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Hablemos de España

RománLas fechas cuentan para que yo me proponga abordar desde la totalidad el presente tema. Después del 09-11, el Presidente de Cataluña Artur Mas conversa con una y otra fuerza política para permanecer en el cargo hasta agotar la legislatura ante la imposibilidad de acudir a unas elecciones anticipadas con carácter plebiscitario, encabezando él nominalmente, en un bloque unitario, la bandera del independentismo. Se ahonda la separación entre el Parlamento Español del Gobierno Central y el Ejecutivo ocupado por el Partido Popular y la sociedad civil española, de la que también  Cataluña forma parte.


Los problemas de España no  pueden ser tapados, o ignorados, acudiendo al falso remedio de establecer un orden de prioridades para acudir sólo a lo que los Ejecutivos nacional y autonómicos  se les antojan como lo más urgente. Cualquier hueco debajo de la línea de flotación hace zozobrar la nave. Ganar tiempo parece ser la consigna política de los últimos tiempos junto con la inhibición política ante las dificultades que día a día sufre la sociedad civil. Izquierdas y derechas  han sido contagiados de “la centralidad” que predica la recién inaugurada formación política de Pablo Iglesias.

Para algunos colectivos España no es una totalidad, sino una realidad otra y distinta  a ellos, pero que les condiciona. Para construirse una nueva experiencia dentro y fuera a la vez hacen esfuerzo de presentación de una propia razón histórica  en la realización de un modelo que venden   como alternativa de futuro, exclusivo y excluyente para la actual sociedad en su conjunto. Son los nacionalismos  enfrentados de uno u otro signo.

Los juicios que hoy se están emitiendo sobre la actual Constitución de 1978 desde las fuerzas políticas han dejado de ser meras cuestiones formales para ser objeto de enfrentamientos. Poca gente recuerda ya que en el año 2.000 el Partido Popular empleó tal estrategia contra la expresión política del nacionalismo democrático para la obtención de beneficios electorales. En la concurrencia de los votos se reintrodujo el debate sobre España. Fue introducida la teoría de que el Estado ya se había consolidado fuertemente. Había vuelto al dominio de la mayoría natural representada por el Partido Popular y que la descentralización política cedía el paso a una nueva etapa uniformizadora.

Tal versión neoconservadora de la Constitución ponía horizontes a las otras expresiones políticas de las izquierdas y de los nacionalismos democráticos. Su resultado inmediato fue que el desafío de la Constitución del 78 en buscar y encontrar un acomodo a las naciones que integran el Estado Español empezó a ser visto como algo ajeno al consenso de la Transición.

Hoy desde la izquierda más periférica y desde la nueva formación política de Podemos se denuncia la Constitución de 1978 como un intento de  la clase política del franquismo de perpetuarse  en el poder con la reinstauración monárquica. Tiene poca lógica histórica pero alimenta las ambiciones independentistas por un lado y el republicanismo que se siente traicionado. No se desea aceptar la complejidad española, tan distinta y tan igual a otras realidades de la Europa Occidental de la que formamos parte.  Tampoco se quieren reconocer los éxitos y el brillo de nuestra nueva etapa democrática.

Hoy ponemos en discusión y análisis conceptos tan manidos como “soberanía” y “nación” con el olvido de que están ligados a profundas realidades de nuestra sociedad civil que trascienden a todas esas doctrinas políticas sustentadas por fuerzas enfrentadas cuyos apetitos de dominación ocultan en la sublimación de todos nuestros sentimientos.

Buscamos modelos de convivencia, roto el pacto social por la vía de los hechos, pues la sociedad civil se sustentaba y se nutría en un Estado social y democrático de derecho, porque para entender que la soberanía se fundamenta en la igualdad entre todos los seres humanos, tal cosa está en el conjunto de todos los individuos que la componen, y no de unos sobre otros, en ventajas económicas, de bienes y servicios, o de aspiración ciudadana. Si a ello añadimos que la clase política en el poder o que aspira a obtenerlo oculta su corrupción y corruptelas o instrumentaliza el ardor popular en beneficio de sus ideologías olvidando el bien común y la honestidad de quien vive en la verdad expresa, entonces se hace mucho más necesario ese cambio de modelo.

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