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La importancia de la espiritualidad para la salud

BoffPor regla general todos los trabajadores de la salud han sido modelados por el paradigma científico de la modernidad que ha hecho una separación drástica entre cuerpo y mente y entre ser humano y naturaleza. Así se han creado muchas especialidades que tantos beneficios han traído para el diagnóstico de las enfermedades y también para las formas de curación.

Reconocido estos méritos, no podemos sin embargo  olvidar que se ha perdido la visión de totalidad: el ser humano dentro de una visión más amplia de la sociedad, de la naturaleza y de las energías cósmicas,  la enfermedad como una fractura de esta totalidad, y la curación como la reintegración en ella.

Hay en nosotros una dimensión que responde por el cultivo de esta totalidad, que vela por el eje Estructurador de nuestra vida: es la dimensión del espíritu. Espiritualidad viene de espíritu;  es el cultivo de lo que es propio del espíritu, su capacidad de proyectar visiones unificadoras, de relacionar todo con todo, de conectar y reconectar todas las cosas entre sí y con la Fuente de Originaria de todo ser.

Si el espíritu es relación y vida, su opuesto no es materia y cuerpo sino la muerte como ausencia de relación. En este sentido, espiritualidad es toda actitud y actividad que favorece la expansión de la vida, la relación consciente, la comunión abierta, la subjetividad profunda y la trascendencia como modo de ser, siempre dispuesto a nuevas experiencias y a nuevos conocimientos.

Los neurobiólogos y estudiosos del cerebro han identificado la base biológica de la espiritualidad; se encuentra en el lóbulo frontal del cerebro. Descubrieron empíricamente que siempre que se captan los contextos más globales o se produce una experiencia significativa de totalidad o también cuando que se abordan de forma existencial (no como objeto de estudio) realidades últimas cargadas de sentido, y se producen actitudes de adoración, devoción y respeto, hay una aceleración de las vibraciones periódicas de las neuronas localizadas allí. A este fenómeno lo llamaron  el «punto Dios» en el cerebro o la aparición de la «mente mística» (Zohar, SQ: Inteligencia Espiritual, 2004). Es como un órgano interior por el cual se capta la presencia de lo Inefable dentro de la realidad.

Este hecho constituye un avance evolutivo del ser humano que, como ser humano-espíritu, percibe la Realidad Fontal sustentando todas las cosas. Se da cuenta de que sorprendentemente puede entablar un diálogo y buscar una comunión íntima con ella. Tal posibilidad lo dignifica, pues lo espiritualiza y lo conduce a un mayor grado de percepción del Enlace que conecta y reconecta todas las cosas. Se siente dentro de ese Todo.

Este «punto Dios» se revela por valores intangibles como más compasión, más solidaridad, más sentido de respeto y dignidad. Despertar este «punto Dios», quitar las cenizas con las que una cultura excesivamente racionalista y materialista lo cubrió, es permitir que la espiritualidad aflore en la vida de las personas.

A fin de cuentas espiritualidad no es pensar a Dios, sino sentir a Dios a través de ese órgano interior y experimentar su presencia y actuación desde el corazón. Lo percibimos como entusiasmo (en griego significa tener un dios dentro) que nos lleva y nos sana y nos da voluntad de vivir y de crear continuamente sentidos de existir.

¿Qué importancia prestamos a esta dimensión espiritual en el cuidado de la salud y de la enfermedad? La espiritualidad tiene una fuerza curativa propia. No es de ninguna manera algo mágico y esotérico. Se trata de potenciar las energías características de la dimensión espiritual, tan válida como la inteligencia, la libido, el poder, el afecto entre otras dimensiones de lo humano. Estas energías son altamente positivas como amar la vida, abrirse a los demás, establecer lazos de fraternidad y solidaridad, ser capaz de perdón, de misericordia y de indignación ante las injusticias de este mundo, como lo hace ejemplarmente el Papa Francisco.

Además de reconocer todo su valor a las terapias conocidas hay todavía un supplément d’âme como dirían los franceses, un complemento de  lo que ya existe, que lo refuerza y enriquece con factores oriundos de otra fuente de curación. El modelo establecido de medicina no tiene, por supuesto, el monopolio del diagnóstico y la curación. Es aquí donde se abre camino la espiritualidad.

La espiritualidad en primer lugar fortalece en la persona la confianza en las energías regenerativas de la vida, en la competencia del médico/a, en el cuidado diligente del enfermero/a. Sabemos por la psicología profunda y la transpersonal el valor terapéutico de la confianza en el curso normal de la vida. Confianza significa básicamente decir: la vida tiene sentido, vale la pena, tiene una energía interna que la autoalimenta, es preciosa. Esta confianza pertenece a una visión espiritual del mundo.

Pertenece a la espiritualidad la convicción de que la realidad que captamos es más de lo que los análisis nos dicen. Podemos tener acceso a la misma por los sentidos interiores, por la intuición y por los caminos secretos de la razón cordial. Se puede ver que hay un orden subyacente al orden sensible, como sostenía siempre el gran físico cuántico, y premio Nobel, David Bohm, alumno predilecto de Einstein.

Este orden subyacente responde de los órdenes visibles y siempre puede traernos sorpresas. A menudo los mismos médicos se sorprenden de la rapidez con que alguien se recupera o cómo situaciones consideradas normalmente como irreversibles, retroceden y acaban curando. En el fondo es creer que lo invisible e imponderable es parte de lo visible y previsible.

Pertenece también al mundo espiritual, la esperanza inquebrantable de que la vida no termina con la muerte, sino que se transfigura a través de ella. Nuestros sueños de regresar a la vida normal desencadenan energías positivas que contribuyen a la regeneración de la vida enferma.

Una fuerza mayor, sin embargo, es la fe de sentirse en la palma de la mano de Dios. Entregarse confiadamente a su voluntad, desear sinceramente la curación, pero también aceptar serenamente si nos llama a si: esto es la presencia de la energía espiritual. Nosotros no morimos, Dios viene a buscarnos y a llevarnos a donde pertenecemos desde siempre, a su casa a convivir con Él. Tales convicciones espirituales actúan como fuentes de agua viva, generadoras de curación y de potencia de vida. Es el fruto de la espiritualidad.

Leonardo Boff escribió con Jean-Yves Leloup y otros, Espíritu en la Salud, Vozes, 2007.

Traducción de MJ.Gavito

3 comentarios

  • George R Porta

    ¿Qué importancia prestamos a esta dimensión espiritual en el cuidado de la salud y de la enfermedad? A esta pregunta Boff responde diciendo entre otras cosas”
     
    “Estas energías son altamente positivas como amar la vida, abrirse a los demás, establecer lazos de fraternidad y solidaridad, ser capaz de perdón, de misericordia y de indignación ante las injusticias de este mundo”
     
    La indignación ante las injusticias de este mundo mueve a amonestar, reprochar o a denunciar a los injustos. Que eso sea cierto y que existan los sujetos de la injusticia evidencia que en algunas personas y situaciones “insalubres” o enfermizas o malignas que las mismas participen o influyan el tal “punto Dios” y su poder puede fallar o ser anulado en su función de regular o informar a la conducta empática o filantrópica por parte de los “sanadores” de los agentes de cuidados de la salud o exagerar las expectativas de los enfermos con respecto al poder de aquéllos. Este rango de variables hace posible, al menos teóricamente, opinar lo siguiente:
     

    En este punto en el que el arte-ciencia-tecnología del “cuidado de la salud” se encuentra varios profesionales provenientes de diversas “visiones del mundo” (incluyendo la pastoral) no pudieran obtener consenso siquiera mayoritario sobre la naturaleza y la función, en el dominio de los “cuidados de la salud” de una tal “dimensión espiritual” y menos aún de los parámetros (mínimo de carencia de “salud” en un determinado individuo) que  permita el funcionamiento suficientemente efectivo del esa estructura cerebral llamada  “Punto Dios” en el cerebro y que Boff explica a su manera diciendo que sea “como un órgano interior por el cual se capta la presencia de lo Inefable dentro de la realidad“  pero cuya existencia no puede ser demostrada con suficientemente aceptable probabilidad de error. (Asumo que la traducción del artículo original de Boff sea precisa y aclarando que la revista “Zohar” sea publicación en la que, prácticamente, cualquier cosa pueda ser afirmada y tenida por científica).   
    Si ese consenso no se puede alcanzar resulta imposible alegar que el cuidado de la salud, una necesidad universal obvia, tenga una dimensión espiritual comparable en relevancia o efectividad con todas sus otras dimensiones (la ciencia y la tecnología pueden demostrar su efectividad limitada y por eso sobreviven y progresan).
    No debiera haber dificultad en coincidir con Boff en que el paradigma actual en el que mayoritariamente se inscriben los cuidados de salud y su correspondiente comercialización haya perdido al menos en los países más avanzados tecnológicamente la compasión y la dimensión emocional y afectiva que siempre potenció el poder de la relación terapéutica. El viejo paradigma que miraba a la religión o al cuidado pastoral como brujería no es sostenible y desde hace tiempo o no se menciona ya o se menciona cada vez menos en cualquier conversación seria acerca de la salud y sus cuidados.   
    No parece demostrable que los pobres carentes de acceso a la medicina moderna del llamado Primer Mundo carezcan del cuidado a nivel afectivo o “espiritual”. Todo lo contrario. En los estratos más pobres y carentes de la humanidad donde esta medicina arte-tecnología de las  sociedades afluentes necesita llegar (excepto como industria que utiliza frecuentemente sus poblaciones para experimentar drogas en proceso de comercialización)—que constituye la inmensa mayoría de la humanidad sobre nuestro Planeta—con lo único que los enfermos pueden contar es con afecto, compañía y la esperanza en que la magia del chamán o brujo de su pueblo les devuelva la salud si éste o ésta no insiste en invadir el cuerpo alejándose de la prudencia de sus tradiciones ancestrales. (El problema comienza cuando dicho brujo quiere penetrar el cerebro para arrancar un pedazo de la masa encefálica a fin de destruir la malignidad y no sabe que en efecto la termina pero termina la vida al mismo tiempo).
    Es en nuestras sociedades de consumo y afluencia en las que se ha perdido  la dimensión humana o humanizante que tomaba forma de empatía entre agente “sanador” y paciente. (La queja de los pacientes acerca de la falta de modales por parte de los sanadores es notoria, creciente, y está bien documentada).
    Si se sigue respetando el Principio de Parsimonia esta hipótesis (una especie de sueño obsesivo de la humanidad de ser como dioses ahora atribuyendo a una parte del cerebro ser divina lo cual divinizaría la totalidad del individuo materialmente hablando por asociación o extensión) es por lo menos imprudente.
    El antiquísimo mito de Chiron (Cf.  Jenny March Diccionario de mitología clásica. Editorial Crítica, 2008; también Pierre Grimal, Diccionario de la mitología griega y romana, Editorial Paidós 2008) sugiere que en efecto hasta la inspiración de lo que ha venido a ser la profesión y el comercio del “cuidado de la salud” viene del lado de la compasión aunque pase por la expresión religiosa o la poética para ser sostenida o comunicada y se corrompa cuando el dinero entra en la ecuación.   
    Por último no todo el mundo tiene la misma capacidad congénita de abrirse a los demás empáticamente o de adquirirla por entrenamiento y esa incapacidad puede tener base neuroquímica (personalidad o neuro-fisiología) y no ser causada en la misma proporción siempre por medio del aprendizaje o la opción. Por lo tanto afirmar que todo el mundo pueda ofrecerla o beneficiarse de que se la ofrezcan no puede tener la forma de una generalización, por muy común que fuera el sentido de que en efecto debiera constituir al menos un ideal, lo cual parece subyacer en esta opinión de Boff.

     
    Entre las otras afirmaciones conclusivas de Boff en este artículo algunas son al mínimo imprudentes. Por ejemplo:

    Boff tiene todo derecho a creer que haya “un orden subyacente al orden sensible, como sostenía siempre el gran físico cuántico, y premio Nobel, David Bohm, alumno predilecto de Einstein.” Y a pensar que el hecho de que la opinión provenga del alumno predilecto de Einstein (no sé cómo pudiera confirmarse éste particular detalle ahora porque Boff no la provee) sea una recomendación suficiente para creer en dicha afirmación. A lo que no tiene derecho es a divulgarla como conocimiento para persuadir a cualquiera o indiscriminadamente. Fuera distinto si la expresara en un contexto en el cual la misma pudiera ser debatida por expertos como él, pero al expresarla sin saber a quién la expresa  actúa por lo menos imprudente si no irresponsablemente. Pretender que además se pueda afirmar algo de un orden subyacente cuya existencia no se puede demostrar pretendiendo que se hable científicamente es igualmente por lo menos imprudente  aunque perfectamente apropiado cuando lo que expresa simplemente expresa lo que él crea como posible.

     

    Boff también escribe: “Pertenece también al mundo espiritual, la esperanza inquebrantable de que la vida no termina con la muerte, sino que se transfigura a través de ella. Nuestros sueños de regresar a la vida normal desencadenan energías positivas que contribuyen a la regeneración de la vida enferma.”

     
    Boff tiene derecho a creerlo y a escribirlo pero debiera incluir que sea absolutamente infundado que los deseos o sueños tengan la propiedad de desencadenar la regeneración de la vida enferma. Esto implicaría que en algún momento la muerte pudiera llegar a ser evitada. Sigue habiendo una razón o propósito para la muerte que es el sostenimiento del Planeta y Boff debe saberlo. El equilibrio ecológico o biológico natural depende de que regrese a la naturaleza lo que la Vida consume, en una especie de ciclo que solamente molesta a la raza humana.
     
    Pretender que la fe exija que la realidad conocida tenga que ser eterna fue siempre el presupuesto filosófico materialista de que la materia se conservase en su totalidad (hoy no sostenible) y que tuviera que ser eterna, significando no tener principio ni fin, lo cual cuestionara cualquier posibilidad de un Dios Creador.
     
    Además la falta de conocimiento acerca del destino “final” de la totalidad del Universo conocido no permite predecir con suficiente inerrancia cuál fuera éste según ninguna de las “teorías” barajadas al momento. Por lo tanto no parece razonable profetizar (sobre la base de sueños y deseos) cuál fuera el final de la vida contenida en esa realidad que pudiera en teoría al menos corresponder a esa “totalidad universal”. Desde luego la ciencia ficción es siempre posible pero la más mínima seriedad requiere identificar que lo que se dice pertenece a ese género literario.
     
    Hay por fin algo que no me cuestiono porque se trata de una declaración de fe-esperanza de Boff: “Una fuerza mayor, sin embargo, es la fe de sentirse en la palma de la mano de Dios. Entregarse confiadamente a su voluntad, desear sinceramente la curación, pero también aceptar serenamente si nos llama a sí”. Más aún, comparto su esperanza confiada.
     
    Y una última discrepancia con Boff: Karl Rahner afirmó que “el cristiano del futuro o será un místico o no será cristiano”. E insistía: “sin la experiencia religiosa interior de Dios, ningún hombre puede permanecer siendo cristiano a la larga bajo la presión del actual ambiente secularizado”.
     
    Me permito esperar confiadamente que el potencial místico no sea exclusivo y que sea concebible, como la intuición, como la capacidad de aproximarse prediciendo (esperanza). Dicha esperanza me parece que distinga a la raza humana por lo que se sabe (a diferencia de los animales que solamente reaccionan huyendo o atacando en presencia del peligro, lo cual confirma el carácter natural de lo que pienso).
     
    En ese sentido el lo trascendental de “ser humano” fuera distintivo y común a todo lo humano y como una especie de huella divina, al menos metafóricamente hablando.

  • oscar varela

    Hola!
     
    Leo:
     
    – “En el fondo es creer que lo invisible es parte de lo visible“-

    Y entonces me pregunto:

    – ¿Es compatible con la famosa frase de Antoine de Saint Exupéry (que llena “Posters” comerciales): “LO ESENCIAL ES INVISIBLE A LOS OJOS“?

    ¿En qué quedamos, entonces?:
    ¿ la “espiritualidad” es “esencial” o no?

    ¡Qué problema, no?

    ¿Voy bien todavía? – Oscar.

  • ana rodrigo

    Si es cierto y evidente la somatización de problemas personales ¿Por qué no va a ser cierto a la inversa?

    Las terapias orientales van en ese camino, quien lo haya experimentado, tiene pocas dudas de que una mente (y todo lo que ellos supone) positiva y sana, lo tiene bastante claro.
     
    En este terreno nadie convence a nadie hasta que no lo experimenta.
     

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