuatro estados. O se unen o desaparece una cultura rica en historias y poesía.

Ser ciudadano universal o del mundo o cósmico es de gran espíritu y aliento, pero los pies en la tierra de donde ha nacido. Pies pisando la tierra; mirada amplia hacia un horizonte fraterno; manos para trabajar juntos; y cabeza o mente para aceptar las diferencias que enriquecen y unen, sino es rehuir el compromiso de la propia identidad.

Pienso que la idea de “respetar la identidad de los Pueblos” es una utopía, pero no una distopía. Y al mismo tiempo una eutopía: disfrutar del sitio con su propia historia que contiene mitología con su folclore. Y como decía Cicerón (S.I aec) que podemos aspirar a un amor universal y que cada ser humano puede expresar de forma individual. O cómo me gusta expresar: “Mi ego en mi metro cuadrado“, bien comprendido.

Pero hay que añadir hoy otro problema, grave e importante, que se está inoculando de forma consciente y sobre todo inconsciente: el ciudadano global, es decir, el ciudadano consumidor. Un sistema de dominación económica que no le preocupa ningún tipo de cultura ni lengua, sino producir para tener, consumir. Y este sistema es por todas partes, a través, como ejemplo, de las cadenas de mercado con su gran religión, del que “dios” es el dinero, se predica “tener”. Una religión con su gran jerarquía, con sus grandes catedrales y sucursales. Las visitas diarias al sitio “sagrado” los cajeros al alcance de todos. Y si entra por el bautizo que queda confirmado con la libreta a nombre personal. Una visión general que valdría la pena profundizar. Y aquí entra un gran debate… ¿Cuál es el valor supremo? ¿Qué ciudadanía nace actualmente? ¿Con qué lengua lo expresamos? ¿Dónde permanece el eslogan de la Revolución Francesa: Igualdad, fraternidad y libertad?

Y la disidencia es condenada sin miramientos. Y tal vez los sistemas de dominación culturales intolerantes, ayudados por la Inteligencia Artificial, persiguen cómo dominar el pensamiento interior de cada ser humano para que se convierta en “consumidor”, “robótico” o “esclavo”. Abducido por la cultura imperante, intolerante y anulado por la cultura sólo del tener.

¿Es esto cultura? Hay que ir a la resistencia o quizás Pasar a la defensiva (2023) como dice el título de un libro.

Jaume PATUEL, pedapsicogogo

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