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La puerta azul

Desde hace más de 12 años, el último martes de cada mes, un grupo numeroso de personas solidarias, con el apoyo también de diferentes organizaciones, se concentra delante de la “Puerta Azul” del centro de internamiento de extranjeros (CIE), ubicado en el antiguo cuartel de zapadores en Valencia. Joan Cifre, ex secretario general de CCOO de Valencia, a quien acogemos con esperanza en ATRIO, escribió esto después de una de las últimas concentraciones. AD.

               Los CIEs son centros de reclusión, donde personas inmigrantes, calificadas de “irregulares”, por las inhumanas normas de extranjería, están por orden de un juez, bajo custodia policial, por un tiempo máximo de 60 días y a la espera de su expulsión.

               Forman parte de un entramado de centros (CIEs, CATs, CETIs….) e infraestructuras “cuartelarias”, nunca mejor dicho, con las que se trata de aislar a estas personas e impedirles que sigan adelante con su proyecto de vida mejor, con el que llevan soñando o que ya desarrollan aquí. De modo que están a la espera, bajo la amenaza de una expulsión que se puede producir en cualquier momento y sorpresivamente. Mientras tanto tienen que malvivir con grandes deficiencias de atención y de trato, inmensamente frustrados en sus aspiraciones y por tener que volver a “la casilla de salida”, que en muchos casos es más dramática que cuando iniciaron el camino.

               Recojo el testimonio dirigido a quienes participamos en estas protestas mensuales.

Hola de nuevo.

A las personas que vinisteis ayer y venís cada último martes de mes a manifestaros en protesta por la existencia de los CIEs, reclamar su cierre y solidarizaros con las personas presas en ellos, muchas gracias.

Os hablo como miembro del equipo de acompañamiento de la Campaña por el cierre de los CIEs.

No voy a contaros noticias. Quiero expresar lo que sentimos y, de alguna manera, dar testimonio delante de esta puerta simbólica, que cierra hasta los sueños de mucha gente, de demasiada gente.

Hace más de cinco años que entro a acompañar a las personas injustamente encerradas aquí, aunque sea “legal” hacerlo, dicen. Os puedo decir que no ha habido un solo día que haya salido sin preguntarme por el sentido de esto i sobre qué hacemos en realidad cuando traspasamos estos muros para entrevistarnos con ellas. Mi conclusión no es descorazonadora, ni desesperanzada. Al contrario, como decimos, hemos de seguir, seguir, seguir… Porque es un ejercicio de solidaridad, de democracia, de lucha popular y de justicia.

A mucha gente es posible que estas concentraciones que hacemos, ya más de doce años, mes tras mes, tal vez les parezcan como ilusorias e inútiles. Pues no. Son tan aparentemente inútiles como cuando Gonzalo Arias a mitad de los años ’60, el 20 de octubre de 1968, junto a otros salió a pasearse “encartelado” por las calles y avenidas de Madrid, reclamando democracia y elecciones libres, como había anunciado previamente que harían.

Tan aparentemente inútiles como cuando Pepe Beunza, aquí en Valencia, se plantó para reivindicar la abolición del Servicio Militar Obligatorio y por el reconocimiento de la objeción de conciencia y, más adelante, hubo toda una campaña de autoinculpación en solidaridad con los objetores.

Tan aparentemente inútiles como cuando a principio de los ’70 Lluís Mª Xirinacs organizó “Marchas por la libertad” y se sentó delante de la puerta de la cárcel modelo de Barcelona, reclamando “Amnistía total” y libertad para las personas presas, por defender sus ideas, y la Amnistía para todas.

Tan aparentemente inútiles como cuando el “Mendigo de la Paz”, Paco Cuervo-Arango ayunó a la puerta de la prisión de Murcia, para pedir libertad y trato digno para los presos comunes y “políticos”.

En esa línea, en ese “hilo” nos inscribimos nosotras y nosotros también: pocas personas, sin poder, “idealistas”,…pero con una gran estima por la dignidad humana.

¿Qué conseguimos? Hacer delante de los que mandan un cuestionamiento básico: Por qué mantener un tormento psicológico, durante 60 días, viviendo precariamente y maltratados, con la incertidumbre sobre un proyecto migratorio que, casi siempre, se ha ido definiendo a lo largo de muchos años y del que depende el bienestar soñado por ellos y sus familias y, si se me apura, el bien-ser, el sentido, la identidad.

Lo más duro para nosotras y nosotros, activistas por los derechos humanos, es saber que no hacemos otra cosa que luchar contra el “dolor inútil”. Luchar por mejoras, por avances, por utopías posibles y realizables,…es más o menos fácil. Luchar contra el sinsentido, contra la locura de un castigo, cuando no hay pena, ni reconocimiento,…es tan absurdo como la pena misma,…porque no tiene lógica.

Pero, ¿Cómo no hemos de hacerlo? Los castigos tienen sentido, si tienen, cuando presentan y refuerzan alternativas mejores. Pero los castigos pretendidamente “disuasorios”, cuando la guerra, el hambre, la insostenibilidad ambiental y climática, el expolio, la enfermedad o la soledad son compañeras habituales (y el pan de cada día) para mucha gente, esos castigos contra el deseo de vivir no llegan a empalidecer y debilitar la resiliencia de seguir intentándolo.

Esos castigos son inútiles. Aunque haya también mucha gente que se beneficie de ello y les saque provecho.

Ayer, último martes de mes, con buen humor, de forma completamente gratuita hicimos y reiteramos el gesto “inútil” de luchar por la dignidad humana. Denunciando una tremenda injusticia, promovida por los estados y al servicio de intereses privados inconfesables.

Esta prisión discriminatoria y racista es además, como los otros CIEs de todo el estado, un enorme monumento a la falta de imaginación y de voluntad para dar paso a políticas de extranjería humanitarias, acogedoras, respetuosas,… y solidarias.

¿Cuántos más episodios como el de las costas de Calabria han de pasar para que caigamos en la  cuenta que nuestras políticas actuales de inmigración no piensan en la otra parte ni en el mundo actual?

Somos una minoría, sí…pero creemos, y humildemente decimos que tenemos razón: tenemos derechos y haremos valer los de los que no los tienen reconocidos. A pesar de todo, como Galileo delante de instituciones poderosas, opuestas a toda evidencia, decimos: Eppur si muove! Tenemos razón.

Y, sin pretensiones de ningún tipo, queremos pertenecer, a la cuerda, al “hilo” de los que no se resignan, haciendo avanzar, cuando se puede o “forzando que pueda ser algún día, la reivindicación de la dignidad de toda persona.

Para nosotras y nosotros es un deber y más, mucho más, cuando son personas, las encerradas, que todavía no han podido vivir y “ser” de verdad. En gran parte por culpa de “los nuestros“, explotadores o aprovechados siempre.

Estamos plantados delante de la puerta azul de Zapadores porque “ninguna persona es ilegal” y no podemos tolerar el dolor inútil que causa un castigo injusto que no conduce a ninguna parte.

Gracias, amigas y amigos por ser una vez más testigos de que es preciso seguir, seguir, seguir,….Así denunciamos, pedimos y buscamos respuestas.

No es posible que con todo el capital económico-financiero, social y cultural de Europa no se puedan encontrar alternativas. El obstáculo es la falta de voluntad. La gran dificultad es que no se siente el problema como propio, que los derechos humanos no se globalizan. El obstáculo es que no se quiere la igualdad.

 

Joan Sifre.

Un comentario

  • Gonzalo Haya

    El obstáculo es que no queremos la igualdad, porque la igualdad requiere (al menos inicialmente) un descenso en nuestro nivel de vida, que por otra parte también es exigido por la ecología global de nuestro planeta. “ande yo caliente…” “y el que venga detrás que arree”.

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