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 A vueltas con las Elecciones Generales

Las últimas entradas dedicadas al Se acabó y al feminismo, no creo que nos distraigan de las importantes semanas quee estamos viviendo tras las elecciones del 23 de julio. Entre el montón de artículos en espera para esta semana y con el deseo de que vayamos perfilando las mejores propuestas políticas para este país, elijo hoy este análisis progresivo de Román. AD.

        Nuestro sistema electoral no estipula una segunda vuelta en sus elecciones ni tampoco premia con un número de escaños extras la candidatura que haya obtenido más votos, sino que cada escaño individual es válido a la hora de elegir la presidencia del Ejecutivo. Los actores políticos de la Transición optaron por un sistema electoral proporcional, el sistema d´Hondt, que excluye las candidaturas que no llegan a un 3 por ciento, lo cual premia a las otras candidaturas más votadas. Corregido, a su vez el sistema mediante la circunscripciones provinciales con la asignación mínima de dos escaños cada una.

        Así que sí es cierto que tenemos un sistema que marca algunas diferencias entre los escaños asignados en el Congreso de los Diputados y los votos de las urnas por un sistema proporcional dentro del marco de 50 circunscripciones electorales y un porcentaje mínimo de votos del 3 por ciento para tener opción. Tal cosa explica lo del bipartidismo, pero que también ha favorecido hasta ahora a partidos nacionalistas o regionales, particularmente a los nacionalistas vascos y catalanes. Ha perjudicado al PCE y luego a Izquierda Unida por ser partidos medianos y ampliamente distribuidos a lo largo de la geografía nacional.

        El candidato del PP Alberto Núñez Feijóo acudió ante el Rey para ser investido por el Congreso de los Diputados contando con 172 votos asegurados de los 176 necesarios, los de su propio partido más los de Vox, UPN y Coalición Canaria. Puede especularse que su rival y también candidato del PSOE Pedro Sánchez tampoco tuviese la oportunidad de reunir los votos necesarios (hasta ahora sólo se asegura los del PSOE y Sumar) y que nos veamos abocados a otra convocatoria de elecciones que sería como una segunda vuelta. Parece como si tales fuesen los objetivos buscados por Núñez Feijóo. Abona esta hipótesis la escenificación de apoyos mutuos entre el PP y Vox. Esta vez sin la ceremonia de firma de acuerdos ante las cámaras de los medios informativos tal como vimos con el representante de Coalición Canaria. El rechazo generalizado a los acuerdos con la extrema derecha impide a los restantes grupos políticos ajenos a este acuerdo sumarse a ellos y facilitar con sus votos la investidura del candidato popular.

        Pero el candidato Núñez Feijóo va de gestos y ha ofrecido a Pedro Sánchez la firma de otro acuerdo que contiene seis pactos de Estado con la promesa de una legislatura corta de dos años. Un Pacto PP-PSOE (258 síes en el Congreso) que le garantizarían el Gobierno. Lo interesante es el argumentario de las explicaciones dadas ante las cámaras después de su reunión: España necesita una regeneración democrática, hay que enderezar el país en lo institucional, político, económico y ante la amenaza separatista, para que la sociedad civil española, el 94 por ciento de los españoles no se vea rehén de un 6 por ciento de separatistas.

         Es como si el reloj político del Partido Popular y su calendario se hayan detenido en las elecciones del 20 de noviembre del 2015, cuando se cumplían los 40 años de la muerte del dictador.       

         Una vez cumplimentados los trámites correspondientes con la Jefatura del Estado y del Congreso de los Diputados el candidato del PP tiene de plazo hasta el 26 de septiembre próximo en calidad de candidato designado por el rey para reunir todos los votos necesarios hacia la investidura en primera o segunda vuelta en el Congreso. Y si no lo consigue, tener las expectativas de un fracaso en la gestión socialista para ir a una repetición de elecciones. Todo parece indicar que sus acciones son como actos de campaña frente a esa eventualidad que le salven de perder su liderazgo de partido. Así la propuesta de reunir a todos los presidentes autonómicos.

        Tenemos, por tanto, un plazo de algunas semanas para ir discutiendo y reflexionando en el análisis de esta coyuntura política mientras el PSOE y Sumar continúan en su silenciosa actividad negociadora con los restantes grupos de representantes públicos del Hemiciclo. Lo hemos observado en la elección de la presidencia y la mesa del Congreso, y luego en la composición de los grupos y portavoces.

        Hoy, que se nos quiere mantener instalados en la confrontación, en la dialéctica de amigo-enemigo, las exclusiones o el corporativismo cómplice, tenemos que esforzarnos para expresar con eco inconfundible la verdad humana, como dijo Antonio Machado.

        Las derechas selladoras entre sí de un acuerdo previo se dicen respetuosas y defensoras de nuestra Constitución, pero nos la están mostrando como una mercancía averiada que necesita reconstrucción para restar competencias a las comunidades autonómicas y re-centralizar el Estado, y así hacer valer el concepto de que no existe ninguna otra nación en España que la nación española. No sé cómo encaja UPN, partido que nació en Navarra en 1979 para defender el régimen foral y su identidad propia y diferenciada. Esta derecha no quiere reconocerse como provocadora de que el propio concepto de España haya entrado en crisis, debilitando la fragilidad propia de una joven democracia.

        El Partido Popular de Nuñéz Feijóo quiere reeditar pactos, sin querer percatarse de que ha sido precisamente este partido junto con Vox, y antes con Ciudadanos y más atrás con UPyD de Rosa Díez quienes con sus disentimientos fueron abonando un mutuo disenso sobre el pacto constitucional fracturando un relato compartido de España. Tampoco quiere asumir sus responsabilidades de partido y de gestión de gobiernos con respecto a la crisis catalana que hizo explosión en 2017.

        Tras la salida de Rajoy, la oposición de Casado y ahora la de Nuñez Feijóo nos han estado vendiendo la idea de que España se rompe por culpa de la política de acuerdos de Sánchez con partidos nacionalistas, acuñando el término sanchismo. En las últimas elecciones su campaña electoral era un plebiscito para derogar tal sanchismo y la búsqueda de una mayoría absoluta de las derechas dominadora de las decisiones parlamentarias. Pero el resultado de las elecciones de 2023 no han sido como las del 20 de noviembre del 2015, que le permitió al entonces presidente en funciones Mariano Rajoy alargar los plazos hasta agotarlos para ir a una nuevas elecciones.

         Pero estamos inmersos en un nuevo ciclo político iniciado en 2016 que ha ido encontrado soluciones a los problemas, saltando obstáculos, resolviendo crisis y recreando, en definitiva, una nueva normalidad democrática. Con un estancamiento notorio en aquellos asuntos que necesitan el concurso de la Oposición del Partido Popular, por ejemplo; los nombramientos en los órganos de gobierno de la Justicia.

        Lo interesante es que no se necesita abrir el melón constitucional para emprender las reformas y medidas que están demandando los grupos políticos dentro de los posibles apoyos de investidura, sino volver al clima de consenso básico que ha estado envolviendo el ejercicio político de nuestra democracia. En esa línea se manifiesta otra vez el lehendakari vasco Íñigo Urkullu volviendo a proponer una convención constitucional que sin modificar el texto de la Constitución y ofrezca nuevas claves de interpretación. Interesante iniciativa que podría tener éxito si consigue despejar el fantasma de una propuesta confederal. Igualmente el concepto de una España “plurinacional” no puede ser la suma de varias naciones incluyendo entre ellas la nacionalidad española, pues opino que no se ajusta al espíritu de los constituyentes de 1978.      

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