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La Iglesia arde

  Hace tiempo escribí al defensor del lector de El País, sin que me hiciera ningún caso,  que tener a Juan G. Bedoya para cubrir la información religiosa era como poner  a un animalista a redactar la crónica de toros. Hace poco Bedoya escribió una presentación de Andrea Riccardi, fundador de la Comunidad de San Egidio, que titulaba: Riccardi vislumbra el fin del cristianismo. Cuando uno leía el artículo se daba cuenta de que el historiador italiano no vislumbraba semejante cosa. Solamente mantenía, de acuerdo con el título de último libro, que la Iglesia arde (pero , añade, no está quemada)

  Con la Iglesia ocurre uno de esos fenómenos que, los que tenemos muchos años,  hemos podido contemplar en este tiempo de cambio acelerado: en un momento instituciones o creencias  que configuraban la vida social y que eran aceptadas sin problemas, ante la alarma y el desconcierto de muchos, en un momento se ponen  en cuestión, se desmoronan y caen: la institución del matrimonio, los roles de los miembros de la familia, la situación social de la mujer, el relato de la historia, el ensamblaje de los pueblos… y también el cristianismo.

  Paradójicamente, las reformas modernizadoras se han puesto a la larga  en su contra: la misa en latín y de espaldas al pueblo era aceptada sin protestas. La celebrada lengua vernácula y coram populo tiene como efecto colateral mostrar sus fallos y sus carencias: homilías apetitivas, banales o ideológicas, fórmulas repetidas  que ahuyentan a los fieles. La revisión de la noción de pecado acaba con ella y con el sacramento de la confesión. El descubrimiento de la relatividad en la formulación de los dogmas invita a desecharlos…

  En pocos años lo que se admitía como estable, verdadero, cimentador de la vida, deja de tener relevancia y que lo razonable es el abandono. Y en esas estamos. Especialmente los jóvenes, crecidos en esta sociedad líquida, no sienten el deseo de adscribirse a esa agrupación de viejos que no aporta nada a su vida.

  Claro está que ésta es sólo una parte de la situación. Cerca de mi parroquia hay una iglesia en la que se dice la misa en el rito tridentino. Siempre está llena, en gran parte de gente joven. Lo antiguo se resiste a morir.

  No necesito afirmar que no tengo en mi mano ni en mi cabeza la fórmula que lleve a la renovación. Es claro que estamos en un cambio de época –también en la sociedad- y que esa mutación no se hará sin dolores de parto. Hace falta otro lenguaje, otras formulaciones, otras maneras, otros signos y no pueden encontrarse sin tanteos, sin ensayos y errores.

  En una entrevista en La Vanguardia, Riccardi decía que quizá nos falta entusiasmo y yo he recordado a san Pablo cuando decía: “Si Dios con nosotros ¿quién contra nosotros”. El Apóstol era alguien lleno de entusiasmo, en el doble sentido de la palabra: lleno de ánimo y lleno de Dios (en théos)

  No necesito decir que soy un admirador de Francisco. Creo que las palabra de san Pablo podría decirlas él con toda verdad y creo que es ese entusiasmo el que le ha llevado a convocar este Sínodo, a hacer este llamamiento universal para reunir los deseos y las esperanzas de esa inmensa multitud de personas tan distintas que componen la Iglesia católica.

  Y entretanto –y en especial en este tiempo de cuaresma- cada uno de nosotros debe pensar seriamente cuál es nuestra contribución para que no haya que vislumbrar el fin del cristianismo.

5 comentarios

  • Javier Elzo

    Estoy en lectura del libro de Andrea Riccardi, “Arde la Iglesia”. Según mi costumbre en la lectura de los libros de ensayo, comienzo con el primer capitulo y a continuación con el último. Si veo coherencia y profundidad en el autor, me introduzco en los demás capítulos. Es el caso de este libro de Riccardi. Magnífico de verdad. Recomiendo su lectura.

    Transcribo abajo la primera frase de Carlos F. Barberá. Mi acuerdo es total con su opinión. Es increíble que todavía “El País” mantenga a Bedoya en la información religiosa. Les costará muchas horas para encontrar en un texto suyo una referencia, no digo amable, sino neutra, en referencia a la Iglesia Católica. Como lo es habitualmente “El País” aunque con la nueva directora, Pepa Bueno, algo se han dulcificado en su perenne actitud crítica. Pero están a años luz de “Le Monde” que puede ser critico, y lo es, incluso con Francisco, pero no dudan en abrir a cinco columnas con un documento de los obispos franceses.

    Spain is different???

     

     Hace tiempo escribí al defensor del lector de El País, sin que me hiciera ningún caso,  que tener a Juan G. Bedoya para cubrir la información religiosa era como poner  a un animalista a redactar la crónica de toros. Hace poco Bedoya escribió una presentación de Andrea Riccardi, fundador de la Comunidad de San Egidio, que titulaba: Riccardi vislumbra el fin del cristianismo. Cuando uno leía el artículo se daba cuenta de que el historiador italiano no vislumbraba semejante cosa. Solamente mantenía, de acuerdo con el título de último libro, que la Iglesia arde (pero , añade, no está quemada)

  • La ironía de la frase del Apóstol esculpida en el dintel queda mejor reflejada si pensamos que enfrente mismo de la Iglesia en llamas está el “bosc de la vila”, un bosque comunal donde se escondieron muchos, a la vez que por las pozas de los ríos circundantes y sus ribazos asesinaban en el trienio fatídico a sacerdotes, religiosos y seminaristas, amén de muchos laicos. Con particular saña, arrastraron con caballerías a uno, al que remataron de un tiro en la barriga. Y, en medio, el “silencio de Dios”. Si Deus pro nobis… Como preguntaría Benedicto XVI en el campo de concentración, ¿dónde estaba Dios? La frase de san Pablo resuena en  aquellas montañas, sin duda. Algunos, como el escolapio Canadell, tío carnal de compañeros míos, han subido a los altares. Es la hermenéutica profunda de los textos escriturísticos.

  • carmen

    Querido señor Valderas.

    Se quemaron muchas cosas. Ardieron muchas cosas. Pasaron muchas cosas.

    Y Dios seguirá con nosotros. Al menos el mío, porque formamos parte de él. A lo mejor me he vuelto más rara aún de lo que soy.

    Lo pasado, pasado está. El intríngulis está en no volver a cometer los mismos errores, ni las mismas barbaridades. Para algo nos tiene que servir la historia. Digo, no sé…

    Cuídese mucho.

  • A modo de expansión personal. En un pueblín de la comarca gerundense de la Garrotxa, de espectacular belleza por el risco o tajo que mereció ser rememorado en la obra madre de la geología, los “Principles of Geology” de Charles Lyell, que Darwin recibió en el Beagle y le sirvió para su interpretación de la evolución mediante la selección natural, hay una iglesia quemada por los antepasados de “la mayoría de la investidura”, que se dice ahora a modo de eufemismo para silenciar nominatim la amalgama componente. En el dintel de la puerta de esa iglesia destrozada, hay una leyenda que ha persistido incólume: “Si Deus pro nobis, quis contra nos?” Debió de ser la primera frase de la Vulgata que lei en mi infancia en aquellos enclaves pirenaicos. Muchas veces he pensado en la cantidad de mártires asesinados siguiendo un plan implacable, logia inspirante, en lo que parecía una ironía de la frase paulina.

    Si Deus pro nobis, quis contra nos? A veces pienso, nosotros mismos.

  • carmen

    No se preocupe. El cristianismo no morirá. Hay un movimiento fortísimo de comunidades a las que les encanta las misas según ese rito que usted dice. Son muy activos en el campo eclesial y tienen familias muy numerosas porque como siguen al pie de la letra las normas, pues tienen todos los hijos que Dios les manda. En 20, 30 años, el número de católicos en España volverá a recuperarse. Están muy bien organizados. Van cogiendo mucha fuerza.

    No se preocupe. No hay problema. Dios sigue con ustedes.

    Un saludo.

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