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El chepa

        No soy nada entendido en pintura. Pero hay dos pintores modernos que siempre me han atraído. Uno era Julio Romero de Torres, no sé si por aquello de “los ojos de misterio y el alma llena de pena” que cantaba la copla. Pero de él no voy a hablar aquí. El otro es Ignacio Zuloaga, de quien quisiera comentar un cuadro que lleva el mismo título de estas líneas.

        El Chepa es el retrato de un jorobado, vestido de torero. No sé si el personaje existió realmente o fue invención del artista. Pero desde la primera vez que lo vi, hace ya muchos años, me impactó profundamente el contraste entre la pretensión que sugiere el trajecon su policromía de verdes y lentejuelas-, y la figura deforme de quien lo viste, que desmiente todo ese sueño pretencioso. La misma cara del protagonista no es la del que sonríe por el arte y la elegancia, sino un rostro serio con unos ojos que parecen transpirar algo de enfado.

        Al rato de haberlo visto, me nació un pequeño poema en romance que comenzaba así: “¡Pobre torero de afanes – todos se reirán de ti!”… Y seguía repitiendo contrates entre sueño y realidad: “¡cómo reviste tu garbo de verónicas a abril”, mientras “hay unos ojos muy negros que están fijándose en ti”. Pero también hay “un cielo atragantado con oles rotos de silencio” por lo que: “tú valiente de afanes, –torero de ensueños mil, te estás poniendo muy triste porque se van a reír”…

        Quizá debo aclarar que en mis mocedades fui muy adicto al encanto de los toros, que yo miraba como triunfo de la inteligencia sobre la fuerza bruta impulsiva, a través de la belleza y del dominio de sí. Hoy soy contrario a esa fiesta nacional porque creo haber aprendido que la elegancia no se justifica cuando es a costa del sufrimiento de un ser vivo. Pero esto no hace ahora al caso. Volvamos al Chepa.

        Lo comento hoy porque más tarde fui pensando que el cuadro de Zuloaga no era la imagen de un personaje concreto sino un retrato del ser humano: todos somos algo así como jorobados con pretensiones de torero. Envueltos en esos brillos fugaces de mil lentejuelas, soñamos con triunfos, con grandes faenas, con el aplauso y hasta la salida a hombros. Pero no nos damos cuenta de nuestra deformidad: de nuestra pequeñez, de esa hinchazón de nuestro ego que no hace más que encorvarnos y nos vuelve poco presentables.

        Lo que en Zuloaga fue intuición pictórica está psicológicamente estudiado por C. Jung con su división del ser humano entre el personaje y la sombra. El personaje es como el traje de luces del torero: la forma como quisiéramos presentarnos y queremos ser vistos por los demás. La sombra es algo no tan brillante como el traje y que arrastramos siempre detrás de nosotros sin poder vérnosla, como la joroba, mientras los demás la ven perfectamente. El personaje es todo aquello que el sujeto quiere ser y la sombra todo aquello que el sujeto no reconoce.

        Esa es la tragedia humana: el contraste entre nuestras brillantes pretensiones y nuestra realidad opaca. Todos somos “el chepa”: pretensión de brillo, grandeza o aplauso y realidad de deformación ridícula. Y punto.

        Sin embargo… no es eso todo. Mucho más conocido que el Chepa es Quasimodo, “el jorobado de nuestra Señora de París”. Pero la novela de Víctor Hugo es tan larga y tan pesada que no cabe resumirla aquí. Destaquemos solo que este otro jorobado no sueña grandezas ni grandes faenas. Vive de sus chapuzas hasta que se ve detenido y condenado a ser azotado públicamente. En medio del tormento grita desesperado que tiene sed (¿cómo Jesús en el Gólgota?). Y solo una gitana, la bellísima Esmeralda, tan guapa como solo se puede ser en las novelas, corre el riesgo de llevarle de beber solapadamente. En ese momento una lágrima se desliza por la mejilla del jorobado mientras bebe. Más tarde la gitana, víctima de intrigas de mil aristócratas que andan tras ella, es condenada a muerte injustamente porque nadie se cree que un clérigo pueda ser asesino. Y el jorobado solito monta con cuerdas una rocambolesca operación, por la que los dos acaban cayendo en Notre Dame que es “terreno de asilo” y así se salvan ambos.

        No sé si mi resumen de la novela pasaría un examen de literatura… Pero lo que ahora interesa es esto otro: este nuevo jorobado hizo una gran faena, muy superior a las que soñaba el Chepa de Zuloaga. Y la hizo no por vestirse de traje de luces sino porque allá en su corazón tenía guardado el recuerdo de que un día, alguien muy superior a él, había comprendido y socorrido su sed.

        ¿No es eso también un espléndido retrato nuestro?… ¿Qué es entonces el ser humano? ¿Una pretensión de grandeza totalmente ridícula? ¿O una nada que puede llegar a ser muy grande? ¿Por dónde discurre el camino para salir de esa encrucijada?

        Ojalá estas líneas señalen alguna senda, que nos haga ver que quizá no somos una pasión inútil sino una pasión esperanzada.

       

       

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