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Cardenales lindos, ‘¡Se ha terminado EL CARNAVAL!’

        Si no en todas, sí en casi todas las salsas informativas actuales se hacen de alguna manera presentes los Cardenales, con sus títulos protocolarios de “Eminentísimos y Reverendísimos Purpurados”, con toda la insana y santa farfolla y fanfarronería litúrgica prescrita en los libros curiales.

        Así las cosas, me adelanto a dejar constancia del rechazo que suscitará en muchos, fieles e infieles, la sola conjunción gramatical de los términos “Cardenales” y “lindos” (“bello y hermoso al ser percibido por la vista”).

        Menos mal que el papa Francisco está en todo, o en casi todo, y ya el día 22 de diciembre del año 2014, con palabras literales prenavideñas, tachó públicamente la conducta de grupos cardenalicios de la Curia, de “poco ejemplar, por sentirse inmunes e indispensables,, incapaces de admitir la crítica, por ser y actuar como inmovilistas, mentales y espirituales, de no trabajar colectivamente, caer en la rivalidad, la vanagloria e indiferencia ante los demás, llevar doble vida, fruto de la hipocresía típica de los mediocres, padecer el “cotilleo”, divinizar a sus jefes y acumular bienes materiales, arrogantes, con caras fúnebres y de enfermos del mal de la vida mundana y del exhibicionismo”.

        Aunque sea cierto que algo –mucho– está cambiando desde que el papa Francisco fue elegido timonel de la barca de su ya lejano antecesor de nombre Pedro, o “piedra”, a quien apenas si le diera tiempo de ensayar su oficio en el semi charco familiar de Galilea, según unos, y de Tiberíades según otros. La Iglesia en general, y más cardenaliciamente, precisa y clama por su reforma, profunda, urgente y en fiel consonancia con lo demandado por el pueblo en las nuevas y renovadas circunstancias de lugar y de tiempo en las que le ha correspondido y le corresponde vivir y convivir.

        Teniendo en cuenta las “apariencias”, que es la primera “palabra” que se pronuncia y percibe, se entiende y se ejemplariza, –el Verbo, es decir, el Evangelio–, es obligado aseverar que la imagen que hacen perdurar los Cardenales carece de religiosidad, por mucha liturgia, cánones, y ascética y mística con que se revistan tanto humana como divinamente, con argumentos y símbolos que se dicen “sagrados”.

        Lo de “lindo” es parte de la jaculatoria “¡Se ha terminado el Carnaval!”, más compasiva y pudorosa que se les puede aplicar a quienes todavía viven en super palacios, con “capas magnas”, empoderados humana y divinamente, privilegiados sempiternamente, ajenos y alejados de los problemas del pueblo. Es de notar el convencimiento falaz que tiene de ser la voluntad de Dios, el “pordioseo” como colectivo de curas, frailes, monjas y monjes y, sobre todo, seglares y seglaras, con referencias de por sí y siempre pecaminosas, al “mundo, demonio y carne”, como enemigos del alma. (Sin llegar a ser Cardenal, al Secretario personal de Benedicto XVI, se le conocía en Italia con el sobrenombre de “El bello Giorgio”, hoy defenestrado, vagabundeando por Curias y ministerios extraños).

        Los Cardenales, por Cardenales, raramente fueron en la historia otros tantos ejemplos de virtudes por muy cardinales, que estas sean definidas con los distintivos evangélicos y evangelizadores de “fe, esperanza y caridad”. De la historia de los Cardenales puede aseverars , con datos, pena, conmiseración y santa y colérica rabia, que difícilmente hicieron y hacen Iglesia, aun habiendo sido y seguir siendo, inspiradores y artífices de sus inconmensurables, ricas y artísticas catedrales.

(NOTA: Recomiendo la lectura del reciente y documentado libro de Vicens Lozano, periodista e historiador y especialista en Italia y el Vaticano, que con el título de VATINCANGATE, acaba de publicar “Rocaeditorial”. El texto ocupa 316 páginas y el subtítulo es “El complot ultra contra el papa Francisco y la manipulación del próximo cónclave).

DON MARCELO, CARDENAL PRIMADO.

        Hasta tiempos recientes, el Cardenal-Cardenal no era otro que el Primado de las Españas, por más señas arzobispo de Toledo y uno de los personajes de mayor relevancia y riqueza en el mundo conocido y por conocer, cuya “toma de posesión” de su catedral constituía uno de los acontecimientos más noticiables en los medios de comunicación social, símbolo y “sacramento”, y “así en la tierra como en los cielos”.

        ¿Y por qué tanto empeño en promocionar ahora la figura del Cardenal Primado don Marcelo González Martín, hasta programar su posible beatificación, previa la declaración oficial de “ejemplo de Padre de la Iglesia Española Contemporánea”? ¿Es posible e inteligible seleccionar y enaltecer a don Marcelo como “luz y faro de la Iglesia” en el momento histórico en que vivió , coincidiendo con los de la muerte de Francisco Franco, “Caudillo de España por la gracia de Dios” , y a quien le correspondió el honor de presidir la misa-funeral oficial, con la homilía de su cuasi beatificación , con lo que se le eximió al Cardenal don Vicente Enrique y Tarancón de tal menester eclesiástico, tal vez por aquello de la brutal rima gramatical de el “paredón”?

        Poniéndole ya el punto y aparte a la referencia toledana de esta reseña-comentario, refiero que, en el discurso del arzobispo actual, Mons. Cerro, en la misa de apertura del Curso Académico del Instituto Superior de Estudios Teológicos San Ildefonso, les instó literalmente a sus seminaristas a que en su día,”sean capaces de dar respuestas a las embestidas del tiempo moderno, con celo pastoral, con olor a oveja, pero sobre todo, a Cristo”.

        Reconozco que lo de “embestidas”, al igual que lo de del complemento de “olor a Cristo”, después del de oveja, me transportó mágica y “milagreramente” a la batalla de las Navas de Tolosa (a.1212) junto a don Rodrigo Ximénez de Rada, arzobispo de Toledo, cuyo ejército era capitaneado por él mismo en la Guerra-Cruzada de la Reconquista iniciada por Don Pelayo, en los montes sacrosantos de Asturias, con las ubérrimas y redentoras bendiciones de “La Santina”.

        ¡Por favor, dejemos tranquilo, en paz y en gracia de Dios, al ínclito don Marcelo, sin ahondar, sin más, en su “vida y milagros”!

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