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La oración y el problema de Dios, 4

El libro de Küng que estamos leyendo llega al punto principal: la oración de Jesús que debiera haber sido norma de la oración entre los cristianos y no lo ha sido. La oración de Jesús y no la oración a Jesús es la cristiana de verdad. ¿Qué os parece? AD.

Hans Küng: La oración y el problema de Dios.

Editorial San Pablo, 2019, [Original en Morcelliana, 1991,2018], 96 pp. 9,95 €.

4. La nueva oración de Jesús

Sobre la oración de Jesús sabemos poco; pero es suficiente,[1]. De acuerdo con todo lo que los evangelios nos dicen directa o indirectamente; Jesús, naturalmente, participó en la vida de oración de su pueblo. En cualquier caso; lo encontramos los sábados en la sinagoga para el servicio religioso; consistente en la oración y la lectura de la Biblia.
Además, la oración en la mesa –tal como documentan los relatos de banquetes y de la última cena– parece haber sido tan natural para él como la oración del Shemá, recitada por la mañana y por la noche, junto con la profesión de fe en el único Dios y el himno Tephilla ( =oración), y tal vez también el tercer momento de la oración, por la tarde. Esta regularidad de la práctica de la oración de Jesús nos pone en guardia para que dejemos al arbitrio de cada persona todo lo que se refiere a la oración. Para nosotros, sin embargo, la pregunta es muy importante: ¿qué es lo característico de la concepción de la propia oración de Jesús? ¿Qué consecuencias se deberían sacar hoy para cada persona y para la Iglesia?

  1. Para Jesús, orar es algo obvio: mientras que en el judaísmo de su tiempo se exalta el deber de orar, Jesús nunca ha reiterado que uno debe orar. Tampoco prescribe determinados tiempos y acciones con ciertos gestos, actitudes y cantidades con respecto a la oración. Él no hace de la oración un mandato importante. Su propia oración, en los evangelios sinópticos –aparte de las variaciones redaccionales de Lucas[2]– desempeña un papel sorprendentemente modesto. De él-además de sus palabras en la cruz[3]– solamente nos han sido transmitidas dos oraciones[4]. Que Jesús oró en la soledad ya lo atestigua Marcos[5]. Consiguientemente, refiriéndonos a Jesús podemos decir: no a la oración obligatoria.

¿Qué consecuencias tiene esta situación para nosotros? Para nosotros, la cuestión crítica: en la historia del cristianismo –si recordáramos constantemente a Jesús–, ¿podría haberse hecho de la oración una acción legal en las confrontaciones con Dios? ¿Podría haberse declarado un deber legal, como sucedió, por ejemplo, desde la Edad Media para la oración regular de las horas, que inicialmente se introdujo para los monjes y que terminó siendo impuesta como Offizium = deber, bajo pena de pecado, también a los clérigos seculares? ¿Podría haberse hecho de la oración un buen trabajo meritorio, cuya ejecución fuera recompensada y cuya omisión castigada? ¿Podría haberse vinculado alguna vez ciertas formas de oración con las indulgencias, es decir, con la remisión de cietas penas, terrenales y del otro mundo, causadas por el pecado?

  1. Jesús oró simplemente en la lengua materna: mientras que las oraciones ofi (Shemá y Tephilla) se decían en hebreo, el Padrenuestro es una oración en la lengua popular aramea. También la denominación específica atribuida por Jesús a Dios, Abba, es aramea. Jesús, por lo tanto, no está interesado en el respeto de un lenguaje sagrado solemne. Lo más importante para él es que la oración sea posible también en medio de la vida, en la vida cotidiana, que sea entendida y que provenga del corazón. Mientras que a los contemporáneos les encantaba acumular invocaciones y palabras solemnes, Jesús, como hemos dicho, se dirigió a Dios simplemente con la expresión escandalosamente familiar Abba=padre. Por lo tanto, refiriéndonos a Jesús, debemos decir: no a la oración altamente estilizada.

Aquí también se plantea la pregunta: si realmente quisiéramos seguir a Jesús, ¿se debería imponer la sagrada lengua latina durante siglos y con todos los medios de restricción espiritual a toda la Iglesia occidental? ¿No habría sido necesario, accediendo a las legítimas peticiones de los reformadores haber introducido antes la lengua materna en la celebración de la eucaristía, en lugar de oponerse –básicamente en vano– con cuatrocientos cincuenta años de resistencia? En el concilio Vaticano II, ¿no debería haberse clarificado esta cuestión con un debate de fondo a la luz del mismo Jesús, en lugar de limitarse a provocar a los tradicionalistas con adaptaciones comprometedoras, que después requerirían una implementación coherente?

  1. Jesús recomendó la oración en secreto: mientras a algunos fariseos les encantaba ser sorprendidos durante la hora de la oración en las plazas públicas, en medio de la gente, para mostrar a todos su piedad, Jesús –sin negar naturalmente el culto público de la comunidad– desea la oración, literalmente, en la propia «habitación»[6], es decir, prácticamente en un o cultamiento total y –lo que es igualmente importante– en un espacio completamente profa Incluso la última cena de Jesús –origen del banquete y de la celebración eucarística– tuvo lugar en un espacio privado. Refiriéndonos a Jesús debemos decir: no a la oración espectacular.

Pregunta: si hubiésemos querido recordar a Jesús, ¿habríamos abusado de la oración reduciéndola a una presentación jerárquica? ¿Hubiera sido posible solemnizar, adornar y sobrecargar ritualmente precisamente la celebración de la eucaristía hasta el punto de, como sucedió en el catolicismo barroco postridentino, convertirlo en una ejecución operística para la mayor gloria de una Iglesia triunfalista? ¿Podría alguien haber comprendido la simple expresión de Jesús: «Haced esto en memoria mía», en el sentido de una manifestación pública de oración, subrayada por la procesión con la «custodia» del «Santísimo»?

  1. Jesús recomendó la oración breve: mientras que los contemporáneos pretendían hacerse favorables a Dios con muchas palabras y largos discursos, Jesús pide que no hablen como los paganos, que piensan que pueden ser escuchados debido a sus muchas palabras, como si Dios no supiera ya lo que necesitamos[7]. Confrontando con la mayoría de las oraciones de la época, el Padrenuestro, que en Mateo sigue esta recomendación como un ejemplo práctico de su aplicación[8], es una oración muy breve[9]. Consiguientemente, refi a Jesús, debemos decir: no a la oración despreocupada.

Pregunta: si quisiéramos seguir el ejemplo de Jesús, ¿podríamos alguna vez descuidar la calidad de la oración en beneficio de la cantidad, como ha ocurrido durante siglos? En la oración eclesiástica de las horas, ¿podrían imponerse esas enormes (ahora abreviadas) cantidades de oraciones? ¿Se cultivaría el Rosario tan acríticamente, a pesar de todos los momentos de meditación? Por lo tanto, en el período posconciliar, ¿podemos pretender volver a canalizar y regular de nuevo la liturgia, favoreciendo los estereotipos teológicos de las oraciones en lugar de promover la espontaneidad, la imaginación y la creatividad de los hombres y especialmente de los sacerdotes, todos estos aspectos importantes para la vida de la liturgia? A través de todas estas prácticas, ¿no se ha convertido frecuentemente la oración en un ejercicio exterior que solo termina realizándose de una forma más mecánica? ¿Un charlar en el más verdadero sentido de la palabra? Por todas estas cosas, ¿la oración ha dejado de tener significado para muchas personas?

  1. A la oración, Jesús asocia la disponibilidad al perdón: mientras ya en su tiempo era normal respetar exactamente los límites entre el amigo y el enemigo y compensar el mal con el mal, Jesús establece la disponibilidad ilimitada al perdón como condición sine qua non de cada solicitud de perdón[10]. Consiguientemente, refiriéndonos a Jesús debemos decir: no a la oración sin consecuencias.

Pregunta: si las indicaciones de Jesús se hubieran tomado en serio, ¿podría haberse promovido de esta manera la oración privatista en la Iglesia? ¿La ortodoxia de la oración no era a menudo más importante que la ortopraxis de los orantes? ¿No debían hacerlo con demasiada frecuencia solo con el «Dios de mi alma», sin estar listos para cumplir seriamente los deberes sociales? ¿Acaso la «salvación de mi alma» no se destacó con demasiada frecuencia sin siquiera tomar conciencia de la corresponsabilidad social y la necesidad de perdón? ¿No se continúa todavía hoy en las diversas iglesias celebrando la eucaristía como un recuerdo y un signo de la unidad entre los cristianos, sin poner decisivamente en práctica la reconciliación entre las iglesias y su comunión en la eucaristía? Con demasiada frecuencia en el campo del ecumenismo, las personas que esperaban acciones concretas fueron silenciadas con explicaciones de tono devoto: todavía no podemos reunirnos, pero por eso hemos orado.

Todo esto con respecto a la oración de Jesús. Y después de todo lo que se ha dicho, ya no se debería cuestionar más que para los cristianos la oración de hoy debe hacerse de acuerdo con el ejemplo de Jesús: una oración como la de Jesús. Pero, ¿qué debemos decir de la oración dirigida a Jesús? Aquellos que no están dispuestos a identificar monofísistamente a Jesús con Dios tendrán sus dificultades aquí y deben proceder con cautela.
El exegeta del Nuevo Testamento de Tubinga, Gerhard Lohfink, ha estudiado a fondo los datos neotestamentarios. Resultado: en el Nuevo Testamento hay textos que hablan de una proskynesis, de una postración ante Jesús en el sentido, no solo de cortesía o sumisión, sino también de adoración. Con una visión retrospectiva, a la luz de la Pascua, en los evangelios se presentan las personas que se postran ante el Jesús terrenal. En la perspectiva del cumplimiento final, en algunos otros pasajes[11], también se habla de la proskynesis realizada ante Jesús por los poderes angélicos o por la comunidad celestial. Sin embargo:

«En el Nuevo Testamento no hay un solo texto que hable explícitamente de una proskynesis ante Cristo en la adoración»[12].

Por lo tanto, uno no puede deducir una proskynesis ante Cristo como un rito litúrgico; sin embargo, uno debe presuponer, al menos en algunos himnos a Cristo –en himnos, no de, sino a Cristo–, una actitud interior correspondiente a la proskynesis.

Acertadamente, Lohfink se pregunta hasta que´punto es posible adorar en general a Jesús, en una época tan temprana, por un pensamiento todavía muy fuertemente judaico neotestamentario. También el teólogo más importante del siglo III, Orígenes, en su escrito Sobre la oración, negó categóricamente la adoración de Cristo

«Si ahora entendemos realmente lo que significa “oración”, ciertamente no podemos orar a ninguna criatura, ni siquiera al mismo Cristo, sino solo al Dios y Padre de todos, a quien nuestro mismo Redentor ha dirigido su oración»[13].

Si estudiamos desapasionadamente los relativos textos del Nuevo Testamento, su objetivo resalta siempre con claridad: por medio de Cristo, vamos a Dios, al Padre:

«No hay adoración de Cristo sin adoración del Padre; ambas se entrecruzan, pero la una sucede en la otra»[14].

Y la interpretación dada por Lohfink a estos datos se corresponde en todos los sentidos con la interpretación que damos aquí de la filiación divina de Jesús:

«Después de todo, en el Nuevo Testamento, la proskynesis ante el Cristo glorificado no es una adoración aislada de la persona de Cristo, sino la adoración del Dios que se revela a sí mismo en Cristo. Es la adoración del Dios, que en Cristo ha obrado definitivamente su salvación y, por lo tanto, de una manera última e insuperable, se ha convertido en una presencia en el hombre Jesús [ … ]. En el Nuevo Testamento sin lugar a dudas hay una adoración de Cristo. No porque Cristo represente una divinidad, sino porque en él Dios se ha revelado definitivamente a sí mismo y, por lo tanto, se ha convertido en el “signo de la presencia revelada de Dios” (E. Lohmeyer)»[15].

En consecuencia, para la praxis eclesial y con la finalidad de evitar malentendidos, debemos promover un retorno a la praxis neotestamentaria, lo que quiere decir que –prescindiendo de los himnos– las oraciones sean dirigidas a Dios Padre por medio de Jesucristo en el Espíritu Santo, como también era la antigua costumbre de la liturgia romana.

PRÓXIMAS ENTRADAS:

  • 31 mayo, lunes: 5. ¿Invocar a Dios?
  • 2 junio, miércoles: 6. ¿Por qué orar?

NOTAS

[1] La mejor síntesis sobre este argumento la encontramos en: J. JEREMIAS, Neutestamentliche Theologie, I. Die Verkündigung Jesu, Gütersloh 1971, 180-188. Se puede también consultar: A. HAMMAN, La priere, I. Le Nouveau Testament, Tournai ,959; W. MARCHEL, Abba, pére! La priere du Christ et des chrétiens. Etude éxégetique sur les origines de la signifi de l’invocation a la divinité comme pere, avant et dans le Nouveau Testament, Roma 1963; W. Ott, Gebet und Heil. Die Bedeutung der Gebetspariinese in der lukanischen Theologie, Múnich 1965; R. G. STEDMAN, Jesus Teacher on Prayer, Waco-Texas 1975.
[2] Cf Lc 5, 16; 6, 12; 9, 18.28; Cf 3,21.
[3] Cf Mc 15,34 par.; Lc 23,34.46.
[4] Cf Mt 6, 9-13 par.; 11,25s.
[5] Cf Mc 1,35; cf Mc 6,46 par.
[6] Cf Mt 6,6
[7] Cf Mt 6, 9-13
[8] Ib.
[9] Esto todavía sería más auténtico si la versión más breve de Lucas (Lc 11, 2-4) también fuera la más originaria.
[10] Cf Mt 6,12; 18,21-35.
[11] Cf Flp 2, 10; Heb 1,6; Ap 5,8.14.
[12] G. LOHFINK, Gab es im Gottesdienst der neutestamentlichen Gemeinden eine Anbetung Christi?, en Biblische Zeitschrift NF ,18 (1974) 161-179, especialmente 172.
[13] ORÍGENES, Peri euchés, 13.1. citada en G. LOHFINK, o.c., 176, n. 61. Cf W. BERNET, Gebet. Mit einem Streitgespräch zwischen Lange und dem Autor, Stuttgart-Berlin 1970.
[14] G. LOHFINK, a.c., 177.
[15] Ib, 178. Cf H. KÜNG, Ser cristiano, Trotta, Madrid 2012, C V, 3: Interpretación del origen; ID, ¿Existe Dios?, Trotta, Madrid 2010, 6 III, 2: El Hijo de Dios.

Un comentario

  • Carmen

    Claro, leo estas cosas y entiendo por qué no tengo ni idea de qué es eso de orar. Pero no me preocupa. Tengo amigos y amigas que rezan por mí. Y lo hacen genial. A mí no me sale otra palabra que, por favor, por favor, por favor. Necesito fuerza de esa de dentro. Por favor. Ni tan siquiera se a quien me dirijo, pero diría que a mi madre, bueno, a veces está clarísimo que es a ella, pero otras veces creo que me dirijo a algo. No a alguien. A algo.

    Y leyendo esto no me extraña mucho. Eso de rezar es muy complicado. Y si a eso le sumas que el dios de Jesús no es el mío, pues jaleo total. Así que seguiré diciendo, por fa. Reza por mí. Yo no sé.

    Eso une mucho.

     

     

     

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