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La crisis brasilera y la dimensión de sombra

 

        La crisis brasileira generalizada, que afecta a todos los sectores, puede ser interpretada con diferentes claves de lectura. Hasta ahora han prevalecido las interpretaciones sociológicas, políticas e históricas. Pretendo presentar una derivada de las categorías de C. G. Jung en su psicología analítica pues es iluminadora.

        Avanzo ya la hipótesis de que el escenario actual no es una tragedia, por más perversas que sigan siendo las consecuencias para las mayorías pobres y para el futuro del país al establecer un techo de gastos (PEC 55), que es más que la congelación de gastos; significa la imposibilidad de crear un Estado Social y, con esto, tirar a la basura el bien común que incluye a todos.

        La tragedia, como lo muestran las tragedias griegas, termina siempre mal. Creo que no es el caso de Brasil. Estimo que estamos en el centro de una inconmensurable crisis de los fundamentos de nuestra sociedad. La crisis acrisola, purifica y permite un salto cualitativo rumbo a un estadio más alto de nuestro devenir histórico. Saldremos de la crisis mejores y con nuestra identidad más integrada.

        Cada persona y también los pueblos revelan en su historia, entre otras, dos dimensiones: la de sombra y la de luz. Otros hablan de demens (demente) y sapiens (sapiente) o de la fuerza de lo positivo y la fuerza de lo negativo, del orden del día y del orden de la noche, o de thanatos (muerte) y de eros (vida), o de lo reprimido y lo concientizado. Todas estas dimensiones vienen siempre juntas y coexisten en cada uno.

        La crisis actual ha hecho aparecer las sombras y lo reprimido durante siglos en nuestra sociedad. Como observaba Jung «reconocer la sombra es indispensable para cualquier tipo de autorrealización y por eso, en general, se enfrenta a una resistencia considerable» (Aion &14). La sombra es un arquetipo (imagen orientadora del inconsciente colectivo) de nuestras manchas y llagas y hechos repugnantes que procuramos ocultar porque nos dan vergüenza y despiertan culpa. Es el lado «sombrío de la fuerza vital» que alcanza a personas y a naciones enteras, observa el psicólogo de Zúrich (&19).

        Así, existen manchas y llagas que constituyen nuestro reprimido y nuestra sombra, como el genocidio indígena en todo tiempo de nuestra historia hasta hoy; la colonización que hizo de Brasil no una nación sino una gran empresa internacionalizada de exportación que, a decir verdad, continúa hasta los días actuales. Nunca pudimos crear un proyecto propio y autónomo porque siempre aceptamos ser dependientes o fuimos refrenados. Cuando empezó a formarse como en los últimos gobiernos progresistas, fue pronto atacado, calumniado y prohibido por otro golpe de las clases adineradas, descendientes de la Casa Grande, golpe siempre ocultado y reprimido como los de 1964 y 2016.

        La esclavitud es nuestra mayor sombra pues durante siglos tratamos a millones de seres humanos traídos a la fuerza de África como “piezas”, compradas y vendidas. Una vez libertos, nunca recibieron compensación alguna, ni tierra, ni instrumentos de trabajo, ni casa; están en las favelas de nuestras ciudades. Negros y mestizos constituyen la mayoría de nuestro pueblo. Como bien lo mostró Jessé Souza, el desprecio y el odio lanzados contra el esclavo ha sido transferidos a sus descendientes de hoy.

        El pueblo en general, según Darcy Ribeiro y José Honório Rodrigues, es el que nos ha dado lo mejor de nuestra cultura, la lengua y las artes, pero como bien subrayaba Capistrano de Abreu fue «capado y recapado, sangrado y resangrado», considerado inútil e ignorante y por eso colocado en la marginalidad de donde nunca debería salir.

        Paulo Prado en su Retrato de Brasil: ensayo sobre la tristeza brasilera (1928), de forma exagerada pero en parte verdadera, anota esta situación oscura de nuestra historia y concluye: «Vivimos tristes en una tierra radiante» (en Intérpretes de Brasil, vol.2 p.85). Esto me recuerda la frase de Celso Furtado que llevó a la tumba sin respuesta: «¿Por qué hay tantos pobres en un país tan rico?» Hoy sabemos por qué: porque fuimos dominados siempre por elites que jamás tuvieron un proyecto de Brasil para todos, solo para sí y su riqueza. ¿Cómo es posible que 6 multimillonarios tengan más riqueza que 100 millones de brasileros?

        La crisis actual ha hecho irrumpir nuestra sombra. Descubrimos que somos racistas, prejuiciosos, de una injusticia social que clama al cielo y que todavía no hemos podido refundar otro Brasil sobre otras bases, principios y valores. De ahí la difusión de la rabia y de la violencia. No vienen de las mayorías pobres. Vienen difundidas por las elites dominantes, apoyadas por medios de comunicación que conforman el imaginario de los brasileros con sus novelas y con desinformación. Para Jung «la totalidad que queremos no es una perfección, pero sí un ser completo» (Ab-reação, análise dos sonhos e transferência & 452) que integra y no reprime la sombra en una dimensión mayor de luz. Es lo que deseamos como salida de la crisis actual: no reprimir la sombra sino incluirla, concienciada, en nuestro devenir superando los antagonismos y las exclusiones, para vivir juntos en un mismo Brasil que Darcy Ribeiro solía decir que era «la más bella y risueña provincia de la Tierra».

*Leonardo Boff es filósofo, eco-teólogo y ha escrito Brasil: ¿Concluir la refundación o prolongar la dependencia (Vozes 2018).

Traducción de Mª José Gavito Milano

3 comentarios

  • oscar varela

    Hola!

    La “sombra

    depende de

    dónde ponemos

    nuestro “sol-lírico“.

  • Isidoro García

    Me ha sorprendido gratamente que Leonardo Boff, intente analizar la crisis social de su país, a la luz de la psicología profunda de Jung.
       Y quería hacer algunas precisiones, como simple aficionadillo a Jung.
        La “sombra” junguiana, no es un arquetipo.
    La parte de la mente que permanece subconsciente, (no accesible desde el yo, o mente consciente), es como un sótano donde se almacenan muchas cosas distintas.
        Por una parte están el doloroso recuerdo de episodios biográficos de cada persona, con sus correspondientes corolarios de ira, vergüenza, baja autoestima, etc., que enterramos y arrinconamos, para eliminar sufrimientos psicológicos.
       Y también están todos los programas conductuales instintivas, (para casi todas las situaciones previsibles), que se nos implementan en nuestro desarrollo embrionario y postnatal, desde los genes. Esos son los verdaderos arquetipos.
            Es como un inmenso guardarropa donde tenemos trajes para todo tipo de papeles a adoptar según las situaciones que se nos presentan.
         De todo esos posible “trajes”, el yo o mente consciente, escoge aquellos que mejor se adaptan al ideal moral y personal, que cada humano se forma a través de su educación y primer aprendizaje. Y con esos trajes escogidos formamos nuestra “personalidad”, que es como un papel teatral que adoptamos como el nuestro preferido, y al que ajustamos nuestro comportamiento. Es el “arquetipo” persona, que hemos escogido.
       El resto lo reprimimos fieramente, y lo confinamos en la profundidad de nuestra mente, donde nos olvidamos de ellos. Ese conjunto de trajes rechazados, es la sombra.
       No solo están en ella pulsiones vergonzantes, como las tendencias criminales o asesinas, sino también, rasgos de  personalidad que nosotros no hemos escogidos, con motivo de nuestra primera formación.
        De cada uno de los siete pecados capitales, o “pasiones” personales, cada individuo, establece su “ideal personal” para cada uno. Todos los pecados capitales, admiten una gradación de o a 100, y cada persona tiene su propio “mix” personal ideal de cada “pasión”.
            Se podría definir la personalidad o arquetipo-persona de cada individuo, como el polinomio de sus pasiones o pecados capitales.
       El problema es que estas pasiones reprimidas, tienen una gran fuerza psicológica pues en esas pasiones reside fundamentalmente la fuente de la energía vital personal, o libido, o elan vital.
        Y esas pasiones reprimidas y arrinconadas, de vez en cuando, cuando encuentran alguna circunstancia favorable para ello, afloran torrencialmente a la mente consciente, en forma de fuertes “proyecciones”, o como se llama en lenguaje tradicional, “tentaciones del demonio, el mundo o la carne”.
       Y muchas veces esas pasiones afloradas cogen el control de la situación, y la persona actúa según ellas y no según su ideal moral. Es lo que decía Pablo: Muchas veces hago lo que no quiero hacer, y lo que quiero hacer no lo hago.
       El cristianismo agustiniano tradicional, nos dice, que solo podemos vencer esas tentaciones mediante la ayuda directa de Dios. Pelagio, en su época, ya intuyó que quizás dentro de nosotros teníamos los recursos necesarios para vencer esas tentaciones, (recursos para el creyente, puestos por Dios en nuestra naturaleza, para ello, al igual que hemos sido dotados de un sistema inmunitario para luchar contra las bacterias).
         Jung, con ánimo no religioso, sino de facilitar el camino de maduración de cada persona, intuyó que el camino era “la negociación” con esa sombra interior.
        La clave está en qué consiste esa integración o negociación, por parte de la conciencia, (yo consciente), de esa sombra, constituida en esas pasiones capitales.
           El Yo inconsciente, no es algo ajeno a nosotros, es una parte de nosotros, es razonable, atiende a razones, y trabaja por nuestra estabilidad y equilibrio. Solo pide su sitio, que no se le ningunee, que se expliquen bien las cosas.
         Eso exige una labor personal de depuración paulatina de errores en muchos de nuestros conocimientos y creencias, que constituyen nuestro imaginario o cosmovisión personal. Y más que en eliminar errores burdos, (que también), la labor consiste en mejorar la perspectiva con que vemos todo.
         Quizás más que en elegir buenos libros, (que también), consiste en limpiarse las gafas del polvo que hemos acumulado en el camino de nuestro aprendizaje, infantil, primero, y posterior después.
        Y además intentar sanear nuestras heridas y malformaciones psicológicas, adquiridas en nuestra biografía, que nos generan sesgos conductuales, como miedos, resentimientos, odios cervales, enemigos todos de nuestra pretendida ecuanimidad.
        La negociación o integración de la sombra, no consiste en abandonarse a las pasiones, ni reprimirlas férreamente. Es como decían los estoicos y epicúreos, procurar ser felices inteligentemente, siendo conscientes que con la borrachera viene la resaca, y que los excesos tienen un precio, que hay que estudiar si merece la pena pagar.
       Entonces veremos a nuestras pasiones, con una mirada más compleja, menos monolítica, y sectaria, con una cara y una cruz, con un yin y un yang, con menos tendencia al sermón y a la imprecación moral, al jacobinismo, y la savonarolización.
         Las pasiones, comprendidas debidamente, las domesticamos, y las desactivamos. Reprimidas mediante una moral ascética espartana, las hacemos crecer y las alimentamos.
       Comprenderemos mucho mejor a todos y lo que es mejor, a nosotros mismos, y nos perdonaremos todos y crearemos el clima adecuado para una convivencia más madura.
        ¿Es eso ser más perfectos?. Yo creo que sí, pero los nombres es lo de menos.

  • Gonzalo Haya

    “No reprimir la sombra sino integrarla en  nuestra vida; no nos hará perfectos, pero sí completos”. Me recuerda la oración del publicano (el recaudador de impuestos), del que soy cada vez más devoto.

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