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Pensamientos sabáticos, 8.

Un recuerdo más de la figura  de González Faus, pero especiañmente completo. AD-

El teólogo González Faus.
Nuestro querido Chalo

El pasado 6 de marzo falleció a los 91 años el teólogo jesuita español José Ignacio González Faus, S.J.; para muchos de España, de América Latina y de otras latitudes, nuestro querido Chalo. Ya publiqué un obituario formal en Religión Digital; a él me remito para una presentación general de su figura: https://www.religiondigital.org/opinion/Chalo-Jesus-caminado-Faus-teologo-Cugat- Barcelona-Ellacuria-Salvador_0_2759124063.html

Aquí prefiero escribir sobre dos dimensiones de la vida de este jesuita cargado de humanidad: su importancia como teólogo y su calidad como persona; en otras palabras: el P. José Ignacio González Faus y nuestro querido Chalo.

El P. José Ignacio González Faus, S.J.

Sin duda, necesitaríamos más tiempo para ponderar la importancia de la obra de José Ignacio González Faus en la historia de la teología cristiana, pero todo apunta a que estamos ante uno de los grandes teólogos. Si tuviéramos que seleccionar los cinco o seis momentos más importantes de la historia de la Iglesia a lo largo de sus veinte siglos, siempre caería dentro de esa lista el concilio Vaticano II y su correspondiente posconcilio. En este período, la Iglesia Católica ha tratado ―mejor o peor― de subirse al carro de la historia, por lo menos de la historia de Occidente, de la que se había descolgado en el siglo XVI. Solo por esto ya podemos afirmar lo dicho: que el Vaticano II es uno de los momentos más importantes de la historia de la Iglesia. En el posconcilio, hasta ahora de casi sesenta años (1965-2025), la teología ha tenido un papel fundamental, dado que los teólogos ―y cada vez más, también las teólogas― han contribuido con un esfuerzo ingente a ayudar a la Iglesia a entender y a formular su fe en un mundo que había cambiado enormemente. Esa teología se ha hecho en varios idiomas, pero los cuatro más importantes han sido el alemán, el francés, el español y el inglés. Ha habido otros (portugués, italiano, polaco, holandés, etc.), pero estos cuatro han concentrado la mayor parte de la producción teológica católica. González Faus ha sido el teólogo más importante de habla española del posconcilio, lo que le sitúa entre los grandes de la Iglesia.

Su producción ha sido inmensa en calidad y en cantidad. En cantidad: en solitario publicó 48 libros, además de numerosos cuadernos divulgativos y de incontables artículos en revistas especializadas, en revistas de divulgación y en periódicos. Y publicó también numerosos libros en colaboración con otros autores. No pocos de sus libros han sido traducidos a otros idiomas. Su obra es enorme.

En los últimos meses de su vida, soñamos juntos, él y yo, con la posibilidad de publicar sus Obras en una sola edición, tal como se ha hecho con Ignacio Ellacuría, y tal como se está haciendo con el cardenal Henri de Lubac, S.J., santa Edith Stein y Joseph Ratzinger (el papa Benedicto XVI), entre otros. El proyecto sería de 12 volúmenes, cada uno de 500 páginas, o sea, unas 6 000 páginas, y eso descartando artículos verdaderamente menores que el propio teólogo me dijo que no valía la pena volver a publicar. El tiempo dirá si es posible realizar ese sueño. Su producción ha sido también inmensa en calidad. La parte más importante de la teología del primer posconcilio fue la cristología, el redescubrimiento de Jesús de Nazaret gracias a los estudios histórico-críticos, algo que ya se había iniciado en el protestantismo, pero todavía no en el catolicismo.

Su obra La humanidad nueva (1974) ha marcado la cristología católica del posconcilio de habla española y de otros idiomas cercanos, sobre todo el portugués: Leonardo Boff, Jon Sobrino, etc. Aún hoy se utiliza esa obra como libro de texto en facultades de teología de muchos países. A la cristología le sucedió la antropología, y no cabe duda de que su obra Proyecto de hermano (1987) marcó también esa nueva etapa. Algunos han cuestionado la calidad de González Faus por lo mucho que le gustaba aludir en sus libros de teología a realidades del presente histórico, a veces en exceso. No están faltos de razón. Lo que pasa es que González Faus fue un explorador en el caminar de la Iglesia; los exploradores son esos que se adelantan, los que encuentran el camino, los que ven que por ahí no hay camino, y luego se giran y dicen a los que van detrás por dónde es mejor continuar. Ese ser explorador hace que a veces abran caminos sumamente innovadores e importantes, y que otras no den con la senda adecuada. Eso le pasó a González Faus: abrió caminos, por lo que la Iglesia estará en deuda con él durante mucho tiempo, pero también es cierto que a veces no acertó. No me refiero tanto a lo dogmático, en lo que era muy riguroso; ni siquiera a lo bíblico, donde también lo era; me refiero más bien a esa costumbre que tenía de relacionar acontecimientos presentes con la teología que estaba exponiendo.

Así, uno está leyendo un libro suyo de teología, y de pronto aparece ahí Margaret Thatcher, Ronald Reagan, George Bush, la ONU, Felipe González, etc. Cuando lees la primera edición acabada de salir, en 1974, o en 1981, o en 1987, esas incursiones en el presente político, social, económico, te aportan luz, pero cuando pasan las décadas y relees el mismo libro, piensas que a qué viene todo eso. Tal vez González Faus, en su afán por acercar la teología a la vida de las personas, hizo eso en demasía. Sin embargo, esta característica suya no quita valor a su teología. Basta con saber leer sus textos con inteligencia para destilar su alta teología y dar menor importancia al ejemplo concreto que puede ser mejor o peor. Esto no es un rasgo solo de González Faus: ya lo hacían los Padres de la Iglesia hace 1 500 años; de hecho, ya lo hacían los propios autores bíblicos hace mucho más tiempo. En cambio, no era una práctica habitual en la escolástica medieval ni tampoco en la segunda escolástica.

Aclarado esto, podemos afirmar que González Faus ha sido uno de los teólogos que más ha contribuido a la renovación católica del posconcilio, uno de los padres de la Teología de la Liberación latinoamericana aun no viviendo en América Latina, región con la que siempre estuvo muy unido, y uno de los grandes representantes de la Teología Política europea. La misión que se autoimpuso González Faus fue la de dialogar con la izquierda política y cultural, la que negaba la fe en Dios porque “la religión es el opio del pueblo” (Karl Marx). Siempre quiso ser cristiano y de izquierdas; siempre quiso mostrar que el auténtico cristianismo no solo no puede soportar las estructuras injustas, sino que incluso es aquel que hace una opción preferencial por los pobres. Sin embargo, González Faus no podía comulgar con las barbaridades de ciertas izquierdas: la Unión Soviética, las dictaduras de izquierda en general, la falta de libertad, la incoherencia de no pocos partidos de izquierda occidentales, en realidad neoliberales. Eso le llevó a ser crítico no solo con las derechas por insensibles a lo social, sino también con las izquierdas por incoherentes, incluso por inhumanas.

Pero su lugar siempre estuvo en la izquierda política y dentro de la Iglesia. Por todo ello a este buen teólogo le llegaron las bofetadas de todos lados: de la derecha, de la izquierda, de fuera de la Iglesia, de dentro de ella. Tuvo suerte de vivir en España, porque de haberlo hecho en Chile, Argentina, El Salvador, Guatemala, Paraguay o Bolivia, habría durado menos que un caramelo a la salida de una escuela y nos habríamos perdido su inmensa producción, que no ha cesado hasta el año 2024, a sus casi 91 años; de hecho, yo tengo pendiente publicar un capítulo suyo sobre Bossuet, que saldrá en 2026, por lo que su producción aún seguirá viva post mortem, como la última victoria del Cid Campeador. También en ese espíritu explorador (es decir, de contribución a la apertura de la Iglesia al diálogo con el mundo), González Faus, biblista, teólogo, patrólogo, filósofo, se adentró ni más ni menos que en el análisis social, económico, político, cultural. Bajó a la arena como pocos. Sus análisis fueron muchas veces certeros; otras, discutibles. Ni los más cercanos a él estuvimos siempre de acuerdo con ellos, pero eso no nos impedía apreciar su valor, el de un teólogo que bajaba a la arena de la realidad histórica, que no se quedaba encerrado en su celda académica al calor de la paz eclesiástica.

 

Nuestro querido Chalo

Chalo fue una persona muy cercana. Era simpático, bromista, optimista aunque crítico, apasionado por la teología, la filosofía, la política, la economía, la sociología, la literatura, el periodismo, el cine, el deporte. Todo eso y mucho más. Cuando uno hablaba con él, tenía la impresión de estar ante varias personas, pues sabía mucho acerca de muchas cosas, y sin embargo era solo uno, Chalo, un hombre bueno, cercano, amable, dicharachero, de estilo
muy valenciano, con ese espíritu alegre y festivo que tienen los que nacieron en la tierra de mis padres.

Hasta 1981 estuvo relativamente encerrado en su vida intelectual y en su mundo  académico. Ese año fundó con el P. Juan N. García-Nieto, S.J., el Centro de Estudios  “Cristianisme i Justícia”, cuyos frutos se empezaron a notar dos años después. Al decidir cerrar el General de los jesuitas, el P. Pedro Arrupe, el filosofado y el teologado jesuitas de  Sant Cugat del Vallès, cerca de Barcelona (que seguirían como Instituto de Teología  Fundamental, mucho más modesto), para dar relieve a la Facultad de Teología de Cataluña  y más adelante a la Facultad Eclesiástica de Filosofía (ambas antes de los jesuitas), toda una  generación de jesuitas catalanes se quedó con poco trabajo. Eran un buen grupo: José Ignacio  González Faus (como hemos dicho, valenciano), Juan N. García-Nieto, Oriol Tuñí, Josep  Vives, Fernando Manresa, Josep Rambla, Rafael de Sivatte, Xavier Alegre, Víctor Codina,  Josep Miralles, Joan Travé (algunos de estos, profesores de ESADE), etc., con la  coordinación general de Francesc Riera. Todos ellos, junto con un grupo de laicos de relieve  (Eduardo Rojo, Jordi López, Josep Maria Lozano, etc.), fundaron el Centro de Estudios  “Cristianisme i Justícia”, que sería la niña de los ojos de Chalo hasta su muerte. Ahí el jesuita  valenciano bajó a la arena y se multiplicó en sus apariciones en público: conferencias,  seminarios, debates, tertulias. Fue entonces cuando muchos descubrimos al Chalo cercano,  generoso, simpático.

Como sacerdote y como teólogo, Chalo no solo hizo un enorme bien a los jesuitas,  sino también a no pocas congregaciones religiosas femeninas, sobre todo a las del Sagrado  Corazón (con las que se sentía muy unido), y a la Iglesia en general; y siempre quiso dialogar  con cristianos no católicos y con agnósticos y ateos. De ahí que Chalo no sea solo  “patrimonio” de la Compañía de Jesús, sino también de la Iglesia, más aún, de la humanidad.  Entrando un poco más en lo personal, debo decir que siempre estaré en deuda con él.  Aprendí mucho de Chalo en “Cristianisme i Justícia” (en los años ochenta y noventa), en el  seminario de juniorado sobre su debate económico con Enrique Menéndez Ureña (creo que  fue en el curso 1983-1984) y en sus clases de Cristología de la Facultad de Teología de  Cataluña (en el curso 1989-1990). Conviví con él en Sant Cugat entre 1995 y 1998 mientras  investigaba en mi tesis doctoral sobre Ellacuría. Jugamos alguna vez al frontón, y me ganaba  él porque le tenía bien tomadas las medidas a aquel frontón del Centro Borja de Sant Cugat  de solo pared y media, en lugar de las tres paredes a las que yo estaba acostumbrado.  Hablamos mucho de teología, de la Iglesia, de política, de literatura, de deporte. Aceptó ser  el segundo lector de mi tesis de doctorado, para la que aportó buenas observaciones. Aceptó  también ir a París para estar en el Tribunal de mi tesis doctoral, en junio de 1998. En aquellos  años difíciles de mi vida, habló conmigo varias veces con cercanía y amistad. Tiempo  después, en el 2016, a sus 82 años, aceptó estar en el Tribunal para mi promoción a catedrático de la Universidad Ramon Llull. Al salir de la defensa, con su habitual estilo  bromista, me dijo: “José, estuve en tu tribunal de doctorado; ahora en el de catedrático; ¡el  próximo será el del Cielo!”. Ojalá sea así.

*********

Es poco conocida la dimensión poética de González Faus. Por ello, deseo terminar con un poema tomados¡ de su libro Instantes (Madrid: San Pablo, 2020), que me regaló hace dos meses en su despacho de Sant Cugat. Está dedicado a su hermana gemela Mª Ángeles tras la muerte de esta (págs. 62-63).

Hermana

(Ma Ángeles, mi gemela, falleció de cáncer en octubre de 1978)

¿Cómo es tan grande tu hueco
si era tan simple tu vida?
¿De qué hiciste tu venida
que no se apagan tus ecos?

Hay una parte de mí
que se ha marchado contigo,
y hoy que no te tengo aquí
me siento menos conmigo.

Tras quitarme tu presencia
vuelve el tiempo a circular,
y ya me quiere forzar
a perder también tu ausencia.

Y yo quisiera pararlo
en aquellos negros días,
en que el dolor, al gustarlo,
me decía que vivías.

¿Cómo es tan grande tu hueco
si era tan simple tu vida?
¿De qué hiciste tu venida
que no se extinguen tus ecos?

Despellejado de ti
tendré que seguir viviendo,
la carne viva escondiendo
que otros ya no ven en mí,

¿Adónde y cómo te fuiste?
¿Por dónde estás? ¿Qué mañana
se abre a tu mirada triste?
Di, Mariángeles, hermana.

¿Cómo es tan grande tu hueco
si era tan simple tu venida?
¿De qué hiciste tu venida
que todo agranda tus ecos…?

Más de una vez he pensado que me habría gustado conocer personalmente a San Pablo y dialogar con él; y a san Agustín, santo Tomás de Aquino, Francisco de Vitoria, Karl Rahner, incluso Ignacio Ellacuría. Me habría encantado poder hablar con ellos, hacerles preguntas, discutir algunas de sus ideas. No ha sido posible. Sin embargo, sí he conocido, y muy de cerca, al P. José Ignacio González Faus, a nuestro querido Chalo, y doy gracias a Dios por ello.

Seguiré, espero.

Un comentario

  • jaume patuel puig

    La revista IGLESIA VIVA, nº 300 (2024, 4ª trimestre),. p. 89-102, hay un buen artículo de Faus: DOS ATISBOS DE DIOS… Mente clara y lúcida. 

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