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El caletre es para usarlo

  • El lastimoso espectáculo de políticos, comunicadores, miembros de organismos centrales y autonómicos de España dedicados días y días a discutir sobre el sexo amarillo de lazos no sexistas de planteamientos asexuados por mor de capadores bien pagados, produce histericia multitudinaria. Millones de españoles no llegan al fin de mes a ingresar quinientos euros y la mitad de ellos no pasa de los trescientos sesenta de la no contributiva. ¿Algún lector ha oído hablar de ellos y proponer soluciones para ellos? ¡A quien le importan! Ni siquiera a esas mismas personas vejadas y aplastadas por políticos de blancas camisas de doscientos euros o de vestiditos intercambiables de mujeres partidarias de cualquier partido. ¡Qué asco hablar de pobres y de miseria pudiendo hablar de lazos de colores! Ni en Cataluña ni en Madrid puede tolerarse tal bajeza intelectual, la política es otra cosa. ¿Pobres? En España no hay pobres. En Cataluña no hay pobres. Los representantes políticos de los españoles, incluidos por cierto los catalanes de una u otra ideología, no son pobres. Los pobres no son españoles ni catalanes. Son un incordio.

  • En 1931, en el país vecino, para equilibrar y controlar la soberanía del órgano parlamentario nacional, un jurista, Carré de Malberg propuso que a simul con ese Parlamento, las entidades y organizaciones ciudadanas, no constituidas en partidos políticos que optan y concurren a elecciones de diputados, fueran admitidas a ejercer el poder legislativo en toda su plenitud por la vía de la iniciativa popular. ¿Estaríamos dispuestos los ciudadanos españoles a iniciar reformas constitucionales e incluir entre ellas algún tipo de propuesta parecida a la del jurista francés?
  • El diario francés Le Monde ha venido organizando sesiones académicas de reflexión sobre los estudios universitarios de Filosofía en este momento en que la revolución numérica, algoritmos, bites y demás sume a la sociedad y a sus jóvenes en la atracción de correr hacia horizontes inciertos. Siempre el futuro ha sido incierto para los humanos y para las bestias. Ahora aparece no solo incierto sino avasallador por la acumulación de riqueza y poder técnico y armamentista o en unas pocas mentes y manos. En las sesiones se ha apreciado con firmeza la necesidad de filosofar, de cavilar, de pensar, de analizar lo real en todas sus dimensiones conocidas, ocultas y ocultadas, como base esencial de la construcción de personas no dominables.
  • S. Warren Carey nos avisó a tiempo de que si queríamos pensar distinto (distinto del pensamiento impuesto y ahormado por la educación estructurada por los gobiernos e instituciones, también religiosas y los partidos políticos) saliéramos al desierto. O sea, filosofáramos. Y Job desde el fondo de los siglos califica a quienes controlan lo correcto del pensar y el actuar: vosotros ciertamente sois fraguadores de mentira; todos vosotros sois médicos inútiles.
  • Ante la avalancha de esa verborrea de líderes, liderillos y otros mindundis de tres al cuarto, agentes de publicidad electoral, comunicadores de tertulias a gritos y noticias falsas y bulos varios, el primer principio de la iluminación de Kant decía aprende a pensar por ti mismo. Este es el momento de recordar que la posverdad es la prevalencia de la emotividad sobre el razonamiento racional. Richard Rorty, fallecido en 2007, y colaborador en Turín en el Instituto Scienza Nuova, ya advertía que habríamos de esforzarnos en recrear una cultura común ya que de lo contrario el poder sería tomado por un autoritarismo irracional.
  • Don Julio Caro Baroja consideraba que España, incluida Cataluña y Vascongadas, es un país de gente dogmática en esencia. Por eso recomendaba en Los Baroja hacer de la libertad de conciencia individual la base de toda operación política y social. Me temo, con bastante fundamento, que los señores Sánchez, Casado, Rivera, Puigdemont, Torra, Iglesias, Garzón y Abascal no han tenido tiempo de leer las páginas 255 a 256 de las memorias de don Julio, publicadas por Taurus en 1972, vivo aún don Francisco. Y, ya de paso si quieren consultar las opiniones del Rector de Friburgo sobre el Führer pueden ilustrarse con Tiempo de Magos, de Wolfram Eilemberger, editada también por Taurus en 2019, ya fallecido don Francisco.

9 comentarios

  • Román Díaz Ayala

    Confieso que he leído con alguna dificultad el presente trabajo de Alberto, a quien le deseo una pronta recuperación, porque no encontraba el fondo y la forma con que nos tiene acostumbrados. Oscar Varela, que es muy avispado, me puso sobre la pista con la inclusión de La Democracia Morbosa, de Ortega y Gasset (1917) Me ayudó a digerir el poco usual uso de citas acumuladas, recurso tan ajeno a los textos que leemos de nuestro amigo.

    Que estamos en crisis, bien, de acuerdo, pero tenemos que ponernos de acuerdo en cuanto a su calado y sus dimensiones. ¿Crisis institucional – como se desprende, por ejemplo del Procés – o crisis de la democracia – más a nivel mundial?

    Podemos establecer la comparación con la España de 1917, siempre bajo la visión de Ortega y Gasset y ésta del 2019, un siglo después mediando dos dictaduras, una república, una guerra civil, dos monarquías y otra guerra mundial con uno de sus escenarios en Europa. Seguimos hablando, no obstante, de la falta de adecuación de los partidos, de las representaciones y de las élites.

    La confección de las listas electorales que confeccionan los partidos en estos días nos auguran un Parlamento ( en sus dos cámaras ) muy variopinto, donde se cumple la idea de Ortega de que no se  prima el talento. En lugar de trasladar a la sociedad española la raíz de los problemas para su concienciación y decisiones, la clase política  opta por llevar a “los plebeyos”, (un término orteguiano), en sus listas, con la presunción errónea de acercamiento a la ciudadanía.

    Las élites catalanas, como se está viendo en el juicio, las protagonistas del proceso de secesión, simplemente “jugaban” a ser republicanos, para que el resto de los españoles, tanto catalanes como del resto de España, participaran del mismo juego. El juego se continúa con el President Torra y sus lazos amarillos, y con la confección de sus listas para las elecciones.

    Y yo no me quedo tampoco con mi  cita: Decía Mostesquie que no existe peor tirania que la  ejercida a la sombra de las leyes y con apariencia de justicia. La democracia liberal por la que abogaba Ortega, aquella que exigía que dejase de llamarse derechos a lo que eran simplemente privilegios quedó ampliamente superada con la constitución de 1978. Pablo Manuel Iglesias así lo ha reconocido en su reentré

  • oscar varela

    DEMOCRACIA MORBOSA (OCT2, 135-139- año 1917)
    (continuación y final del Comentario anterior)
     
    En el triunfo del movimiento democrático contra la legislación de pri­vilegios, la constitución de castas, etc., ha intervenido no poco esta perversión moral que llamo plebeyismo; pero más fuerte que ella ha sido el noble motivo de romper la desigualdad jurídica. En el antiguo régimen son los derechos quienes hacen desiguales a los hombres, prejuzgando su situación antes de que nazcan. Con razón hemos negado a esos derechos el título de derechos y dando a la palabra un sentido peyorativo los llamamos privilegios. El nervio salu­dable de la democracia es, pues, la nivelación de privilegios, no propiamente de derechos. Nótese que los «derechos del hombre» tienen un contenido nega­tivo, son la barbacana que la nueva organización social, más rigorosamente jurídica que las anteriores, presenta a la posible reviviscencia del privilegio (/). A los «derechos del hombre» ya conocidos y conquistados habrá que acumular otros y otros, hasta que desaparezcan los últimos restos de mitología política. Porque los privilegios que, como digo, no son derechos, consisten en perdura­ciones residuales de tabús religiosos.
     
    Sin embargo, no acertamos a prever que los futuros «derechos del hombre», cuya invención y triunfo ponemos en manos de las próximas generaciones, tengan tan vasto alcance y modifiquen la faz de la sociedad tanto como los ya logrados o en vías de lograrse (2). De modo que si hay empeño en redu­cir el significado de la democracia a esta obra niveladora de privilegios, puede decirse que han pasado sus horas gloriosas.
     
    Si, en efecto, la organización jurídica de la sociedad se quedara en este estadio negativo y polémico, meramente destructor de la organización “religiosa” de la sociedad; si no mira el hombre su obra de democracia tan solo como el primer esfuerzo de la justicia, aquel en que abrimos un ancho margen de equidad, dentro del cual crear una nueva estructura social justa —que sea justa, pero que sea estructura—, los temperamentos de delicada moralidad maldecirán la democracia y volverán sus corazones al pretérito, organizado, es cierto, por la superstición; mas, al fin y al cabo, organizado. Vivir es esencialmente, y antes que toda otra cosa, estructura: una pésima estructura es mejor que ninguna.
     
    Y si antes decía que no es lícito ser «ante todo» demócrata, añado ahora que tampoco es lícito ser «sólo» demócrata. El amigo de la justicia no puede detenerse en la nivelación de privilegios, en asegurar igualdad de derechos para lo que en todos los hombres hay de igualdad. Siente la misma urgencia por legislar, por legitimar lo que hay de desigualdad entre los hombres.
     
    Aquí tenemos el criterio para discernir dónde el sentimiento democrático degenera en plebeyismo. Quien se irrita al ver tratados desigualmente a los iguales, pero no se inmuta al ver tratados igualmente a los desiguales no es demócrata, es plebeyo.
     
    La época en que la democracia era un sentimiento saludable y de impulso ascendente, pasó. Lo que hoy se llama democracia es una degeneración de los corazones.
     
    A Nietzsche debemos el descubrimiento del mecanismo que funciona en la conciencia pública degenerada: le llamó «ressentiment». Cuando un hombre se siente a sí mismo inferior por carecer de ciertas calidades —inteligencia o valor o elegancia— procura indirectamente afirmarse ante su propia vista negando la excelencia de esas cualidades. Como ha indicado finamente un glo­sador de Nietzsche, no se trata del caso de la zorra y las uvas. La zorra sigue estimando como lo mejor la madurez en el fruto, y se contenta con negar esa estimable condición de las uvas demasiado altas. El «resentido» va más allá: odia la madurez y prefiere lo agraz. Es la total inversión de los valores: lo superior, precisamente por serlo, padece una «capitis diminutio», y en su lugar triunfa lo inferior.
     
    El hombre del pueblo suele o solía tener una sana capacidad admirativa. Cuando veía pasar una duquesa en su carrosa se extasiaba, y le era grato cavar la tierra de un planeta donde se ven, por veces, tan lindos espectáculos transeúntes. Admira y goza el lujo, la prestancia, la belleza, como admira­mos los oros y los rubíes con que solemniza su ocaso el Sol moribundo. ¿Quién es capaz envidiar el áureo lujo del atardecer? El hombre del pueblo no se despreciaba a sí mismo: se sabía distinto y menor que la clase noble; pero no mordía su pecho el venenoso «resentimiento». En los comienzos de la Revo­lución francesa una carbonera decía a una marquesa: «Señora, ahora las cosas van a andar al revés: yo iré en silla de manos y la señora llevará el carbón». Un abogadete «resentido» de los que hostigaban al pueblo hacia la revolución, hubiera corregido: «No, ciudadana: ahora vamos a ser lodos car­boneros».
     
    Vivimos rodeados de gentes que no se estiman a sí mismos, y casi siempre con razón. Quisieran los tales que a toda prisa fuese decretada la igualdad entre los hombres; la igualdad ante la ley no les basta; ambicionan la decla­ración de que todos los hombres somos iguales en talento, sensibilidad, deli­cadeza y altura cordial. Cada día que tarda en realizarse esta irrealizable nivelación es una cruel jornada para esas criaturas «resentidas», que se saben fatalmente condenadas a formar la plebe moral e intelectual de nuestra especie. Cuando se quedan solas les llegan del propio corazón bocanadas de desdén para sí mismas. Es inútil que por medio de astucias inferiores consigan hacer pape­les vistosos en la sociedad. El aparente triunfo social envenena más su interior, revelándoles el desequilibrio inestable de su vida, a toda hora amenazada de un justiciero derrumbamiento. Aparecen ante sus propios ojos como falsifi­cadores de sí mismos, como monederos falsos de trágica especie, donde la mo­neda defraudada es la persona misma defraudadora.
     
    Este estado de espíritu, empapado de ácidos corrosivos, se manifiesta tanto más en aquellos oficios donde la ficción de las cualidades ausentes es menos posible. ¿Hay nada tan triste como un escritor, un profesor o un político sin talento, sin finura sensitiva, sin prócer carácter? ¿Cómo han de mirar esos hombres, mordidos por el íntimo fracaso, a cuanto cruza ante ellos irradiando perfección y sana estima de sí mismo?
     
    Periodistas, profesores y políticos sin talento componen, por tal razón, el Estado Mayor de la envidia, que, como dice Quevedo, va tan flaca y ama­rilla porque muerde y no come. Lo que hoy llamamos “opinión pública” y «democracia» no es en grande parte sino la purulenta secreción de esas almas rencorosas.
    …………………….
    (1) Este carácter negativo, defensivo, polémico de los derechos del hombre aparece bien claro cuando se asiste a su germinación en la revolución inglesa.
    (2) Así el «derecho económico del hombre», por el cual combaten los partidos obreros.

  • oscar varela

    DEMOCRACIA MORBOSA (OCT2, 135-139- año 1917)
    (en 2 entregas por lo extenso como Comentario)
     
    Las cosas buenas que por el mundo acontecen obtienen en España sólo un pálido reflejo. En cambio, las malas repercuten con increíble eficacia y adquieren entre nosotros mayor intensidad que en parte alguna.
     
    En los últimos tiempos ha padecido Europa un grave descenso de la cor­tesía, y coetáneamente hemos llegado en España al imperio indiviso de la descortesía. Nuestra raza valetudinaria se siente halagada cuando alguien la invita a adoptar una postura plebeya, de la misma suerte que el cuerpo enfer­mo agradece que se le permita tenderse a su sabor. El plebeyismo, triunfante en todo el mundo, tiraniza en España. Y como toda tiranía es insufrible, convie­ne que vayamos preparando la revolución contra el plebeyismo, el más insu­frible de los tiranos.
     
    Tenemos que agradecer el adviento de tan enojosa monarquía al triunfo de la democracia. Al amparo de esta noble idea se ha desligado en la ron ciencia pública la perversa afirmación de todo lo bajo y ruin.
     
    ¡Cuántas veces acontece esto! La bondad de una cosa arrebata a los hombres, y puestos a su servicio olvidan fácilmente que hay otras muchas cosas buenas con quienes es forzoso compaginar aquélla, so pena de convertirla en una cosa pésima y funesta. La democracia, como democracia, es decir, estricta y exclusivamente como norma del derecho político, parece una cosa óptima. Pero la democracia exasperada y fuera de sí, la      democracia en religión o en arte, la democracia en el pensamiento y en el gesto, la democracia en el corazón y en la costumbre es el más peligroso morbo que puede padecer una sociedad.
     
    Cuanto más reducida sea la esfera de acción propia a una idea, más per­turbadora será su influencia si se pretende proyectarla sobre la totalidad de la vida. Imagínese lo que sería un vegetariano en frenesí que aspire a mirar el mundo desde lo alto de su vegetarianismo culinario: en arte censuraría cuanto no fuese el paisaje hortelano; en economía nacional sería eminentemente agrícola; en religión no admitiría sino las arcaicas divinidades cereales; en indumentaria sólo vacilaría entre el cáñamo, el lino y el esparto, y como filósofo se obstinaría en propagar una botánica trascendental. Pues no parece menos absurdo el hombre que, como tantos hoy, se llega a nosotros y nos dice: ¡Yo, ante todo, soy demócrata!
     
    En tales ocasiones suelo recordar el cuento de aquel monaguillo que no sabía su papel y a cuanto decía el oficiante, según la liturgia, respondía: «¡Benditoy alabado sea el Santísimo Sacramento!» Hasta que harto de la insistencia el sacerdote se volvió y le dijo: «¡Hijo mío, eso es muy bueno; pero no viene al caso!»
     
    No es lícito ser ante todo demócrata, porque el plano a que la idea demo­crática se refiere no es un primer plano, no es un «ante todo». La política es un orden instrumental y adjetivo de la vida, una de las muchas cosas que necesitamos atender y perfeccionar para que nuestra vida personal sufra menos fracasos y logre más fácil expansión. Podrá la política, en algún momento agudo, significar la brecha donde debemos movilizar nuestras mejores ener­gías, a fin de conquistar o asegurar un vital aumento; pero nunca puede ser normal esa situación.
     
    Es uno de los puntos en que más resueltamente urge corregir al siglo XIX. Ha padecido éste una grave perversión en el instinto ordenador de la pers­pectiva, que le condujo a situar en el plano último y definitivo de su preocu­pación lo que por naturaleza sólo penúltimo y previo puede ser. La perfección de la técnica es la perfección de los medios externos que favorecen la vitalidad. Nada más discreto, pues, que ocuparse de las mejores técnicas. Pero hacer de ello la empresa decisiva de nuestra existencia, dedicarle los más delicados y constantes esfuerzos nuestros, es evidentemente una aberración. Lo propio acontece con la política que intenta la articulación de la sociedad, como la técnica de la naturaleza, a fin de que quede al individuo un margen cada vez más amplio donde dilatar su poder personal.
     
    Como la democracia es una pura forma jurídica, incapaz de proporcio­narnos orientación alguna para todas aquellas funciones vitales que no son derecho público, es decir, para casi toda nuestra vida, al hacer de ella principio integral de la existencia se engendran las mayores extravagancias. Por lo pronto, la contradicción del sentimiento mismo que motivó la democracia. Nace ésta como noble deseo de salvar a la plebe de su baja condición. Pues bien, el demócrata ha acabado por simpatizar con la plebe, precisamente en cuanto plebe, con sus costumbres, con sus maneras, con su giro intelectual. La forma extrema de esto puede hallarse en el credo socialista —¡porque se trata, naturalmente, de un credo religioso!—, donde hay un artículo que declara la cabeza del proletario única apta para la verdadera ciencia y la debida moral. En el orden de los hábitos, puedo decir que mi vida ha coin­cidido con el proceso de conquista de las clases superiores por los modales chulescos. Lo cual indica que no ha elegido uno la mejor época para nacer. Porque antes de entregarse los círculos selectos a los ademanes y léxico del Avapiés, claro es que ha adoptado más profundas y graves características de la plebe.
     
    Toda interpretación soi-disant democrática de un orden vital que no sea el derecho público es fatalmente plebeyismo.
    (sigue en Comentario siguiente)

  • oscar varela

    Hola

    El caletre es para usarlo,

    pero hay “épocas” en que se pega un bajón

    y las sociedades se estupidizan

    pa’ no darse cuenta y pasar vergüenza.

    ………………………..

    En 1923 ya lo preveía Ortega y Gasset en

    El ocaso de las revoluciones

    con un jugoso y brevísimo:

    Epílogo sobre el alma desilusionada“.

    (cfr. OCT3)

    • Alberto Revuelta

      He leído los dos textos, separados, para hacerlos entrables en la horma matrícial del espacio, y te agradezco el traerlos aquí. Tu formación alemana, como le ocurría a don José, a cuyo entierro en Madrid, asistí estudiando primero de derecho como manera de contravenir el orden público de entonces, me permite recordar tras volver a leerlos lo que advertía Cassirer ya en 1922, sobre los peligros a los que toda cultura moderna se expone:”Cada cultura es manifiestamente susceptible de regresión, cualquier avance en la evolución (positiva), es reversible”. No deberíamos olvidar esa posibilidad, a menudo tan presente. Voy a leerme el epílogo.

  • ELOY

    Siempre  leo con interés y siempre aprendo de los artículos de Alberto Revuelta.

    Hoy también. Gracias Alberto.

    Aunque hoy me pregunto si es acertado  “meter” a todos  los políticos citados en el texto “en el mismo saco”.

    Todos tienen defectos y quizá virtudes, pero, en mi falible opinión, unos más que otros de ambas cosas.

    De modo que no me parece que sea cierto que todos los políticos sean iguales;  hayan leído o no las páginas que se citan de Pio Barja.

    Y esto es importante tenerlo muy presente el 28 de Abril, en la primera ronda de votaciones generales de este año.

    Un saludo.

     

    • Alberto Revuelta

      Gracias Eloy. Tienes razón en que no podemos, no puedo, no debo, igualar a los políticos con un rasero que además de injusto, pudiera resultar despectivo. Me aplicaré tras leerte la opinión de Garcia Márquez que decía que los seres humanos no nacen para siempre el día en que son alumbrados por sus madres, sino que la vida les obliga a partirse a sí mismos una y otra vez. Me parire para no meter la pata en apreciaciones no matizadas. Un saludo cordial.

    • oscar varela

      Hola ELOY!
      Ilustranos con la ETYMOLOGÍA de “CALETRE”.
      Gracias

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