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Misas sin misales

          Los cambios –“mudanzas, alteración en la apariencia física o moral,”– o “conversión” en algo distinto u opuesto, son buenos. Muy buenos. En la Iglesia, diríase que esenciales. El eslogan penitencial de “Ecclesia semper reformanda” habrá de acompañar a la institución, a sus clérigos, laicos y laicas, a perpetuidad y en sintonía sagrada con los tiempos para los que pretende ser reglamento de redención, de resurrección y de vida. Sin cambios no hay Iglesia, o esta no es la verdadera.

          Y una de las esferas eclesiales es la que en mayor proporción se relaciona con la liturgia y esta, a partes iguales, en su proyección directa con Dios y con la comunidad –convivencia, “Comunión”– entre los seres humanos y con toda la obra creada por Él y recreada por nosotros. Además de espejo de los cambios, o de las desidias y reverenciales perezas, la liturgia es –debiera ser– catequesis y epítime de introducción y desarrollo de la auténtica fe.

          Como la misa es –y será– centro y eje de esa fe, mi reflexión se concreta hoy en su entorno, iniciando este prefacio con la loa y el reconocimiento – “¡santo , santo”, dejando sin citar en esta ocasión al “Señor de los Ejército¡”– de cuantos papas intervinieran de alguna manera en la redacción, confección y promoción de los “Órdines orationis” –misales–, que a lo largo de la historia orientaron e impusieron las formas y fórmulas “oficiales” ortodoxamente religiosas y además “católicas, apostólicas y romanas”, sin más opción que la reverencial aceptación, además en latín y solo en latín, con la admonición del anatema en el caso hipotético, de rebeldía o discusión.

          En el esquema de nuestras misas falta teología. Y pedagogía. Y adecuación a nuestros tiempos en sus planteamientos, símbolos, palabras y gestos. De la mayoría de ellos, están escandalosa y contradictoriamente ausentes la participación de los laicos y laicas. Es y se nos presenta como “palabra de Dios” y la obra por excelencia de la Iglesia, solo o fundamentalmente como “cosa” de obispos y curas y más cuando los primeros intervienen y actúan con atuendos específicamente episcopales. Las misas, sobre todo las catalogadas “oficialmente” como “misas solemnes”, difícilmente serían reconocidas como tales por el mismo Jesús, por su Madre, y sus apóstoles, amigos y amigas.

          A las misas les sobran espectacularidad e incensarios. Misterios, lejanía y no pocas lecturas de textos periclitados ya, sin sentido, sin contenido o con este, totalmente adverso, que se pretende justificar con aquello de que “eran otros tiempos y otros lugares”. Sobran sermones y faltan homilías, es decir, charlas entre amigos, en las que sistemáticamente ha de imperar el lenguaje doctoral de los celebrantes –clérigos y obispos varones–, con los párrafos infinitos de prédicas y sermones incriminatorios o represivos. Las “homilías” –“charlas entre amigos”– dejan automáticamente de serlo, desde los púlpitos y más con báculo y mitra.

          El sentido de comunidad y familia apenas si se percibe en las misas, y menos en las más solemnes. En las misas y después, se sigue siendo tan amigos o enemigos, exactamente lo mismo que antes del introito y de los “por mi culpa, por mi grandísima culpa”, una y otra vez recitados, con los correspondientes y sonoros golpes de pecho. El beso no es beso en las misas. Ni el abrazo, abrazo. Basta y sobra con ver cómo se besan y abrazan los señores obispos entre sí, con absoluta carencia de contenido familiar y, por tanto, sin religiosidad alguna. A las misas, y más a las solemnes, hay que despojarlas de cualquier aditamento propio de la función o del espectáculo.

          Por imposiciones y exigencias de los libros litúrgicos oficiales –“misales”– las mujeres, por mujeres, están de más en la Iglesia. Pintan muy poco. Nada, en relación con el protagonismo en los actos de culto que acaparan para sí los reverendísimos e ilustrísimos varones, sin argumentos que lo justifiquen con seriedad y evangelio. Las mujeres en misa, todavía y por muchos más años, –tal y como se ponen las cosas–, sirven para servir –servidumbre– y ya está. Y quien no esté de acuerdo, que se cambie de Iglesia y además, y si quiere casarse, que se case. No hay más opción, con el convencimiento además de que, si todo ello lo piensa y ejecuta en latín, mejor que mejor.

          Las misas-misas el día de mañana –es decir, ya– habrán de programarse de otra manera y no precisamente como imponen los actuales misales. Se parecerán más a las “celebradas” por Jesús y sus amigos. El pan, será más pan, el vino más vino, y más besos y abrazos los besos y abrazos, formando todo ello un conjunto –“misión”– que no terminará con el finiquito de “podéis ir en paz”, sino con el “ahora, al acabarse la ceremonia, es cuando de verdad comienza a ser misa la misa”-.

          ¿Qué ello supondrá la vuelta a las celebraciones-misas domésticas en familia y entre amigos, tal y como acontecía en los tiempos primeros? Pues sí. Este es el futuro, con todas sus consecuencias, sin misales y fiándose mucho más del Espíritu Santo, que no tiene por qué, ni quiere, relacionarse sempiternamente con los olores del incienso, los ritos y las ceremonias.

 

NOTA: Redactado este artículo, anuncio y celebro la aparición del nuevo libro de “Ediciones Paulinas” con el título de “La Misa en 30 palabras”, en su colección “Candil encendido”. De su texto –198 páginas– son autores Andrea Grillo, profesor de Teología de los Sacramentos en el Pontificio Ateneo San Anselmo de Roma y Daniela Conti, profesora de Religión de la Escuela de Secundaria, de la provincia italiana de Verona. Las bellas, sugerentes y pedagógicas ilustraciones las firma Luca Palazzi.

9 comentarios

  • Jaume PATUEL PUIG

     

    Saludos Ana,
    La primera noticia de la celebración de la Acción de gracias o cena compartida la encontramos en Pablo, el bien comprendido y no el antipaulino (mal comprendida cruz o misterio de la cruz, que Pablo habla siempre desde la Resurrección; pero no es el tema) en 1ª Cor 11,23-27 y no hay “machaca de dolor y cruz”….sino vida de resurrección. Y él grita ante una cena ideal el no compartir.
    Sólo como apunte.

     

    • ana rodrigo

      Gracias, Jaume, tienes razón. Yo estaba pensando en la influencia posterior de la teología de Pablo a partir de que Jesús tuvo que ser sacrificado por nuestros pecados. Esto es otro tema, tienes razón en lo de la celebración fraterna de 1ª Cor. Gracias

  • Juan A. Vinagre

    También yo comparto la reflexión de A. A. y de Jaume. Muchas “misas” -no me gusta esta palabra-, las Eucaristías, frecuentemente más que un encuentro fraterno para recordar -y vivir- la cena del Señor, parecen una mera devoción, pues se reducen frecuentemente al “cumplimiento” de cada semana. Por eso, al salir de esa “celebración”, seguimos igual que cuando entramos. Y la Eucaristía es  -debe ser- compromiso que estrecha vínculos fraternos. La “misa” es -debe ser- la celebración-renovación del amor.

    Y esto es muy difícil con el actual formato de las misas, formato que parece ideado y redactado por mentes teóricas viejotestamentarias.  No por mentes evangélicas. En las oraciones, el modo de dirigirse a Dios es el modelo V. T., no el evangélico. El concepto de Padre que se refleja -insisto- es V. T., no es el que nos enseñó Jesús. ¿En ese concepto no se encuentra el espíritu viejotestamentario que tanto defendían muchos ya en la primitiva Comunidad de Jerusalén…?  Comunidad con demasiado espíritu viejotestamentario, que, a mi juicio, influyó demasiado en la iglesia posterior, ya desde el mismo siglo I.  La mejor homilía sería elaborar un buen formato de la eucaristía con espíritu más evangélico.

    Por eso, hace falta una buena pedagogía, más evangélica, que implica un cambio en el modo -formato- y en las formas…  Por otra parte, el frecuente recurso a tantos  “intercesores”… (ya desde el mismo “Yo confieso”…), encaja bien con el concepto de Dios Padre Abbá que nos enseñó Jesús?  La celebración de la Cena del Señor, que es encuentro fraterno, debe servir para reforzar ese sentido, y a la vez es también encuentro “místico”, íntimo, que compromete y transforma… En este sentido, tiene sentido ponerse a cantar inmediatamente después de la comunión, y más con canciones como “Dueño de mi vida…”?  Uno de los cambios necesarios en la celebración de la Cena del Señor debe centrase en el formato V. T. de las “misas”.

    ¿Las misas solemnes -con inciensos etc.- no serán creación del poder, religioso, amigo de solemnidades y de ostentaciones?  ¿En ocasiones -no digo siempre- no se parecen o tienen algo de teatro-ópera?  ¿En este caso, no son un modo “sutil” de impresionar-realzar ese poder?   ¿Cabrán aquí las palabras del profeta: “Aborrezco vuestros cultos y solemnidades”…, y más si se celebran en lugares tan ostentosos como el Vaticano?

  • ana rodrigo

    Respecto a algo de lo que voy a comentar, cito lo que dice Pablo, Heras Alonso en RD hoy refiriéndose a desastres históricos respecto a ITim, 2,9-15 sobre el que las mujeres se callen y sean sumisas a sus maridos; Mt, 10,34 sobre no he venido a traer paz…; y Hech. 19,19 sobre la quema de libros de “magia”, dicen, pero que era la sabiduría griega escrita, y se pregunta el autor,  “¿Cuándo han dejado de tener vigencia y efectividad? Respondo yo: no por iniciativa suya sino ¡cuando la sociedad occidental ha dicho “basta!

    Y ésta es la cuestión, la Iglesia se quedó en el siglo I y la sociedad está en el siglo XXI. Los ritos llenos de rituales absurdos son celebraciones vacías de contenido, como dice Aradillas. Se sale de las misas igual que se había entrado, como decían unos conocidos míos “ya hemos cumplido”

    La Santa Tradición se basa en que siempre se ha hecho así, y no es cierto, las comunidades próximas a Jesús, se reunían en los hogares para celebrar la memoria de una persona, Jesús, al que desde San Pablo, -que no conoció a Jesús y que era un fiel judío – convirtieron dichas reuniones en un sacrificio con cuerpo y sangre, al estilo de las religiones de su época que necesitaban sacrificar, literalmente, algún ser vivo, ya fuese un niño, un hombre o un animal. Esto no tiene sentido en una sociedad actual, madura y razonablemente racional.

    Es cierto que estos ritos sacralizados dan seguridad a las conciencias, pero paralizan el proyecto vital de Jesús. De lo contrario, con el poder fáctico que ha tenido la Iglesia durante 20 siglos, hubiera podido haber sido un buen fermento en la transformación de la sociedad y no un lastre social y religioso, ambicionando poder, persiguiendo con inquisiciones a todo el que se moviera, sometiendo, marginando e ignorando a las mujeres, condenando y reprimiendo desde el púlpito cualquier avance social y científico, considerándose la máxima autoridad moral, eso sí, hasta que apareció la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que todavía no ha firmado la Iglesia y se permite seguir marginando a la mujer por no considerar la igualdad, aunque el evangelio deja claro lo contrario en el trato de Jesús y las mujeres.

    Mi comunidad celebramos la memoria de Jesús como propone Aradillas, sin sangre ni sacrificios, con un brindis de alegría por un proyecto tan válido y universal como es la esencia del Evangelio y su reflexión compartida correspondiente.

    • Juan A. Vinagre

      Amiga Ana: También comparto tu opinión. No te mencioné en mi comentario, por no conocerlo. Lo introdujiste mientras yo redactaba mi comentario. Lo comparto, como también otros de tus comentarios.

    • Antonio Llaguno

      Ana

      ¡Cuánta razón llevas!

      Y sin embargo, pienso que eres incluso optimista.

      El otro día tuve la horrorosa experiencia de ver en televisión una “plática” de un pastor protestante español bastante conocido, que co,mentaba el texto de Pablo al que haces referencia.

      Pues a pesar de que el la Iglesia de ese señor, es posible la existencia de “pastoras” (Sacerdotas no porque no tienen sacerdotes), las lindezas que salieron de su boca sobre la sumisión de la mujer al varón fueron para darle de comer aparte.

      Y sin embargo, los friki carcas del búnker ultra católico, cuando nos quejamos de la escasa importancia que se la de a la mujer en la Iglesia Católica Romana, siempre no salen con la misma majadería: “Haceros protestantes”.

      Y es que el problema no está en el acceso de las mujeres al sacerdocio o a los puestos de responsabilidad en la IC (Que también) sino en que en esta Iglesia gobernada por varones ancianos misóguinos y célibes, les dais mucho miedo.

      Pero mucho.

      Y eso que dios es Madre, que si no….

      • ana rodrigo

        Gracias, Llaguno, el tema del trato, o mejor dicho, de la exclusión cien por cien de las mujeres en la Iglesia, viene de lejos y, lo peor es que ha echado raíces en el no llamado pero sí reconocido como “dogma”.

        Si vamos a una mínima hermenéutica desde el principio, vemos que a Jesús lo seguían hombres y mujeres, que a la hora del prendimiento y de la cruz los hombres lo abandonaron y Pedro lo negó dos veces, las mujeres allí estuvieron y se encargaron de dónde lo enterraban (Mr. 15,47ss), fueron las primeras  en ir al sepulcro y las primeras en decirle a los apóstoles que lo de Jesús no había quedado en la tumba.

        Jesús, en medio de una sociedad machista y patriarcal, se relacionaba con las mujeres de forma natural, a pesar de que el judaísmo prohibía que las mujeres escucharan la Thorá, (la Thorá decía: “más vale quemar la Thorá, que enseñarla a las mujeres”) Jesús reprocha a Marta cuando María se quedó escuchándole a él; Marta reconoció a Jesús como Hijo de Dios, igual que Pedro, en la última cena, se cita a los apóstoles en recuerdo de las doce tribus (recordemos que los evangelistas y el propio Jesús, eran judíos), a las mujeres no se las menciona, porque se daba por supuesto que estaban allí, y fueron apóstolas de los apóstoles en el anuncio de la resurrección y, por tanto, rescataron a Jesús del olvido, en realidad, yo diría, que gracias a ellas, existe la Iglesia, porque Jesús, no se quedó en el sepulcro como creían los cobardes y asustados apóstoles.

        Después vino Pablo y dijo que la mujeres no hablasen en la asamblea, la iglesia, y que se sometieran a su marido, a los hombres. Antes del clero, fueron las mujeres mencionadas en el NT, que hacían de diaconisas, etc. etc., Pero, predominó lo dicho (o no dicho) por Pablo pero que la Iglesia lo tomó por palabra de Dios y así se ha cumplido: las mujeres calladas y sometidas. Los hombres se hicieron con el poder desde su clericalismo, se hicieron con la teología, con la moral, con el derecho canónico,, en definitiva, con la Iglesia tal como la conocemos a través de concilios e inquisiciones, mandando a las mujeres al ostracismo total.

        La imagen del Dios, masculino, omnipotente y todopoderoso, lo crearon los hombres a su imagen y semejanza. Nos llenaron de mandamientos y prohibiciones, cuando el Evangelio sólo ofreció un único mandamiento: el amor. Nos oprimió con una caterva de pecados y represión angustiosa, cuando Jesús ofrecía libertad y salvación.

        Por eso podemos afirmar que la Iglesia de hoy, tan alejada de la sociedad actual, aparte del daño ocasionado a las mujeres y la sociedad en general (igual de represiva), se ha ocasionado un grave daño a sí misma, alejándose de una sociedad actual que reconoce la igualdad desde loe Derechos Humanos más elementales: igualdad y libertad. Es decir, los hombres, los apóstoles no sólo abandonaron a Jesús en la cruz, sino que durante dos mil años, ha negado la vida de Jesús en relación con las mujeres. Han oprimido a las mujeres, han privado a la Iglesia de las aportaciones de las mujeres, menos ambiciosas de poder que los hombres, privando a la Iglesia de la feminidad de las mujeres, que, sin duda, hubiesen equilibrado los dos aspectos de los seres humanos: la masculinidad sana y la feminidad, ausente al cien por cien en la historia de la Iglesia prohibiendo a las mujeres enseñar, como hicieron con las beguinas y todas las mujeres en general. La mayor parte de las santas, lo fueron porque eran vírgenes…

        Diríamos: “y así sucesivamente…”

  • Jaume PATUEL PUIG

    Comparto tu exposición por completo… pero no veo salida ninguna por parte del dicasterio ni de muchísimos obispos como de la nueva generación de “sacerdotes” neotridentinos. Hablo desde Mataró (El Maresme), o provincia de Barcelona sea desde mi m2. Y sí pequeños grupos que devienen comunidad unidos por la Fe en Cristo, símbolo de totalidad como Cuerpo místico o Pueblo de Dios o tota la Humanidad. El sueño de Pablo con los de Corinto o la Cena del Señor Jesús, que es el HORIZONTE. Confiemos en las generaciones nuevas…Siempre HORIZONTE DE ESPERANZA….

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