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El Sínodo de la Familia y el Concilio de Jerusalén

HayaEn el libro de los Hechos de los Apóstoles, Lucas quiere historiar el desarrollo del naciente cristianismo, desde “Jerusalén, Judea y Samaría, y hasta el confín del mundo” (Hechos 1,8).

A diferencia de Marcos, que quiso centrar en Galilea el comienzo de la andadura cristiana, Lucas sitúa los inicios en Jerusalén con la Ascensión de Jesús y el descenso del Espíritu Santo en Pentecostés. Jerusalén le cede el testigo a Roma (Hch 28,14-31), donde terminan los viajes de Pablo (capítulos 16 a 28). La promesa de Abraham, la salvación, pasa de los judíos a los gentiles.

La primera parte del libro de los Hechos es un proceso ascendente hasta confirmar en el concilio de Jerusalén la admisión de los gentiles sin pasar por la circuncisión ni someterse a los mandatos de la Ley de Moisés.

En Jerusalén dieron testimonio Pedro y Juan ante el Sanedrín. Esteban, un cristiano helenista escogido como diácono, se atrevió a decir que “el Altísimo no habita en edificios hechos por manos humanas” (Hch 7, 47-53), y murió como el primer mártir cristiano. La persecución lleva a los discípulos a Samaría; y en el capítulo 8 entra en escena Pablo. Los capítulos 10 a 14 -con la conversión del centurión Cornelio ante Pedro, y con la actividad de Pablo en el Asia menor- van a preparar el momento culminante del proceso.

El concilio de Jerusalén (hacia el año 51, Hch 15,1-32) se reúne para dirimir la disputa entre los judeocristianos, representados por Santiago y por la comunidad de Jerusalén, y los gentilcristianos, representados por Pablo y apoyados por la experiencia de Pedro con el centurión Cornelio. Los primeros exigían la circuncisión y la observancia de la Ley para obtener la salvación; Pablo en cambio declaraba que la salvación se alcanza por la fe en Jesús y no por las obras de la Ley. Finalmente Santiago, como portavoz de la asamblea, confirmó la dispensa de la Ley con la única imposición de abstenerse de los ídolos y de la sangre.

¿Es histórico este proceso y este concilio? Ningún otro autor hace referencia expresa a este concilio. Pablo sí deja constancia de las disputas entre los judeocristianos de Jerusalén y las comunidades paulinas por causa de la circuncisión y del cumplimiento íntegro de la Ley, pero no menciona este decreto que le avalaría totalmente.

Sabemos que Lucas tiene una actitud conciliadora. En el evangelio suaviza la incomprensión, el abandono de los discípulos, y las negaciones de Pedro; en Hechos le da a Pedro un papel semejante al de Pablo en la admisión de los gentiles sin pasar por la circuncisión. Sabemos también que sintetiza y escenifica con solemnidad lo que en realidad era un lento y difuso proceso. La venida del Espíritu Santo en Pentecostés es una escenificación de lo que después Juan va a simplificar como una aparición en la que Jesús sopla sobre los discípulos para conferirles el Espíritu Santo (Juan 20,22-23).

Quizás el concilio de Jerusalén sea la escenificación de un largo proceso en el que se fue imponiendo la difusión del cristianismo entre los gentiles mientras que encontraba resistencias entre los judíos. Proceso que fue aceptado a regañadientes por Santiago y con vacilaciones por Pedro. Si no es críticamente historia, es teología historizada; el pensamiento que la gran Iglesia incorporó al canon de las Sagradas Escrituras.

¿En qué sentido intervino el Espíritu Santo en este proceso? Lucas veía la intervención del Espíritu en los acontecimientos humanos: en la inspiración de los profetas, en el bautismo de Jesús, en Pentecostés, en la conversión de Cornelio. Esta intervención del Espíritu no es tan directa ni tan ingenua como en Marcos o en Mateo; donde Marcos dice que el Espíritu “empujó” a Jesús al desierto (Mc 1,12) y Mateo que “fue conducido por el Espíritu” (Mt 4,1), Lucas dice que Jesús “fue en Espíritu al desierto” (Lc 4,1). La acción de Dios se realiza “en espíritu”, en el interior del hombre que ha sido ungido por el Espíritu de Dios.

El Sínodo de la familia

Al hablar del concilio de Jerusalén no podemos imaginarnos el radical cambio de mentalidad que exigía a los judíos. Para ellos la circuncisión era la imprescindible aceptación de la Alianza con Dios; y la observancia de la Ley era el cumplimiento individual de ese pacto. Sin ellas no había alianza con Dios ni participación en la Promesa hecha a Abraham.

De pronto Pablo les dice que la verdadera circuncisión es la del corazón (Rom 2,27-28), y que las obras de la Ley no alcanzan la salvación (Rom 3,28).

Quizás comprendamos mejor su desconcierto si lo comparamos con el de algunos cardenales cuando el Sínodo de la Familia les ha propuesto admitir a la eucaristía a los divorciados que han vuelto a casarse, o a las parejas homosexuales. Ellos aducen los textos de Mateo sobre el libelo de repudio (Mt 5,28-32).

En mi tesis de doctorado –“Impulsados por el Espíritu” (koinonía nº 47)- expongo que Lucas justifica en tres pasos el cambio radical que aceptó el concilio de Jerusalén: la experiencia de Pedro con Cornelio y de Pablo en sus misiones; la comprobación de que esta experiencia puede confirmarse con algunos textos de la escritura -“Eso concuerda con lo que anunciaron los profetas…” (Hch 15,15)-; y la aprobación final de la asamblea: “Es decisión del Espíritu Santo y nuestra no imponeros mas carga que…” (15,28). Estos tres pasos serían como un modelo de discernimiento de espíritus.

Pablo no necesitó escenificar un concilio, pero empleó el mismo criterio: ante todo tuvo una profunda experiencia religiosa sobre la salvación mediante la fe en Jesús, constituido en Señor y Mesías, y una amplia experiencia misionera sobre la fe de los gentiles conversos. Por otra parte apeló frecuentemente a diversos textos de la Escritura. A él le bastaba esto, pero hizo lo posible por ver aprobada su actividad misionera por la comunidad de Jerusalén

Estos tres pasos pueden repetirse ahora. Actualmente la experiencia de muchos sacerdotes y obispos ha ido acogiendo en la eucaristía a parejas de divorciados y de homosexuales que han mostrado su fe y su adhesión a Jesús mejor que muchos cristianos “intachables”. En el Evangelio podemos encontrar no ya un texto más o menos opinable (como el que adujo Santiago), sino muchos textos que expresan cómo acogía Jesús a los marginados por la sociedad o por la religión.

No olvidemos que “las prostitutas os precederán en el Reino de Dios” (Mt 21,31), no sea que tengamos que oír “Ay de vosotros también, juristas, que abrumáis a la gente con cargas insoportables, mientras vosotros ni las rozáis con un dedo!” (Lc 11,46); “¡Ay de vosotros, letrados y fariseos hipócritas, qué les cerráis a los hombres el reino de Dios! Porque vosotros no entráis, y a los que están entrando tampoco los dejáis”(Mt 23,13).

Ojalá que el Sínodo de la Familia, con  la Iglesia que está en Roma, consolide esta experiencia de fraternal acogida a quienes de buena fe acuden a ella.

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