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Urbi et orbi

       De las semanas de furor de la pandemia van a quedar inolvidables muchas imágenes, también sonidos y silencios: de profesionales sanitarios cubiertos hasta las cejas con mascarillas, de hospitales de campaña para la emergencia, de aplausos a las ocho de la tarde desde balcones y ventanas, de ridículas caceroladas una hora más tarde, de banderas fieramente enarboladas como si de defender a alguna patria se tratara. Para los católicos –practicantes o no- la imagen más singular e impactante ha sido la de un octogenario vestido de blanco, sentado en un sitial para predicar al mundo entero a través del micrófono ante una plaza inmensa vacía, la de san Pedro en Roma: el papa Francisco en su primera homilía dominical tras la invasión del coronavirus en Italia, en Europa.

      Francisco predicó en comentario a Mc 5,35. Estamos todos como los discípulos en la barca bajo la tormenta, asustados y perdidos. La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad, deja al descubierto nuestras falsas seguridades, nos quita el maquillaje con que disfrazábamos el ego. Hay que invitar al Señor a nuestra barca. Él vencerá nuestros miedos. Con él a bordo no se naufraga. Tenemos un ancla en su cruz: por ella hemos sido salvados.

      Es imagen en contraste brutal con las de gloriosos días de proclamación de pontífices en un “Habemus Papam” ante una plaza vaticana a tope, impartiendo bendiciones a la santa Urbe y al entero Orbe; en contraste también con tantas y tantas apoteosis papales, desde Juan Pablo II, en otras plazas del mundo abarrotadas de fieles entusiastas. En Así habló Zaratustra imaginó Nietzsche al último Papa, que sería coetáneo de la muerte de Dios. Ninguna otra imagen podría cuadrar mejor a ese Papa que la de Francisco ante el vacío de la gran plaza.

      Ha habido más imágenes de Francisco en el tiempo del confinamiento: celebrando a solas la eucaristía –más bien, simple misa– en la capilla de Santa Marta en el Vaticano y luego en otros templos. Ha habido otras homilías suyas reiterándose en los temas. Se ha dirigido en alocución a los gobiernos y en plegaria a María orando por los afectados. Es lo mejor, lo único que podía hacer: rezar por el fin de la pandemia.

      A este Papa, seguramente el más sencillo desde Juan XXIII, le ha tocado la homilía más difícil. ¿Qué iba a decir ante una tragedia mundial en la que no hay humanos responsables? En mayo de 2006 Benedicto XVI visitó Auschwitz y llegó a interpelar a Dios: “¿Por qué permitiste esto?” No respondieron los cielos; le dieron la callada por respuesta. Ahora, en la pandemia, no hay humanos –nazis u otros- a los que culpar. El único responsable es Dios: “Dios o la naturaleza”, como diría Spinoza.

      Ha circulado un WhatsApp amable para con Dios donde un niño se dirige a él: “Querido Dios, ¿podrías desinstalar el 2020 y volver a instalarlo? ¡Tiene virus!”. Pero nosotros ya no somos niños; y en este asunto tampoco queremos serlo, aun a riesgo de perder el reino de los cielos. Y si no somos condescendientes amables, antes al contrario, los “sinceros para con Dios” (Honest to God) del opúsculo explosivo del obispo anglicano Robinson. Personas religiosas o meramente nostálgicas de lo sagrado ¿cómo no van a rebelarse, gritar su protesta, a la manera de Job y de Ivan Karamazov?

      Hay que ponerse en la piel de quien en esta epidemia ha perdido a una persona muy querida. Es para remedar a Benedicto e interpelar con dureza, como Job, a Dios, quien en esto ni siquiera tiene la coartada de unos malvados nazis en los que escudarse: ¿Por qué has permitido que haya muerto la mujer, el hombre, a quien más quería? ¿Por qué lo has permitido, además, cuando era más joven que yo y no le tocaba a él, a ella?

      A un tiempo covid19 de ausencia de Dios le sigue un post-covid de rebeldía con toda la teología a lo Job que puedan desarrollar los expertos en teodicea.

4 comentarios

  • ELOY

    Me parece que encaja bien aquí el articulo publicado por Andrés Torres Queiruga en Religión Digital el 28 de Abril de este año planteando la cuestión de Dios y el mal en relación al Coronavirus.

    Adjunto enlace:

    https://www.religiondigital.org/opinion/Andres-Torres-Queiruga-Dios-procesiones-iglesia-mal-castigo-epicuro_0_2226077382.html

     

     

     

    • Carmen

      Me gusta este señor. Tiene una teoría sobre el mal que leí hace años. Recuerdo que decia que había una explicación corta y otra larga o algo así. Muy interesante, pero creo, me parece, opino que hay personas que tienen determinadas cosas tan dentro de su alma debido al tipo de vida que han llevado, a todo lo que han creído , a todo lo que han estudiado, que demasiado hacen por poner un punto de cordura a todas esas ideas que sobre Dios nos han metido en la cabeza.
      Pero pasa un poco como con el mundo digital este en el que estamos inmersos. Hay cosas que los mayores jamás entenderemos. Sin embargo lo menores de veinte o veinticinco años no tienen ningún problema. Es su manera de andar por la vida. Pues hacen falta teólogos y teólogas que no tengan miedo a romper con determinadas ideas fijas. Que les de lo mismo las paradojas porque lo que sucede es que el planteamiento en sí mismo parte de una idea que es justo la que entorpece cualquier razonamiento, porque es engañoso.
      Tendrá que pasar alguna generación. Los cambios suelen ser lentos.
      Este señor tiene todo mi reconocimiento por el esfuerzo que hace en su planteamiento sobre el mal. Es un tema muy, muy complejo.
      O muy sencillo. Se saca a Dios del tema y se acaba el problema. Pero claro. Chocamos de frente con otra idea básica: Dios es amor. A ver cómo se liga el mal con el dios amor. Imposible. Hay que seguir rompiendo esquemas.
      Pero claro. Di tú que El Amor es un sentimiento humano. El mejor que tenemos. Pero humano. Y Dios es otra historia. Nadie va a hacer caso. A no ser que un teólogo de esos importantes lo plantee. Y di tú a los cristianos que Jesús es Jesús y Dios es Dios. Pues tan imposible como cuadrar un círculo geométricamente.
      En fin.

  • oscar varela

    Hola!

    Fierro ¡sí!

    Blandito.

    Debe andar -a lo sumo- en el 1% de Carbono.

    Muy blandito.

    ¡Y ni siquiera alguna aleación

    que lo haga útil o atractivo!

    Estos “fieros” se oxidan en santiamén.

  • Carmen

    Es que el error es meter a Dios en esto. Y en montones de cosas. He visto deshacerse a mí madre por el alzheimer. Mentalmente y físicamente. Tenía 27 años y ya por entonces no se m ocurrió meter a Dios en eso. Imposible.

    El virus este , pues es un virus horrible. Ha hecho mucho daño. Y esto empieza ahora porque la crisis económica está empezando. Tendremos que aprender a gestionar muchisimo mejor el planeta. Nos queda muchisimo por hacer. Pero qué tendrá que ver dios? El mío desde luego no tiene nada que ver. Pero desde que tenía veintipocos años. Desde luego, con lo de mi madre no tuvo nada que ver.

    El libro de Job me lo recomendaron muy, muy joven. El que no lo haya leído es superinteresante. Creo que al cabo de unos meses o un par de años, empecé a pensar. O sea. Imposible. Dios es imposible que haga una apuesta con el diablo. No. Porque ese no es mi Dios. Y ahí empezó mi jaleo y mi intriga. Era imposible lo que me decían. Imposible.

    A los treinta y tantos leí un artículo en el país de Miret Magdalena. Venía a decir que una persona normal, a la altura en la que estábamos, no podía aceptar la idea de un dios antropomórfico. Lo recorté. Por alguna carpeta estará.

    Dios bendiga a ese señor. No eran cosas mías. Era todo un teólogo de prestigio.

    Háganme caso. No metan a dios en esto. La vida es como es. Pero los seres humanos nos hemos equivocado un montonazo. Pero un montonaaaaazo. Hay cosas que geológicamente o vitalmente no tendrán solución. Pero otras ya lo creo que la tienen.

    Dios no programó el exterminio de judíos y de otras personas de distintas etnias. Dios no estaba allí. Se lo aseguro a todo ustedes. No estaba.

    Ni nos ha mandado el coronavirus. Sencillamente nos ha atacado el bicho.

    Entonces? Pues entonces no sé, pero sé que Dios esté detrás de todo esto, a ver, imposible.

    Pero claro. No soy teøloga.

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