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El relato de Jesús, sin ‘Dios’ y sin ‘Cristo?

A propósito de los últimos libros: “Jesús, ¿una persona como nosotros?” y ”Después de Dios, otro modelo es posible”.

Estando jubilado me tengo que decir muchas veces que no estoy en clase sino en el recreo. Y en el patio la vida es más fresca y el pensamiento más intuitivo. Uno se puede permitir ciertas libertades, aquí prima la creatividad, el juego y su simbolismo. Al cambiar de escenario cambiamos de registro mental.
Algo así propongo en torno a las dos grandes referencias, conceptos o valores, que han sustentado toda nuestra vida ya decreciente, Dios y Jesucristo. Algo que nos servirá para comprender mejor los dos últimos libros publicados aquí y que suscitan cierta sorpresa y alguna perplejidad.


La mayor parte de los que frecuentamos este blog, yo mismo, somos de la generación religiosa que se va, algunos de la vida activa desplazados por los cuarentones y otros también de la pasiva que ya sentimos de regalo. Nos vamos pues por edad y porque la religión declina. Somos la generación que vive de solventes rentas creyentes que nos permiten dispendios atrevidos de creatividad. De la densa religión vamos destilando jugos de nuevas significaciones y silencios expectantes. Las piernas artríticas no nos llevan a ninguna parte pero la mente, fortalecida en el subsuelo de la fidelidad, se atreve a viajar por sendas intransitadas. Todo para que la sabiduría originaria, la palabra o relato evangélico, sea accesible en el presente donde el tiempo ha cambiado tantas cosas.
Con nuestras deconstrucciones volvemos al pasado y en cada vuelta y repaso, sin renegar de lo vivido, se nos da otro sentir. Tal nos ocurre con el mar de la divinidad y, valga la metáfora, el árbol de la ciencia, del bien, del mal y de la belleza. Sentimos ese mar en el flujo y el reflejo de las mareas y las ideas, en sus blancas olas. Y en el árbol percibimos el atractivo de sus agridulces frutos. El mar, la divinidad, lleno de gotas fundidas; el árbol, Jesús, indicando un lugar y un camino.
Y estas dos pasiones han gobernado nuestra generación de modo muy intenso y arrollador. Han sellado su cultura, han construido su personalidad y ahora desplazadas por la indiferencia o la incomprensión propias de la cultura actual no sabemos cómo llamarlas. La primera, el mar o “Dios” porque todos los nombres le van pero ninguno le cae bien, los flujos y los reflujos se alternan en “un no sé qué que quedan balbuciendo”. De la segunda, Jesús, nuestro árbol, el de la ecología profunda podría decirse “una persona como nosotras”, pero tendríamos que decir previamente cómo somos nosotras cuando ya estamos moldeados por él.
Ni “Dios” es Dios, ni Jesus es como “Él”. Dios ya no es ese “Dios” de los Cielos Creador y Salvador, omnipotentemente sabio y bueno, fruto de una inspiración particular erigida categóricamente como figura universal, el Theos. Ni Yahvé o Alá, ni Brahman, ni Visnú. Tampoco literalmente Padre o Madre a no ser “desde el sexto sentido” mudo de nacimiento, como así ha sido en gran parte en los místicos, los profetas y el “pueblo compasivo” que habita en muchos lugares pobres. Si sacamos la referencia al Padre/Madre de su registro simbólico la convertimos en una fórmula blasfema, mal dicha, en una figura realista. Y ya en ese registro descriptivo terminamos levantando una filo-teología extremadamente explicativa. Ponemos a Dios dentro de la dorada custodia de la razón discursiva y procesionamos internamente por sus atributos.
Tampoco Jesús es como ese “Dios”, persona y señor supremo en sentido literal. Hijo de Dios dotado de una autoridad sacral que eclipsa su ascendencia ganada por el cariño y la servicialidad. ¿Cómo entonces encontrarnos con el misterio último y cómo recordar a Jesús?
Jesús es un relato inspirador , una historia incompleta y un constructo religioso. Se edificó un mito desde la veneración de los que convivieron con él. Y a partir de ese mito unos intentaron reconstruir su historia, su “vida y milagros”, un propósito atrevido con resultado algo engañoso. Otros construyeron un inmenso edificio racional, la teología, desde la preeminencia y autoridad de la “filiación divina”, el Cristo Hijo de Dios. Pero el dato originario es el relato de fe. No hay otro Jesús hoy por hoy que el transmitido en el relato creyente de los discípulos de segunda generación. El Jesús histórico es una reconstrucción, suficiente para ser un apoyo mínimo a la poética de su inspiración. El Cristo de la Iglesia es un constructo sumativo de todas las experiencias y diferentes teorías de veinte siglos
Lo importante no es la apelación a Dios como Padre/Madre o Realidad última y a Jesús como Hijo de Dios, sino lo que ocurre en la memoria y el interior de quien acoge su relato como un incondicional para él. La “divinidad de Jesús” no es un rasgo objetivo de su persona sino la incondicionalidad que le otorgamos cuando decidimos dejarnos afectar por su sabiduría y andamos en el Mar con él, en esa bruma marina e imprecisa atmósfera de plenitud. La figura de Jesus, si se reduce a una historia reinventada o se amplía discursivamente en una teología sobrenaturalista pierde su sabiduría, pasa a ser doctrina y moral. O en el peor de los casos política, legitimación divina de una confesionalidad para el privilegio.
Jesus es lo que “nace y sale” de la inspiración o encuentro entre el relato evangélico y el buen corazón de nuestra mente. Lo decisivo no es pues cómo existió Jesús ni la atribución de divinidad, sino la elevación que despierta y la incondicionalidad que nos suscita.
En los momentos actuales en los que nos sentimos más vulnerables y necesitados de un ánimo mayor por el crecimiento de la farsa neoliberal, nos hace falta una conversación internacional sobre valores y referencias. Una reanimación a través de la palabra y de la convergencia que contradiga el nacionalismo y el patriotismo malentendidos, el sálvese quien pueda, la segregación, etc. Las religiones no cumplen el papel crítico e integrador que trasluce el relato de Jesús y otros similares. Se quedan todavía en el cielo. Se han encerrado en la autosuficiencia de sus doctrinas. El “caso” Jesús, como tantos esfuerzos por la justicia global, frustrados y resilientes, sí nos reanima.
Con Dios o sin Dios, desde Jesucristo u otros testimonios, con la ética y la política, con el arte, la música y el cuidado mutuo es preciso llegar a una transformación de las mentalidades que va bastante más allá de las identidades propias. La envergadura del cambio que desde la info-bio-tecnología se nos viene encima, juntamente con las sacudidas y amenazas del absolutismo liberal nos están poniendo a prueba y urgen una coalición de nuevas significaciones y compromisos colectivos. No hacen falta especiales expresiones religiosas sino aquellos sentimientos fuertes, libres y gozosos que “nacen y salen” del propio ser y que son ya en sí mismos una religiosidad y sobre-naturaleza. Y que algunos podemos seguir llamando, con las reservas dichas, Jesús o Padre o Reino o Internacional de la esperanza.
Sirva esto como pequeño comentario de los libros citados. Y ánimo para seguir en las mismas pasiones de otra manera.
Santi Villamayor, 7 de Mayo, 2021

8 comentarios

  • M.Luisa

    La lectura  del presente artículo  a la que me uno agradecida   en todo lo que en  él se dice, me ha venido al recuerdo lo que comenté  no hace mucho a propósito también  de otro hilo “ Jesús ¿una persona humana como nosotros?  De Roger Lenaers,   que ahora al volver a él me he dado cuenta de que la idea que contenía allí mi comentario    me quedó, a requerimiento de Jorge Felipe,  pendiente   de explicación   por lo que en su carencia allí, si me leyera ahora aquí,   tal vez, obtuviese  el material que la pudiera cumplimentar.

    Centrándome, pues,   ahora,  en el artículo mismo  pienso que si nos atenemos al  relato de Jesús,  en la base no hay una ontología, es decir, un llegar a ser existencial, sino la ética de un estar siendo en el tiempo  y en lo real  lo mismo que Él,   lo cual significa que  en tales condiciones   nos podemos permitir, como dice el propio autor,   atrevidos dispendios  de creatividad sin que por ello se produzca en la ética que nos dejó   alteración ninguna.

    El estar siendo, por tanto,  obedece más a una metafísica que a una ontología del ser   pues  con todo lo que en aquella ha representado la ciencia en las últimas décadas  el ser lo incluye y le otorga  por su universalidad e inespecificidad una alternativa  consistente en deconstruir y al mismo tiempo  construir nuevas posibilidades.

     

  • Alberto Revuelta

    Las lecturas de la liturgia de hoy traen el visionario de la charla de Pablo a los paseantes atenienses en los alrededores del Partenón. Buscar a tientas al dios desconocido en el que existimos, nos movemos y somos. Y de la resurrección?. Hablaremos otro día. No te enrolles. Estamos, sin publicar libros nuevos, donde estaban nuestros antepasados.

  • mª pilar

    ¡Gracias de todo corazón…y mente…y experiencia vivida!

    Es un gozo leerle-escucharle, con claridad, sencillez, profundidad.

    Gracias y un abrazo entrañable.

  • ana rodrigo

    Gracias, Santiago por haber tratado con tanta delicadeza una realidad que hemos vivido muchas personas en una etapa determinada de nuestra reciente historia religiosa.

    Desde esa realidad cada cual hemos evolucionado según nuestras circunstancias y nuestras inquietudes, muchas personas hemos llegado hasta un título, como el de este artículo, un tanto fuerte, que bien explicado como tú lo haces, a mí personalmente, me lleva a una sintonía con lo que dices sin traumas, más bien, me siento liberada de un lastre que cargaba con creencias a-racionales impuestas por las creencias de otros: clero, teólogos, dogmas, pecados personales, redención cruenta de los mismos a partir de un Dios vengativo, etc. etc. Sin contar como base de todo con la “sentencia” que Juan nos dejó diciendo  que “Dios es amor”.

    Gracias nuevamente, Santiago.

  • Gonzalo Haya

     

    Creo que es un acierto de Santiago el tratar este tema con una ambigüedad poética, porque lo trascendente no puede ser tratado con “conceptos claros y bien definidos”. Lo trascendente sobrepasa nuestra razón; nuestros conceptos son abstracciones de nuestra experiencia de nuestros sentidos y éstos no pueden experimentar lo trascendente. Sin embargo lo trascendente no queda fuera de nosotros, es al mismo tiempo inmanente, y nuestra “inteligencia sentiente” “percibe ese no sé que qué, que quedan barruntando”. Ahora bien, los conceptos o los atisbos poéticos pueden quedarse en meros juegos intelecuales o literarios; su garantía de autenticidad está en los efectos prácticos que produce. El árbol se conoce por sus frutos. Las teorías o los símbolos tienen su importancia en la medida en que guían o justifican los comportamientos, “dices que tienes fe, muéstrame tu fe con tus obras”. Nuestra cultura occidental, con razón o por orgullo, muestra un rechazo a la interferencia en la autonomía humana atribuida a Dios y, peor aún, a sus representantes. Renovemos o prescindamos del concepto “Dios” o “la divinidad de Jesús”, cada cuál verá, pero los que hemos nacido en el cristianismo mantegamos el ejemplo de Jesús, que entregó su vida por promover una sociedad más justa y fraterna. Por eso prefiero el relato de los evangelios sinópticos, mejor que la teología de Pablo o Juan.
     

     

     

    • Carmen

      Llega un poco tarde, pero gracias. agradezco leer estas cosas.
      Una pena que no se confiara en nosotros y nosotras, los cristianos y cristianas de a pie , hace muchos años. Muchos. Soplaban vientos de cambio. Por eso Ratzinger adoptó esa posición de intransigencia. Había mucho en juego. Y ganó. Siempre ganarán los Ratzinger.

      Ahora los vientos son otros. El tema religioso ha dejado de interesar, porque no se dio la talla cuando hubo que darla. No hubo respuesta ninguna. A veces el viento arrasa.

      En fin.

      En fin.

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