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Mi nuevo paradigma teológico — y 12 —

Juan Luis

V. PLENIFICACIÓN AL ALCANCE DE TODOS

Con estas palabras —que repetimos exactamente hoy— concluíamos el 30 Julio 2008 en curso-taller dedicado al pensamiento y al corazón de Juan Luis. Aquí queda su obra en Atrio, esperando lectores y comentaristas.

Publicamos hoy el último capítulo del libro que de Juan Luis Herrero del Pozo ha ido redactando por capítulos en las páginas de ATRIO. La obra completa, tal como está en su estadio actual, sometida a comentarios libres en la página central y a discusión más técnica aquí desde la racionalidad abierta puede consultarse en esta página índice: EL NUEVO PARADIGMA.


Estamos en la recta final. La intención inicial no puede ser más sencilla: descubrimos a Dios como fundamento de todo y lo llamamos ‘creador’; la metáfora del ‘hacerse carne’ (la encarnación) quiere subrayar que la fría metáfora de ‘fundamento’ (importante en clave del apofatismo) encierra la realidad de la íntima interioridad de Dios (el teísmo se queda corto) en las entrañas de la entera creación, en cada ser según su capacidad receptiva; de modo eminente, pues, en el ser humano que, una vez que emerge de la evolución cósmica como dotado de mente tan portentosa, resulta decididamente irreductible al simple proceso entrópico general en virtud de su apertura al Trascendente. Este ser insignificante  es el único consciente de su aventura de caminante azaroso en busca de la felicidad que su corazón insaciable ansía como totalidad plenificante.

Plenificación: se entendera enseguida el porqué de este neologismo que, al igual que el de plenitud, están construidos ambos desde el adjetivo ‘pleno’ (lleno hasta el borde, colmado). La plenitud sugiere el no va más. La plenificación es el proceso de alcanzarla.

(Merece la pena recordar a los lectores el artículo “Tensión dinámica hacia la Trascendencia” que colgué en Atrio el 20 de octubre y recibió en 6 días 127 comentarios, entre los cuales un vigoroso pero amable diálogo Letelier/Mariano-P.Blanco. Diálogo en el que Letelier sintetizaba su teoría, opuesta a la presente, en 6 puntos, uno de los cuales aseguraba que el ser humano se desvanecía en la muerte aunque “la ‘información’ que define a cada individuo… se conservaba ‘de alguna manera’ en ‘la memoria de Dios’… para ser reimplantada más tarde en un nuevo “cuerpo espiritual”. Sabido es que no comparto esta visión puramente imaginaria sin apoyo alguno en base racional (ni, por supuesto bíblica).

El mencionado artículo me ahorrará aquí ciertos desarrollos).

V. 1  Todo ser consciente es precario por naturaleza aunque facultado para recuperarse.

Ello basta para situar la negatividad y el mal sin recurrir al ‘pecado original’ de un antepasado, Adán, que no existió.

Hasta no hace tanto tiempo prevalecía la percepción de un cosmos estático y lineal. El descubrimiento científico de la evolución en todos los ámbitos, desde los astros hasta la persona ha revolucionado todo, pese a todos los conservadurismos, Iglesias incluidas, que por naturaleza recelan de la novedad. A la evolución del individuo humano la llamo plenificación porque la persona se construye siempre en busca intrínseca de más ser. El más ser de la persona consciente sólo tiene tope en la felicidad plena.

¿Cuales son las coordenadas de la construcción personal? Dado que cada persona vive una aventura única, me limitaré a algunas constantes comunes.

Una primera previa. La historia dramática del género humano no tiene nada que ver con ningún ‘paraíso perdido’ originario. El relato bíblico es una gran metáfora adaptada a aquella cultura, no es historia. Adán, Eva, Caín y Abel, etc, son prototipos de conductas humanas, no personajes de la historia. Son exponentes de que los males existen desde los orígenes, de la condición precaria de la existencia humana, enfermedades, incertidumbres, miedos, sufrimientos, radical soledad, errores y maldades de todo género… y finalmente la muerte ¿Cuál es el origen? no es castigo divino, Dios no quiere nunca el mal, porque como insiste T.Queiruga, Dios es el anti-Mal. La naturaleza es imperfecta, limitada y precaria por su intrínseca finitud. El ser libre es además limitado y defectible, susceptible de pecado porque ‘es inevitable que lo defectible falle alguna vez’. (Y esta finitud es el mayor argumento contra el panteísmo  que contempla un Ser Uno perfecto del que se ‘desprende’ el cosmos que ha de retornar al Uno: la imperfección formaría parte del Uno). No  es que Dios tolere el mal, es que no puede crear un imposible, algo o alguien perfecto como Él.

Si nos fijamos especialmente en el ser consciente y libre no es difícil entender el porqué del fallo moral: mientras la persona no está polarizada, al término de su carrera evolutiva, por el imán absoluto de Dios, es decir, inundada por la Luz total y por el Bien plenificante que es la fruición de Dios, mientras eso no ocurre puede dejarse obnubilar por bienes menores en contra del dictamen de su conciencia. Crecemos tanteando, maduramos superando el autoengaño, nos desorientan oscuridades espesas, avanzamos siempre en la cuerda floja… en una palabra vivimos la experiencia de la innata indigencia y flaqueza por el error y el fallo moral. Pero sería un descomunal sin sentido pensar que este ser es tan defectuoso en origen o que su capacidad de pecado es tan abominablemente destructiva que, en cada fallo, queda herido de muerte  y paralizada su capacidad natural de recuperación. ¿No es esto algo de sentido común? ¿No advierte el lector que lo de la ‘ofensa infinita’, aparte de ser contradictorio, es pura y llanamente un pretexto para postular una ‘reparación infinita’ como apoyatura para la ‘salvación’ de un Hombre-Dios? Es inherente a la voluntad libre la capacidad de desdecirse del mal cometido igual que de cometerlo. Hablando en propiedad, conforme al sentido común y superando las contradicciones y aberraciones de la dogmática tradicional, el ser humano libre no necesita inexorablemente un salvador extrínseco, aunque en otro nivel todos ‘necesitamos’ de todos. Dios no es como un pícaro fabricante que deja aposta una parte débil para que el usuario tenga que volver al servicio de reparación.

Queda claro para cualquier lector que la historia de la salvación en el sentido fuerte del concepto de salvación, adoptó una versión mitológica de la aventura humana sobre un doble presupuesto, 1) la lectura fundamentalista de los textos bíblicos no sólo  por carencia (comprensible) de los descubrimientos modernos para el tratamiento de textos antiguos,  sino sobre todo, 2) por un vicio metafísico inherente a la mentalidad religiosa, es decir, por la forma antropomorfa y mágica de entender la interacción Dios-creatura (según la cual es posible alterar las decisiones divinas o, en sentido inverso, Dios puede intervenir en las leyes naturales sin respetar la autonomía de que ha dotado a la creación).

La realidad humana es hechura de Dios, finalizada por él y dotada de todos los medios de alcanzarlo, es decir, dotada de ‘autosalvación’.

V. 2  La ‘auto-salvación’ natural es siempre también obra de Dios,

Es superfluo decir que Dios sigue siendo el fundamento óntico de todo: es lo que los escolásticos afirmaban al decir que el acto libre necesita el “concurso” divino. Creo, sin embargo, que este concepto de concurso es peligroso. La teología tradicional, prisionera del pensamiento mágico no supo sortear los peligros del concepto ‘causa’ mediante el recurso a la metáfora de ‘fundamento’ que evita deslizarse por el ‘intervencionismo’ divino. Hacer a Dios con-causa, aunque se diga que no es causa categorial sino trascendental, es quedar encerrado en un callejón sin salida como ocurrió hace siglos a bañezianos   y molinistas en la famosa, dilatada y nunca resuelta, por mal planteada, controversia “de auxiliis” (de hondo calado metafísico y teológico que muchos modernos no han captado: ¿el ser ‘elegido’, beneficiario de un  ‘concurso eficaz’, no es una pre-dilección de algunos y ‘derelicción’ de la mayoría?). Porque desde el momento que planteamos dos causas, divina y humana, del acto libre surge la pregunta ¿cuál es la primera? Si decimos la humana estaríamos sustrayendo a Dios ese plus de ser por el que se distingue el acto bueno de uno malo (tentación pelagiana). Si priorizamos la ‘elección’, la causalidad divina, ¿cómo se salva la libertad? Insisto en que la controversia estaba y sigue mal planteada desde el momento en que hacemos a Dios ‘causa’ interviniente en lo humano (concurso). Ahí es donde incide el modo mágico de relacionar Creador y criatura. De ahí mi insistencia en evitar el concepto metafísico de causa y utilizar la más apofática metáfora de fundamento que basta para afirmar la dependencia óntica de lo creado sin atentar a su autonomía.

Resumiendo, la criatura sale de las manos de Dios, polarizada por él, su íntimo y secreto ‘Fundante’, naturalmente capacitada por éste para el No como para el SI; es dueña de su destino sin necesidad (¿por qué la tendría?) de una salvación exógena. Este punto es decisivo, como se puede entender, para no hacer de la historia religiosa personal o colectiva una mitología.

V. 3  Llamada a la plenitud

Bien que deficiente la persona no sólo está abierta al Trascendente sino que es pura necesidad de Plenitud Total. Cuando una persona llega a madurez, supera la ‘distracción existencial’ y se hace presente a sí misma, no tarda en caer en la cuenta de que, sin duda, existen pequeñas felicidades pero ninguna la llena del todo. El corazón humano es insaciable. Está hecho para Dios y no se detiene mientras no descansa en él, aseguraba Agustín de Hipona.

Para mayores explicaciones me remito al artículo mencionado. Sólo recordaré el símil que entendido correctamente ayudo a la mayoría: si tenemos sed es que existe la fuente.

La persona es pura apertura a la plenitud y posee, sin duda, la capacidad de alcanzarla. Dios no nos hubiera conformado como abiertos al Infinito y deseosos de alcanzarlo si no nos hubiera dotado de los medios de llegar a la unión con él. El sobre-natural no es tal, es, una vez más, un constructo dogmático para justificar la necesidad de un ‘salvador’ que aportaría ese plus de realidad inasequible al ser humano.

¿Y Jesús? No era más imprescindible o necesario que Buda, Muhammad o cualquier hombre de Dios cuya ejemplaridad nos sirve de guía. Era la postura, en los comentarios del otro artículo, que defendió nuestro compañero Mariano que parece que no incomodó a su oponente, tal vez por desconocimiento del contenido filosófico de ‘causa ejemplar’ que apremia al seguimiento de Jesús en lugar de la de ‘causa agente’ de nuestra salvación.

V.  4     De la necesidad de Dios a la ‘inmortalidad’ de la persona.

Al hablar de inmortalidad me refiero a que la persona no muere en sentido ontológico: el ser humano no retorna a la nada. Sería un fraude del Creador: dotar a la persona de un ansia insaciable de felicidad sin que pueda alcanzarla. Dios se debe a su proyecto y no lo puede defraudar. Entiendo que cuando se pretende que de un difunto no queda nada se recurra por parte de algún autor al artificio tan ‘cibernético’ de que la ‘información’ que constituye al ser de cada uno queda (‘de alguna manera’ dice prudentemente su autor) en la memoria del disco duro divino (lo del disco duro lo explicito yo). Tal artimaña es necesaria para dar lugar a la última y definitiva ‘emergencia’, la escatológica, en la que al fin se consumaría la redención. No sin que, después de ser ‘reimplantada’ la dicha ‘información’ en un nuevo ‘cuerpo espiritual’ no tenga todavía que ser sometida -en el juicio final, imagino- a la disyuntiva de pronunciarse por o contra Dios. Este guión de novela (Mariano dixit) suscita una cierta sonrisa. El tema no da más de sí.

Ya he señalado que Jesús resucita como todos en el mismo momento de la muerte (si hablar de ‘momento’ significa algo en el filo de la eternidad). Es impactante la fuerte experiencia interior de los discípulos por la que éstos, al igual que el Maestro en la cruz, pasaron de la desesperanza del fracaso a la seguridad de que Jesús volvería al no haber cumplido su función mesiánica (¡Dios es siempre fiel a sus promesas!). Tal vivencia interior es traducida, mediante el género literario de las apariciones, en afirmación de la resurrección. Esta experiencia no es impactante por el hecho de que descubra que en Jesús, la muerte no fue total: eso era una constante en todas las culturas. Lo impactante no es el hecho sino el sentido del hecho. Todas las culturas aceptaban alguna pervivencia de la persona pero no que esa pervivencia fuese de plenitud y que, sobre todo, fuese la clave del sentido de la vida al reconocer que la muerte, el mal, no tenía la última palabra sobre el bien. Así lo entendieron para Jesús y, desde él, para todos: Jesús devenía fundamento del sentido de la existencia (nuestra fe). La resurrección sería para todos no como la de una sombra errante sino gozosa y activa y, esto es importante, le quitaba el mordiente al mal al ofrecer una salida de justicia y luz contra la mayor expresión del mal, el sufrimiento injusto. Jesús mostró con su vida el compromiso radical contra la injusticia y, con su muerte-resurrección, la ultimidad feliz en Dios cuando hemos fracasado los hombres.

      • Pervivencia gozosa buena para todos pero más significativa para quienes han fracasado en su aventura vital.

La experiencia de los discípulos fue, pues, el desencadenante de un salto cualitativo en la cosmovisión de los seres humanos (al menos, cuando ‘caen en la cuenta’): desde una perspectiva incierta, más bien pesimista, de la aventura humana y, sobre todo, de su desenlace  se empieza a abrir camino la esperanza positiva de que Dios que nos ha creado es fiel y nadie será defraudado. ¿Quién no se rebela ante la muerte del inocente? Hay quien no ha podido dormir después de oír hace poco la desmesura trágica de una de las últimas pateras. Es lógico y es bueno soliviantarse siempre contra el sufrimiento, al menos cuando se ha hecho todo lo pertinente para evitarlo. No obstante el ansia de positividad no debe ofuscarnos sobre la ‘lógica’ del mal: de una u otra manera el mal es global y transitoriamente inevitable y seguirá interpelándonos con rudeza.

Sólo globalmente inevitable. Porque muchos de los males está en nuestras manos evitarlos. Mientras somos actores en la historia, antes de la muerte, hemos de vivir ‘como si Dios no existiese’, porque Dios no va a acudir a arreglar lo que confió a nuestra responsabilidad. De nuestra cuenta corre que el 80% de la humanidad malviva con el 20% de los recursos disponibles: por acción u omisión, el 20% de ahítos ‘epulones’ apenas dejamos míseras migajas a la mayoría ¡Esto no depende de Dios y sería blasfemo insinuarlo siquiera con un “Dios lo ha querido” ¡Está en nuestras manos y es gravísima nuestra responsabilidad! El ‘más allá’ de la muerte sólo es recurrible cuando se ha hecho cuanto se ha podido. Fuera de esto el ‘más allá’ es recurso de la zanganería, opio espiritual, insensata beatería.

Y no conviene olvidar algo inseparable y complementario de la solidaridad responsable. Después de robar el pan a tantos estamos robando la tierra que lo produce a nuestros hijos y nietos. La cultura actual es tan imbécil como la del vecino que se calienta haciendo fuego primero con los muebles y luego con las vigas de la casa ¿Puede concebirse más radical insolidaridad global que la inmoralidad ecológica? Nuestros descendientes algún día nos citarán a Nuremberg, dice Pablo Osés.

V.  5  La vejez, lo mejor de la vida…

¡Qué poco se estima la vejez! ¡Algo grave falla en nuestro sistema de valores! Hemos retrocedido respecto a aquellos siglos sencillos que veneraban la ancianidad. Tal vez porque hoy acumulamos poca sabiduría: al reposo y silencio del crepitar del viejo hogar, la más vieja universidad del pensamiento, ha sucedido el aturdimiento acelerado y hueco de una caja, reina de la casa, que casi siempre vomita sandeces. Es urgente recuperar a los viejos que quieren quererse y no quieren ser prescindibles.

El viejo (me gusta más que anciano), si vive atento, vislumbra el futuro. La vejez es la etapa de la vida en que gracias a las experiencias pasadas se elaboran las grandes cosas. Por extraño que parezca. Pasó el tiempo, cuando llega la vejez de andar corriendo tras los sueños, de agobiarse con trabajos lucrativos, de engañarse con cremas y afeites, de pagar en oro un bisturí cosmético en las barbas del mendigo, de hambrear cargos y crecerse con ellos. Los viejos nos sentimos libres de casi todo y de casi todos. Si uno logró a tiempo contener al gruñón que acecha dentro, la vejez es una etapa bella, la más bella de la vida como otoño cargado de frutos. Bella incluso en las arrugas del rostro. Me lo descubrió un documental: ¡qué honda y serena belleza la del rostro de Nelson Mandela a sus 80 años en comparación de las fotos de joven! ¡Ni comparación el  rostro, testigo de mil luchas, con la sosa tersura de quien aún no ha dado pruebas de nada. Si el dolor o la pobreza no acucian y, sobre todo, si el alma está en paz las arrugas del rostro la reflejan.

V. 6  …y  preludio de más vida.

¿ Por qué? Porque las cosas de la historia, en especial la aventura humana, adquirieron sentido, porque la vivencia de los testigos de Jesús fue tan parlante y, sobre todo, tan fecunda históricamente en sabiduría y amor, por eso a los seguidores del profeta de Nazaret tal vez nos sea más fácil dar nombre de ‘resurrección’ a la vida para siempre…Pero ¿en qué puede consistir? Aquí prefiero prescindir de los escenarios de las apariciones de Jesús. Sin duda, el género literario sirvió para aquella época. A mí y a muchos hoy, nos inducen a encerrar la resurrección en el marco de la revivificación de un cadáver y eso no tiene sentido. Como tantas cosas del ser humano su desenlace, al filo entre tiempo y eternidad, es aún más misterioso. Desconocemos cómo ocurre. El dualismo cuerpo-alma como elementos separables está superado aunque se mantenga una bipolaridad por la que la mente, sin duda y en apariencia totalmente condicionada por las neuronas, no tiene por qué reducirse a ellas, salvo que sacrifiquemos la base de la libertad y la responsabilidad. Pero ¿no existe ningún punto de apoyo para aventurar alguna hipótesis plausible? A mí, algo me ha sugerido el vivir con intensidad la vejez.

Según como se viva la vejez, si superamos esa tentación constante de la ‘distracción existencial’ y nos hacemos presentes a nosotros mismos, creo que podemos descubrir en nuestra vida algo así como dos vectores de dirección opuesta, uno corporal, otro mental o espiritual. Nuestro cuerpo no es reductible a sus componentes físico-químicos que se renuevan enteramente cada pocos años. El cuerpo, como sistema organizado vivo, es algo más. Este organismo es el que se va deteriorando hasta degradarse, detenerse y descomponerse. Proceso ineluctable especialmente cercano  en la vejez. Éste es el vector corporal físico que tira hacia abajo. Pero se percibe otro en sentido opuesto, por así decir, ascendente. Cuando las neuronas tan condicionantes no nos juegan precozmente una mala partida nuestra mente, en su dimensión más ético-espiritual, puede seguir afinándose. Es una actividad propia de la conciencia, es como un proceso de creciente fidelidad en la línea de, estando bien vigilantes, superar todo autoengaño y, luchando contra la inercia, responder activamente a los imperativos que va insinuando la conciencia. No obstante, no todo es claridad. Cuando menos se espera se obscurece el horizonte y parece instalarse la duda y la desgana. Otras veces desgarra la nube y se vuelve a percibir que Dios sigue fiel y nos recuerda “Estoy a la puerta y llamo”…. La vida interior puede ser muy intensa pese al deterioro físico. Puede incluso mantenerse agazapada, aunque  parezca dormida, en una lucha postrera entre el bien y el mal. Ello permite esperar que más de uno en apariencia sumido enteramente en la maldad tenga un inesperado sobresalto de conciencia con un sofocado grito de perdón. El pensamiento religioso afinado impide resignarse sin creer que la vida (Dios) pueda ofrecer una última oportunidad de recapitular el pasado en un Sí corrector de tanta (¿cuánta realmente?) infidelidad y maldad. El tiempo más que dimensión física es psicológico y puede alcanzar un alto grado de condensación en un momento dado. ¡Son tan complejos los pliegues del alma! Y más especialmente ¿quién ha vivido realmente y vuelto del momento supremo? La conciencia humana está lejos de la inexorabilidad lineal. La libertad no está atada al comportamiento persistente y puede desdecirse, en un sobresalto de lucidez, de toda una vida y dar un golpe de timón: pueden existir psicológicamente muchos tipos de ‘camino de Damasco’ en cualquier momento de la vida. No parece insensato pensar que la atracción natural del bien es más potente y  de fondo que la del mal, en el momento supremo.

Recapitulando, no sería especialmente lógico que el proceso de perfeccionamiento de la conciencia individual que alcanza una cima en lo personal, tarea que se inscribe, a su vez, en la culminación del conjunto de la evolución cósmica en titánico esfuerzo de quince mil millones de años, no es lógico, digo, que semejante epopeya de la realidad total, al llegar a la persona, ‘logos’ de Dios en su pequeñez, se abisme con la muerte en la nada. Sería el más profundo sin sentido, pienso yo, sería el mayor triunfo del mal, un mal por demás gratuito y feroz.

Se advertirá que la argumentación aquí desarrollada a favor de la razonable hipótesis de nuestra ‘muerte-resurrección’, se apoya, sin duda, en la congruente concepción del cosmos pero también en ese doble vector descendente y ascendente de una vejez despierta.. Que cada cual lo pondere.

V. 7   La materia se transforma en energía

De momento sólo he añadido a la apuesta por la ‘vida para siempre’, solidaria en mi conceptualización de la apuesta por el Fundamento óntico, Dios, una razón por decirlo así de connaturalidad  con la dimensión ascendente que es dado vivir en la vejez. Me permito ir más allá en busca del cómo de la ‘resurrección’ aunque como mera hipótesis de trabajo.

No me vale lo del alma que espera, separada, a informar de nuevo el viejo cuerpo.  Pero aún me parece más peregrina la idea de que la ‘información’ constitutiva del individuo humano permanezca en la ‘memoria’ ¿del PC divino? hasta que sea reimplantada por Dios en no sé qué ‘cuerpo espiritual’ (¿de dónde sale éste si todo se esfumó en la muerte?). Tampoco encuentro fundamento para la demora de la resurrección para el fin de los tiempos si en la muerte la persona entra en la dimensión de la eternidad. La resurrección acontece en la misma muerte real. Personalmente me ha consolado siempre el pensamiento de que nuestra realidad está poblada muy de cerca por la cohorte de parientes y amigos ya resucitados. ¿Por qué no, aunque permanezcamos en dimensiones diferentes?

¿Qué ocurre hipotéticamente en la muerte? Pienso que permanece la persona en su integridad sustancial.  Inundada, ahora, de bondad y belleza en el tibio útero de la Diosa Madre, la fruición que implica la unión con la máxima Bondad le hace imposible carecer y ansiar ningún otro bien. Es el estado de la máxima libertad, el encandilamiento por el Bien Absoluto. Ha pasado la fase de ‘merecer’ aunque no la de ‘crecer’.

Permanece la bipolaridad de la persona dentro de la indisoluble unidad, lo que hemos nombrado mente y cuerpo físico. ¿No hemos percibido en la vejez la evanescencia   de éste Y la ‘ascensión’ de aquella? Y ¿por qué no se trataría de la evanescencia de lo físico EN la densificación de lo inmaterial, es decir, la transformación de la materia en mente (¿o surgimiento del cuerpo espiritual?) a imagen de la transformación de la materia en energía? Más nos vale decir que no sabemos nada de esa realidad en el mismo punto de contacto del tiempo y el espacio con la eternidad de Dios. Pero lo que sí podemos mantener es la apuesta por la inmortalidad de la persona en la unión, sin identificación, con Dios.

V. 8   La víctima más injustamente tratada se plenifica en Dios

¿Cuál es el problema? Es el mismo que el del mal. No porque no sea conceptualmente inteligible en una “posible teodicea” (prefiero Queiruga a Estrada) sino porque es sumamente difícil vivirlo. Y, tal vez, incluso más para los creyentes. Nos suena a blasfemia lo de vivir “como si Dios no existiese”, pero encierra gran sabiduría el hallazgo de Bonhoeffer. Inficionados los cristianos desde la cuna por la imagen mágica de un Dios todopoderoso nos rebelamos ante el hecho de que haya podido querer, prever o tolerar el mal del inocente.

Mientras vivimos en esta historia no podemos alterar las convulsiones de una naturaleza en evolución y una inundación por muy querido que sea el familiar que nos arrebata no es ninguna injusticia de nadie. Ahora bien, como ya he señalado antes, la mayor parte del sufrimiento del mundo está en nuestras manos evitarlo porque ninguna oración va a suplir nuestra irresponsabilidad.

Pero la realidad es que las víctimas son atrapadas por la muerte sin que nadie les haya salvado. Ahí es donde sólo queda o la huída en el absurdo como los filósofos de la sospecha o la esperanza en la fidelidad de Dios. Como ya he subrayado, aquí y sólo aquí es donde se juega la fe en un Dios Padre: es el sentido profundo y último de toda realidad y nos ama, como fue la lección principal de Jesús completada (sí, completada) por sus amigos que superaron su descalabro, como él, en la esperanza.

•V. 9  ¿ El cielo…? ¡qué aburrimiento!

Obviamente quién pudiera hablar de experiencia  en este punto: “Ni ojo vio, ni oído oyó…” pero a poco que nos hagamos una idea correcta de Dios, que consiste en no atribuirle una incorrecta (apofatismo) y que hagamos funcionar nuestro sentido crítico, entendemos que Dios no puede aburrir nunca porque la fruición de la unión con él dilata nuestro receptáculo. Cuanto más nos llena más se ensancha nuestra vasija…y así hasta el infinito, es decir, eternamente.

Pongo punto final. Este recorrido del contenido elemental del nuevo paradigma merecería completarse con la lectura de mi artículo sobre la Eucaristía (”¿Por qué son aburridas nuestras eucaristías?”) y otro sobre la secularidad (”Humanizar es desacralizar“) como concreciones de puntos significativas dentro del nuevo paradigma. Y, por supuesto, el libro “Religión sin magia” como nueva clave interpretativa del  mundo de lo religioso.

Logroño a 27 de julio de 2008

 

2 comentarios

  • M.Luisa

    bien, supongo que no hará falta decirlo pero por si acaso dire que mi intención era escribir el nombre correcto de Sartre pero el corrector informático ha hecho de las suyas haciéndome esta  mala jugada con el sastre…

  • M.Luisa

    Bueno,  ya hace tiempo que quería centrar mi atención en este artículo de Juan Luis en el que nos habla de la Plenitud y de la autosuficiencia de la realidad cósmica y humana. Entreveo en este planteamiento una de las más importantes tesis zubiriana. “El Mundo es un absoluto constitucional que no necesita de ningún apoyo físico extrínseco a sí mismo”
     
    Pues bien,  aprovechando  este escrito de Juan Luis en donde descarta lo que de sobre-natural para alcanzar esa Plenitud  le ha añadido  la teología tradicional,  contestaré el asunto   que me quedó pendiente en otro hilo en el cual el amigo Santiago al no concebir  la finalidad del mundo como fundamento, término de gran relevancia   en estas entregas, sino que la concebía de forma objetiva   se permitía hacer el siguiente  juicio y  decía  “El quitar voluntariamente el propósito y la finalidad del mundo, es caer en un caos mental…capaz de llevarnos al pesimismo existencial del tipo Sartre…” Bien, con ello  creo  que se refería a  una de las afirmaciones básicas del ateísmo sartreano; “Si el Mundo (o el Ser como él dice refiriéndose naturalmente, al “Ser en sí”) es su propio soporte, entonces el Mundo es increado , incausado. Inexplicable por la creación”.
     
    A esto tengo que decirle,  que aquí  Sastre   toma como modelo de referencia comparativa  a la doctrina  tradicional según la cual todas las cosas creadas adolecen de una total  incapacidad para ser y actuar por sí mismas. Ambas posiciones  pues se despliegan sobre un terreno común. Los dos adversarios Sastre y la filosofía  tradicional y con ella Santiago, dan por supuesto que autosuficiencia y causalidad son dos conceptos incompatibles. Si el Mundo tiene una Causa Primera, nos dice la tradición cristiana, no puede ser  autosuficiente. Por otro lado nos dice Sastre si el Mundo es su propio soporte y en consecuencia tiene autosuficiencia constitutiva tiene necesariamente que ser incausado, increado. Pero es que ambos puntos de vista parten de un supuesto común insostenible  porque la autosuficiencia en la línea de la constitución de la realidad no puede confundirse con la autosuficiencia en la línea de la originación o de la causalidad. Son dos dimensiones completamente distintas e independientes. Si las potencias naturales de la realidad creada necesitan del auxilio inmediato de Dios para poder actuar, esto significa que  no son de suyo potentes, que son potencias impotentes y esto a parte de ser una contradicción lógica  es una imposibilidad real. La realidad física nos está dada inmediatamente como algo que de suyo está siendo real y efectivamente lo que es y este su momento de efectividad se nos presenta como una dimensión inherente  a lo que las cosas son “en y por sí mismas” no cabe, por tanto,  amputarles su efectividad  y pensar luego  que ésta les viene de fuera. Nada más!
     
    Gracias, Juan Luis!
     
     

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