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La plomada del caos y el nivel del vacío

RevueltaLe plagio el título a Isaías (34, 11). A petición de un par de compañeros de la Ponti salmantina he estado con ellos en un pueblo chico y perdido de la Castilla profunda y semidesierta aprovechando dos días del descanso navideño para tratar de recuperar para la vida a un colega, alumno de nuestros cursos de teología, y uncido a la austera bancada en la que nos sentábamos los cuatro a escuchar al padre Arnaldich o al capuchino Agapito de Sobradillo.

Una iglesia de piedra y mortero, sin ventanas, amarronada en un otero alrededor del cual se desparrama un vecindario de casas del mismo sombrio ocre, cerradas al exterior. No hay un alma por las callejas de barro desolado. Quedan un centenar mal contado de vecinos mayores de sesenta años. No hay quintos, ni malos ni buenos. No hay bodas, no hay bautizos, no hay misa más que un domingo cada tres, no hay triduos, ni novenas, ni función principal. Solo televisión y Terele Campos o la sexta.

Brisca, tresillo, cinquillo, tute subastao. Tarde tras tarde. Partida tras partida. Desde las tres hasta la hora de irse a casa, en el único figón que queda abierto mientras no le de un ictus al tabernero y se acabe todo, brisca, tresillo, cinquillo, tute subastao.

Nuestro compañero ronda los setenta, se ordenó también el setenta, tras licenciarse en Teología sobre una tesis de teodicea, voluntatem Dei semper impleri, cum laude probatus. Coadjutor en un pueblo grande de la Baja Andalucía, profesor del seminario menor en otra ciudad a la vera del gran Río que cantara Góngora, párroco en una barriada de aluvión en la cabecera de su diócesis. Piadoso, contenido, cumplidor de normas y reglamentos, distante de la gente, confiando solo en el pequeño grupo de los absolutamente fieles a él y a sus decisiones, manías, deseos e interpretaciones teológicas, litúrgicas…. Así ha ido envejeciendo y perdiendo amigos porque la muerte o el boletín oficial de su obispado los ha alejado de él y las confidencias imprescindibles han muerto de soledad, abatimiento y negros horizontes.

En lo heladores tránsitos del medieval seminario de la Ponti el amigo al que venimos a visitar y a arrastrar a nuestros templados estares donde recuperar el afán de vivir, contaba ya entre los que nunca solicitarían a Tamar, ni le entregaría su anillo y su bastón. Esas convicciones circulaban, se sabían, no se hablaban. Eran. La ascesis la piedad, la fuerza de voluntad, el silencio del resto bastaban como adarve protector de la muralla exterior. Eran un matacán desde el que arrojar aceite hirviendo a los asaltantes de la morada nunca entreabierta.

La distancia en los años transcurridos desde entonces y los cauces de las escurriuras del pasar por los caminos diversos que hemos recorrido solo nos llegaban a los tres compañeros rumores de relaciones platónicas y abandonos stendalianos, sin más consecuencias.

La crueldad que acecha los recovecos del vivir le saltó encima hace tres años con perdida razón por enamoramiento de unos ojos negros y una piel oliva en sazón, aparentemente correspondido (¡Ay, la ceguera que rompe las barreras y deja sin aceite el matacán!).

No era pasión. Era, no podía ser otra cosa cuarenta y tantos años de por medio, una trampa para un hueco de dinero sin fondo. Y los vídeos y la contorsión de la amenaza, y el miedo cerval a que todo lo construido y lo sujetado y lo soportado y lo sufrido y lo callado se hundan bajo los pies y se vaya la vida con ellos sin haberse muerto, debiendo vivir todavía.

Y el prelado enhiesto en la justicia inmisericorde por el escándalo a punto de saltar, el “por el tiempo de nuestra voluntad y no más” que lleva a dejarlo sin oficio, el “vaya al psiquiatra” cuando grita que solo quiere amor y el sexo en el amor correspondido, y que herido, sorprendido, muriéndose de pena, de vergüenza y rota la vida por medio y para siempre.

Huyó a este erial castellano de pan llevar, buscando en la madriguera familiar, donde solo le queda una hermana mayor que él, soltera de vestir santos, el bujio donde desaparecer y hacerse invisible.

No celebra, no sale de casa, no reza, solo cuida en el corralón ajardinado cerrado tras la casa una docena de tiestos ocho o diez gallinas, una escuálida conejera y un galgo pulgoso. Y hasta aquí hemos venido, cual los amigos del Job bíblico, para arrastrarlo de nuevo a la luz y al calor de nuestra tierra que ha sido también la suya por decenas de años.

A las consideraciones del más atrevido de los tres, silencio. Al cariñoso empujón del segundo, una sonrisa y silencio. A mi silencio que él entiende que yo entiendo lo que está entendiendo con estos casi dos años largos de durísimo rumiar, silencio y un larguísimo abrazo con sus lágrimas en mi mejilla.

Estamos ya de vuelta en tierras del duque para huir de la justicia del rey y que no nos arrastren a galeras. Nuestro amigo, enterrado en vida allá en los páramos inhóspitos, sigue, asombrado, llorando. Sabe bien lo que quería decir Isaías con la plomada del caos y el nivel del vacío. Así no se puede construir. Está uno acabado. Voluntatem Dei semper impleri.

3 comentarios

  • olga larrazabal

    Una vida destrozada y sacrificada a los vientos, igual que la de la Ifigenia griega, pera que Eolo soplara a la flota griega.  Así son las creencias cuando se abandona la tierra firme de la realidad humana, para dar paso a extraños sacrificios que nos exigen dioses que nunca nos contestan y a los que nos inducen algunos chalados  ritualistas que odian la vida tal como es.

  • Isidoro García

       A mí este relato trágico y críptico, me trae una reflexión, muy por encima del caso personal, trágico y desconocido en sus detalles. (Es verdad que crisis existenciales se dan en todas las casas, y estadísticamente no sabemos donde se dan más. Pero yo apunto una teoría, discutible como todas, sobre las causas más probables).

       Y es que muchas veces decimos que cada uno tiene derecho a asumir la cosmovisión de creencias que buenamente le satisfaga y que nadie somos los demás para juzgar las cosmovisiones ajenas.

       Y en parte es verdad. Pero lo que ese justo “liberalismo” y esa tolerancia cultural, esconde, es la triste verdad, de que cuando una cosmovisión, se basa sobre unos supuestos antropológicos, erróneos y anticuados, al final la realidad que es como un tren en marcha que viene hacia nosotros a toda velocidad, nos atropella y nos hace pagar muy caros esos errores conceptuales. Las cosas ocultas, al final las descubren las resultas.

       La vida es difícil para todos, como muy bien indica Oscar en su comentario a otro hilo. Y nadie está libre de conflictos internos, de desequilibrios personales, de crisis existenciales, y demás. Pero como dice el dicho: “Todo lo que empieza bien, suele acabar mal, pero lo que ya empieza mal, suele acabar de pena”.

        A mí me parece que cuando una vida se la juega uno, a unos planteamientos antropológicos anticuados basados en una psicología de la época de los romanos, y con total desprecio de lo que la psicología hoy día, ya nos enseña cada vez más certeramente, al final las contradicciones internas son de tal calibre, que explotan de una forma o de otra. Es verdad que a otros en esas mismas circunstancias no les explota, (que sepamos). Pero yo creo que es como exponerse al contagio de la gripe, al que está fortachón lo resiste con una tosecilla, pero si estás un poco débil, es un factor grave de riesgo.

         Las cosmovisiones religiosas rígidas producen tremendas contradicciones internas al hombre moderno lo que ocasiona muchos desequilibrios personales a muchos de sus miembros. Muchos problemas internos en asociaciones religiosas, aparente y exteriormente muy férreas y cuasi castrenses, provienen de esa deficiencia teórica, de una cognición defectuosa de la naturaleza de la psique humana y de la verdadera naturaleza de la influencia espiritual que la “Trascendencia” efectúa, (a lo mejor esperamos más de lo que es su verdadera naturaleza).

        Para tapar sus contradicciones teóricas, se apoyan en normas ascéticas fuertemente masoquistas y psicológicamente desestabilizadoras, junto con un conjunto de ritos vacíos de sentido y significado, y aderezado todo ello, con una exacerbación de la obediencia al superior, y un exagerado culto  a la personalidad del Líder, que intenta ocultar la inseguridad intrínseca de sus planteamientos.

       Todas estas contradicciones internas ocasionan sistemáticamente graves desequilibrios mentales, en los integrantes de muchas organizaciones religiosas de este tipo, con fuertes crisis vocacionales personales. (Yo tengo leído, que en instituciones como el Opus Dei, el porcentaje de problemas psicológico y depresiones es aterrador, y cuentan con grupos de psiquiatras de la casa, que mantienen a muchos miembros empastillados de por vida).

        Porque una cosmovisión es como un motor, que funciona cuando todos los eslabones de su cadena funcionan, y basta que uno de ellos no funcione para que se pare. Y si nuestro sistema de “valores” interno es excesivamente rígido y fuerte, caeremos en unas enormes contradicciones internas que anularán nuestra energía vital, que reside en nuestras pasiones, (que son el motor de nuestra vida), nos paralizará y nos impedirá conseguir nuestro objetivo vital de ser feliz, que solo se consigue viviendo. Advertía Robert Musil que “los ideales tienen extrañas propiedades. Entre otras, la de transformarse en su contrario, cuando se les quiere seguir escrupulosamente”.
     

          Yo estoy convencido que en una organización tan burocratizada y centralizada como la Iglesia Católica, habrá unas estadísticas de las crisis existenciales, depresiones, y problemas psicológicos de sus miembros, detalladas por cada Instituto religioso, para poder evaluar, si son cifras “normales”, superiores o inferiores a los de la sociedad civil. Pero seguro que muchos dirigentes esconderán estos datos, para no tener que reflexionar, sobre las causas y asumir responsabilidades “doctrinales”. Aquí el Papa, como principal Director de personal de la institución, debería montar un buen equipo investigador.

  • oscar varela

    Hola!

    Hermosas letras y amistad

    para un trágico relato!

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