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Novelista de altos vuelos

   Antonio: Te mando esto como un divertimento y un relax. Para mi gusto traduce todo lo que está diciendo estos días Atrio. En el fondo, creo que muchas amas de casa están haciendo por su cuenta la traducción del evangelio mal predicado por los predicadores a su vida real. Alguien nos predica a todos en nuestro interior los caminos rectos de Jesús Nazareno… HC.

   Novelista de altos vuelos, Presidenta de la Academia Goncourt, Colette (1873-1954) [creí que lo había corregido, ahora ya.AD] nos dejó en un capítulo de su novela La Maison de Claudine  una lección de catequesis y  una profesión de fe “laica y descreída”, que adquiere actualidad y quizá nos relajará un poco de nuestras altas reflexiones teológicas.

En tono autobiográfico, relata la enseñanza religiosa que recibió de su madre, que siendo no creyente permitió que asistiese a la catequesis. Por supuesto, “no sin algún que otro obstáculo y no pocas reflexiones críticas, expresadas acremente cada vez que caía en sus manos un libro de catequesis”, comenta.

“No me gusta esa manera de plantear preguntas… Que quién es Dios, que qué es esto, o aquello? ¡Esa manía de investigar,  ese gusto por la inquisición, me parecen increíblemente indiscretas! Y esos Mandamientos… ¿quién ha traducido los mandamientos en semejante batiburrillo…No me gusta ver ese libro en manos de un niño, está lleno de cosas tan atrevidas y complicadas!”

El padre, militar de profesión, tenía otro punto de vista: “Lo tienes muy sencillo, quitá ese libro de las manos de tu hija”

“No, no es tan sencillo” respondía la madre. “Y si solo fuese el catecismo… Pero hay también la confesión. Eso ya es el colmo! Me pongo a cien, roja… ¡Mira qué roja me pongo!” decía la madre al padre. “Tú, tu moral es bien simplona. Los temas complicados, los pasas en silencio, y así dejan de existir…”

Y la madre vuelve al tema de la confesión: “Exhibir lo que uno hace de malo, revelar, confesar y más confesar… Lo que habría que hacer es callarlo, castigarse en el fondo de uno mismo. Pero la confesión vuelve al niño proclive al flujo de palabras, a desplumar su intimidad, en lo cual hay más un placer vanidoso que humildad… Te juro, me voy derecha a hablar de esto al señor cura”.

Y la madre se va a hablar con el párroco, y vuelve tan feliz:

El caso es que el cura la embaucó con sus propuestas de jardinería, a ella que era enamorada de la naturaleza y los tiestos. Así que se olvidó de la bronca que llevaba preparada.
“Un hombre que me ha dado una semilla de pelargón, que me ha prometido su flor de chevrefeuille de España… No era el momento de armarle la bronca con mis ideas sobre la religión…”

Los domingos, raramente falta a la misa la señora Colette; con su calentador en invierno, con su sombrilla en verano, y siempre con su perrito Domino, blanquinegro.

El señor cura le reprochó que llevase el perro a misa. Pero ella le hizo frente:

“Qué tiene usted que reprocharle? Se levanta, se sienta, se arrodilla cuando lo hacen todos… ¿Que ladra cuando suena la campanilla a la Elevación? Mi perro tiene que ladrar cuando suena la campanilla, así lo hace en casa cuando suena a la puerta…

¿Qué sabe usted, señor cura, si yo rezo o no? No me sé el Padre nuestro, pero cuando usted nos pone de rodillas, pienso en mis asuntos. Que mi niña tiene mala cara, que en casa de los pobres vecinos Pluvier el niño va a venir al mundo sin pañales, ni calentador, si yo no hago algo para remediarlo. Que mañana tengo que hacer la colada y levantarme a las cuatro…”

Y el párroco le respondía: “Vale, vale, señora, yo le convalido el total de sus reflexiones como una oración”

El caso es que durante la misa la señora Colette leía devotamente en un libro cuyas pastas estaban marcadas por sendas cruces… Sus vecinas se sentían edificadas, pero la verdad es que el libro era una obra del dramaturgo Corneille…

La señora Colette no aguantaba los sermones del párroco más allá de los diez minutos. Y así se lo dijo. Pero el señor cura no le obedeció, y optó ella por sacar el reloj, tosía y carraspeaba… Finalmente el cura se dio por vencido, se ponía nervioso pasados los diez minutos de prédica, y optó por someterse al tiempo marcado por su feligresa.

La Maison de Claudine tiene además todo un tratado de humanismo, de vida de pareja modélica, de atención a las asistentas de la casa, de defensa de las madres solteras, de las jóvenes con pajaritos en la cabeza…

Madame Colette y su hija, tal vez podrían haber sido consultadas por los enseñantes del evangelio como asesoras y guías para una catequesis como la que hoy necesita la iglesia.

7 comentarios

  • oscar varela

    Hola!
    Lo de CARMEN es:
    LAICIDAD, casi en estado puro!

  • Carmen

    Quizás, si nos dejarán ser, pondríamos el toque de cordura que, en mi opinión, le hace falta a la iglesia.

    Vaya usted a saber.

  • Carmen

    Pues sí, sí.

    Las amas de casa somos como una especie de Sancho Panza, pero en femenino. No vean.

    Además de: arquitectas, filósofas, juezas, ingenieras, maestras, médicas, enfermeras, ministras, conductoras de autobús, militares…en fin.

    Lo único que no podemos ser es curas o monjas.

    Un respetuoso saludo.

  • h.cadarso

    María Luisa: Me duele la tragedia de esta tarde en Las Ramblas. ¿Hay algún conocido/a entre las víctimas? ¿Algún atriero?. Tengo amigos y amigas que viven al lado de la estatua de Colón. Ya les he llamado…

    Colette es una gran escritora, una gran creyente no creyente, una feminista muu “a su manera” como Gilber Becaud.

    Yo creo que los novelistas nos enseñan, “a su manera” la otra cara de la realidad y de la verdad que tantas veces se nos escapa…

     

  • M.Luisa

    Hola Honorio, desconozco esta autora pero me ha gustado leer la reseña que haces de su novela, casi diría que no es difícil ponerse en el lugar de la protagonista para comprender muchas cosas, las de antes y también las de ahora.  Ha sido desengrasante, muchas gracias!

  • h.cadarso

    Perdón, he escrito mal la fecha de su muerte, que fue en 1954,

    Gracias, Rodrigo. Vale la pena leer esa novela de Colette, como todo lo que escribió. A su manera, en su momento, es como un eslabón que une lo mejor de la Ilustración con el acento de la intelectualidad de 1900, y el feminismo de “bienveillance”, suave, con el de Simone de Beauvoir, existencialista, de ruptura con el pasado…A mí me encanta…

  • Rodrigo Olvera

    Muy bueno, Honorio. Muchas gracias.

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