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La propuesta espiritual del silencio y la escucha

El martes pasado se publicó en ATRIO la primera parte de esta ponencia de J. A. Pagola en 2001, comentada ahora por Antonio Vicedo para ATRIO. La verdad es que sin estos comentarios que reconducen a la vida real el discurso de Pagola –tal vez en esta ocasión, por dirigirse a monjes y monjas de vida contemplativa, excesivamente crítico con la sociedad moderna–, no hubiéramos publicado este texto. Hoy se presenta la segunda y última parte, la propositiva de una espiritualidad que busca a Dios en lo más profundo de cada experiencia.

  • ç4. EL SILENCIO CONTEMPLATIVO EN LA SOCIEDAD DEL RUIDO

La vida monástica está llamada hoy a redescubrir de manera renovada, en medio de esta cultura del ruido y de la superficialidad ese valor tan esencial y tan suyo que es el silencio contemplativo y la escucha a Dios.

No son pocos los hombres y mujeres que comienzan a sentirse insatisfechos. Les resulta difícil vivir sin meta ni sentido profundo. No basta pasarlo bien. Se necesita algo más, un aliento nuevo, una experiencia diferente que salve del vacío, del desencanto y del absurdo de una existencia tan superficial. Bastantes están cansados de vivir una vida tan rebajada. Reclaman algo que no es ciencia ni técnica, no es moda ni consumo, tampoco doctrina ni discursos religiosos. De manera a veces confusa e inconsciente, buscan una experiencia de salvación, un encuentro nuevo con lo más hondo de la vida. ¿Quién les mostrará el camino? Esta sociedad necesita testigos y buscadores de silencio y de escucha interior. Hombres y mujeres que apunten con su vida hacia una forma nueva de existencia anclada en lo esencial. “(Pero lo que no ha quedado claro es, si ese retiro y silencios monacales se han desarrollado y estan siendo coherentes con lo que Jesús le pidió al Padre:-No te pido que los saques del mundo, sino que los preserves del mal; ni es el modo cómo Jesús entendió y propuso su parábola de LA LEVADURA EN LA MASA.)”

Por eso, sería un error y un pecado que la vida monástica se encerrara hoy en su pequeño mundo, hecho también de otros ruidos y tensiones, de otras seducciones y superficialidades, y se olvidara de esa sociedad que nunca ha necesitado tanto como hoy de maestros y maestras ”( Lo de maestr*s habrá que entenderlo según aquello de Jesús: A nadie consideréis maestro, pues el Magisterio me es propio y por eso os he dado ejemplo de servicio)” de vida. Las comunidades monásticas están llamadas a ser en medio de la sociedad contemporánea “espacios de silencio”, lugares donde se pueda percibir la sabiduría del recogimiento, la armonía de lo esencial, la quietud del espíritu, el ritmo sosegado. Comunidades donde se viva un silencio ante Dios. Sólo desde ese silencio podrán luego pronunciar algunas palabras, pocas, profundas, justas, para invitar a una vida más plena y humana.

Pero, ¿cómo construir hoy este silencio monástico?, ¿cómo, sobre todo, cultivarlo y purificarlo de nuevas fuentes de ruido y superficialidad?, ¿qué silencio proponer a la sociedad actual? Sin duda, la misma tradición monástica ofrece elementos para una adecuada respuesta. Yo sólo puedo sugerir algunas pobres consideraciones desde la sensibilidad del momento actual.

• Silencio fascinado por Dios(O no tanto, pues a Jesús se le atribuye aquello de: Si estos callan, hablarán las piedras. El dedicó ratos al silencio, pero en su ENCARNACIÓN se proclama como LA PALABRA que habló y no quiso ser escuchada por quienes la necesitamos)”

El silencio monástico no es sólo silencio exterior. No es “insonorización de un espacio”, control de ruidos molestos; no es tampoco técnica terapéutica, vida tranquila, contacto sereno con la naturaleza. Es antes que nada silencio a solas ante Dios. Es ponernos en contacto con lo profundo de nuestro ser, callarnos ante la inmensidad de Dios, adentrarnos confiadamente en su Amor insondable, quedar sumergidos en ese Misterio que no puede ser explicado ni hablado, sólo venerado y adorado. Silencio es entonces acallar los ruidos y solicitaciones que nos llegan desde fuera, acallar sobre todo el ruido de nuestro propio yo con su cortejo de ambiciones, miedos, orgullos y autocomplacencias, para no perdernos la presencia oscura y a la vez luminosa, tremenda y fascinante, pero siempre inconfundible, amorosa y tierna de quien existe sosteniendo y envolviendo nuestro ser.

El silencio monástico no es un silencio ateo. Es silencio lleno de Dios. Es acallar mi ser ante él para reconocer humildemente mi propia finitud: “Yo no soy todo, no lo puedo todo, no soy la fuente ni el dueño de mi ser”. Callarse ante Dios es entonces aceptar ser desde esa realidad misteriosa; acoger con confianza ese misterio que fundamenta mi ser; descubrir con gozo que hay “algo más”, más allá de todo, algo que me transciende pero que está ahí, fundando y sosteniendo la realidad; saber que puedo vivir de esa “Presencia fundante”. Este enraizamiento en Dios, ¿no debería ser el rasgo nuclear del silencio monástico en medio de una sociedad superficial que va separando a tantas personas de esa Realidad suprema que fundamenta su ser?

Pero el silencio monástico ha de ser además hoy “fascinación” por Dios. El silencio de quien se siente fascinado, seducido, atraído por el misterio de Dios. El silencio de quien ha descubierto que en Dios se encierra lo que de verdad anhela el corazón humano. El es el único que puede curar ese vacío último del hombre, que nada ni nadie puede llenar. El monje lo sabe. Ha encontrado aquello de lo que se puede vivir. Ya no lo abandonará por nada ni nadie. Permanecerá en el que es fuente de toda vida. Esta fascinación por Dios es decisiva en esta época de hipersolicitación y seducción de los sentidos. “(¿Y que hacemos con el verdadero sentido de la parábola del Buen Samaritano y con el XXV de Mateo?)”

De ahí se derivan otros rasgos que, a mi juicio, han de configurar hoy el silencio monástico. En esta sociedad de consumo de cosas y profusión de ofertas, el monje no busca “algo” en su silencio, busca la presencia del amado. No quiere nada de él. No quiere cosas. Le quiere a él. Estar junto a él. Vivir con él. Por decirlo de alguna manera y en términos tal vez más seductores en nuestros días, se trata de tocarle a él, sentir su vida caliente en nosotros, disfrutar y padecer su presencia amada, sentirlo latiendo en lo más hondo de nuestro ser. En esta época de “moda plena” y de cambio permanente, parece que al monje se le ha de hacer duro y costoso salir de ese silencio. Es cierto que también el monje sentirá su fragilidad y su impotencia para permanecer en silencio ante Dios. Pero aún entonces la fascinación se convertirá en añoranza, deseo y anhelo de Dios, sin diluirse en una vida de dispersión en lo efímero.

En el centro de este silencio y como impregnándolo todo está el amor. Se le ha llamado de diversas formas: “llama de amor viva”, “excitación ciega del amor”, “desnudo impulso del deseo”, descubrimiento de “la música callada” [14]. Cuanto más fuerte es el amor más profundo es el silencio y más honda la fascinación. Con este silencio, vivido muchas veces de manera pobre y vacilante, la vida monástica introduce en la cultura actual una “ruptura de nivel”, que permite vivir una experiencia diferente que está más allá de otras vivencias centradas en la utilidad, el pragmatismo, la seducción, la modas, o el consumismo[15]. Viviendo en silencio ante Dios, las comunidades monásticas apuntan hacia lo eterno en un mundo que vive en el cambio y la moda permanente; son signo de lo profundo en medio de una sociedad sumergida en lo efímero y superficial; son testigos de lo único absoluto en una cultura volcada sobre lo múltiple e intranscendente. Estas comunidades calladas, vueltas hacia Dios, cuestionan, interrogan, inquietan y evangelizan el mundo contemporáneo.

• Silencio curador de la persona

Este silencio monástico está llamado hoy a mostrar que es capaz de reconstruir a la persona y hacerla vivir de manera más digna y humana. La sociedad moderna necesita ver que es posible encontrar un fundamento estable y un sentido último a la existencia, que es posible curarse del vacío y la frivolidad, de la separación y de la soledad interior. En concreto, las comunidades monásticas deberían mostrar que el silencio contemplativo es fuente y camino de profundización, integración y liberación interior.

El monje o la monja no es un ser extraño o anormal. Es sencillamente un creyente que ha aprendido o está aprendiendo a “saborear la vida en la fuente” [16]. La vida de la comunidad monástica ha de mostrar cómo se puede vivir hoy desde la raíz de la existencia, cómo es posible liberarse de la superficialidad moderna viviendo en contacto con lo esencial, cómo se pueden utilizar las nuevas tecnologías sin caer en la alienación, cómo servirse de los avances del progreso sin quedar esclavizado por las modas, cómo estar bien informado sin dejarse invadir por el ruido de los medios modernos de comunicación, como vivir, trabajar y relacionarse en la vida moderna sin perder la alegría interior y la paz. “(¿No queda eso condicionado por lo de Jesús a la Samaritana con aquello de : ni aquí , ni en Jerusalén? Acaso Jesús dió testimonio práctico de esos modos religiosos ya coexistentes en su entorno vital?)”

Pero, no lo olvidemos, lo que el monje aporta no es una técnica terapéutica más, un método de relajación, un camino de autoconocimiento, una receta más de tantas que ofrece hoy el mercado. Desde las diversas tradiciones y caminos de espiritualidad contemplativa, la vida monástica muestra a la sociedad moderna las posibilidades de humanización que encierra el silencio ante Dios y la docilidad a su Espíritu.

Es el Espíritu de Dios acogido en silencio el que hace vivir en la verdad, el que enseña a saborear la vida en toda su hondura, a no malgastarla de cualquier manera, a no pasar superficialmente ante lo esencial. Es el Espíritu de Dios el que conduce suavemente a encontrar una armonía nueva y un ritmo más santo. Ese Espíritu hace crecer nuestra libertad interior y nos abre a una comunicación nueva y más honda con Dios, con nosotros mismos y con los demás. Ese Espíritu nos trabaja en silencio liberándonos del vacío interior y de la soledad, y nos devuelve la capacidad de dar y recibir, de amar y ser amados en la verdad. Ese Espíritu Santo nos regenera, nos hace renacer cada día y nos permite empezar siempre de nuevo a pesar del desgaste, el pecado y el deterioro del vivir diario.

Es esta fuerza transformadora y sanadora del silencio contemplativo la que ha de testimoniar y contagiar hoy la vida monástica. Vivir en silencio ante Dios es dejarle penetrar hasta lo más profundo de nuestro ser para, libres de nuestra palabrería, nuestras mentiras y autojustificaciones, comenzar a conocernos a la luz de su verdad. Callados ante él, descubrimos nuestra pequeñez y pobreza, nuestra superficialidad y vacío; sentimos la necesidad de verdad, de amor, de vida y de libertad; nos sentimos necesitados de perdón y transformación. Estar en silencio ante Dios es arrepentirse de “casi” todo y, al mismo tiempo, dar gracias por todo pues ante Dios descubrimos también nuestra grandeza de seres amados infinitamente por él, transformados y salvados por su Amor. Quien vive en silencio ante Dios descubre “que el amor de Dios no se ha acabado, ni se ha agotado su ternura, cada mañana se renuevan… Bueno es Yahvé para el que espera en él, para el alma que le busca. Bueno es esperar en silencio la salvación de Yahvé” (Lam.3, 22-26).

• Silencio de escucha al ser humano

Quien vive desde el silencio ante Dios descubre el mundo, la vida, las cosas, la existencia entera con luz nueva. Su mirada se hace más profunda y amorosa. No se detiene sólo en lo anecdótico y superficial. Centrado en Dios y olvidado de sí mismo, no se siente extraño a nadie ni a nada. Es capaz de abrazar interiormente al Universo entero con paz y amor fraterno. Es capaz de escuchar el canto de la Creación y de unirse a la alabanza que desde ella se eleva hasta Dios.

Pero, sobre todo, en el silencio con Dios aprende a escuchar y amar a los hombres y mujeres. Desde ese silencio es más fácil captar todo lo bueno, lo bello, lo digno, lo grande que hay en la vida humana. Y es más fácil también escuchar los sufrimientos y el dolor de los que viven y mueren sin conocer el amor, la amistad, el hogar o el pan de cada día. El verdadero silencio hace al contemplativo más sensible a los miedos, anhelos y esperanzas de los humanos. Es su experiencia de Dios la que le lleva a amar profundamente a la comunidad humana.

Este silencio ha de llevar hoy a los monjes y monjas a escuchar desde Dios a la sociedad moderna. Callar interiormente es la primera condición para escuchar y amar en verdad al otro. Es el silencio ante Dios y desde Dios el que ha de capacitar a los monjes y monjas a contemplar el mundo con amor, a mirar la Iglesia con ternura y comprensión, a abrir sus corazones y sus comunidades a la acogida. Sólo las personas calladas interiormente saben acoger; sólo las personas que viven en silencio ante Dios, sin hablarse a sí mismas de sus temores, egoísmos y complacencias, saben acoger. Sólo las personas que no llevan dentro palabrería, ruido, superficialidad o confusión, saben amar con hondura pues saben amar desde Dios.

Por eso, cuando la comunidad contemplativa vive cogida por sus tensiones y conflictos, olvida los problemas de la sociedad; cuando escucha sólo sus intereses, deja de oír los gritos de los que sufren; cuando vive de manera ligera y superficial, se relaciona con el mundo de manera ligera y superficial. Por decirlo en una palabra, cuando una comunidad es el centro de sí misma, en esa misma medida deja de amar a Dios y deja de amar a la comunidad humana.

Las comunidades contemplativas habrán de acallar sus propios ruidos, olvidar sus intereses, desoír sus juicios y condenas precipitadas, si quieren escuchar, respetar, comprender y amar al hombre y la mujer de nuestros días. Para la comunidad monástica, saber escuchar y acoger en silencio es una de las formas más propias de estar cerca del mundo y de amarlo.

(¿De verdad es el mejor modo de que se cumpla el deseo pedido por Jesús al Padre de que no l*s saque del mundo, sino que los preserve del mal?)”

  • 5. PROPONER EL CAMINO DEL SILENCIO Y LA ESCUCHA

Desde esta actitud de acogida, la vida monástica está llamada hoy a proponer el camino del silencio y la escucha. No desde la autosuficiencia sino desde la propia debilidad y vulnerabilidad; no desde el aislamiento sino desde la cercanía y la búsqueda compartida de una vida más digna para todos. Proponer el silencio en esta sociedad significa dar a conocer un proyecto de vida, una dirección, un sentido, y someterlo a la libre decisión del otro que puede acogerlo o rechazarlo. Esta es hoy probablemente una gran misión del monacato: proponer el silencio y la interioridad como una invitación que nace del amor a Dios a todo ser humano [17].

• Sugerir la interioridad

Quien ha recibido la gracia del silencio ha de ponerla al servicio de los demás ( Conf 1 Pe 4,10). Su vida, su palabra, su presencia ha de ser invitación permanente a vivir desde la fuente. Las gentes de nuestros días, acostumbradas a vivirlo todo desde el exterior, habituadas a entablar relaciones superficiales y periféricas, necesitan conocer la experiencia de un encuentro más hondo con testigos que enseñen lo que es peregrinar al fondo del corazón para encontrarse con la propia verdad. “(¿La propia y ajena VERDAD DE LAS VERDADES, no es el AMOR PRACTICO en todo modo de vivir humanamente?)”

Esta sociedad necesita testigos que recuerden a todos esta verdad tan sencilla como decisiva: cualquiera que sea el rumbo del mundo, nadie encontrará vida verdadera, ayuda o salvación sino en su pobre alma maltratada pero habitada por el Espíritu de Dios. Sólo ahí se encuentra el camino de la regeneración, el aprendizaje de lo esencial, la liberación de la confusión, el crecimiento de la libertad.

Es cierto que desde fuera no se le puede enseñar a nadie el silencio como no se le puede enseñar a creer o amar, pero se puede orientar y atraer a las personas a adentrarse con paz en su mundo interior. El monje o la monja en contacto con las personas o los grupos que se acercan al monasterio no deberá olvidar lo que S. Agustín decía a sus oyentes: “No penséis que se puede aprender algo de un hombre. Podemos atraer vuestra atención con el ruido de nuestra voz, pero si no hay dentro alguien que os enseñe, ese ruido será inútil” [18].

• Invitar al silencio cristiano

El monje no sólo sugiere el camino de la interioridad sino que invita a captar la presencia de Dios que sigue ofreciéndose calladamente a cada persona. Un Dios que ni pregunta ni responde con palabras humanas pero que está ahí, en el interior de cada persona, invitándola a vivir de su amor; quien no lo encuentra en su corazón, difícilmente lo encontrará en la sociedad del ruido y la superficialidad. El monje no invita a cualquier tipo de recogimiento. Invita a hallar ese “espacio interior” donde la persona puede encontrarse con Dios y desde él comenzar a vivir con un sentido, una fundamentación y un horizonte nuevos. Para no pocos cristianos que se van alejando de la práctica religiosa, el silencio y la escucha interior pueden ser el camino más corto para abrirse al Dios escondido pues el verdadero silencio purifica, despierta el deseo de verdad y dispone para la escucha sincera de Dios [19].

Hay que decir algo más. No son pocos los cristianos que temen el silencio y la meditación pues tienen miedo a Dios.”(¿A Dios, o al simple y maravilloso SER HUMANO con quien tiene que vivir el AMOR?)” En sus conciencias ha quedado la imagen de un Dios vigilante, justiciero y condenador con el que da miedo encontrarse. Un Dios que no atrae ni fascina sino que hace huir. La vida monástica ha de mostrar con claridad que el silencio cristiano sólo puede ser vivido sin traicionar su esencia como una experiencia gozosa de amor. Como dice W. Johnston, “la contemplación cristiana es la experiencia de ser amado y de amar al nivel más profundo de la vida psíquica y del espíritu”[20]. Estar en silencio con Dios es saberse amado. De este saberse amado nace precisamente la estabilidad del contemplativo y la hondura de su existencia: “yo soy amado incondicionalmente, no porque soy bueno, santo y sin pecado, sino porque Dios es bueno y santo”. Dios acepta al ser humano – también al de nuestros días – con sus contradicciones e incoherencias, su pecado y mediocridad, su vacío, superficialidad e inconstancia. Quien se acerca a él con esta fe confiada, se sabe amado y aceptado, no cae en la desestima ni en la culpabilidad malsana. Son muchos los cristianos que necesitan conocer una experiencia nueva de Dios para aprender a estar a gusto con él, pasando del miedo al amor, de la actitud defensiva a la entrega confiada, de la autocondena a la acogida del perdón.

El monacato cristiano está llamado, además, a ejercer una función crítica respecto a cierta religiosidad que cultiva una interiorización de carácter fusional, que algunos psicoanalistas no dudan en definir como “de estructura simbólico-maternal” [21]. Se trata de una religiosidad que despersonaliza a Dios, elimina la alteridad y la distancia de su realidad suprema y encierra a la persona en el individualismo haciéndola confundir lo psicológico con lo espiritual, la emoción con la profundidad interior, la quietud con la comunión con Dios. La vida monástica cristiana ha de proponer hoy, frente a otras tradiciones y experiencias, un silencio que es apertura al Dios vivo revelado y encarnado en Jesucristo. Un silencio que no es “inmersión en el abismo indeterminado de la divinidad” o experiencia de la Energía que dirige el Cosmos, sino diálogo con un Dios Padre que nos ofrece su amor personal en Jesucristo. Por eso, el silencio cristiano del monje no es iluminación de la conciencia (“despertar el Buda”, “descubrir el atman”) sino comunicación confiada y acción gracias al Dios Trinitario; no es relajación psiquico-física sino escucha de la Palabra de Dios y de su llamada a la transformación y a la conversión evangélica [22].

• Llamar a la escucha interior

¿No está la vida monástica llamada hoy, como siempre, a alertar y despertar a la Iglesia de su mediocridad espiritual? De Elías, el profeta que “se puso ante el monte de Yahve” y descubrió su presencia no en el huracán, ni en el temblor de tierra, ni en el fuego sino en “el susurro de una brisa suave” ( 1 Re 19, 9 – 13 ) dice el Eclesiástico que se convirtió en un profeta cuya palabra “abrasaba como una antorcha” ( Ecl. 48,1) ¿No podremos contar hoy con profetas que nos digan que Dios no está en el “huracán”, en la fuerza, el poder arrollador o la arrogancia, que no está en el “temblor de tierra”, en la agitación, el ruido y las palabras, que no está en el “fuego”, la lucha, el ardor y la pasión, sino en la “brisa suave” del silencio y la escucha del Espíritu?

La Iglesia contemporánea habla mucho. Habla el Papa y hablan los Obispos, hablan los predicadores y catequistas, hablan los exégetas y los teólogos. La Iglesia habla, enseña, recrimina, aconseja, dictamina…, pero, ¿cuándo y dónde escucha a Dios?, ¿cuándo se coloca humilde y sinceramente ante su único Señor? Los que tanto hablamos de Dios, ¿cuándo y cómo buscamos realmente al que está detrás de esta palabra? ¿Cuándo hablan los teólogos desde su propia experiencia interior?, ¿cuándo gozan y padecen la presencia de Dios en sus vidas? ¿Cómo puede la Jerarquía pronunciar tantas veces el nombre de Dios sin que nada “decisivo” suceda en sus vidas? ¿Cómo se pueden escribir y leer tantas obras de espiritualidad sin que el Espíritu haga arder más nuestros corazones? ¿No nos estamos convirtiendo en ciegos que pretenden guiar a otros ciegos, sordos que pretenden hacer oír la Palabra de Dios a otros sordos?

Los que habéis recibido el carisma del silencio contemplativo tenéis que interpelar a la Iglesia contemporánea, nos tenéis que llamar al silencio y la escucha interior, nos tenéis que recordar las palabras de San Agustín: “¿Por qué gustas tanto de hablar y tan poco de escuchar?… El que enseña de verdad está dentro; en cambio, cuando tú tratas de enseñar, te sales de ti mismo y andas por fuera. Escucha primero al que habla por dentro, y, desde dentro, habla después a los de afuera”[23]. Mientras tanto, los que sabemos poco de todo esto y hablamos de lo que ignoramos, tendremos que recordar agradecidos lo que dice Dios en el libro de Isaías: “Me he dejado encontrar de quienes no preguntaban por mí; me he dejado hallar de quienes no me buscaban. Dije: Aquí estoy, aquí estoy”. (Is. 65, 1-2 ). “(A María, cuya dedicación preferente a Jesús respecto de du hermana Marta, él destacó, fue a la que le encargó aquella mañana ya Resucitado que se separara de Él y fuera a dar testimonio de aquello a tod*s l*s demás discipul*s. Y algo parecido les repitieron unos ángeles al quedar como extasiados después de la Ascensión: Ya antes les había advertido lo mismo a los íntimos del Tabor.)”

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NOTAS:

[14] Ver el excelente estudio de W. JOHNSTON, La música callada. La ciencia de la meditación. Ed. Paulinas. Madrid 1980.

[15] J. MARTÍN VELASCO, La experiencia cristiana de Dios. Ed. Trotta. Madrid 1998. Según Martín Velasco, en toda verdadera oración se produce de alguna manera esta ruptura de nivel.

[16] T. RITTER. Liberer la source. La méditation, chemin de vie. Ceuf. París 1982

[17] Ver el estudio de H. J. GAGEY y D. VILLEPELET (dir.) Sur la proposition de la foi. Ed. L’Atelier. Paris 1999

[18] Ver las certeras consideraciones de E. BISER sobre el magisterio interior. Pronóstico de la fe. Orientación para la época postsecularizada. Herder. Barcelona 1994, 365-378.

[19] T. RITTER. El silencio, camino de comunión. Herder 1981

[20] W. JOHNSTON, o.c., 189

[21] E. BIANCHI, La saveuroublie de l’Evangile. Presses de la Renaissance. París 2001, 83-87

[22] Como hermoso ejemplo de silencio de contenido cristiano puede verse. E. STEIN. Chemins vers le silence intérieur. Présentation de V. Aucante. Ed. Parole et Silence. Saint-Maur 1998

[23] S. AGUSTÍN. In. Ps. 139,15

15 comentarios

  • Juanel

     
    En mi opinión tener un control mental es beneficioso en general, entendiendo por tal la función cerebral consciente que ejerce cierto domino sobre lo racional y emocional, que nos ayuda a vivir como dice Ana Rodrigo, pues entre otras cosas nos permite dejar de oír el ruido externo e interno para atender a lo que tiene importancia o interés para nosotros. Y ese control se puede ejercitar tanto entre los muros de silencio de los monasterios como en el bullicio de la calle o de los bares. Ese ejercicio es más fácil en ambientes relajados como en un paisaje natural sereno, en plácidos parques o jardines floridos, o entre las cuatro paredes calladas de una habitación tranquila. Practicar técnicas de meditación que estimulan el control mental lo considero positivo y sano, pero no tienen mucho que ver con la espiritualidad.
     
     
    La espiritualidad, según la entiendo, pretende salvar la distancia que separa nuestra temporalidad y finitud con respecto a lo eterno e infinito del Misterio Absoluto. Intenta profundizar, hundirse en el Misterio, callando la razón y movilizando lo emocional o los sentimientos. Intuye que el Misterio está ahí presente en la lejanía más allá de cualquier límite u horizonte, pero también más próximo que cualquier otra cosa como envolviéndolo todo. Puede que en ese estado de concentración relajada nuestro yo se diluya fusionado con el entorno y puede que aparezcan visualizaciones o audiciones parecidas a las ensoñaciones pero con la conciencia en alerta. A menudo las endorfinas se disparan percibiéndolo todo con gran placer o embeleso poético. Es posible que lo racional se mueva hacia el reconocimiento, el respeto, incluso hacia la adoración de lo inefable.
     
     
    Sin embargo, ni las percepciones, intuiciones, aprehensiones, sentimientos, emociones,….. nos permiten en ningún momento alejarnos de nosotros mismos para sumergirnos en lo Absoluto. Nada trascendente existe a lo largo de la experiencia. No hemos recorrido ninguna distancia de acercamiento y el abismo de separación sigue tan profundo como siempre. Eso sí nuestra atracción por hundirnos en él ha aumentado considerablemente. Y más aumentará si obligamos a nuestro cerebro a practicarlo. El área cerebral ocupada en ello crecerá de acuerdo con su práctica, visibles en las pruebas realizadas por Resonancia Magnética funcional (RMf). En ningún momento nos hemos salido de nuestras capacidades cerebrales, incluida la disolución del yo por la sobreestimulación de núcleos talámicos, amígdala cerebral y corteza cingulada. No existe dato alguno que pueda confirmar nuestra supuesta capacidad de trascendencia para relacionarnos con lo Absoluto. Ninguno. No obstante, a pesar de que estas experiencias no tengan nada de extracorpóreas, más allá de nosotros mismos, siempre las podremos utilizar de modo positivo en nuestra vida cotidiana o religiosa. No son necesarias para la relación con Dios y vivir ante él en su presencia, y además pueden confundir y concebir una idea de Dios y de lo Real en mi opinión equivocada. Para mí lo mejor sobre esto es callarse y reconocerlo como lo totalmente distinto, lo Otro Incognoscible en su eternidad e infinitud.
     
     
    Por mi fe cristiana la única vía, que trato de seguir para relacionarme con mi Dios, es la propuesta por Jesús de Nazaret en la dirección al Reino de la Plenitud Humana, en la que creo que Dios está presente. Es el espíritu de lo humano en plenitud, esas cualidades y características humanas que la definen y comparten los ciudadanos del Reino, concreta mi espiritualidad, tratando de acortar la distancia que me separa de ella. No mediante una supuesta capacidad de trascendencia que intenta apropiarse y adueñarse de lo divino, sino practicando humanidad. Se trata de plenificar lo humano y no espiritualizarlo transformándolo en otra cosa en divino, una tarea que resulta imposible para nosotros. Dejemos a Dios ser Dios. Es él quien nos dará su Espíritu y nos divinizará para llevarnos a su ámbito eterno.

  • ana rodrigo

    Ideas sueltas:
     
    Pagola dice lo que quiere oír el público al que se dirige. Incluso con el plus de que con estas reflexiones intenta convencer de lo importante, necesaria, saludable y hasta salvífica que es la vida monacal.
     
    Esos monasterios silenciosos de ruidos y en los que las o los individuos ni se hablan, nadie sabe lo que anda por sus cabecitas: con unos muros exteriores tan altos (no leen prensa, no ven la televisión, no viven la calle, están siempre vigiladas/os, con lectura dirigidas, etc. etc.), el mundo propio se puede convertir o bien  en lo más sublime, o, por lo que yo conozco (de alguien cercano a mi familia), en un infierno de envidias, pequeñeces, depresiones, desequilibrios, hastío, culpabilidades absurdas, histerias de siquiatra, cortedad de miras, etc.
     
    Casi es una tontería por mi parte decir que existe un ruido exterior y ruido interior y que, a pesar de ser diferentes, no por ello son incompatibles, como ya habéis dicho.
     
    Refiriéndome al ruido interior, pienso que no es otra cosa que una actividad mental, en distinto grado de acción. Y, como actividad de nuestra mente, cada cual la gestionamos como queremos, como podemos o como sabemos.
     
    Mantener silencio interior no tiene que equivaler a tener una vida más cercana a Dios, ni ser una cuestión religiosa, aunque se le puede dar esa deriva. Es un medio para muchas cosas.
     
    Lo que sí es cierto es que si somos los dueños del timón de nuestros pensamientos, emociones, deseos, instintos, etc. etc., podemos ser más dueños de nuestra existencia, de nuestro desarrollo personal, de los objetivos que perseguimos en nuestro existir diario, etc.
     
    Y, como conclusión, diría que, controlar esa loca de nuestra propia casa, la mente, nos ayuda inmensamente a VIVIR en el más profundo sentido de la palabra. Y esto se puede conseguir en cualquier sitio, circunstancia o lugar. Al igual que el silencio externo no equivale a tener automáticamente el silencio interior, aunque ayude.

    Perdón por las obviedades que he escrito.

  • Antonio Vicedo

    Y flicitación a cuantas llevais el “Dulssissimo Nombre” de MARÍA, como se dice por nuestra Vega Baja.

  • Antonio Vicedo

    Sinceramente creía y creo que la cuestión de ese ¿Por  qué me interesó e interesa ese asunto planteado en el artículo de Pagola? estaba muy claro para much*s de vosotr*s, como lo ha estado y está para mí, desde esa perspectiva de cuidar coherencias respecto al Jesús en quien intentamos apoyar nuestra fe y en cuyo camino intentamos dar pasos vitales acercando siempre en nuestro caminar nuestros pasos a sus HUELLAS.

    Alguien, y no recuerdo ahora quien, pero sí el entorno circunstancial, respondió: -Es la ECONOMÍA. Porque de los medios con los que se espera ver atendidas las necesidades  materiales se trataba.

    Pues, en esto del dichoso artículo  de Pagola y mi rastrilleo, la respuesta que os puedo dar es esta: -Cuando de lo de Jesús y la Humanidad se trata:-¡Es SU HUMANIZACIÓN = La ENCARNACIÓN!

    Porque, a parte de ser lo que nos interesa e importa en tanto humanos, es lo UNICO que, como posibilidad referencial real y práctica, tenemos a mano.

    Lo que llaman EPIFANÍA y ANONADAMIENTO DE DIOS en Jesús, son su TESTIMONIO VITAL y su MENSAJE, considerado desde lo MAS CLARO y SENCILLO del mismo, necesariamente así por su propia finalidad y  de destino humano universal sin exclusiones.

    La LUZ no es visible ni ponderable, sino desde loss objetos que ilumina y desde los que se refleja con su riqueza de matices formales diferentes.

    La LEVADURA hace su tarea de FERMENTACIÓN previa su disolución en la mezcla con la masa, sin que estorbe para ello la presencia de gránulos no disueltos.

    Algo parecido pasa con la SAL al condimentar o conservar.
    Y el AMOR, para que merezca tal consideración y nombre, es real en la IGUALDAD, o IGUALANDO a los amantes sin reducción a ninguna concreción exclusivista, personal, temporal o local, ni a cualquier pura o dura abstracción.

    Como orienta y sitúa el relámpago en la oscuridad tormentosa de la noche, así en mi vida me sucedió al considerar las reflexiones sobre el AMOR en el relato del evangelio de Juan y la súplica al Padre:-No te pido que los saques del mundo, sino que los preserves del mal.

    De ahí a entender espiritualidades confinadas, separadas, segregadas, no he podido descubrir cristiana coherencia.

    He respetado opciones personales y sus particulares causalidades, pero nunca he podido valorar positívamente la estructuración eclesial de este modo de convivencias a las que ni el testimonio , ni el mensaje de Jesús ofrecen soporte, ni menos prevaloración, ni preferencia sobre la vida interrelacional abierta de su DISCIPULADO.

    Por ello, cuando los signos de los tiempos, desde hace tanto, nos están avisando de lo que en la parábola del Buen Samaritano Jesús dejó claramente expresado, que esta espiritualidad de rodeo y encelamiento con lo celeste, sin asumir lo concreto de las cunetas no es SU CAMINO, me sigue pareciendo una grave incoherencia para lo que Jesús nos confía a imitación de lo que el Padre a Él le confiara.

    En estos largos siglos, y en las circunstancias en las que la Humanidad se ve deshumanizada ¿nos hemos parado a pensar si este modo de sobrevalorar lo por Jesús no asumido, ni valorado ha podido acrecentar la complicidad de los poderes mundanales seductores del movimiento iniciado por ´El?

    Pues sencillamente esto me llevó a poner negrillas y paréntesis en lo de Pagola, y a mandarlo a mis contactos entre los que destaco al amigo Duato y con él a ATRIO.

    Sigue siendo, como entonces( Y relativizo las complicadas exégesis) pensando que, detrás de donde hay puertas cerradas, no nacerá LA SALVACIÓN que si nació en una cueva-cuadra pobre, sucia y compartida con inferior compañía.
    Así de LIBRE y TERRENAL quiere ser VIDA el AMOR, para SALVACIÓN de la HUMANIDAD TERRENAL

  • pepe sala

    Antonio Duato:
     
    Cuando te sales de tu estilo ” super-responsable” eres un tio cojonudo.
     
    Me ha encantado tu comentario y quería decírtelo para contrarrestar otras críticas que he tenido hacia tí en algunas ocasiones.
     
    Yo también me sumo al ruido de la vida y me encantan las ” tascas ruidosas”, donde suelo acudir a poner ” la antena” para escuchar la las gentes sencillas. ( obreros, amas de casa, algún estudiante con poca economía, jubilados-as, gitanos-as, inmigrantes, etc )
     
    Aseguro que me lo paso ” bomba” oyéndoles y, a veces, intervengo en las conversaciones… siempre y cuando no sean de foot-baal, toros y similares, puesto que, como les suelo decir en broma: ” me lo tiene prohibido mi médico”.
     
    Saludos, pues y mi enohorabuena por tu ” salida de tono”, jejeje

  • Juanel

     
    A pesar de considerarme un hombre de oración casi constante, la práctica de la espiritualidad como el ahondamiento en el abismo de silencio que nos separa del Misterio de lo Absoluto, el rebuscar las fuentes de mi ser en mi mundo interior, hace ya bastantes años que dejó de interesarme. Por ello al ver un artículo sobre espiritualidad firmado por Pagola, pues me pareció que quizás tendría alguna propuesta de interés para mí. El resultado fue decepcionante.
     
     
    No puedo ni quiero entender una vida que tiene por objetivo la contemplación. Dice que esta práctica tiene dos objetivos por un lado romper con la exterioridad, superficial y banal de la vida fundamentando el ser en su fuente que es Dios; y por otro crecer en el amor a Dios como persona y como consecuencia de este amor amar al mundo natural y humano. La contemplación en el silencio, ¿sirve para crecer en el amor a una persona? Yo creo que no sino todo lo contrario. Si una persona que dice amarme se dedica horas y horas, días y años a contemplarme en silencio, saldré disparado de su presencia inaguantable. Sin duda cuando dos se aman pasan momentos intensos de mutua contemplación en silencio, pero son sólo momentos y sería un error tratar de prolongarlos, porque en el amor hay mucho más que el mero placer contemplativo. Además querer a una persona como consecuencia de querer a Dios me parece una traición al amor hacia ella, pues yo a las personas que quiero las quiero por sí mismas y no porque ame a Dios. Y también apunto que si se trata de profundizar conscientemente en los lazos personales con Dios, no me parece que la mejor forma de hacerlo sea provocando estados alterados de conciencia como los éxtasis místicos. Los lazos personales que se fortalecen mediante drogas alucinatorias o conciencias alteradas, no me parece que lleven en la dirección del amor.
     
     
    No sé cual es la razón para romper con la superficialidad o exterioridad de la vida. Y es que el amor tiene que expresarse necesariamente en el mundo exterior y no guardado en un mar de sentimientos internos por muy intensos que sean. El amor habla de compartir, de complicidades mutuas,….., el mundo interior apunta a todo lo contrario.
     
     
    Fundamentar el ser en la vida interior de la persona sólo puede sostenerse en una metafísica y antropología que no comparto. En el interior de mí mismo sólo estoy yo con mi identidad, recuerdos, experiencias… Mi Di*s no está dentro de mí, yo no soy Di*s, sino que se trata de otra persona y por lo tanto fuera de mí. Otra persona a la que puedo amar precisamente por ser otr* bastante mejor que yo. La proposición de que tenemos un espíritu que puede hablar de tú a tú nada menos que con el Espíritu Santo, me parece una proposición fuera del sentido común fruto del orgullo humano.
     
     
    El ser no requiere fundamento puesto que lo vamos haciendo a lo largo de la vida. Estamos siendo porque vamos viviendo. Por tanto el fundamento del ser se transforma en el fundamento de la vida. Y el fundamento de esta no tiene nada de metafísica sino de biología y evolución.
     
     
    ¡Ah! Tener ciertos lugares de recogimiento y silencio como son los monasterios, pues me parecen bien siempre y cuando presten un servicio a las gentes que quieran pasar unos días fuera del ruido urbanita. Es saludable tener un tiempo de silencio. A esta práctica le doy valor psicológico terapéutico, precisamente lo que Pagola dice que no es.
     
    Saludos cordiales desde Tenerife

  • Antonio Duato

    Me han interesado mucho vuestros comentarios.

    Me he convencido de que el texto de Pagola no es afortunado y que sólo era presentable con los contrapuntos de Antonio. Ya he dicho que por eso decidí publicarlo. Me queda la duda de por qué lo escogió Vicedo para trabajarlo. ¡Hay tantos otros de espiritualidad tradicional! Pero seguramente le llamó la atención que lo escribiera el mismo Pagola que se ha hecho paladín de la nueva exégesis sin ser para tanto. Son los obispos los que le montaron el pedestal.

    Pero, entrando en el contenido, una anécdota. Fernando Urbina, cuando tenía que pensar y escribir algo profundo, iba siempre a un bar, lo más ruidoso posible. Pedía un café con leche (por pedir algo, no por ser relaxing) y se concentraba en su profundo concepto, en éxtasis casi místco. Me decía que era incapaz de entrar en esa concentración en un ambiente de silencio.

    Me apunto a la espiritulidad del hombre urbanita, abierto a todos los ruidos del mundo, capaz de hacer una sinfonía interior de esos aparentes ruidos.

  • M.Luisa

    La verdad,   el contenido de esta ponencia de J. A. Pagola  no creo que  impregne   de modo efectivo  sobre  quienes  va dirigida, monjas y monjes  de la forma  como pienso  el mismo Pagola  se propone.
     
    Mi experiencia personal, cuando tuve que visitar a una comunidad conventual,  fue tremendamente negativa pues lo que  allí percibía no era sabiduría. Todo  estaba orlado de imposición y de  superficialidad.
     
    La sabiduría del recogimiento  en tanto sabiduría, no necesita  lugar  alguno. Se encuentra más bien  fuera en el mundo que dentro de un claustro. ¿Por qué? porque éste ya está dispuesto para el recogimiento y por tanto  de esta disposición intencional  no puede emanar sabiduría sino simplemente   costumbre, gusto o apego.
     
    Todo lo contrario  sucede viviendo  entre las cosas del mundo porque  en él, en su totalidad y no en un determinado lugar, es la persona la que  en su  predisposición  extrae de ellas esa  escucha   silenciosa de lo que  en su profundidad le ofrecen y que  para vivir humanamente le será  imprescindible  Aquí creo que  es donde se inscribe  el auténtico saboreo.
     
    Un cordial saludo para Antonio Vicedo

  • oscar varela

    Hola!
     
    Acá se propone la ESCUCHA, aunque no “desde” el SILENCIO sino desde unas lindas vidas re-buscadas.
     
    http://ar.noticias.yahoo.com/video/adolescentes-guadalajara-transforman-basura-en-110000040.html
     
    Esto merece un altisonado ¡¡¡VAMOS TODAVÍA!!! – Oscar.

  • oscar varela

    Hola!

    EL SILENCIO ¿Cuándo es necesario, e.d., cuándo tiene sentido?
     
    – “No necesito silencio/ yo no tengo en qué pensar/
    Tenía, pero hace tiempo/ ahora ya no pienso más”.-

    Fue Yupanqui quien puso música y voz al filósofo del pueblo Dom Romildo Risso, al que no le molestaba que le criticasen por el ruido que hacía con su carromato y que decía como un nuevo Sócrates criollo:

    – “No necesito silencio/ yo no tengo en qué pensar/
    Tenía, pero hace tiempo/ ahora ya no pienso más”.-
    …………….
    LOS EJES DE MI CARRETA – Milonga
    Letra: Romildo Risso
    Música: Atahualpa Yupanqui

     
    Porque no engraso los ejes,
    me llaman abandonao;
    si a mí me gusta que suenen,
    ¿pa’ qué los quiero engrasaos?

    Es demasiado aburrido
    seguir y seguir la huella;
    demasiao largo el camino,
    sin nada que me entretenga.

    No necesito silencio;
    ya no tengo en qué pensar.
    Tenía, pero hace tiempo:
    ahora ya no pienso más.

    Los ejes de mi carreta
    nunca los voy a engrasar. 

  • Rodrigo Olvera

    De verdad, Oscar? A mi me parece uno de los textos más pobres de Ortega, lo que atribuyo a la época en que lo escribió. Más allá de cuestiones estilísticas, todavía marcada por la generación del 98, es una descripción de lo externo de la experiencia monacal.
    Y lo único que dice del sentido, al menos del sentido que tiene para él, se reduce a idealismo e intelectualización.
     
    Prefiero el texto de Pagola, que ya es decir mucho.

  • Gonzalo Haya

    No entro ni salgo en el texto de la conferencia de Pagola a los monjes. Sí se me ocurre comentar que los valores no son absolutos, son valores relativos a las personas y a las circunstancia que éstas viven. El silencio es un valor parcial, reducido -o prevalente- en Jesús a las noches o amaneceres de oración. La mayoría de nosotros no podemos seguir a Jesús en todos sus valores contrapuestos -paloma y serpiente- o al menos divergentes. Cada uno tiene más fácil seguir una línea de Jesús, aunque sin olvidar del todo las otras líneas divergentes. Es conveniente para la comunidad que existan diversos carismas; uno profetiza y otro interpreta. ¿Para qué sirven los poetas? pues para educar nuestra sensibilidad y afinar el idioma. El silencio monástico no es el ideal de todo seguidor de Jesús, pero es un carisma al servicio de toda la comunidad, siempre que no se encierre en un solipsismo y sepa escuchar también el clamor del pueblo que pide justicia. Hasta los lamas se han mostrado en las manifestaciones públicas o se han quemado “a lo bonzo”.

  • oscar varela

    Hola!
     
    ¿Cómo sería, para mí, un “bien parado” SILENCIO y SENTIDO DE VIDA MONACAL?
    …………………..
     
    LAS  ERMITAS  DE   CÓRDOBA – Ortega y Gasset (OCT2,421/4) –año 1904-

    Si al acercarse el verano con sus ardores buscamos un lugar umbroso o una playa oreada, ¿por qué no hemos de buscar también sanatorios de silencio y casas de baños de soledad cuando algo dentro de nosotros nos demanda aislamiento?

    Visitemos, por ejemplo, las ermitas de Córdoba, que son una fábrica de soledad como no hay otra. En la cima de un monte se hallan las blancas celdas rodeadas de arbustos y árboles severos y de flores que traen a la memoria la flora extática del Beato Angélico; fornidos bardales que siguen las quebraduras del terreno ciñen la frente del monte; su recinto se llama el Desierto. El aroma de Córdoba, balsámico y pertinaz, es aquí más intenso, y plantas bravas le influyen algún dejo punzante, enérgico, tónico que acelera la sangre en las venas, despierta las más hondas ideas, sacude al místico bufón que vagabundea por el cuerpo del hombre, y no obstante, unge los nervios de castidad y de templanza.

    Un cenobita con sayal del color de la tierra abre un portón; entramos. Dos hileras de cipreses ensimismados con su follaje recio, de un verde casi negro, conducen a la iglesuca y al aposento del capellán. En la sacristía se ven dos cuadros que figuran una antítesis dolorosa. Es uno la imagen horrenda de una pobre ánima del purgatorio ardiendo en llamas de ocre; en un rincón del lienzo está escrito: Alma en pena. En el otro cuadro se lee: Alma en gracia; representa una mujer tan bella, con unos ojos tan azules, unos cabellos tan augustos y dorados y unos labios tan deleitosos, que a no hallarnos a tamaña altura sobre el nivel del mar y de los instintos, alguna inquietud nos sobrecogería.

    Luego conviene dejarse ir, lasa la voluntad, por el campo austero que se abre en derredor. Las ermitas están desparramadas en la cima, ocultas en la espesura. Cada una tiene su huerto, largo de algunos pasos, ceñido por blanca tapia que se recata entre las chaparras y las higueras. Cada una tiene un ciprés y una espadaña.

    A poco de estar en semejante lugar somos transportados a la mansa región de las ideas generales. Las pasiones y las querencias de la carne no concluyen nunca, en verdad; tal vez sigan inquietando nuestros cuerpos bajo la tierra; pero aquí se intelectualizan, se convierten en conceptos puros y son más llevaderas. Siempre es menos dolorosa una teoría que un amor.

    Va muriendo la tarde. El silencio es sorprendente: para los que de ordinario vivimos en medio del estruendo ciudadano, un instante de silencio nos suena a algo cristalino que se rompe. Sobre la frente, el cielo. Córdoba, en lo hondo, prolonga su añejo sopor en brazos del Guadalquivir; el color blanco azulado del caserío favorece la blancura, la discreción del paisaje lejano. Por el contrario, cuanto hay en el recinto de las ermitas tiene esa crispación audaz que ha de hallarse en el rostro del místico al punto de saltar de la oración al éxtasis.

    Se siente caer en torno la llovizna bienhechora del silencio, y elevarse de entre los árboles humaredas de paz. Respíranse emanaciones de supremo idealismo, y al cortar una flor salvaje, nos parece desglosar una palabra de San Juan de la Cruz o de Novalis, y mezclo estos dos nombres porque aquí se está de tal manera por encima de todo, que la ortodoxia y la heterodoxia se entrevén apenas, como dos mulas negras que cruzan ahora, allá abajo, por un camino de plata. El espíritu queda proyectado hacia las últimas preguntas: ¿Qué es la vida? ¿Qué es la muerte? ¿Qué es la felicidad?

    El rumor casi humano de una campana parladora surge de una espadaña y se esparce en halos armoniosos: es un son blando y acariciador que pasa refrescando el cerebro y produciendo suave angustia, como si una mano de mujer se posara en nuestro pecho y lo oprimiera. Hay en las quietudes de los campos sonidos que despiertan en nosotros cúmulos de sensaciones tan agudas y deliciosamente complicadas, que quisiéramos tener mil oídos y mil orejas para escuchar con todos ellos aquella nota única.

    Otra ermita contesta: con su campana; después, la capilla, más grave, da su voz; más tarde, y lejos, habla otra nerviosamente, y luego otra y otra, dulces, tranquilas, ritmosas, balbucientes; cada una desarrolla bajo el cielo benigno del atardecer el sereno tapiz de meditaciones que ha urdido sobre su soledad el eterno cenobiarca que las tañe. Estos monjes tienen muertas sus viejas lenguas purificadas, y dejan a las campanas que conversen en su lugar. Doscientos cincuenta y tres tañidos debe dar al día cada ermita. ¡Ah!, la voz de las campanas de las celdas es una música teológica que echa sobre el pensamiento paños blancos de sosiego. Cerca de nosotros chirrían los goznes de una puerta. De ella sale un ermitaño con su bordón de coro; comienza a andar por una vereda entre los setos espinosos, y se dirige a la capilla. Es un viejo cetrino y alto que al caminar cojea. A seguida, otros solitarios abandonan sus huertos con un bordón igual en sus manos oscuras. Y es una imagen exótica de otros países y tiempos la que ofrecen estos peregrinos de barbas abundosas, haciendo vía aquí y allá por toda la extensión quebrada del Desierto; ahora aparecen destacándose en el cielo como si llegaran de la Tebaida en una nube de oro, y a poco se hunden en un barranco y vuelven a aparecer indecisamente entre los árboles, borrándose sobre la tierra del mismo tono caliente que sus hábitos. ¿Quiénes son estos hombres? Son, en su mayor parte, campesinos toscos que, heridos por un súbito fervor, ascienden a este monte, y aquí se olvidan de sí mismos por espacio de algunos años y aun todo el resto de sus días. No hacen votos solemnes de vida monástica. ¿Para qué? ¿A qué dar a su aislamiento el matiz sombrío de una acción irremediable? Visten el sayal, cubren su cabeza con esa extraña monterilla de judío, se ciñen los lomos con un rosario hecho de huesos de aceitunas o una ancha correa, dejan crecer sus barbas y enjaulan en una de estas celdillas toda la casa de fieras de sus instintos. Conforme pasa el tiempo, van despojándose de ellos y arrojándolos delante de sí con la ingenuidad, con la lentitud, con la sencillez con que se tiran piedrecillas en un agua muerta.

    En Constantinopla, donde tanto escasea, hay una Sociedad de bebedores de agua; quienes la forman reparten sus simpatías entre aguas de diversas estirpes, y unos prefieren la del Éufrates, porque son biliosos, y otros las del Danubio, porque son linfáticos; o las del Nilo, por afición arqueológica. ¿Qué secretos no sabrán del agua cuando hacen del beberla un arte? De análoga manera, los ermitaños, bebedores de soledad, son grandes entendidos en sosiego. Acaso no mediten mucho, como los catadores sabios no acostumbran a beber demasiadamente. Alguno de entre ellos ha vivido en todos los lugares apartados y quietos de la tierra; en cada uno ha gustado la soledad ambiente, y por último se ha fijado aquí, por juzgarla la más útil para su vida interior.

    A mis soledades voy;
    de mis soledades vengo…

    decía Lope de Vega. Estos hombres-islas saben más y se están quedos, dejando que las soledades vayan y vengan al través de su espíritu, llevándose en aluvión la escoria de las pasiones. Y así, estos hombres llegan a tener sus almas tan pulidas como cantos rodados, o más bien como huesos enterrados en cal.
     

  • oscar varela

    Hola!

    Me parece que no llego a entender “de qué” se está tratando en este Post en dos entregas.

    El “rastrillado” de Vicedo con tres punzones y entreparentados (-“ha resaltado con negrilla, cursiva y varias expresiones y ha añadido también paréntesis entrecomillados como comentario, o cuestionamiento propios”-) lo dejan a su tocayo un poco bastante estropeado.subrayados
     
    En lo esencial veo que se coincide bastante con Vicedo. Hasta me atrevería a imaginar que el mismo Pagola estaría “hoy” de acuerdo con nuestro Antonio. No sería el primer caso de quien se arrepentiría de haber escrito lo que escribió. En Literatura es una constante las llamadas “mocedades” de los Escritores.
     
    ¿Qué habrá pretendido Vicedo con acercarnos a los atrieros a las “mocedades2 de Pagola?
     
    Ese es el algo que todavía no llego a entender.
    ……………
     
    Pero lo que me lleva a Comentar ahora es una pena que siento:
     
    Por lo “mal-parado” que quedan el Silencio y el Sentido de un “estilo” (el monacal) que la vida, en su multi-facética expresión, alberga de riqueza en su abundancia.
     
    ¡Sigo todavía! – Oscar.

     

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