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¿Necesitamos un voto de castigo?

 ¡Amén! AD.

“La cólera ha llevado a votar por Le Pen”, dice Macron. Añadámosle: “y a la abstención más alta de los últimos 50 años, sobre todo entre gente joven”. De una manera u otra, nuestro sistema parece haber degenerado hasta obligarnos a elegir entre lo malo y lo peor (o si alguien es más optimista: entre lo regular y lo malo). Más me gusta la frase citada de Macron, que el optimismo imperturbable del señor Sánchez, que celebra el triunfo “de la democracia” en Francia, y nos permite “seguir bailando sobre la cubierta del Titanic”. Porque veamos cuál es esa democracia que ha triunfado.

1.- Si democracia significa derecho al voto para todos (¡que tanto costó conseguir!), eso requiere una vida digna para todos: porque la vida es de más valor que el voto. Y quien hambre o no tiene casa, no está para muchos otros votos. Pero de eso nada: y quien no se lo crea que vea los informes de Caritas. Ya constató Piketty cómo las clases pobres y miserables son las que más van dejando de votar. Pero parece que pensamos que “mejor para nosotros”.

2.- Cada vez es más frecuente y típico de nuestro sistema que las necesidades más primarias del ser humano se conviertan en fuente de enriquecimiento para unos cuantos. Eso es simplemente inicuo aunque pretendamos justificarlo con aquello de que “lo privado funciona mejor que lo público”. Sofisma puro porque ni uno el otro funcionan siempre igual. Unas veces gana uno y otras el otro.

3.- Nos hemos volcado, con una solidaridad conmovedora, ante todas las víctimas dolientes de Ucrania. Nada que objetar hasta ahí, solo que alabar. Pero uno se pregunta por qué antes no habíamos obrado igual con las víctimas producidas en Yemen por una Arabia Saudí tan tiránica como Putin, o con las increíbles víctimas de Siria, de Palestina… ¿No deberíamos evitar esa sensación de que, más que el dolor de las víctimas, lo que nos interesa es dejar mal al verdugo cuando no es amigo nuestro?

4.- Una de nuestras industrias y comercios más florecientes es la fabricación de armas, cada vez más crueles y eficaces. Acrecentamos nuestro PIB vendiendo las que ya son anticuadas para nosotros, en vez de destruirlas. Da vergüenza que, en lugar de conseguir una eliminación de las armas nucleares, nos hayamos limitado a una prohibición para aquellos que aún no las tienen. ¿Con qué derecho? Lo que así hemos conseguido es que cualquier criminal que tenga armas atómicas haga todas las canalladas que quiera porque, si le atacamos, provocará una guerra nuclear. Una democracia de manos atadas

5.- Seguimos cargándonos “la casa común”. Que la temperatura de la Antártida suba un día 40 grados es una curiosidad más que una alarma. Los científicos protestan públicamente y piden medidas mucho más radicales. Pero, o no podemos o no queremos aplicarlas. Nos limitamos a pretender curar ese cáncer de la tierra con paracetamoles.

6.- Hemos proclamado una gran solución para las crisis económicas: “austeridad”. Pero nos guardamos de decir que eso significaba austeridad para los demás. Esa Alemania, que fue tan cruel con Grecia, se resiste ahora a dejar de importar energía de Rusia porque eso implicaría aplicarse la austeridad a sí misma. Y si eso llegara, sabremos entonces mucho más de los sacrificios que pasan algunos alemanes, que de los niños griegos que se desmayaban de hambre en plena clase del colegio. En esta situación ¿no deberíamos hacer una proclama tan sonora como veraz, que comience así: “todos los hombres no son iguales”? Ni en la novela de Orwell, ni en la Europa del 2022.

7.- En nuestras supuestas democracias existe una minoría de multimillonarios que son los verdaderos dictadores a los que están sometidos nuestros gobernantes. “Poderes fácticos” como se decía antaño cuando no se trataba solo de poderes económicos. Gente socialmente respetada y envidiada, que son lo que son por sus propios méritos, no por las injusticias cometidas. Ni siquiera para los cristianos vale aquello del Nazareno: “malditos los ricos” o: “es imposible que un rico se salve”. (Y quiero aclarar que esos son enunciados válidos pero globales. Luego, en particular, Jesús trata bien tanto a Zaqueo como a José de Arimatea: porque antes que ricos eran hijos de Dios. También enseñaba Jesús que “el que mire con malos ojos a una mujer ya adulteró con ella”; y luego, cuando tuvo delante una adúltera, hizo lo posible por liberarla del castigo).

8.- El bueno del señor Feijó, que tiene el gran mérito de haber devuelto la educación a las derechas, proclama ahora la necesidad de una bajada de impuestos a las clases medias y bajas. Nada que objetar de entrada. Pero la medida se vuelve injusta si no va acompañada de una subida “progresional” de impuestos a las clases altas, que compense a los gobiernos de esos miles de millones que no van a recaudar. Porque si no, da la impresión de que solo busca maniatar a la Administración, para obligarla a privatizar cosas como la salud o la educación, que ya no podrá sostener, y que nunca deben perder su dimensión pública…

9.- Además, este sistema nuestro carece de algo tan necesario como una autoridad mundial. En vez de eso, hay un país que se permite castigar e imponer sanciones a los demás, castigando también a los que no cumplan esa decisión particular suya. Y no discutimos ahora si esos demás son efectivamente culpables de algo, ni si esas sanciones son eficaces y cuándo; estamos diciendo solo que un particular no tiene derecho a arrogarse esa misión de ser “premiador de buenos castigador de malo” como si fuera el mismísimo Dios.

10.- Este sistema, que más que democracia, debería llamarse pseudocracia, está sostenido por unos medios de comunicación que (dejando ahora aparte el juicio que cada uno merezca), no podrían subsistir si no fueran servidores del sistema: porque eso de los Assanges, no es cosa solo de individuos particulares. Ahí está lo que reveló hace poco el Frankfurter allgemeine Zeitung: que Alemania, Israel y el Reino Unido se están dedicando a modificar Wikipedia.

Estas consideraciones me parecen muy serias y hacen que me pregunte lo que he dicho al principio. No es que espere nada de las extremas derechas, solo que, vista nuestra inconsciencia, piensa uno si un “voto de castigo” (aparte de que quizá nos lo tenemos bien merecido) no nos haría más bien que nuestra insana autocomplacencia. Porque la crítica solo es buena cuando uno es también capaz de autocrítica. Y no es correcto que el peligro futuro sirva de excusa para que nos abracemos a los defectos presentes. Al menos, contra Franco luchábamos con mucha más ilusión y por metas mucho más altas.

 

 

2 comentarios

  • Juan A. Vinagre

    Entre los distintos temas que plantea J. I., me centro en el titular: “El voto de castigo”. Y lo hago sintetizando mucho, con el riesgo de dejar cabos sueltos.

    1. Con esta reflexión estoy pensando en los movimientos que reclaman-reclamamos más justicia social, más atención y respeto al ser humano, y también en los que exigen reformas radicales y rápidas, porque creen que no se debe esperar más. Teóricamente estoy de acuerdo con muchas de las reivindicaciones que éstos últimos exigen.  Digo teóricamente, porque cuando bajamos de las ideas  e ideales y pisamos la tierra de la realidad, ya no. Con los radicales se puede coincidir en muchas ideas e ideales, pero no con sus estrategias. Ante la poderosa realidad del sistema de poder, hay que ser más cautos, más prudentes, y moderar las estrategias…; no por debilidad, sino por realismo: hay lobos con mucho poder, que pueden abortar o falsear las mejores ideas y valores, y desacreditarlos abiertamente, definiéndolos como malignos…    Ante esta situación real, ¿qué hacer…?   Pues seguir exponiendo ideas-valores, bien fundados, y tratar de convencer con ellos; insertar esos valores, como buen fermento transformador, en la masa social;  y  en caso necesario denunciar públicamente -argumentando bien con datos reales, a veces escondidos en tinieblas- la injusticia o el abuso etc., cuando el poder no escucha; pero sin radicalizar las exigencias (a fin de no dar armas al poder), con estrategias más moderadas, pacíficas,  que pongan en evidencia la inhumana voracidad del sistema…   En este caso, aunque el proceso del cambio resulte más lento, será más seguro,  si cambia mentes y valores…  Para lo cual es preciso que los que reclaman sean coherentes. Sin coherencia-restimonio, las palabras pierden fuerza, por muy razonables que sean.

    2. El miedo al (voto de) castigo funciona, pero  mientras la gente que vota se sienta insegura, mientras sea inmadura, mientras viva por dentro -quizá inconsciente- sometida al vasallaje, no recurrirá a ningún tipo de castigo al poder… Y por esto  -cosa que conoce el poder- no se producen cambios a mejor, sino muy lentamante y sin erosionar el poder interesado  -no nuestro- de cada día…  Mientras no haya un voto de castigo sistemático, el poder persistirá y mantendrá el sistema sin cambios significativos…  El poder está muy bien como está, y castiga al insumiso.

    3. En suma, es importante que los que reclamamos un cambio social más humano seamos realistas, persistentes, argumentando bien informados, y coherentes.  Las tibiezas, las “apostasías” (paso al otro bando) y las incoherencias significativas son el mejor regalo que se puede hacer al poder, y el peor castigo al afán noble de justicia y de cierto bienestar social…. Tanto la postura demasiado exigente y radical, como la moderada, si es incoherente, pueden retrasar el paso a una sociedad más humana.      Hay que compaginar? (mejor, compartir?),  con equilibrio y realismo, ideales y valores humanos, con el sistema, conscientes de que si no se estimula el cambio con buenas razones y valores más humanos, el sistema no cambiará.  (La historia ya ha producido muchas cosechas que permiten discernir… y arrancar la cizaña…)              Ésta es la cuestión, que debe ser nuestro compromiso.  Tal como es el poder de voraz, si lo queremos todo y pronto, lo más probable es que nos quedemos sin nada o casi nada. es decir, con las migajas…

  • Gonzalo Haya

    Como siempre: alto y claro. En cuanto al voto de castigo, es un interrogante, no una apología.

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