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La Buena Noticia (1/21)

EL EVANGELIO CAMUFLADO

        Nuestro término ‘evangelio’, como el latino ‘evangelium’ del que procede, es una transliteración del griego: εὐαγγέλιον (‘buena noticia’). Solemos emplearlo ordinariamente en sus diferentes acepciones.

  1. La palabra ‘evangelio’ se usa de forma impropia referida a la historia de Jesús, a un presunto régimen de creencias atribuido a él, a una religión

        La voz ‘evangelio’ alude también a cierta lectura de la misa, a uno de los cuatro textos del NT que exponen y explican el contenido del Proyecto de Jesús, incluso a otros escritos considerados de dudosa autenticidad. Como ‘verdad indiscutible’, decimos, por ejemplo: “lo que he afirmado es el mismo evangelio”. Sin embargo, en escasas ocasiones se usa el término ‘evangelio’ en su sentido original: ‘buena noticia’.

1.1. Este vocablo aparece por primera vez en el NT formando parte del título del libro de Marcos: “Orígenes de la Buena Noticia…”

        El evangelista señala desde la portada de su obra que el Evangelio es ya una realidad cuyo comienzo y primeros pasos serán objeto de su trabajo. Según ese texto pionero, Jesús fue quien dio origen a esa realidad y habló de ella al pronunciar sus primeras palabras, nada más salir al escenario público: “…y tened fe en esta Buena Noticia” (Mc 1, 15). La Buena Noticia (Evangelio) proclamaba el inicio del suceso histórico más esperado, el que fuera el mensaje central del Galileo: “el reinado de Dios”. Dicha expresión hace referencia directa a un colectivo de puertas abiertas identificado por una determinada y elevada manera de vivir. Habla de una realidad social donde la vida se despliega y evoluciona conforme a ese “reinado” único e incomparable.  La aceptación de “Dios” como monarca supone el establecimiento de la libertad, la igualdad y la fraternidad como ensamblaje de una estructura social donde no tienen sitio ni el dominio ni la sumisión.

1.2. El término se escribe articulado: τὸ εὐαγγέλιον (“El Evangelio” o “La Buena Noticia”)

        No alude, pues, a cualquier noticia positiva, sino a la más esperada, la que satisface todos los anhelos y colma de alegría. Pero el incómodo artículo determinado (“la”) que la presenta como única suscita algunas cuestiones:

  • – ¿Por qué no se percibe esa alegría en una buena parte de quienes afirman vivir de acuerdo al Evangelio?
  • – ¿Por qué esa realidad social tan atractiva llamada por Jesús “reinado de Dios” no se manifiesta en tan abundante número de personas autoproclamadas: ‘creyentes’?
  • – ¿Cómo no se divisan los destellos de una vida que dice ser tan radiante desde la oscuridad del injusto sistema?
  • – ¿Será acaso que no se ha entendido el Evangelio?
  • – ¿Se han olvidado, tal vez, las dos indicaciones dadas por Jesús tras la proclamación del Evangelio: “Enmendaos y tened fe en esta Buena Noticia”?

 

  1. Esas dos condiciones exigidas por Jesús: “Enmendaos” y “tened fe en esta Buena Noticia”

coinciden en estar posicionadas en la misma coordenada PRÁCTICA:

  • Enmendarse equivale a cambiar el posicionamiento donde se ha establecido la vida. Significa abandonar la connivencia con el orden injusto y aceptar los valores representados por el reinado de Dios. “Enmendaos” entraña, por tanto, como cualquier otro traslado, una perceptible actividad sin marcha atrás que abandona el antiguo paradero para ir a vivir a una nueva residencia.
  • “Tened fe en esta Buena Noticia” señala el destino de dicha mudanza e invita a una adhesión sin fisuras a la nueva realidad social anunciada por el Evangelio: “el reinado de Dios”. Conlleva por tanto andadura entregada a la misión que comporta esa realidad.

 

2.1. Conviene saber si la falta de alegría y la ausencia de realidad social se deben a

  • – que la enmienda ha quedado encallada en el pensamiento y la intención;
  • – y también, si la fe se ha trasladado al plano de las creencias.

 

2.2. La fe entendida como creencia religiosa

representa la aceptación de algo incomprensible e inalcanzable fuera de nuestras coordenadas espacio-temporales. Tener fe implica, así, admitir el Evangelio no como la Buena Noticia esperada, sino como la que tendrá lugar más allá del horizonte histórico. Entra, pues, en contradicción con la novedad del mensaje de Jesús: “…ESTÁ CERCA el reinado de Dios” (Mc 1,15). Desde esta concepción, la esperanza, y no el Evangelio, será quien asuma todo el protagonismo. Esperar se impone, entonces, como necesidad. La antigua actitud de una perenne espera adquiere nueva actualidad, oponiéndose al inapelable anuncio del Galileo: “Se ha cumplido el plazo”.  La creencia en otro larguísimo “plazo” emerge, por tanto, como vía religiosa que camufla la proclama de Jesús: el Evangelio.

 

  1. El ‘Lector’, un personaje imprescindible

        El contenido del Evangelio está claramente localizado en los cuatro textos (Mateo, Marcos, Lucas y Juan) denominados por extensión: ‘evangelios’. Cada uno de ellos presenta la Buena Noticia en un formato pedagógico adaptado a sus distintas circunstancias histórico-culturales y a las comunidades destinatarias de sus escritos. La escritura, entonces, no resultaba tarea fácil ni barata. De la mano de cada evangelista salía un solo ejemplar de su escrito. La comunidad receptora del texto lo ponía en manos del Lector, un personaje con preparación suficiente, que se ocupaba:

  • – de la lectura del evangelio a la comunidad,
  • – de su detallada explicación y
  • – del arduo trabajo de copiarlo.

        Estos personajes sabían discernir entre lo escrito y el mensaje que con él se quería transmitir. Un ejemplo:

        Nada más comenzar la lectura de Mateo, aparece la genealogía de Jesús siguiendo la línea paterna. En ella destacan desde el primer versículo (Mt 1,1) los nombres de Abrahán y de David, señalados como antepasados suyos. El Lector sabía muy bien que Mateo quería significar con dicha lista y esos dos importantes personajes el cumplimiento en Jesús de las bendiciones y esperanzas asociadas a ellos. Pero también conocía perfectamente que ese detallado linaje no le correspondía en absoluto. Pertenecía, eso sí, al tal José que, como el mismo Mateo advierte poco después, ¡no era su padre!

 

  1. Entre los cuatro evangelios se dan grandes diferencias que no se entienden cuando se conciben estos textos como libros de historia

        Marcos, el primero y más corto de los cuatro, se consolidó como escrito-base. Fue usado decenas de años más tarde por Mateo y Lucas como fuente principal. Estos dos evangelistas, escribiendo sus libros en distintos entornos y dirigiéndose a comunidades de desigual cultura, introdujeron unos relatos que hablaban de la infancia de Jesús. Pero los apuntes entre un evangelista y otro difieren notablemente y solo se explican por el carácter pedagógico, que no histórico, de dichas narraciones. Diferencias tan notables se dan también entre los relatos de los cuatro evangelios referidos a la resurrección. Y, en general, la distancia entre Juan y los sinópticos puede llevar a preguntarse por qué los sinópticos no han dado noticia alguna de escenas y personajes tan importantes como los que aparecen en el cuarto evangelio: La boda de Caná, la samaritana, el funcionario real, el inválido de la piscina, el ciego de nacimiento, la resurrección de Lázaro, el lavado de los pies a los discípulos… La comprensión historicista de los textos evangélicos no hace sino enmascarar el Evangelio.

 

  1. Los evangelios fueron traducidos al latín y en esa lengua se leyeron en las iglesias durante la friolera de unos mil quinientos años

        El lenguaje litúrgico adornó con una aureola religiosa el Evangelio y puso más trabas a su comprensión. La institución rastreó los textos con el fin de fundamentar doctrina y asentar las propias posiciones de autoridad y poder, una manera eficaz de desfigurar el Evangelio. Desatendía de ese modo la única tarea capaz de autentificar el quehacer que le correspondía llevar a cabo: trasladar a la gente el formidable anuncio de Jesús y la explicación clara y diáfana de su Mensaje. Incluso se llegó al colmo de prohibir la lectura de la Biblia. La libertad se convirtió en miedo y la alegría, en desconsuelo. Una historia escorada hacia la ignorancia ha camuflado el Evangelio. Y, lastimosamente, lo que no se conoce no puede ser explicado.

 

  1. Hasta bien entrado el siglo XX no hemos tenido en nuestra lengua traducciones de la Biblia accesibles a cualquiera

        Su lectura ha resultado, sin embargo, de difícil comprensión. Se echa de menos la figura del Lector. Su función de explicar punto por punto el contenido del Mensaje anunciado por el Evangelio resulta insustituible. Su ausencia lo notan en especial personas y comunidades predispuestas a escucharlo. De su vacío han sacado tajada las ideologías religiosas con formulaciones que, excluyendo el carácter actual y social del Mensaje de Jesús, lo han acotado en el reducto del individualismo. La lejanía del Evangelio resulta evidente. ¡Y se sufre! El falseamiento de sus esencias ha cuajado, entre otras cosas, en falta de vida y alegría.

 

6.1. Un incontable número de personas, hartas ya de sufrimiento y de esperanza, han pasado y siguen pasando la vida sin haber oído el anuncio de la Buena Noticia (Evangelio)

        Tampoco han podido ver una alternativa de sociedad donde reine la libertad y donde las penalidades hayan dado paso a la fiesta. ¿Qué han recibido a cambio esas multitudes? ¿Se les habrá dado gato por liebre? ¿Resignación y más espera en vez de libertad y vida? ¿Y sobre quién recae la responsabilidad de tal cambalache? ¿No es algo parecido a lo que Jesús supo ver en la institución religiosa de su tiempo y dio pie a su anuncio?: “Se ha cumplido el plazo, está cerca el reinado de Dios”.

 

6.2. Su anuncio, su enseñanza y unos primeros pasos hasta hacer realidad y comenzar la rodadura de su Proyecto

fueron indispensables para que Jesús pudiera obtener resultados positivos con su actividad. Hoy sigue siendo necesario idéntico proceso. No bastan las generalizaciones ni más promesas ni discursos invitando al amor. Al anuncio ha de seguirle la enseñanza que impulsa a dar los primeros pasos hasta embarcarse en la realidad anunciada. Resulta insatisfactoria para cualquier interlocutor la reiteración de declaraciones altisonantes que suenan a sermones y se quedan en enunciados abstractos. El Evangelio reclama ser explicado con rigor, aportando detalles de su contenido tal y como fue redactado con minuciosidad por los cuatro evangelistas.  La acogida del Evangelio no se produce si en su exposición han quedado escondidos: la lógica, la actualidad y el carácter social de la realidad que él presenta.

 

6.3. La tarea de explicar los escritos que exponen el contenido del Evangelio exige a quienes la realizan una preparación adecuada

Las razones son muchas y evidentes:

  • – el singular entorno donde sucedieron los hechos,
  • – las circunstancias históricas en que los textos se escribieron,
  • – la complejidad y profundidad de esos escritos,
  • – el lenguaje utilizado,
  • – los semitismos,
  • – formulaciones incomprensibles en nuestra lengua y cultura,
  • – la dilatada herencia cultural que manejaron los autores de los escritos,
  • – las expresiones típicas de la época,
  • – los personajes representativos que presentan,
  • – las propias categorías mentales vertidas en los textos,
  • – la distancia en el tiempo…

 

6.4. La buena voluntad, una notable oratoria o incluso contar con extensos e intensos estudios teológicos resultan del todo insuficientes

        Hay quienes, con sana intención, aunque sin la preparación necesaria, acuden a enunciados clásicos para expresar lo que se considera el núcleo central del mensaje del Evangelio. Se habla, pues, de la compasión, del amor al prójimo, de la ayuda a los necesitados, de la caridad cristiana, de la opción por los pobres… Y para sostener tales resúmenes, se recurre a expresiones, versículos o incluso a relatos. Pero suele hacerse sin entrar a fondo y con rigor en el análisis de los contenidos y descontextualizando los textos referidos, lo que provoca despistes y errores de consideración.

 

6.5. Uno de los relatos más repetidos para confirmar lo que se considera esencial del Mensaje de Jesús es una parábola más que conocida, la denominada: ‘El buen samaritano’ (Lc 10, 25-37)

        Se habla de su contenido deteniéndose en los detalles y acentuando las opuestas actuaciones de los personajes. El comportamiento compasivo del samaritano, descrito con profusión, se considera, así, como la práctica que debe distinguir a los seguidores de Jesús. Pero respecto a esta parábola exclusiva de Lucas suele pasarse por alto que ¡NO FUE DIRIGIDA A LOS DISCÍPULOS!, sino a un jurista, un personaje opuesto a Jesús y a su Proyecto, que le había preguntado con animadversión: “En esto se levantó un jurista y le preguntó para ponerlo a prueba” (v. 25). Ante la elemental respuesta de Jesús, el tipo se vio desacreditado y buscó desquitarse con una pregunta complicada: “Pero el otro, queriendo justificarse, preguntó a Jesús: Y ¿Quién es mi prójimo?” (v. 29), a lo que el Galileo respondió con la parábola, concluyendo que el prójimo (próximo) era la persona a quien uno se aproxima. Así se lo hizo decir Jesús al jurista: “¿Cuál de estos tres SE HIZO PRÓJIMO del que cayó en manos de los bandidos?” (v. 36). Una vez oída su respuesta, incitó a su ortodoxo interlocutor a actuar emulando lo realizado por el hereje de la parábola: “Pues anda, haz tú lo mismo”. El hereje marcaba con su actuación la pauta a seguir por el ortodoxo. Así, de ese modo, Jesús daba contestación a la pregunta inicial del individuo: “Maestro, ¿QUÉ TENGO QUE HACER para heredar vida definitiva?”.

 

6.6. La lección no tuvo como destinatarios a los discípulos

        Ellos, fuera también de la ortodoxia, estaban ya en posesión de esa vida. La compasión es patrón a seguir por la simple razón de ser humanos. Los discípulos están, pues, incluidos en ese modelo. Pero tienen otro encargo esencial que les distingue como tales, el anunciado por el Evangelio. Una de las parábolas que Jesús dirige directamente al colectivo de seguidores, requiriéndoles no despistarse de su tarea, rara vez se menciona como quehacer fundamental de los comprometidos con Jesús: ‘la parábola del portero’ de Mc 13, 33-34.

 

  1. Se han extendido por diferentes foros afirmaciones del evangelio aisladas de su contexto y deformadas por una errónea interpretación venida de muy atrás

        Es el caso de la tan repetida: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mc 12,17). Este enunciado es fruto de una incorrecta traducción, que ha recurrido a un verbo (“dar”) ¡sin correspondencia con el que traduce del texto original griego!  Algo similar ocurre con algunas de las peticiones del Padre Nuestro (https://www.atrio.org/2022/10/el-programa-de-jesus-18/; https://www.atrio.org/2022/10/el-programa-de-jesus-19/) o con otras formulaciones popularizadas, tales como: “los primeros serán los últimos y los últimos serán los primeros” (Mt 19,30 y 20,16), traducción desatinada de una expresión empleada como apertura y cierre de la parábola de los jornaleros contratados a distintas horas para trabajar en una viña. Tan desacertada traducción se ha generalizado para la broma y ha encubierto el espléndido mensaje contenido en esa afirmación.

 

7.1. La interpretación literal interviene en ocasiones seccionando sin escrúpulos una importante afirmación de Jesús

        El procedimiento consiste en aislar una frase, separándola de una declaración amplia y argumentada que estorba para el objetivo pretendido por los autores del tijeretazo. Sus propósitos pretenden avalar con la expresión escogida una creencia que no se corresponde con el sentido del texto original. Esto ocurre con la célebre afirmación: “…y la verdad os hará libres” (Jn 8,32). La declaración completa es la que aporta el auténtico sentido a esta frase: “VOSOTROS, PARA SER DE VERDAD MIS DISCÍPULOS, TENÉIS QUE ATENEROS A ESE MENSAJE MÍO; CONOCERÉIS LA VERDAD y la verdad os hará libres” (Jn 8, 31b-32) (https://www.atrio.org/2013/09/%e2%80%a6y-la-verdad-os-hara-libres/).

 

7.2. Una interpretación literal de los textos evangélicos termina cayendo en el hoyo del absurdo

        Sirve como ejemplo la afirmación puesta en boca de Jesús que encontramos en Lc 14,26. Una traducción atascada en la literalidad escribe: “Si alguno viene donde mí y no odia a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas y hasta su propia vida, no puede ser discípulo mío”. Esta declaración en apariencia descabellada responde a un procedimiento típicamente semítico que hace uso de contrarios para dimensionar una idea. En este caso, amor-odio manifiesta simplemente preferencia. La traducción correcta sería: “Si uno quiere venirse conmigo y no me prefiere a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a sí mismo, no puede ser discípulo mío”. Así lo explicó Mateo en su lugar paralelo: “El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mi…” (Mt 10,37).

 

  1. La lectura historicista del texto prescinde igualmente del sentido que su autor quiso dar a cada uno de sus relatos

 

        Esa forma simplista de interpretar se desentiende del análisis y se deja llevar por la letra del escrito. Hace tabla rasa del contenido de los cuatro evangelios, desatendiendo la tarea de dar explicación de las diferencias entre ellos. Confunde el método pedagógico con la historia y los procedimientos de la escritura con la realidad. Declara ser verdad una forma de contar y considera falso el examen riguroso del escrito. Este tipo de interpretación contribuye al amordazamiento del Evangelio, aunque se distingue por su escaso recorrido. El mismo texto repele esta manera de ser tratado, debido a su carencia de la lógica más elemental. Es lo que ocurre con muchos relatos que reclaman a gritos ser explicado analíticamente. Transcribimos uno de ellos siguiendo una traducción popular:

“Al día siguiente, cuando salieron de Betania, sintió hambre. Y viendo de lejos una higuera con hojas, fue a ver si encontraba algo en ella; acercándose a ella, no encontró más que hojas; es que no era tiempo de higos. Entonces le dijo:¡Que nunca jamás coma nadie fruto de ti!

Y sus discípulos oían esto…

…Al pasar muy de mañana, vieron la higuera, que estaba seca hasta la raíz. Pedro, recordándolo, le dice:

    • ¡Rabbí, mira!, la higuera que maldijiste está seca.

Jesús les respondió:

       –  Tened fe en Dios. Yo os aseguro que quien diga a este monte: “Quítate y arrójate al mar” y no vacile en su corazón, sino que crea que va a suceder lo que dice, lo obtendrá” (Mc 11, 12-14; 20-23).

        Una vez terminada su lectura, las preguntas surgen como hongos: Siendo Jesús una persona entendida en asuntos agrarios, ¿cómo se le ocurre ir a buscar frutos a una higuera fuera de tiempo? ¿Cómo no le avisaron los discípulos y cómo no se quedaron extrañados de esa anómala iniciativa? Y ¿por qué, al no encontrar higos, maldice a la higuera? ¿Qué culpa tenía el pobre árbol? Además de ser irrespetuoso con la naturaleza, ¿no da muestra el hecho de que el de Nazaret estaba algo tocado? ¿Dónde encontrar la lógica? ¿Y qué tiene que ver la fe en este raro asunto? ¿Es que la fe es cosa de magia?…

 

  1. Hay una fórmula fiable para descubrir los diferentes métodos usados para el camuflaje del Evangelio

        Se caracterizan por su obsesivo y cansino empleo de citas de los textos para validar las ideas que interesa realzar, ¡¡PERO NI UNA SOLA LÍNEA DE ANÁLISIS RIGUROSO!!

 

  1. La repetida reclamación pidiendo “volver al Evangelio” tiene su origen en la decepcionante realidad engendrada por mensajes sustitutivos del original

        * Volver al Evangelio exige acabar con el fraude y recuperar el auténtico, el camuflado. No bastarán ocurrencias, sermones, declaraciones, discursos rebosantes de términos espirituales, ni documentos empachados de citas.

        * Volver al Evangelio supondrá derribar muros y descorrer cortinas para, a cara descubierta, dejarse empapar por el contenido y la pedagogía de unos textos originales llegados hasta nuestras manos gracias a multitud de anónimos copistas, mujeres y hombres que derrocharon cerebro y ganas en dejar a nuestro alcance este maravilloso legado.

 

 

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