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Meditación de la técnica, 4/12

Curso-taller basado en libro del mismo nombre de José Ortega y Gasset (1933). Ver Índice y entradas anteriores 

IV

EXCURSIONES AL SUBSUELO DE LA TÉCNICA

     

Destilado: Al ser humano se le da la posibilidad de existir, pero no la existencia hecha:

* tiene que «ganarse la vida», construir su vida.

Por eso es, ante todo, un programa como tal, lo que aún no es, sino que aspira a ser.

En función de esas pretensiones, el mundo es para cada época, para cada pueblo y para cada individuo algo distinto.

El mundo del comerciante y el mundo del poeta no serán el mismo, aunque tengan mucho en común.

       

     Las respuestas que se han dado a la pregunta ¿qué es la técnica? son de una pavorosa superficialidad. Y lo peor del caso es que no puede atribuirse al azar. Esa superficialidad es compartida por casi todas las cuestiones que se refieren verdaderamente a lo humano en el hombre. Y no será posible poner alguna claridad en ellas si no nos resolvemos a tomarlas en el estrato profundo donde surge todo lo propiamente humano.

     Mientras sigamos, al hablar de asuntos que nos afectan, dando por supuesto que sabemos bien lo que es lo humano, sólo lograremos dejarnos siempre la verdadera cuestión a nuestra espalda. Y esto acontece con la técnica. Conviene hacerse cargo de todo el radicalismo que debe inspirar nuestra interrogación, ¿Cómo es que en el universo existe esa cosa tan extraña, ese hecho absoluto que es la técnica, el hacer técnica el hombre? Si intentamos en serio aproximarnos a una respuesta, tenemos que resolvernos a sumergirnos en ciertas ineludibles honduras.

      Y entonces nos encontramos con que en el universo acontece el siguiente hecho: un ente, el hombre, se ve obligado, si quiere existir, a estar en otro ente, el mundo o la naturaleza. Ahora bien: ese estar el uno en el otro —el hombre en el mundo— podía adoptar uno de estos tres carices:

      1.º Que la naturaleza ofreciese al hombre para su estancia en ella puras facilidades. Esto querría decir que el ser del hombre y del mundo coincidían plenamente o, lo que es igual, que el hombre era un ser natural. Así acontece con la piedra, con la planta, probablemente con el animal. Si así fuese, el hombre carecería de necesidades, no echaría de menos nada, no sería menesteroso. Sus deseos no se diferenciarían de la satisfacción de esos mismos deseos. No desearía sino lo que hay en el mundo tal y como lo hay, o viceversa, lo que él desease lo habría ipso facto, como en el cuento de la varita de las virtudes. Un ente así no podría sentir el mundo como algo distinto de él, puesto que no le ofrecería resistencia. Andar por el mundo sería igual que andar por dentro de sí mismo.

      2.° Pero podría ocurrir lo inverso. Que el mundo no ofreciese al hombre sino puras dificultades o, lo que es igual, que el ser del hombre y el del mundo fuesen totalmente antagónicos. En este caso, el hombre no podría alojarse en el mundo, no podría estar en él ni una fracción de segundo. Eso que llamamos vida humana no existiría y, por lo tanto, tampoco la técnica.

      3.° La tercera posibilidad es la que efectivamente se da: que el hombre, al tener que estar en el mundo, se encuentra con que éste es en derredor suyo una intrincada red, tanto de facilidades como de dificultades. Apenas hay cosas en él que no sean en potencia lo uno o lo otro. La tierra es algo que le sostiene con su solidez y le permite tenderse para descansar o correr cuando tiene que huir. El que naufraga o se cae de un tejado se da bien cuenta de lo favorable que es esa cosa tan humilde por lo habitual que es la solidez de la tierra. Pero la tierra es también distancia; a lo mejor mucha tierra le separa de la fuente cuando está sediento, y a veces la tierra se empina; es una cuesta penosa que hay que subir. Este fenómeno radical, tal vez el más radical de todos —a saber: que nuestro existir consiste en estar rodeado tanto de facilidades como de dificultades—, da su especial carácter ontológico a la realidad que llamamos vida humana, al ser del hombre.

      Porque si no encontrase facilidad alguna, estar en el mundo le sería imposible, es decir, que el hombre no existiría y no habría cuestión. Como encuentra facilidades en qué apoyarse, resulta que le es posible existir. Pero como halla también dificultades, esa posibilidad es constantemente estorbada, negada, puesta en peligro. De aquí que la existencia del hombre, su estar en el mundo, no sea un pasivo estar, sino que tenga, a la fuerza y constantemente, que luchar contra las dificultades que se oponen a que su ser se aloje en él. Nótese bien: a la piedra le es dada hecha su existencia, no tiene que luchar para ser lo que es: piedra en el paisaje. Mas para el hombre existir es tener que combatir incesantemente con las dificultades que el contorno le ofrece; por lo tanto, es tener que hacerse en cada momento su propia existencia. Diríamos, pues, que al hombre le es dada la abstracta posibilidad de existir, pero no le es dada la realidad. Esta tiene que conquistarla él, minuto tras minuto: el hombre, no solo económicamente, sino metafísicamente, tiene que ganarse la vida.

      Y todo esto ¿por qué? Evidentemente —no es sino decir lo mismo con otras palabras—, porque el ser hombre y el ser de la naturaleza no coinciden plenamente. Por lo visto, el ser del hombre tiene la extraña condición de que en parte resulta afín con la naturaleza, pero en otra parte no, que es a un tiempo natural y extranatural, una especie de centauro ontológico, que media porción de él está inmersa, desde luego, en la naturaleza, pero la otra parte trasciende de ella. Dante diría que está en ella como las barcas arrimadas a la marina, con media quilla en la playa y la otra media en la costa. Lo que tiene de natural se realiza por sí mismo: no le es cuestión. Mas, por lo mismo, no lo siente como su auténtico ser. En cambio, su porción extranatural no es, desde luego, y sin más, realizada, sino que consiste, por lo pronto, en una mera pretensión de ser, en un proyecto de vida. Esto es lo que sentimos como nuestro verdadero ser, lo que llamamos nuestra personalidad, nuestro yo. No ha de interpretarse esa porción extranatural y antinatural de nuestro ser en el sentido del viejo espiritualismo. No me interesan ahora los angelitos, ni siquiera eso que se ha llamado espíritu, idea confusa cargada de mágicos reflejos.

      Si recapacitan ustedes un poco hallarán que eso que llaman su vida no es sino el afán de realizar un determinado proyecto o programa de existencia. Y su «yo», el de cada cual, no es sino ese programa imaginario. Todo lo que hacen ustedes lo hacen en servido de ese programa. Y si están ustedes ahora oyéndome es porque creen, de uno u otro modo, que hacer eso les sirve para llegar a ser, íntima y socialmente, ese yo que cada uno de ustedes siente que debe ser, que quiere ser. El hombre es, pues, ante todo, algo que no tiene realidad ni corporal ni espiritual; es un programa como tal, por lo tanto, lo que aún no es, sino que aspira a ser. Se dirá que no puede haber programa si alguien no lo piensa, si no hay, por lo tanto, idea, mente, alma o como se le quiera llamar. Yo no puedo discutir esto a fondo porque tendría que embarcarme en un curso de filosofía. Sólo puedo hacer esta observación: aunque el programa o proyecto de ser un gran financiero tiene que ser pensado en una idea, ser ese proyecto no es ser esa «idea». Yo pienso sin dificultad esa idea y, sin embargo, estoy muy lejos de ser ese proyecto.

      He aquí la tremenda y sin par condición del ser humano, lo que hace de él algo único en el universo. Adviértase lo extraño y desazonador del caso. Un ente cuyo ser consiste, no en lo que ya es, sino en lo que aún no es, un ser que consiste en aún no ser. Todo lo demás del universo consiste en lo que ya es. El astro es lo que ya es ni más ni menos. Todo aquello cuyo modo de ser consiste en ser lo que ya es y en el cual, por lo tanto, coincide, desde luego, su potencialidad con su realidad, lo que puede ser con lo que, en efecto, es ya, llamamos cosa. La cosa tiene su ser dado ya y logrado.

      En este sentido, el hombre no es una cosa sino una pretensión, la pretensión de ser esto o lo otro. Cada época, cada pueblo, cada individuo modula de diverso modo la pretensión general humana.

      Ahora, pienso, se comprenden bien todos los términos del fenómeno radical que es nuestra vida. Existir es para nosotros hallarnos de pronto teniendo que realizar la pretensión que somos en una determinada circunstancia. No se nos permite elegir de antemano el mundo o circunstancia en que tenemos que vivir, sino que nos encontramos, sin nuestra anuencia previa, sumergidos en un contorno, en un mundo que es el de aquí y ahora. Ese mundo o circunstancia en que me encuentro sumido no es sólo el paisaje que me rodea, sino también mi cuerpo y también mi alma. Yo no soy mi cuerpo; me encuentro con él y con él tengo que vivir, sea sano, sea enfermo, pero tampoco soy mi alma: también me encuentro con ella y tengo que usar de ella para vivir, aunque a veces me sirva mal porque tiene poca voluntad o ninguna memoria. Cuerpo y alma son cosas, y yo no soy una cosa, sino un drama, una lucha por llegar a ser lo que tengo que ser. La pretensión o programa que somos oprime con su peculiar perfil ese mundo en torno, y éste responde a esa presión aceptándola o resistiéndola, es decir, facilitando nuestra pretensión en unos puntos y dificultándola en otros.

      Ahora puedo decir lo que antes no hubiera podido entenderse bien. Eso que llamamos naturaleza, circunstancia o mundo no es originariamente sino el puro sistema de facilidades y dificultades con que el hombre-programático se encuentra. Aquellos tres nombres —naturaleza, mundo, circunstancia— son ya interpretaciones que el hombre da a lo que primariamente encuentra, que es sólo un complejo de facilidades y dificultades. Sobre todo, «naturaleza» y «mundo» son dos conceptos que califican aquello a que se refieren como algo que está ahí, que existe por sí, con independencia del hombre. Lo propio acontece con el concepto «cosa», el cual significa algo que tiene un ser determinado y fijo y que lo tiene aparte del hombre y por sí. Pero, repito, todo esto es ya reacción intelectual interpretativa, a lo que primitivamente hallamos en torno de nuestro yo. Y eso que primitivamente hallamos no tiene un ser aparte e independiente de nosotros, sino que agota su consistencia en ser facilidad o dificultad, por lo tanto, en lo que es respecto a nuestra pretensión. Sólo en función de ésta, es algo facilidad o dificultad. Y según sea la pretensión qué nos informa, así serán éstas o las otras, mayores o menores, las facilidades y dificultades que integran el puro y radical contorno. Así se explica que el mundo sea para cada época, y aun para cada hombre, algo distinto. Al perfil de nuestro personal programa, perfil dinámico que oprime la circunstancia, responde ésta con otro perfil determinado compuesto de facilidades y dificultades peculiares. Evidentemente, no es lo mismo el mundo para un comerciante que para un poeta: donde éste tropieza, aquél nada a sabor: lo que a éste repugna, a aquél le regocija. Claro es que el mundo de ambos tendrá muchos elementos comunes: los que responden a la pretensión genérica que es el hombre en cuanto especie. Mas precisamente porque el ser del hombre no le es dado, sino que es, por lo pronto, pura posibilidad imaginaria, la especie humana es de una inestabilidad y variabilidad incomparables con las especias animales. En suma, que los hombres son enormemente desiguales, contra lo que afirmaban los igualitarios de los dos últimos siglos y siguen afirmando los arcaicos del presente.

30 comentarios

  • M. Luisa

    Qué hay sobre la INTROSPECCIÓN? Estoy de acuerdo con Ortega, es pobre y errado aunque  con seguridad tendremos distintas razones.

    No cabe en la mía el lamento  porque ni tan siquiera necesitamos de esta introspección que ha sido lo propio de la filosofía del pasado. En la del presente donde se está es en la realidad y por tanto si ya se está en ella lo que cuenta no es esta entrada, esa vuelta hacia mis adentros no.

    No hay que entrar en mí  ni tampoco traerse ese mundo de ahí  fuera hacia adentro como señala Ortega,  sino  que  estoy  ya en mí, y estoy en mí ya  por el mero hecho de estar sintiendo la realidad de cualquier cosa actualizada   en la mía propia en virtud de la inteligencia

    No se trata, pues,  naturalmente, en  un ir pa ´DENTRO  sino de una intelección hacia el fundamento de la realidad,  en esa realidad en donde ya se está.

    En definitiva, lograr ese saber que nos deja  sabiendo. No sólo basta con este   estar  sino  que nos deja sabiendo estar en la realidad.

    • Iñaki SS

      Que buenas puntualizaciones M.Luisa. Cuanto más las leo más me convencen. Creo, y lo digo reconociendo todas mis limitaciones, que no tienen desperdicio.
      Un abrazo

      • M. Luisa

        ¡Benditas limitaciones las tuyas, Iñaki, que saben llenar de generosidad el vacío que deja el desdén!

        Otro abrazo grande para ti

    • Asun Poudereux

      No hay desdén, M.Luisa. Limitaciones tenemos todos, de tiempo también. Normalmente Iñaki, se adelanta. Y va tan al punto, que no encuentro nada más que añadir. Además lo corto y sencillo, dicen, doblemente bueno.
      Besos.

  • oscar varela

    Hola Juan Antonio!
    ¡Gracias por tu explayarte!
     
    Te aporté el Texto anterior motivado por tu decir:
    El hombre tiene que tomar conciencia profunda de lo que en el fondo ES.
    – Y esto requiere INTROSPECCIÓN, que le lleve a tomar conciencia”-
    ……………………
    Ese camino (método) -según Ortega-, es pobre y errado.
    ¿Cómo no vivir lamentándose, entonces?
     
    1- El Texto aportado, si es que de verdad has leído y comprendido a Ortega, habla
    – de “expresión” (distinguida de “significación”);
    – de “superficie”; restituyendo la primacía de lo “superficial”
    (también llamada “patencia” de una “latencia”),
    frente a los variados snobismos de “profundo”.
     
    2- Lo que señalas de una INTROSPECCIÓN te desvía el pensamiento
    lo que Ortega señala como EN-SI-MISMA-MIENTO.
     
    Precisamente LA TÉCNICA que Ortega está acá pergeniando
    surge naturalmente de haberse traído ese mundo de ahí-AFUERA
    hacia su ADENTRO porque sentía que no se ajustaba con el SUYO-IMAGINADO.
     
    a) Se sentía ESTAR-MAL en ese de AFUERA,
    b) Se metía a su ADENTRO (ÍNTIMO – LATENTE)
    c) traza, entonces un PLAN (esto es LA TÉCNICA – no tal o cual)
    d) para CAMBIAR AQUEL MUNDO A SU MUNDO.
     
    3- El mayor conocedor alemán de Goethe fue Curtius, quien reconoció
    la excelencia interpretativa de Ortega sobre el Poeta,
    donde en una de sus Conferencias analiza
    el “Conocimiento de uno mismo” (YO),
    y muestra que el Camino (método) acertado
    NO es un “ir pa’DENTRO”, “AL FONDO”.
     
    Si no llegaste a conocer esto último
    (cosa que no ha de ser “nueva” para el atriero)
    Te lo podría citar cuando a vos te parezca.
     
    Abrazo!

  • juan antonio vinagre oviedo

    Adjunto esta reflexión a las que preceden en el tiempo. Reflexión que me sugieren algunas frases de Ortega en la entrega de esta semana, consciente de que el tema merecería más amplitud…

    El hombre no sólo tiene que ganarse la vida y así construirse. Tiene sobre todo que tomar conciencia profunda de lo que en el fondo ES. Y por ello debe saber valorar mejor, mucho mejor su circunstancia, a fin de no convertirla en ídolo, que lo desvía del camino o lo entretiene o debilita demasiado…, sin acabar de centrarse en lo fundamental humano. Y esto requiere INTROSPECCIÓN profunda y reiterada, que le lleve a tomar conciencia de lo que realmente significa y es el ser humano: mujer-hombre-niños…

    Pero este tipo de introspección profunda no es fácil… El ser humano en su desarrollo evolutivo fue tomando conciencia primero de su circunstancia y de cómo sobrevivir en ella… Es decir, primero se interesó y preguntó por lo EXTERIOR, no por sí mismo.  La filosofía de los presocráticos, preguntándose por los componentes primarios de la realidad  -agua, fuego aire…- son una pista… La conciencia de las propias necesidades más elementales se adquiere pronto, pero la conciencia de las necesidades más profundas el hombre las adquiere más tarde, en un período evolutivo de más madurez personal psíquica interior.

    Por eso hemos progresado más -y sobre todo, antes- en el desarrollo y conocimiento de la realidad externa  -física, química, botánica, anatomía…- que en el conocimiento y estudio de nuestra realidad interna. Más concretamente, conocemos mejor los principios básicos de la física electromagnética o atómica  -incluso algunos aspectos de la cuántica-  que nuestro mundo interior  -emociones, motivaciones, sentimientos…, funcionamiento neurológico, libertad interior auténtica, capacidad de establecer relaciones humanas positivas y sanas,  y de lo que significa la auténtica paz…-.

    En fin, conocemos mejor la técnica de construcción de un gran puente, de un gran rascacielos, de una nave espacial… que los medios, (la técnica?) para convivir en paz… Sabemos mejor cómo destruirnos -estamos más capacitados para tal monstruosidad- que cómo construirnos y convivir como seres humanos en sociedad, sin luchas de tribus…  Es decir, sabemos poco de valores humanos…  o los interiorizamos muy poco…

    Por eso tantas variaciones y tantos fallos en los sistemas educativos, que no contemplan los valores más humanos como objetivos a conseguir… Interesa más formar para el mejor rendimiento económico y empresarial… Interesa más crear centros de inteligencia factorial que formar en valores humanos…  Dentro de poco sabremos más cómo controlar este virus pandémico, que nuestras emociones y cómo crear auténtico bienestar y paz interior…

    Por eso la física, la química, la botánica están más avanzadas que la genética, que la psicología, la memoria, la estabilidad emocional, la neurología… Éstas últimas sólo tienen ciento y pico de años de cultivo…, y como sugerí antes, la genética comenzó su estudio por lo más externo -los guisantes-, y la psicología por la sensación -de nuevo lo externo… Es decir, la circunstancia se nos impone, nos preocupa más que la conciencia íntima, que el fondo de nosotros mismos…

    Y es que la intimidad requiere más madurez psíquica, que permita tomar conciencia de ella y  conocerla a fondo. Por eso nuestro actual nivel de desarrollo tan poco humano -más externo que interno-. En suma, no somos suficientemente conscientes de lo que en el fondo somos, y somos capaces de llegar a ser por dentro. Por eso, andamos tanto por las ramas… Por eso, damos por supuesto lo que es el ser humano, sin conocerlo bien a fondo. Por eso, nos seduce tanto lo exterior y el brillo y nuestro ego torpón. Por eso así nos va… Somos, como especie, y quizá también como individuos, menos lúcidos de lo que pensamos. (Marina escribió un libro sobre “El fracaso de la inteligencia”) Y es que estamos a medio madurar como especie humana. Por eso, ocurre lo que ocurre, insisto.

    De ahí que el ser humano necesite reconsiderarse y reconstruirse con valores más auténticos. (Este tema requiere mayor y mejor desarrollo, por lo complejo que es. Cada cual puede hacerlo por su cuenta y compartirlo con la comunidad atriera. Saludos.

     

    • oscar varela

      Hola Juan Antonio!
      Fijate si lo siguiente te agrega, des-agrega o modifica tu punto de vista:
      Gracias, Abrazo!
      …………………
      Cuando vemos el cuerpo de un hombre, ¿vemos un cuerpo o vemos un hombre? Porque el hombre no es sólo un cuerpo, sino, tras un cuerpo, un alma, espíritu, conciencia, psique, yo, persona, como se prefiera llamar a toda esa porción del hombre que no es espacial, que es idea, sentimiento, volición, memoria, imagen, sensación, instinto. Dicho de otra manera: el cuerpo humano, ¿es, por su aspecto, cuerpo en el mismo sentido en que lo es un mineral? No se trata ahora de si la Química puede o no reducir a los mismos elementos un organismo humano y un mineral, sino de si el aspecto del uno se puede reducir a los mismos componentes que el aspecto del otro.

      Pronto advertimos que si la forma humana pertenece, como el mineral, al género «cuerpo», y como él, ocupa espacio, tiene figura y color, es visible en suma, se diferencia de él como una especie de otra. Hay, en efecto, dos especies de cuerpo: el mineral y la carne. Podrán, en última instancia analítica, ser lo mismo; pero como fenómenos, como aspectos, son esencialmente diversos. Note cada cual su diferente actitud ante algo que es piedra o gas y algo que presenta esa característica «facies» de la carne. Mas ¿en qué consiste su diferencia? Ni por su color ni por su figura se diferencian esencialmente: lo visible en ellos es, en principio, igual.

      La diferente actitud nuestra ante la carne y ante el mineral estriba en que, al ver carne, prevemos algo más que lo que vemos; la carne se nos presenta, desde luego, como exteriorización de algo esencialmente interno. El mineral es todo exterioridad; su dentro es un dentro relativo: lo rompemos y lo que era porción interior se hace externa, patente, superficial. Mas lo interno de la carne no llega nunca por sí mismo —y aunque la tajemos —a hacerse externo: es radical, absolutamente interno. Es, por esencia, intimidad. A esta intimidad llamamos vida. A diferencia de todas las demás realidades del Universo, la vida es constitutiva e irremediablemente una realidad oculta, inespacial, un arcano, un secreto. Por eso sólo la carne, y no el mineral, tiene un verdadero «dentro».

      En el caso del hombre, esta intimidad de lo vital se potencia y enriquece desmesuradamente merced a la riqueza de su alma. El hombre exterior está habitado por un hombre interior. Tras del cuerpo está emboscada el alma.

      Nótese todo lo que hay de extraño en ese fenómeno, lo que hay de extravagante y aun conmovedor en el oficio de expresar que algunas realidades toman sobre sí. Para que haya expresión es menester que existan dos cosas: una, patente, que vemos; otra, latente, que no vemos de manera inmediata, sino que nos aparece en aquélla. Ambas forman una peculiar unidad, viven en esencial asociación y como desposadas, de suerte que, donde la una se presenta, trasparece la otra. Lo que en ello hay de conmovedor no es sólo ese fiel apareamiento y metafísica amistad en que las hallamos siempre, sino que una de ellas se supedita con ejemplar humildad y solicitud a la otra. La palabra que oímos no es más que un ruido; una sacudida material del aire.

      Sin embargo, no pretende absorber nuestra atención sobre esto que ella es, sobre ella misma como sonido, sino, al contrario, nos invita a que reparemos en ella tan sólo lo preciso para que la entendamos. Mas lo que se entiende de la palabra no es su sonido, que sólo se oye; lo que se entiende es el sentido o significación que ella expresa, que ella representa. Nos induce, pues, la palabra humildemente a que la desdeñemos a ella y penetremos lo antes posible en la idea que ella significa. Diríase que es feliz desapareciendo, anulándose, delante de su significación y que cumple su destino dejándose suplantar por la idea. Siempre, en la expresión, la cosa expresiva se sacrifica espontáneamente a la cosa expresada, la deja pasar al través de sí misma, de suerte que para ella «ser» consiste más bien en que otra cosa sea. No cabe más ejemplar altruismo, y nos hace pensar en la madre, para la cual vivir no es vivir ella, sino que viva su hijo. Así son las palabras místicas ampolluelas que viven revolando de labios en oídos, y en el aire intermedio se quiebran, derramando sus esencias interiores e impregnando la atmósfera con la materia trascendente de las ideas.

      Algo del mismo género acontece con el aspecto humano. Es una falsa descripción de los fenómenos, de hecho, según él se ofrece, decir que primero vemos del hombre sólo un cuerpo parejo al mineral, y que luego, en virtud de ciertas reflexiones, insuflamos en él mágicamente un alma. La verdad es lo contrario: nos cuesta un gran esfuerzo de abstracción ver del hombre sólo su cuerpo mineralizado. La carne nos presenta de golpe, y a la vez, un cuerpo y un alma, en indisoluble unidad. Y esta unidad —que es indiferente y previa a las teorías espiritualistas y materialistas— no consiste en que veamos simplemente juntos, y como uno al lado del otro, el cuerpo y el alma, sino que ambos se articulan formando una peculiar estructura. La carne presenta su forma y color no para que los veamos, sino para que «al través» de ellos, como al través de un cristal, vislumbremos el alma.

      Vida orgánica es siempre intimidad, realidad oculta, como lo es el alma o el espíritu. Por serlo, no pueden hacerse presentes si no es mediante el cuerpo: en él se proyectan, en él se imprimen, en él dejan su impronta y su huella. Del mismo modo vemos en los desgarrones de la nube barroca las líneas de embestida del viento invisible o lo buscamos en el ondear de la bandera y el temblor de la vela marina.

      Toda intimidad, pero, sobre todo, la intimidad humana —vida, alma, espíritu—, es inespacial. De aquí que le sea forzoso, para manifestarse, cabalgar la materia, trasponerse o traducirse en figuras de espacio. Todo fenómeno expresivo implica, pues, una trasposición; es decir: una metáfora esencial. El gesto, la forma de nuestro cuerpo, es la pantomima de nuestra alma. El hombre externo es el actor que representa al hombre interior.

      Ciertamente que en nuestra figura y gestos no se deja ver toda nuestra intimidad; pero ¿es que alguien ha visto todo un cuerpo? ¿Quién ha visto, por ejemplo, entera una naranja? Dé cualquier sitio que la miremos encontraremos sólo de ella la cara que da a nosotros; su otro haz queda siempre fuera, de nuestra visión. Lo único que podemos hacer es dar vueltas en torno al objeto corporal y sumar los aspectos que sucesivamente nos presenta; pero entero y de un golpe, con auténtica e inmediata visión, no lo vemos nunca.

      Conviene no olvidar esta sencilla observación, porque de ordinario creemos que el mundo material nos es por completo patente y, en cambio, el mundo íntimo nos es por completo inasequible. En ambos sentidos se exagera.

      Los jóvenes, sobre todo, suponen que su persona interior, los vicios de su carácter, son un profundo secreto que en. sí llevan, bien defendido ante las miradas ajenas por la materia opaca de su cuerpo. No hay tal: nuestro cuerpo desnuda nuestra alma, la anuncia y la va gritando por el mundo. Nuestra carne es un medio transparente donde da sus refracciones la intimidad que la habita.

      No vemos nunca el cuerpo del hombre como simple cuerpo, sino siempre como carne; es decir: como una forma espacial cargada, cuasi eléctricamente, de alusiones a una intimidad. En el mineral, nuestra percepción descansa y termina sobre su aspecto. En el cuerpo humano, el aspecto no es un término donde concluye nuestra percepción, sino que nos lanza hacia un más allá que ella representa. Los minerales son cuerpos que no representan otra cosa; por eso nos basta con mirarlos.

      El cuerpo humano tiene una función de representar un alma; por eso, mirarlo es más bien interpretarlo. El cuerpo humano es lo que es y, «además», significa lo que él no es: un alma. La carne del hombre manifiesta algo latente, tiene significación, expresa un sentido. Los griegos, a lo que tiene sentido llamaban «logos», y los latinos tradujeron esta palabra en la suya: «verbo». Pues bien: en el cuerpo del hombre el verbo se hace carne; en rigor, toda carne encarna un verbo, un sentido. Porque la carne es expresión, es símbolo patente de una realidad latente. La carne es jeroglífico. Es la expresión como fenómeno cósmico.

      • juan antonio vinagre oviedo

        Hola, Oscar: Gracias por la aportación de ese texto de Ortega, texto que había leído hace muchos años, y que siempre es bueno volver a recordar. Ortega no andaba por las ramas, su vocación académica era profundizar e innovar -aparte de hacer pensar-, aunque no siempre se le pudiese dar la razón. Él tenía su perspectiva, como los demás…, aunque sin duda muy lúcida y merecedora de ser oída.
        Ese texto de Ortega, desde mi perspectiva, lo veo como un desarrollo más explícito de su reflexión, que siempre va más allá de las circunstancias y trata de bucear en los rincones del alma-intimidad… Esa tendencia a ir más allá fue la que me llevó a hacer una reflexión sobre el desarrollo evolutivo del pensamiento humano…, que inicialmente -y aún hoy en muchos, muchos casos- prestó más atención a su circunstancia que a su yo más íntimo. Este se descubre y se profundiza en él cuando el ser humano alcanza más madurez… Por eso mi referencia a los pre-socráticos… y por eso, en buena parte, nuestro retraso en ciencias de la intimidad y en la tardía (e insuficiente) valoración del ser humano… (Piénsese en los Derechos Humanos, por ejemplo. tema, gran tema aún pendiente en nuestras sociedades…)
        Lo que quiero decir con esto es que somos aún demasiado inmaduros y poco lúcidos, aunque los éxitos externos y nuestro ego nos hagan ver otra cosa… A mi juicio, si miramos la historia del hombre y de las sociedades, con cierto detenimiento -yendo a la intrahistoria-, no podemos pensar de una manera muy positiva… Como diría el mismo Ortega, “la historia parece el sueño de un tigre”… Por eso nos va como nos va… A no ser que nos acostumbremos tanto a ese “como nos va” que ya todo lo veamos normal (en qué sentido…?)
        Antes hice una referencia a los pre-socráticos… Permítase añadir: La cultura Oriental llegó antes que la Occidental a plantearse preguntas sobre el hombre, sobre el Yo (incluso hasta negar ese yo como realidad), sobre la paz espiritual, íntima…, sobre el control de emociones…, acerca de la inmunidad ante el sufrimiento…
        (Termino con una especie de nota al margen: Cuando en mi primera reflexión aludí a la física, debía haber nombrado antes la astronomía…, que tanto absorbió e interesó al intelecto humano…)
        Estas son pequeñas aclaraciones a propósito de tus sugerencias, que siempre agradezco y valoro, Oscar. Un abrazo

    • Román Díaz Ayala

      Efectivamente, Juan Antonio, que Ortega no sólo se hace la pregunta qué es el ser humano, sino que hace metafísica diciendo qué es el ser del humano, como tú lo planteas. No podemos salvarnos a nosotros mismos sin salvar a la humanidad, y tal cosa no puede lograrse si no nos aferramos a lo que nos hace verdaderamente humanos.
      cuando se plantean estas cuestiones en términos de inteligencia, Ortega da otro paso y habla de la vida. “Vivir, es por lo pronto una revelación, un no contentarse con ser, sino comprender o ver que se es, un enterarse…” (Unas lecciones de metafísica)
      Es curioso, porque quienes creen que han superado el humanismo que ha reinado en nuestro curso civilizatorio, le dan un sentido orgánico a la inteligencia y un sentido mecanicista a al vida. Es como si pensasen que a las cuatro fuerzas de la materia que describen los físicos (gravitatoria, electromagnética, nuclear fuerte y nuclear débil) existe “otra ley” de la materia que es la inteligencia, y que a nivel estado de complejidad surge por necesidad. Nada digamos entonces de la vida.
      LLega un momento en que encontramos el límite de nuestro filosofar, pues hay verdades que se resisten a ser encontradas, y ni la metafísica llega a satisfacer nuestra necesidad plenamente, una necesidad “sentida por nosotros”, como dice Ortega.
      Ese algo más, o ese algo distinto, volverá a ser planteado casi continuamente en este taller, al menos, yo estoy dispuesto a incluirlo.

      • juan antonio vinagre oviedo

        Estoy de acuerdo, Román, con lo que dices. Me parece correcto. También compruebo que tú y Oscar conocéis a Ortega mejor que yo. Ya hace muchos años que no leo a Ortega. Por eso, a veces hablo de memoria-s. Sin embargo, guardo un gran aprecio por él como pensador. Nos enseñó mucho y se lo debemos, agradecidos. un saludo

      • oscar varela

        Hola Román!
        Leo lo que le haces decir a Ortega:
        -“No podemos salvarnos a nosotros mismos
        sin salvar a la humanidad.”-
        …………….
        Jamás podría decir, Ortega, semejante frase;
        pero ¡seguro que “se mataría de risa”!

        “¿Salvar a la HUMANIDAD?”

        Eso suena a prurito pretencioso de alguna “religión”.

        ¡¿Qué le vamos a hacer, Román, no?!

        ¡Abrazo!

  • M. Luisa

    Que no se  malinterpreten mis opiniones sobre Ortega, lo digo ya de entrada por alguna nota suspicaz  que  ya advertí días atrás pero que por ser pura  inventiva   no le di la mínima importancia. Aunque  sí, sobre este punto,  valdría la pena  preguntarse ¿acaso en un foro  no se puede expresar el sentido  crítico que una defiende? ¿Acaso un foro no es el sitio más idóneo  para  hacerlo? Pues eso, como mi intención está a las antípodas de querer molestar, ejerceré mi libertad para comentar con la mejor voluntad la reflexión sugerida en la entrega de este capítulo.

    Sería estar ciega, o haber perdido el sentido de la coherencia si después de tantos años posicionándome a favor de la no dualidad, ahora no mostrara mi disentimiento  al dualismo que percibo en Ortega. Un dualismo  entre las necesidades objetivas animales (la vida animal o biológica) y la invención de necesidades humanas como “vida humana superior” (tecnificada). Se deja entrever ahí la   ambigüedad  casi sartreana: “la vida no le es dada al hombre sino que tiene que hacérsela” Sí, si se trata,  respecto a su proyecto que decide cumplir. Pero no  si la vida es tomada como  aquel modo de ser de nuestra realidad humana dado por excelencia, lo que significa que ahí no vale invención alguna.

    • M. Luisa

      …Y es que si pensásemos la metafísica desde el presente en el que la ciencia entra a formar parte de la filosofía no habría dificultad alguna en deshacernos de aquellos dos estratos que siempre la han caracterizado produciendo efectos dualísticos.

      Pensar la metafísica unitariamente induce a tener también que pensar de otro modo la trascendencia, ya que entonces trascender no es ir más allá de esto que nos sale al paso sino considerar esto mismo en sus dos momentos, lo obvio de ello, lo real, lo físico y por tanto su necesidad (cósmica) pero también su momento de no obviedad, o sea lo trascendental, su realidad.

      Ahora bien, no es que la realidad de las cosas que nos salen al paso se esconda, está ahí con su in-obviedad, no es in-obvia porque no aparezca sino porque no se la atiende. Entonces, mediante esta sustantivación del acto humano, él mismo, ese acto, se torna trascendente. Por tanto en el ser humano no hay nada de vida animal, hay sólo vida humana siempre.

  • Isidoro García

    Todo en la evolución del Universo, es un continuum. Todo tiene un origen minúsculo, y poco a poco se va ampliando y mejorando hasta niveles insospechados en el inicio. (Todos provenimos de una miserable célula).

    Todo en el Universo, tiene la estructura de  un binomio de unos “cuantos” de materia/energía, con unos “cuantos” de información, que son los dos componentes del Universo.

    La inteligencia, se podría definir como ese segundo componente: la suma de “cuantos” de información, que un ser contiene. En el sentido extendido, la inteligencia es aquello que define el comportamiento  de un ente, incluidos los inanimados.

    Por eso la inteligencia más primitiva la constituyen las leyes de la materia, la gravedad, electrostática, etc.

    Luego hay un nivel con las leyes químicas, que hacen que un molécula haga esto o lo otro. Y luego está el nivel de las leyes biológicas, más sofisticadas.

    La primera inteligencia de un ser vivo, es esa “información” que tiene una molécula bioquímica compleja, que detecta por tacto, otras moléculas exteriores a ella, y decide abrirse, englobarla y “comerla”, o decide huir si siente un peligro de ser comido.

    En el proceso evolutivo, los seres van complejizándose y especialmente van acumulado cuantos de información, haciendo que su conducta sea cada vez más sofisticada y adecuada en función del medio en el que se desarrolla.

    Por eso en sentido extenso, todos los animales son inteligentes, unos más y otros menos, y existe una escala continua de inteligencia, compuesta de animales, (pongamos los primates, como los más cercanos), los australopitecos, homínidos, los hombres, y los ángeles-demonios-extraterrestres, (si existen, que yo apuesto a que sí), y por último estaría “Dios”, en la cúspide evolutiva de la plena Inteligencia estricta, fuente de todas las demás inteligencias.

    La escala es contínua y no hay una frontera definida, pero como forma de hablar y por entendernos, podríamos decir que el humano actual, (nosotros), tenemos en germen la inteligencia, pero hay que desarrollarla, hasta el nivel propio de nuestra naturaleza.

    ¿Un huevo es una gallina?: no, pero deja que se desarrolle y lo será. ¿Una semilla es un roble de veinte metros?: no, pero plántalo, riégalo y dale tiempo.

    Pero ese desarrollo tiene un límite, que es nuestra naturaleza. Como la inteligencia es creadora por principio, la inteligencia genera más inteligencia, (ya no mediante las leyes emergentes biológicas, sino con la utilización de la tecnología), y entonces llegará el momento en que sobrepasemos nuestra naturaleza de especie, y tendremos que saludar fraternalmente a otra especie superior compuesta de nuestros tataranietos, que llevarán una foto nuestra en su cartera. Dar el relevo, es también ganar la carrera. (Tema del transhumanismo, que tanto miedo da, ¿por qué?).

    Yo creo que el problema del humano, es que ha cantado victoria, antes de tiempo. El problema es que hasta hace muy poco la visión del humano y del Cosmos era estática. Era como una fotografía. Pero hoy sabemos que no es así, la Vida es dinámica, y el conocimiento de ella es una película en movimiento.

    Y por eso, nos cuesta mucho reconocer que pudiera ser que no seamos los Reyes de la Creación, ni que Dios no nos haya “fabricado” en un acto ad hoc, digno de nuestra alta “categoría”, nada menos que de hijos únicos de Dios y herederos del Universo. Las carcajadas que se deben oír esto, en el Universo, son las mismas que nosotros tenemos con los primitivos, que se definían como los “únicos humanos”.

    Nos cuesta ser como dice Marina, megalómanos humildes. Megalómanos en cuanto que debemos aspirar a conocerlo todo, incluído lo que muchas veces no se puede conocer, y humildes, no en el sentido de despreciarnos, abajarnos y ovejizarnos, sino simplemente de reconocer nuestra limitada realidad, pero sin cortarnos por ello: ambiciosos realistas.

     

    Respecto a la imagen del doble periodo embrionario de los marsupiales, solo lo digo, porque si pudiera parecer demasiada “divagación y fantasía”, lo de la doble gestación humana, en la naturaleza, existen fenómenos igualmente complejos y “raros”, y sobre todo en los seres intermedios entre clases: peces que respiran aire, dinosaurios que vuelan con alas de plumas,…

  • oscar varela

    (de: EN TORNO A GALILEO – Lección II- la estructura de la vida, sustancia de la historia)
     
    “No hay manera de aclararse un poco lo que es la vida humana si no se tiene en cuenta que el mundo o universo es la solución inte­lectual con que el hombre reacciona ante los problemas dados, inexo­rables, inexcusables que le plantea su circunstancia. Ahora bien:
    1.°, cuáles sean las soluciones depende de cuáles sean los problemas;
    2.°, una solución sólo lo es auténticamente en la medida en que sea auténtico el problema;
    – quiero decir, en que nos sintamos efectiva­mente angustiados por él. Cuando, por uno u otro motivo, el pro­blema deja de ser efectivamente sentido por nosotros, la solución, por muy certera que sea, pierde vigor ante nuestro espíritu, esto es, deja de cumplir su papel de solución, se convierte en una idea muerta.
     
    Me interesaba subrayar todo esto porque ello formula con ener­gía la dualidad inherente al vivir humano en virtud de la cual el hombre está siempre en el problema que es su circunstancia, mas, por lo mismo, forzado a reaccionar ante ese problema, está siempre en una relativa solución. El hombre más escéptico vive ya en ciertas convicciones radicales, vive en un mundo, en una interpretación. El mundo en que esta el escéptico se llama «lo dudoso»: vive en él, está en la duda, en el mar de lo dudoso, en el mar de confusiones, como le llama muy certeramente la expresión vulgar —y ese mundo de lo dudoso es tan mundo como el mundo del dogmático, aunque sea un mundo pavorosamente pobre.
     
    Cuando se habla, pues, de un «hombre sin convicciones» cuídese de advertir que eso es sólo una manera de hablar. No hay vida sin últimas certidumbres: el escép­tico está convencido de que todo es dudoso.
     
    Cuando he indicado que nuestra vida, la de cada cual, es, por fuerza, interpretación de sí misma, es formarse ideas sobre sí y lo demás, el oyente se habrá dicho que no se ha dado cuenta de haber nunca realizado ese esfuerzo. Y tiene razón si ha entendido mis pala­bras en el sentido de que cada hombre por su solo esfuerzo origi­nal se crea una interpretación del universo. Por desgracia —o por ventura—eso no acontece.
     
    Al encontrarnos viviendo, nos encontra­mos no sólo entre las cosas, sino entre los hombres; no sólo en la tierra, sino en la sociedad. Y esos hombres, esa sociedad en que hemos caído al vivir tiene ya una interpretación de la vida, un reper­torio de ideas sobre el universo, de convicciones vigentes. De suerte, que lo que podemos llamar «el pensamiento de nuestra época» entra a formar parte de nuestra circunstancia, nos envuelve, nos penetra y nos lleva.
     
    Uno de los factores constituyentes de nuestra fatalidad es el conjunto de convicciones ambientes con que nos encontramos. Sin darnos cuenta nos hallamos instalados en esa red de soluciones ya hechas a los problemas de nuestra vida. Cuando uno de éstos nos aprieta, recurrimos a ese tesoro, preguntamos a nuestros prójimos, a los libros de nuestros prójimos:
    ¿qué es el mundo?, ¿qué es el hom­bre?, ¿qué es la muerte?, ¿qué hay más allá? O bien:
    ¿qué es el espacio, qué es la luz, qué es el organismo animal?
     
    Pero ni es nece­sario que nos hagamos tales preguntas: desde que nacemos ejecuta­mos un esfuerzo constante de recepción, de absorción, en la convi­vencia familiar, en la escuela, lectura y trato social que trasvasa en nosotros esas convicciones colectivas antes, casi siempre, de que haya­mos sentido los problemas de que ellas son o pretenden ser solu­ciones. De suerte que cuando brota en nosotros la efectiva angustia ante una cuestión vital y queremos de verdad hallar su solución, orientarnos con respecto a ella, no sólo tenemos que luchar con ella, sino que nos encontramos presos en las soluciones recibidas y tene­mos que luchar también con éstas. Ei idioma mismo en que por fuerza habremos cíe pensar nuestros propios pensamientos es ya un pensamiento ajeno, una filosofía colectiva, una elemental interpreta­ción de la vida que fuertemente nos aprisiona.
     
    Hemos visto cómo la idea del mundo o universo es el plano que el hombre se forma, quiera o no, para andar entre las cosas y realizar su vida, para orientarse en el caos de la circunstancia. Pero esa idea le es, por lo pronto, dada por su contorno humano, es la idea dominante en su tiempo. Con ella tiene que vivir sea aceptándola, sea polemizando en tal o cual punto contra ella.
    …………………….
     
    Además de pensar sobre las cosas o saber, el hombre hace instru­mentos, fabrica trebejos, vive materialmente con una técnica. La circunstancia es distinta según sea la técnica ya lograda con que se encuentra al nacer. Al hombre de hoy no le aprietan como al paleo­lítico los problemas materiales. Vaca a otros. Su vida es, pues, de idéntica estructura fundamental, pero la perspectiva de problemas, distinta. La vida es siempre preocupación, pero en cada época pre­ocupan más unas cosas que otras. Hoy no preocupa la viruela que preocupaba en 1850. Hoy, en cambio, preocupa el régimen parla­mentario que no preocupaba entonces.
     
    Sin haber hecho más que asomarnos al asunto nos encontramos, pues, con estas verdades claras:
    1.°, toda vida de hombre parte de ciertas convicciones radicales sobre lo que es el mundo y el puesto del hombre en él —parte de ellas y se mueve dentro de ellas;
    2.°, toda vida se encuentra en una circunstancia con más o menos técnica o dominio sobre el contorno material.
     
    He aquí dos funciones permanentes, dos factores esenciales de toda vida humana —que, además, se influyen mutuamente: ideología y técnica.”

  • Isidoro García

    El humano, como elemento evolutivo intermedio entre el animal y el ser inteligente, como todos los seres “intermedios”, tiene unas características peculiares: quizás somos como los marsupiales, que tiene una doble gestación, una interna en el útero de la madre, y otra externa, en la bolsa de la madre.

    Quizás el humano “nace” mediante dos embarazos sucesivos, con dos metamorfosis sucesivas.

    El primero, de nueve meses en el vientre de su madre, en el que se pasa de una simple célula a todo un ser medio autónomo. Los seres que superan esa primera fase, inician la segunda.

    Y uno segundo “embarazo”, en “la bolsa materna” del mundo, en el que tiene que aprender y desarrollar su naturaleza que permanece cifrada y comprimida en el “alma” del humano, el depósito de las instrucciones de las formas y de los comportamientos que son propios de su naturaleza humana plena.

    Esta idea no es nada nuevo: ya la adelantó crípticamente Jesús de Nazaret, cuando habló de que deberíamos renacer de nuevo del vientre de nuestra madre. En este caso nuestra segunda madre sería el Mundo, el Universo.

    Si esta hipótesis fuera cierta, habría razones de coherencia para pensar que quizás, los humanos que superen ese segundo embarazo, tengan una tercera fase, una tercera fase de vida ya plenamente autónoma y en pleno uso de su naturaleza peculiar.

    Y desde esta fase de interregno entre animal-Inteligencia, deberemos rediseñarnos para que este segundo “embarazo” – metamorfosis, sea mas breve, fácil y eficiente, y esté al alcance de todos los humanos nuevos, de tal manera que no sea tan difícil llegar a ser plenamente humanos. Y en esa tarea, sin ser consciente de ella, está la tenología.

    • Román Díaz Ayala

      Querido amigo, te aprecio mucho como para no permitir que divagues demasiado por aquello de la racionalidad que debe acompañar todo sentimiento compartido.
      Cuando dices que el humano es un ser intermedio entre el animal y el inteligente, primero explicarnos por qué es intermedio, quién o qué es el que ocupa el otro extremo de la animalidad, y por qué el humano no puede ser definido como ser dotado de inteligencia.
      ¿Cómo definirías la inteligencia? Luego podrías ilustrarnos con el doble parto de los marsupiales, el primero a la vida y el segundo al mundo, pero a la luz de lo explicado.

      • oscar varela

        Hola Román!
        Ok! … Sin embargo …
        Lo que dice o apunta Isidoro tiene algún sentido aprovechable.
        Está trazando la “movilidad” del ser humano (De – A).
        Creo, además, que, si le preguntamos, podrá reiterarnos lo de otros Comentarios suyos acerca de las etapas o escalones de avances.

        A vos no te costará nada ensamblar lo que te señalo.
        bastaría con que te asomes a la idea de “GENERACIÓN”
        (ver “En torno a Galileo” Lección 3)
        con sus términos “coetáneos” y “contemporáneos”;
        y ese “HOY” que no es uno sino 3 “HOY”.

        Ya vengo diciendo en ATRIO que considero muy importante
        para ANTES de entrar en el “Mundo Post-Pandemia”
        pertrecharnos de herramientas intelectuales
        sobre el concepto “CRISIS”.

        NOTA: Pondré algo más arriba para irlo saboreando
        “Lección II- la estructura de la vida, sustancia de la historia”

      • Román Díaz Ayala

        Veo tu punto de vista, Oscar, y compruebo que el estudio sobre la técnica estaría cojo sin que de alguna manera ( ¿otro taller?) entráramos a considerar “En Torno a Galileo”, una obra fundamental del pensamiento de Ortega que analiza, triturando un período histórico: 1550-1650 para que podamos entender por qué pensamos lo que pensamos y por qué pensamos así.
        Capto el regate que le haces al comentario de Isidoro. El pensamiento no es tan independiente del entendimiento, porque no nace en generación espontánea. ni siquiera en función de la ciencia. Lo que inspira y moviliza el conocimiento es la creencia – Me consta que tu crees indudablemente que nos encontramos generacionalmente (en el sentido historiog´rafico de Ortega) en el tránsito de dos creencias, sin sentirnos definitivamente instalados en ninguna de ella, lo que se llama ´”crisis”´.
        Isidoro aparece como un buscador que ya escribe en el lenguaje de “la otra orilla”.
        no lo creo, pero el diálogo lo dirá.

      • oscar varela

        Sí, Román! Pienso lo mismo:
        que Isidoro ya esta instalado en la otra orilla.
        Y lucha desde allí dándonos una soga, que el piensa de salvataje.
        ¡Gracias Isidoro!
        ……………..
        “Lo que inspira y moviliza el conocimiento es la creencia”-

        Eso lo ratifica Ortega a cada paso.
        Ok! con tal que se entienda la “creencia”
        no como acotada (cooptada) por la “religiosa”.
        Creo que vos lo sabés bien!

        Por todo esto es que insisto en la conveniencia (¿necesidad?) de ampliarse a “En torno a Galileo” y a otras dos abreviaturas más: “Ideas y Creencias” y “Ensimismamiento y Alteración”.

        Abrazo compartido al Cumpa Isidoro que lo ha motivado!
        Abrazo

  • Carmen

    Lo he vuelto a leer.

    No hay manera. Este señor tiene respuestas para todo.

    Qué suerte.

    Es como si hablara por encima del bien y del mal. Y dice cosas muy raras. Claro que aquí, la que escribe es una duda andante. De verdad que hago un esfuerzo por entender, pero es que no es mi estilo. Me da la sensación de estar en una clase, sentada al final, escuchando a un señor que habla , dice cosas, y es que ni siquiera entiendo lo que quiere decir, salvo que tiene todas las respuestas. Lo que dice sí lo entiendo, creo, pero no a donde quiere llegar.

    Pues si, ya lo dije, tomenme por la tontica de la clase de este curso. Lo soy. Está clarísimo.

    Dice alguna cosa que mal interpretada puede ser tremenda. No sé exactamente qué quiere decir con el final de su escrito, pero no me gusta un pelo. A lo mejor porque como el dice tan cariñosamente, soy una arcaica del presente.

  • Santiago

    Es claro que como dice Ortega el ser humano no es un ser puramente natural. Si lo fuera solo aspiraría a satisfacer sus necesidades biológicas y concretas, solo desearía sino lo que “hay en el mundo tal y como lo hay”, El mundo no sería muy distinto “a el”.

    Pero el ser humano es distinto del mundo en que vive. Las “posibilidades” que el mundo le ofrece tampoco le satisfacen plenamente, ni siquiera los máximos bienes temporales. Al ser humano le es posible existir no sólo por la satisfacción de sus sentidos sino por el gozo de la intimidad de su ser que se encuentra escondido en las profundidades de su ser. Es a este gozo perpetuo o infinito de naturaleza “extra-natural” o “sobre-natural” a la que tiende universalmente e indefectiblemente el ser humano en una búsqueda incesante de la felicidad y de la v e r d a d.

    El ser humano lucha por sobrevivir y conquistar la dificultad no sólo para “crearse a sí mismo”, no sólo como proyecto de vida sino porque su razón le lleva a superarse el mismo y buscar su último destino vital. Metafísicamente el ser humano tiende “no sólo a ganarse la vida” sino a buscarle el verdadero sentido a su existencia que es una incógnita para el conforme va avanzando en edad y conocimiento.

    La dualidad del ser humano entre lo natural y lo extranatural no es equitativamente proporcional ya que la verdadera satisfacción del ser humano no consiste en lo puramente físico-biológico sensual. El gozo del ser humano es íntimo y consiste en dar y darse, es el disfrute con los demás, es participar en proyectos útiles para todos, es amar que es una facultad “extra-natural” de diferente naturaleza de lo físico-biológico y por la que nos proyectamos en los demás.

    NO somos porque estamos “en camino de ser plenos” si no está vida sería “irrazonable” y absurda. No en la vida temporal sino en la permanente que ansiamos. Y aunque pretendamos ser “una circunstancia” nos sentimos NOSOTROS, soy YO, luego existo y viceversa. No me realizo aquí porque no puedo en esta vida. Algo me falta.

    No,  la íntima parte de mi ser biológico no es mi voluntad sino que ésta es una facultad de mi persona. Soy mucho más que una mera facultad porque soy persona. El ser humano como persona tiene en común con los demás su naturaleza humana en hipóstasis, pero la persona es ÚNICA y en eso es que somos desiguales accidentalmente, pero unidos en un solo destino trascendente.

    Un saludo cordial

    Santiago Hernández

     

  • Román Díaz Ayala

    Hasta ahora en la Meditación nos preguntábamos qué es el ser humano y ahora nos hemos tropezado con una estupenda definición  aunque envuelta  en una potente metáfora.

    tenemos que buscar luego una interpretación que encaje en esa porción extranatural y antinatural de nuestro ser, pero apartada del viejo espiritualismo, aquel que nace del dualismo propio de los griegos ( desde Platón)

    Queda abierta la opción de que el ser humano es un animal cultural. Ya se ha hablado con agudeza y causticidad en semana anterior de la función de la técnica y la cultura. Posiblemente volverá sobre el tema.

  • Carmen

    Claro, entiendo que está escrito en el 33.

    Pero no sé yo esto.

    Quizás sea una cuestión demasiado concreta como para ser abordada desde la disciplina filosófica. No entiendo de filosofía, pero es que leo cosas que, de verdad, no creo que las escribiese en el 2020. Pensaba que la filosofía abordaba otro tipo de cuestiones. Pero a la mejor estoy equivocada. No sería la primera vez y espero que no sea la última.

    Es que claro. Del único que me fio en este momento es de un técnico , Fernando Simón. El ministro de sanidad, el señor Illa, es supereducado y no dudo de su valía personal,  pero claro. No sé.

    Pero bueno. Si se quiere trasladar a otro plano , si humaniza o no humaniza la tecnología. Pues bueno. Pero hay una crítica hacia La ciencia  y la tecnología en general que en la época que me ha tocado vivir no puedo compartir de ninguna manera. Bueno,  ni el la de Galileo. Porque todo avance tecnológico está basado primero en una teoría científica.

    De verdad somos menos personas que cuando la tecnología era rudimentaria?

    Sorry.

    Sorry

    Sorry.

  • mª pilar

    Esto si que de verdad es… una profunda meditación…sobre nuestra propia realidad.

    Gracias Oscar.

     

  • Román Díaz Ayala

    Esta Meditación de la técnica en su parte IV nos ofrece la potente imagen del ser humano reconociéndose como un centauro ontológico para definirse. No es una apreciación “espiritualista”, ni siquiera pueda decirse que.  obedece a profundas disquisiciones filosóficas. Yo lo llamaría “antropológica”, considerando cada una de sus dos partes por separado. Lo natural y lo extra-natural. No ha sido arrojado a la existencia, sino que se crea a sí mismo su existencia siguiendo una programación para llegar  a ser. “El ser humano”metafísicamente se gana su propia existencia, su vida. pero no en un estar pasivo, sino combatiendo las dificultades.

  • Jose Antonio Pastor M.

    El ser humano tiene que ganarse la vida, la energía (espiritual, metabólica, sensible …) para la sobrevivencia. El ser humano, un conjunto de elementos naturales combinados de tal manera que puede replicarse y perpetuarse y que puede cuestionarse e inventarse a través de la técnica y sus circunstancias. Y que llega a autoregularse por la moral que le ha permitido el desarrollo de las actitudes de domesticación del propio ser humano. Las circunstancias que no solo son el ambiente, si no los procesos internos y profundos del alma, conforman una realidad perfecta para la vida pero también para la muerte. Y esta inseguridad es la que hace del ser humano un elemento más de la naturaleza pero muy particular, pues cuestiona su existencia en la misma naturaleza, y quiere escapar a ese designio que toda vida tiene al nacer que es el morir. Ya lo decía Jorge Manrique “…nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar, que es el morir…”. Y por ese motivo, en esta prisión que es la tierra, pues por mucho que quiera el ser humano salir disparado hacia otro planeta, saltando,…  no puede escapar, por un asunto de gravedad….se queda aquí atrapado, pensando, maquinando como por medio de la técnica soluciona sus problemas más importantes, su salud, la comida, el hogar, sus relaciones, su trascendencia a partir de su inmanencia, y todo eso siempre va a estar influenciado, por el donde, cuando y como nació.

    • Antonio Duato

      José Antonio: he intentado conectarte a través del correo que has puesto en los comentarios. Contesta, si has recibido un correo mío. O escribe a atrio@atrio.org desde una dirección actual que atiendas. Gracias. Me gustaría que te hicieras presente en la Asamblea convocada.

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