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Pensamientos sabáticos, 3

La lógica de equivalencia y la lógica de la sobreabundancia

Trabajando esta semana en el libro al que dedico mi año sabático, El pensamiento social cristiano en sus textos, 35 años después de mis estudios de teología en Barcelona he vuelto a leer el artículo de Paul Ricoeur, “La lógica de Jesús. Romanos 5” (publicado en francés en 1980 y en español en 1982), en el que el filósofo francés protestante compara la lógica humana con la divina en su postura ante el mal, ante el pecado. Hablamos de mal cuando actuamos conscientemente contra el bien, sea cual sea nuestra fe religiosa; hablamos de pecado cuando sabemos que ese mal se opone al plan de Dios, por lo que tiene una nítida dimensión religiosa, además de moral.

Todas las sociedades humanas han desarrollado algún tipo de moral porque el sentido moral es esencial al ser humano. Tanto si vamos a las comunidades más primitivas del Amazonas como si nos movemos en las más urbanas y modernas de Nueva York o de Tokio nos encontraremos con valoraciones morales acerca de palabras, gestos, actitudes o acciones. Es habitual que haya algún tipo de castigo para las inmoralidades. Cuando pasamos de la moral al Derecho hablamos de delito más que de mal, y su incumplimiento conlleva un castigo fijado por la ley. En las sociedades muy antiguas podía haber una desproporción entre el mal cometido y el castigo: “Me robaste una oveja; pues te mato a ti y a toda tu familia”. Con el paso de los siglos, se fue buscando una cierta proporcionalidad: “mal menor, castigo menor; mal mayor, castigo mayor”. Es la ley de la equivalencia, que nos parece justa, humana. Todavía queda por ahí alguno que no la ha entendido y sigue actuando con una desproporcionalidad aberrante, ya sea en lo individual, ya sea en lo social, ya sea en las relaciones internacionales. A este modo equilibrado de proceder le llamamos lógica de equivalencia, tal como bien expone Ricoeur en su artículo.

Sin embargo, Dios se mueve con la lógica de la sobreabundancia: “Por el mal que has cometido te merecerías este castigo; sin embargo, a poco arrepentido que estés, yo te abrazo y renuevo mi amor por ti”. Aun cuando en el Antiguo Testamento haya múltiples ejemplos de lógica de equivalencia (la ley del talión: “ojo por ojo, diente por diente), ya apunta en el horizonte la lógica de la sobreabundancia (“Israel, renovaré mi alianza contigo”). No obstante, es en el Nuevo Testamento donde esta se expresa con mayor claridad. Hay diversos textos, pero tal vez el más conocido sea el de la parábola del Hijo Pródigo, en la que el hijo menor, que se había ido de casa de mala manera y que ha malgastado toda su herencia, regresa a su hogar con la sola esperanza de ser tratado como un criado más, pero se encuentra con que su padre le abraza y organiza una fiesta para celebrar su regreso, para desconcierto del hermano mayor, que solo entendía la lógica de equivalencia: ¿qué sentido tiene organizar una fiesta a quien se ha portado tan mal?

En el Nuevo Testamento no se nos dice que esa sea la lógica de Dios, pero no de los hombres. Todo lo que se nos anuncia en los textos neotestamentarios es una invitación a vivir de ese modo; todo lo que se nos dice es humano. La lógica de la sobreabundancia también es para nosotros, los hombres; no solo es la propia de Dios. Y si es para nosotros, no lo es solo para una dimensión de nuestra vida, sino para todas, porque, de lo contrario, no sería humana, sino regional, esto es, solo adecuada para determinadas áreas (“regiones”) de la vida humana. Si ponemos en práctica la lógica de la sobreabundancia en las relaciones familiares, podemos entenderla; si la ponemos en práctica en las relaciones de amistad, también. Ahora bien, ¿hay espacio para ella en lo político, lo social, lo económico, en las relaciones internacionales? Parece que no. Pero si no lo hay, entonces el Nuevo Testamento es papel mojado, no sirve para nada. Si la Biblia nos anuncia un modo humano de vivir que en la práctica no tiene sentido, es un anuncio vacío, sin sentido.

Al final de la Primera Guerra Mundial, en el Tratado de Versalles, varios de los países vencedores, como Francia o el Reino Unido, aplicaron de manera sui generis la lógica de equivalencia: consideraron que Alemania tenía la culpa de la guerra y por ello debía pagar todos los costes del conflicto bélico, con lo que el antiguo Reich (por aquel entonces ya República de Weimar) quedaba endeudado para muchos años. El resultado fue un desastre: Alemania solo se recuperaría económicamente con Hitler y el Nazismo dejando de pagar unilateralmente esa deuda; y ya sabemos todos cómo acabó eso.

En cambio, tras la Segunda Guerra Mundial, cuando la responsabilidad alemana era mucho mayor que en la Primera (expansionismo nazi, incumplimiento de acuerdos firmados, campos de concentración, etc.), a Alemania se le perdonó todo y se la ayudó a reconstruirse con el Plan Marshall. El resultado fue magnífico: Alemania se convertiría en el eje del Estado Social europeo (Economía Social de Mercado, Estado del Bienestar) y de la futura Unión Europea.

Al final de cada período bélico, de cada tiempo de violencia, de cada dictadura, surge la misma pregunta: ¿justicia o amnistía? ¿Castigamos a los agresores para que los futuros agresores se lo piensen dos veces, o bien les condonamos el castigo y nos centramos en construir un futuro humano todos juntos? ¿Lógica de equivalencia o lógica de la sobreabundancia? Este dilema, con unas expresiones u otras, ha estado presente en la España de la transición tras la dictadura de Franco (finales de los años setenta), en El Salvador tras la guerra civil, en Ruanda tras el genocidio tutsi, en la ex Yugoslavia tras la guerra de los años noventa, en Sudáfrica tras el apartheid, en Irlanda del Norte tras el fin de la violencia entre pro-irlandeses y pro-británicos, en el País Vasco (Euskadi) tras el fin del terrorismo de ETA, en Colombia tras el cese de hostilidades entre el gobierno y las FARC, y en muchos otros lugares del mundo. No es fácil. Hay razones para lo uno y para lo otro. Aquí no voy a exponer por dónde han ido o por dónde están yendo los pueblos que acabo de citar porque sería muy largo, aunque se trate de historias sumamente interesantes.

Simplemente querría que quedara claro que hay dos lógicas posibles, y no solo una, y que las dos son patrimonio del ser humano, la lógica de equivalencia y la lógica de la sobreabundancia, y que las dos pueden ser válidas en todos los órdenes de lo humano, sin excepción.

Seguiré, espero.

2 comentarios

  • mariano alvarez valenzuela

    Comienzo con este primer punto a la espera de poder colgar el resto de mi comentario´:Ya en un anterior comentario manifesté mi agrado por el título bajo el que estos artículos se nos presentan.

    • mariano alvarez valenzula

      Ya en un anterior comentario manifesté mi agrado por el título bajo el que estos artículos se nos presentan. No son disertaciones académicas ni análisis exhaustivos. Son pensamientos que respiran, que se dejan llevar por la brisa de lo cotidiano, de lo normal, de lo doméstico, de lo evidente, y es aquí donde nos surgen las preguntas más hondas. Es donde la razón y el espíritu, en lugar de disputarse el territorio del conocimiento, parecen encontrarse en un espacio común y a su vez misterioso. Es por eso que lo que sigue no es una respuesta definitiva, sino una invitación a seguir pensando, a seguir respirando.
      Es en el último párrafo del artículo donde el autor me inspira para aventurarme a responder a esas dos lógicas que conviven en la existencia humana.
      Entre ambas lógicas, se expresa el verdadero misterio del ser humano. No son simplemente dos formas distintas de razonar que nos obliguen a elegir una en detrimento de la otra, sino que son el espacio dinámico que existe entre la contingencia y la trascendencia, entre la forma y el fondo de nuestro ser. Espacio a nuestra libre disposición.
      Este “entre”, es precisamente donde reside el carácter relacional primordial del ser humano. Su realidad primordial, no es la de una existencia aislada, sino la de una existencia en relación desde el primer instante de su existencia. Existencia con un pie en la contingencia y con el otro en la trascendencia.
      La persona en su realidad singular, concreta, única e irrepetible es pura relación, fuera de ella deja de ser persona para ser individuo, perdiendo su identidad y a su vez, la sociedad pierde su dimensión social, quedando enclaustrada en una naturaleza taxonómica, y gregaria en un espacio de contingencia pura.
      La lógica de la equivalencia es una lógica contingente pero no excluyente, siempre está abierta a su dimensión trascendente. En términos económicos sería una lógica de mínimos, pero muy bien argumentada. Ella busca el equilibrio, la armonía social. De ahí surge todo el vasto mundo jurídico.
      Esta lógica representa al hombre de la fuerza, que en sus primeros estadios se centraba en la fuerza pura, y que con el tiempo ha acabado centrándose en otra fuerza, la fuerza del derecho, de la ley. Pero no por ello deja de ser fuerza coercitiva, fuerza que se cobra su tributo, tributo que no deja de crecer. Este es otro tema muy interesante, pues carece de límites.
      Sin embargo, la lógica de la sobreabundancia sobrevuela en cada instante de la existencia a la de la equivalencia. No impone límites. Ambas son, como he dicho, el espacio donde ejercemos nuestra libertad. Con la primera modulamos la forma de existir, nuestra realidad material. Con la segunda nuestra realidad espiritual, el fondo, la esencia. Entre medias, Yo y mi libertad, pero en un “Aquí y Ahora” y sin compartimentos estancos. Por eso el autor finaliza su artículo diciendo: “que las dos pueden ser válidas en todos los órdenes de lo humano, sin excepción”.

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