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Leyendo a Marcos – 22

UN PASO, UN MUNDOSalvador Santos – “Destilado” de Oscar Varela

Ventilando trapos sucios

Capítulo largo y tal vez “polémico” para la tradicional “Sagrada Familia”

¿Cómo “destilarlo”? ¿Cómo introducirlo?

Copio los sub-titulados de guía que me fueron aceptados:

1.- Volviendo a “su tierra natal”

2.- Vuelve con “seguidores”

3.- El Escenario; día justo en el lugar indicado

4.- Bullicio en la Sala

5.- Secuencia de prejuicios y desprecios

6.- La manos de Jesús

7.- Ultrajes: la familia de Jesús; su madre y los hermanos

8.- Lo humano; verdadero escándalo

9.- Torrente de preguntas

10.- Escamoteo camaleónico de los evangelios siguientes

11.- La fuerza del creer-haciendo

12.- La vida empieza en una pregunta: – “¿Qué hago?”.

—“Tenemos el riesgo de hablar y hablar de Marcos y del Galileo.

Y maravillarnos de su programa y de su significado como alternativa…

Pero, a la postre, ¡no mover una pestaña!

Considero que todos debemos pensar individualmente sobre qué hacer y cómo realizarlo” —comenta uno de la tertulia

Fascículo 21VENTILANDO TRAPOS SUCIOS

(Mc.6,1-6)

1.- Volviendo a “su tierra natal”:

Comenzamos por el final del anterior episodio y seguimos desde el principio del capítulo seis:

— “Y salió de aquel lugar.

Fue a su tierra, seguido de sus discípulos. Cuando llegó el día de precepto se puso a enseñar en la sinagoga; la mayoría, al oírlo, se decía impresionada:

— ¿De dónde le vienen a éste esas cosas? ¿Qué clase de saber le han comunicado a éste, y qué portentos son ésos que le salen de las manos? ¿No es este el carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago y José, de Judas y Simón? Y ¿no están sus hermanas aquí con nosotros?

Y se escandalizaban de él.

Jesús les dijo:

— Solo en su tierra, entre sus parientes y en su casa desprecian a un profeta.

No le fue posible de ningún modo actuar allí con fuerza; sólo curó a unos pocos enfermos aplicándoles las manos. Y estaba sorprendido de su falta de fe.

Entonces fue dando una vuelta por las aldeas de alrededor, enseñando.” (Mc 6, 1-6).

Como pueden observar —dice Teófila—, Marcos conecta la secuencia anterior y el nuevo relato creando un paralelismo entre el final de una y el comienzo del otro. En aquélla, la expresión: “salió de aquel lugar” reseña el alejamiento de nuestro protagonista de un entorno imaginario y representativo. En éste, la alocución inicial: “fue a su tierra” define el acercamiento al nuevo espacio. Esta vez, un lugar concretado geográficamente. El cambio de un contexto impreciso a otro específico y conocido ofrece, pues, una señal anunciadora de que abandonamos el lenguaje figurado y nos sumergimos en la palpable realidad.

Marcos sigue enfocando en primer plano al Galileo (“fue“).

La zona adonde llega nuestro protagonista se precisa con la expresión: “a su tierra“, que designa con relativa amplitud la franja del territorio de donde procede y en la que se arraiga su ascendencia. Incluye, lógicamente, el pueblo de Nazaret. En él vivió su infancia, y su juventud, forjó su carácter y aprendió el oficio que le sirvió, siendo adulto, para patear la aldea a diario y conocer al dedillo toda la zona de los alrededores, la que ahora Marcos denomina con el nombre de: “su tierra“.

El insignificante pueblo, nunca nombrado en el Antiguo Testamento, estaba situado aproximadamente a treinta kilómetros al oeste del lago de Genesaret, en un territorio conocido por el nombre de “Las Colinas de Galilea“. Ésta era una zona con elevaciones de una altura media de quinientos metros. En uno de sus montes se encontraba Nazaret, elevado a trescientos cincuenta. Desde el pueblo se divisaba una amplia zona. A cuatro kilómetros y medio se avistaban las ruinas de la ciudad de Séforis, antigua capital de región. Séforis fue incendiada tras la muerte de Herodes el Grande por las legiones romanas, dirigidas por el entonces gobernador de Siria, Quintiliano Varo. El motivo fue haber servido de centro de operaciones a las guerrillas revolucionarias judías en las revueltas sangrientas que se produjeron en esa circunstancia. Es más que probable que la imagen de las ruinas de Séforis quedara grabada en la mente del Galileo desde que, siendo un niño, las observara una y otra vez apostado en algún lugar de la colina donde se asentaba Nazaret.

Por el único dato que Marcos aporta sobre su pueblo, indicando su salida de él para encontrarse con el movimiento de Juan el  Bautista (1,9), se deduce que el Galileo pasó la mayor parte de su vida en ese pequeño lugar. Podemos imaginar que una aldea de tan poco fuste no daba para mucho. Los juegos de los niños; la cercanía y el amparo familiar; la realidad de la vida social con sus costumbres, rutinas, pequeñas alegrías y sinsabores; el aprendizaje en la escuela sinagogal a partir de los textos del Antiguo Testamento; el desarrollo juvenil; la actividad laboral ocupando una buena parte del día; la presión social por sus características personales y familiares; y, sobre todo, el tiempo invertido en percibir la realidad de su mundo, acompañado de las reflexiones con las que entretejió y consolidó su pensamiento.

No obstante, para captar la miseria, diferenciar a los que la padecían de los que la generaban y sostenían, detectar las falsas soluciones, conocer los resignados rostros del sufrimiento, el abandono y el olvido…, aquella aldea insustancial disponía de materia prima suficiente para hacer florecer su pensamiento práctico e insumiso.

El Galileo fraguó sus ideas entre el sol, el polvo de las angostas calles y las penumbras de las casas de Nazaret. No se dejó vencer por la inercia y el miedo social de un lugar tan comprimido. En un momento de su madurez, en coherencia con su mente inconforme, reventó los apretados horizontes y se encaminó a contrastar sus ideas con el hombre aquel, el Bautista, que se había comprometido a la actividad política de preparar al pueblo para los cambios que se preveían.

Ahora regresaba a su pueblo tras protagonizar algunos acontecimientos comentados por toda la región.

Nosotros conocemos los de mayor importancia por la lectura de Marcos. Sus paisanos estaban también al tanto por las noticias que, sin duda, se habían propagado hasta el pueblo.

2.- Vuelve con “seguidores”:

Pero no volvía solo. Aunque Marcos sigue centrando el foco principal sobre él, alumbra de paso a sus acompañantes, esta vez de manera especial: “seguido de sus discípulos” (literalmente, “y lo siguen los discípulos suyos”). El verbo “seguir” no ha sido utilizado por Marcos refiriéndolo a los discípulos desde su invitación a Simón y a Andrés mientras echaban las redes: “Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron” (Mc 1, 18). Ahora lo esgrime para exhibir el estrechamiento de lazos entre el grupo y el Galileo. Al no haber indicación explícita sobre la renuncia de ellos a sus criterios ideológicos, cabe suponer que el apego personal superaba la incompatibilidad de sus estrategias.

La vuelta del Galileo a su pequeño pueblo incluía, pues, la novedad de ir acompañado por un grupo de seguidores adheridos a su programa. Representaban con sus debilidades y reticencias la sociedad alternativa. Salió de allí sin nadie; regresaba convertido en cabeza de un conjunto heterogéneo de incondicionales. Las ideas que motivaron su salida se habían materializado en la modesta e inconsistente realidad humana que hizo su entrada en la aldea.

Marcos omite cualquier detalle relacionado con el recibimiento. Tampoco agrega nada respecto a qué sensación causó en la gente la irrupción por las callejas de Nazaret de aquel atípico colectivo.

Sin perder su objetivo didáctico hacia sus lectores, resume todos los datos en una circunstancia que, por su forma de aludirla, nos hace suponer que se dio algún o algunos días después de su llegada: “cuando llegó el día de precepto“.

3.- El Escenario; día justo en el lugar indicado:

El día instituido como de descanso era la ocasión propicia para encontrar reunidos a los habitantes del pueblo. La sinagoga representaba el lugar idóneo para dirigirse a ellos. Ése fue su objetivo. Según nuestro narrador, él no asistió para cumplir como hombre religioso y fiel judío, sino para explicar su mensaje: “se puso a enseñar en la sinagoga“. Marcos evita de un plumazo presentaciones, saludos, bienvenidas, liturgia, e introduce sin dilaciones la acción que el Galileo ha venido a realizar. El espacio desde donde la institución dirigía la vida del pueblo le vale al Galileo como plataforma para transmitir su propuesta a la gente.

La expectación debió ser considerable. La sinagoga estaría seguramente atestada, con todo el pueblo impaciente, observando. En el impresionante desarrollo que Lucas presenta de su actuación, en el lugar paralelo de su evangelio, comenta: “Toda la sinagoga tenía los ojos clavados en él” (Lc 4, 20).

Habían llegado al pueblo tantas informaciones… Y parecían tan preocupantes… La mayoría de ellas procedían de los círculos oficiales. Hablaban acerca de su peligroso discurso, de su menosprecio a la ley divina y el poco afecto demostrado hacia los representantes de Dios. Se le recriminaba su habitual actitud indisciplinada. Su mensaje rayaba por su heterodoxia y por su alejamiento de los cánones establecidos desde los tiempos de Moisés. Hasta se había atrevido a corregir las Sagradas Escrituras y a entrar a saco en las competencias exclusivas de Dios, perdonando pecados, como en el caso del paralítico.

Con toda probabilidad, las habladurías acerca de esas cuestiones circularon de un lado a otro en esos días, dando vueltas en las mentes de los que, curiosos, llenaban el local.

Aquella sinagoga estaba abarrotada por sus paisanos. Así se recreaba el ambiente que el Galileo se encontró probablemente aquel día. De paso, se desmitifica un poco más la figura plastificada de nuestro protagonista, recuperando su carácter más humano y mundano. A fuerza de querer divinizarlo, le habían arrebatado lo que de más valor poseía, su humanidad y su enorme capacidad de reflexión. En realidad, el tiempo debió pasar por él con normalidad, como por cualquier otro muchacho. Posiblemente, atravesó por muchos cambios en su manera de pensar, antes de forjar definitivamente su personalidad. No le resultaría fácil despegarse de una mentalidad de siglos conservada con tanta escrupulosidad.

En un pueblo pequeño, ya se sabe, las herencias ideológicas coaccionan desde muy cerca y la vigilancia sobre el comportamiento se percibe en el cogote. Aún así, la presión no le quitaría el sueño. Él consiguió ser un hombre libre.

— Marcos nos anima continuamente a seguir la lógica. Una buena parte de estos comentarios procede de los abundantes datos aportados por Marcos hasta este momento; el resto lo confirmarán las actitudes y los hechos ocurridos en aquella sinagoga. Allí aparece el Galileo como un personaje de carne y hueso, metido en su tiempo y en su pueblo, como cualquier otro de sus contemporáneos.

4.- Bullicio en la Sala:

Uno se ve inmerso entre las apreturas de la sinagoga y hasta se perciben los olores a integrismo religioso y a fanatismo político. El Galileo también las olfatearía, después de sus largas caminatas. Igualmente sentiría como cada quisque sus… sus deseos sexuales. Lo anormal habría sido no tener necesidades de todo tipo.

— A mí me resulta extraño que el Galilea no se casara. Ya tenía edad para haber encontrado pareja. Tal vez no era buen partido. ¿O quizás tenía otras inclinaciones?

— Ciertamente era atípico que no estuviera casado. El hecho de permanecer soltero a su edad le colocaba el cartel de raro ante el pueblo,

Que hubiera motivos para no casarse o que tuviera otras inclinaciones no tuvo importancia ni interés para Marcos. Lo esencial para él fue su práctica y su mensaje.

— Pues bien, en esa coyuntura y con tales antecedentes se ofrecía una magnífica oportunidad para escuchar su enseñanza en directo. Así pues, allí en la sinagoga se agolpó el pueblo. Marcos introduce las reacciones de los presentes de la siguiente manera: “la mayoría, al oírlo, se decía impresionada“.

Hubo una reacción general de desconcierto (“se asombraban” o “se impresionaban“) ante un programa tan atrevido y apartado de los moldes tradicionales. Su mensaje causó honda sensación a pesar del conocimiento previo que se tenía de él por los años vividos en el pueblo y por las noticias llegadas desde fuera.

Marcos silencia el contenido de lo expuesto por el Galileo. Lo da por sabido. Ahora se interesa exclusivamente por ahondar en las reacciones que su propuesta generó entre los vecinos de Nazaret.

El asombro general ante su discurso se mezcló con ingredientes históricos de sobra conocidos por sus paisanos. Marcos explica seguidamente los pensamientos y sentimientos que los nazarenos sacaron a flote, haciendo uso de los datos reales salidos de tantos años de convivencia común en la aldea.

Según la frase de Marcos (“una mayoría, al oírlo, se asombraba y decía”) no hubo unanimidad, pero casi. Nuestro narrador recogió, a modo de síntesis, los argumentos ultrajantes con que la generalidad de asistentes expresaron su repulsa al discurso del Galileo.

En cuanto a su contenido de censura y desprecio, los hechos con que los manifestaron están ordenados de menor a mayor en consonancia con el aumento progresivo del clima de animadversión declarado contra él.

5.- Secuencia de prejuicios y desprecios:

La primera alegación, la más breve en su formulación (literalmente: “¿de dónde, a éste estas cosas?“) podría ser entendida como pregunta sobre la procedencia del mensaje o como manifestación de extrañeza, juzgando improbable que él hubiera conseguido alcanzar por sí mismo ese modelo tan coherentemente heterodoxo de sociedad alternativa presentado en su enseñanza. El interrogante puede incluso manejar una crítica resentida por considerar jactanciosa su llamada a adherirse a ese loco proyecto. Cabe, pues, la disyuntiva de traducir: “¿De dónde (le vienen) a éste esas cosas?” o “¿de dónde (le salen) estas cosas a éste?“.

Los tres términos que conforman la pregunta contienen su dosis de desprecio. La formulación “¿de dónde?” no busca conocer el origen del mensaje; el interrogante les sirve para reafirmarse en su convencimiento de que no es lógico que semejante disparate proceda de una fuente garantizada y fiable. No dudan, se ratifican en que sólo una mente dislocada, que así es como tienen catalogado a su paisano, puede ser capaz de transmitir un mensaje tan insensato y temerario.

Las dos formas pronominales, una dirigiéndose despectivamente a él (“a éste“), y la otra, señalando con desdén el contenido de su mensaje (“estas cosas“) completan la carga de menosprecio incluida en la pregunta. Se ve resentimiento y ojeriza contra él. La rabia contra el hombre libre del que consiente en ser vasallo.

El segundo interrogante pone en tela de juicio los conocimientos que perciben tras su enseñanza: “¿Qué clase de saber le han comunicado a éste?“. A pesar de que los convecinos del Galileo aceptaron cierta inteligencia en su discurso (“clase de saber” o “sabiduría“), no lo reconocen como suyo, cuestionan su autoridad intelectual y declaran sus dudas e incapacidad para catalogarlo.

La expresión “le han comunicado a éste” (literalmente: “la que se le ha dado a éste“) realza el tono despectivo de la objeción. No solo mantienen su desprecio (“a éste“), sino que se burlan de las bases en que apoya sus razonamientos.

Los vecinos del pueblo rehusaron aceptar su mensaje, deslegitimándolo. No lo consideraban respaldado por ninguna escuela oficial o letrado de renombre. Recusaban su autenticidad porque discrepaba de las propuestas tradicionales de toda la vida. Hasta disentía de los anuncios de liberación prometidos en las Sagradas Escrituras.

La mayoría de los asistentes puso en tela de juicio la autoridad de su mensaje, la que provenía de su lógica y de su praxis. No reconocieron la fuerza definitivamente innovadora de su enseñanza. Se basaban en que carecía de aval oficial que concediera legitimidad a sus palabras. Sin estudios garantizados por la institución, la sabiduría desplegada en su discurso no podía ser sino un espejismo originado por el error o la locura.

Al expresar su sometimiento a la ideología institucional, se evadían del compromiso al que su paisano les convocaba. Refugiándose en la verdad absoluta promulgada por la ideología oficial, se plantaban en el inmovilismo.

El tono antipático y displicente del interrogante deja escapar cierto tufillo a aversión de tiempo atrás. Cabe pensar que los años de estrecha convivencia dieron lugar a una profunda división entre sus paisanos y él. En este encuentro en la sinagoga tuvieron la ocasión de expresarle su repulsa y no la desaprovecharon.

6.- La manos de Jesús:

La crítica, desestimando su enseñanza, se extendió también a la praxis eficaz que la refrendaba: “¿y qué portentos son esos que les salen de las manos?” (Literalmente: “¿y las fuerzas esas salidas de sus manos?“). El índice de jactancia que se aprecia en su formulación descubre en el nuevo interrogante un incremento del nivel de insulto.

Sin verbo principal y sin partícula interrogativa inicial, la pregunta puede considerarse como parte de la anterior. Sin embargo, esas omisiones en el texto caracterizan la formulación del cortante rechazo al Galileo. La arrogancia colectiva de los sumisos crecía a costa de su desprecio a la libertad. No aceptaban la eficacia liberadora de su proyecto, al que responden con un desplante cargado de altanería. Aluden con desdén (“ésas“) a su praxis (“las fuerzas“) para ridiculizarla lanzando al aire una duda global sobre su fiabilidad.

La expresión que cierra el interrogante; “que le salen de las manos” completa el alarde de sarcasmo con que se cuestiona la actividad de nuestro protagonista. Sus manos y las obras realizadas por él en Nazaret durante largo tiempo eran de sobra conocidas por los presentes en la sinagoga. Las que hizo fuera del pueblo, ahora satirizadas, no les encajaban con las primeras. Los conformistas desconocen y renuncian a la fuerza transformadora de lo sencillamente humano.

Pero el pueblo congregado en la sinagoga no se quedó en el escarnio hacia su mensaje y su praxis. Fueron a por él. Del colectivo mayoritario, emergieron con perversidad los prejuicios históricos que camuflaban una feroz oposición a su proyecto. Acrecentando su actitud altiva e insultante, los sacaron a la luz con la clara intención de hurgar con ensañamiento donde más duele.

Le sacuden el primer zarandeo prolongando la alusión a sus manos: “¿No es éste el carpintero…?“. Conociéndolo como lo conocían, el adverbio “no” al comienzo de la interrogación no plantea dudas sobre su identificación, sirve para ahondar en el menosprecio. La forma de dirigirse a él elude citar su nombre y sigue empleando el desdeñoso: “éste“. La pregunta no expresa duda, sino certidumbre que simula perplejidad: “¿…el carpintero?“. Lo reconocen con ironía por su antigua ocupación laboral, denostando así la práctica liberadora de sus manos.

El término griego usado para definir su actividad profesional anterior, traducido por “carpintero“, se aplicaba al que construía algo utilizando preferentemente la madera. Servía para designar al carpintero, cantero, herrero u obrero de la construcción. Empleado con artículo, “el carpintero“, da la pista de que, posiblemente, era el único en su oficio en esa área geográfica tan reducida; o, al menos, despuntaba en él por su frecuente y prolongada dedicación a esa actividad. Si se le denominó con el nombre del trabajo que realizaba, quiere decir que faenó largos años de forma habitual y constante en labores propias de un obrero artesano general.

Por lo limitado de la zona, no había mercado para dar de comer a muchos especialistas. Lo característico en esta tarea consistía en el arreglo de los desperfectos normales de las casas o los lugares de trabajo: vallas, paredes, puertas, cimientos, techos, establos, arados, yugos y, en general, reparaciones de variada índole. Eso le dio un conocimiento amplio de la realidad física que manejaba a diario; hay multitud de ejemplos en los relatos de los evangelios para poder apreciar la experiencia personal escondida tras ellos. Como una muestra, pueden leer Lc 6. 46-49.

La gran mayoría de los vecinos de Nazaret tenían grabada en su retina la imagen de aquel hombre faenando arremangado por las casas, subido a las azoteas, o ajetreado en los corrales o los campos de los alrededores.

No hay que confundir su trabajo con el bricolaje. Representaba su medio de vida, cobraba por él, conllevaba la dureza propia de una labor de brega, llena de cargas y esfuerzos. Además de la cabeza, esencial en cualquier actividad humana, el trajín requería buenos riñones y, especialmente…, manos…, muy buenas manos.

Durante muchos siglos se ha pintado o esculpido la figura del Galileo con manos estilizadas, delicadas y finas, como recién llegadas de la manicura. Pero, frente al timo, hay que reivindicar la auténtica realidad. El de Nazaret…, Jesús…, era un hombre soleado, con las marcas propias del largo tiempo en el tajo sudando a la intemperie. Sus manos, que soportaron la dureza del oficio, no podían ser sino manos encallecidas, gruesas y ásperas, invadidas de señales de golpes y hondas cicatrices que las caracterizaban como manos humanas. Al aludir a su oficio, no es que la mayoría de los habitantes del pueblo presentes en la sinagoga lo consideraran humillante, significaba que no reconocían que la práctica liberadora de la mano naciera de las suyas, perceptiblemente bastas y aldeanas. De modo que recurren a la mofa, haciendo escarnio a su atrevimiento de proponer la apertura de una sociedad alternativa, siendo, como era, un simple obrero de la construcción.

Alguno podría preguntar: ¿por qué durante todos estas consideraciones hablamos del Galileo sin mencionar su nombre y, ahora…, de pronto…, lo llamamos con énfasis…, Jesús? Es que su nombre está desvirtuado y, referido a él, lo mitifica, lo deshumaniza. Lo venimos llamado el Galileo como forma de acercarlo a una tierra concreta y para situarnos con él con los pies en el suelo. Pero en este contexto histórico, cuando nos aproximamos a sus rasgos reales, podemos recuperar su nombre sin riesgos de que su figura se nos escape a la nube. El Galileo fue un ser humano como nosotros que vivió y murió en la Palestina del siglo primero. Lo grandioso de él fue que sin conocérsele estudios, sin contar con biblioteca ni con importantes recursos financieros, de su cabeza y de sus manos saliera un proyecto definitivo de sociedad capaz de arrojar la luz tan buscada sobre el sentido de la vida humana. Lo cual quiere decir que tenemos la posibilidad de hacer lo mismo. — Eso es lo que no quisieron ver sus paisanos de Nazaret.

7.- Ultrajes: la familia de Jesús; su madre y los hermanos:

Marcos redactó su texto con inteligencia sabiendo que en él dejaba plasmada la inmensa realidad humana del Galileo. No autocensuró su descripción de los hechos y recogió, dentro de la misma pregunta el momento más ultrajante: “¿No es este… el hijo de María…?“.

El término “hijo“, con artículo y construido en dependencia de otro nombre (“el hijo de…“), puede significar pertenencia a un grupo como cuando el Galileo llama a sus discípulos: “hijos de la cámara nupcial” (traducido por “los amigos del novio“) (Mc 2, 19) para referirse a ellos como el círculo de sus amigos íntimos. O bien, destacar una característica personal de un individuo; esto es lo que indica la expresión “los hijos del trueno” con que el Galileo apodó a Santiago y a Juan (Mc 3, 17).

Cuando la fórmula “hijo de…” va acompañada del nombre del padre de la persona aludida, indica su relación de descendencia. Se emplea en este caso para destacar la característica que autentifica la condición de hijo: el parecido a su padre. Alguien tiene más arraigado el carácter de hijo, cuanto más sigue al padre en su oficio y en su manera de encarar la vida.

Pero, extrañamente, Marcos no nombra al padre, sino a la madre: “María“. El significado de este nombre es inseguro; hay decenas de teorías sobre su sentido etimológico. Aquí no reviste importancia alguna. Baste decir que era un nombre muy común en aquel tiempo. Algunas de las mujeres que aparecen en los evangelios llevan ese nombre. Incluso así se llamaba la madre de nuestro narrador (Hech 12, 12).

Esta forma de proceder de Marcos es insólita. Nunca se empleaba la fórmula “hijo de…” seguido del nombre de la madre; ni siquiera habiendo fallecido el padre. Hacerlo representaba insultar gravemente a aquel de quien se decía, puesto que con ello no se le reconocía un padre conocido. Pero esas miras tuvieron. Al llamarlo de semejante modo (“¿No es éste… el hijo de María?“), lo declararon abiertamente hijo ilegítimo o bastardo.

— Según las leyes recogidas en el libro del Deuteronomio sobre la pureza, llamar bastardo a alguien estaba considerado como uno de los insultos más graves que podía dirigírsele a un judío: “No se admite en la asamblea del Señor ningún bastardo; no se admite en la asamblea del Señor hasta la décima generación” (Dt 23, 3).

El bastardo era un marginado. Su peligro social radicaba en que su oculta procedencia podía ser origen de una grave contaminación. En un pueblo tan puro como el judío nadie se aventuraba a estrechar lazos con un bastardo sabiendo que se requería el paso de muchos años para descontaminar a sus descendientes.

— Lo mismo, por ese motivo, ninguna chica habría aceptado casarse con él.

— Con la finalidad de desprestigiar su mensaje, el insulto trataba sencillamente de provocar su vergüenza pública, sacando a relucir su mala fama y la de su madre.

El texto ha creado quebraderos de cabeza a los especialistas. Pero resulta evidente que los habitantes de Nazaret nada supieron acerca de algún personaje celeste que se hubiera acercado al pueblo a conversar con María, cuando ésta tenía aproximadamente doce o trece años. Ellos, basándose en su experiencia, consideraban al Galileo hijo ilegítimo y así lo manifestaron en la sinagoga. Nuestro narrador recogió la afrenta sin temblarle el pulso.

Como la redacción de Marcos causó problemas prácticamente desde el principio, en los paralelos de Mateo y Lucas se observan dos maneras de querer solucionarlos. Mateo optó por suavizar: “¿No se llama su madre María?“. Lucas, por modificar sustancialmente la fuente de Marcos, evitando la complicación; “¿no es este el hijo de José?“. Esos retoques de Mateo y Lucas se muestran como argumentos inequívocos del sentido absolutamente insultante de la frase recogida por Marcos.

El oprobio afectaba también a su núcleo familiar más cercano. Se situó, pues, en su punto más álgido. El Galileo fue denunciado como hijo ilegítimo; su madre, de haberlo engendrado fuera del matrimonio. No era posible aumentar el tono de la ofensa. Sí, en cambio, mantener el nivel de agravio hurgando todavía en la llaga. Para ello, aportaron datos muy precisos con el fin de ratificar la certeza de lo afirmado con sus ofensivos interrogantes. Reseñaron, así, su relación de hermandad con cuatro individuos conocidos de sobra en el pueblo, de los que se ofrecen sus nombres: “¿… y hermano de Santiago, José, Judas y Simón?“.

No se trata de un nuevo interrogante; forma parte del anterior y participa de su mismo carácter fuertemente despectivo. Con el fin de vilipendiar al Galileo, obviaron mencionar su nombre al referirse a él. Ahora insisten en denigrarlo citando específicamente los de sus cuatro hermanos. Pero, naturalmente, la humillación no consistía en hacer público que contaba con hermanos. No era algo vergonzante tener hermanos. Para la madre significaba incluso poseer un valor añadido por razones de fecundidad. Llevaron su vergüenza al extremo, dando los nombres de los que ellos consideraron que participaban de su misma condición de hijos nacidos fuera del matrimonio. Con ello ampliaban su deshonra extendiendo el escarnio a su madre y a sus hermanos.

— Tratando de salvar una incomprensible e inhumana pureza de su madre, la preocupación obsesiva de los especialistas se ha centrado obsesivamente en intentar demostrar que María no tuvo más hijos, como si dar la vida contaminara. Olvidan el sentido despectivo de los interrogantes. La verdadera humillación no se orientaba a que los tuviera, sino a la forma de tenerlos. La mala fama de su familia se proponía como mancha indeleble. Para la mayoría del pueblo, se invalidaba su mensaje desde claves legales. ¿Cómo se atrevía el paisano a presentarse como abanderado de la liberación con semejantes orígenes?

— Tal vez esa fue la razón por la que estaba soltero. ¿Qué familia de un pueblo tan pequeño se atrevería a darle una hija suya en matrimonio…, conociendo el percal? ¿Quién se habría aventurado a aceptarlo con tales antecedentes?

— El último interrogante con el que se cierran los argumentos de oposición al Galileo por parte de la mayoría del pueblo se sirve también de su entorno familiar: “¿y no están sus hermanas aquí con nosotros?“. La frase pone el broche que demuestra la verdad incuestionable en que se apoya la tira de vejaciones.

Los nuevos sujetos citados como testimonio irrefutable contra el Galileo también pertenecen al núcleo central de su familia. Pero esta vez no se dicen sus nombres, las designan por su parentesco con él: “sus hermanas“. No hizo falta identificarlas por sus nombres porque las señalaban por su presencia en la sinagoga. ¡Estaban allí!: “¿…están… aquí…?“. Eran sobradamente conocidas. Apuntan a sus hermanas presentes como argumento indiscutible de la veracidad de lo dicho. El testimonio de las mujeres no se consideraba válido ante un tribunal. En este caso, tratándose de un ultraje, se presenta su silencio como prueba. Tal era la evidencia de lo que decían. La expresión que cierra el interrogante, “con nosotros“, certifica el hecho de su asistencia a la asamblea donde su hermano había expuesto su mensaje. Su estancia allí representaba la demostración del peso y la razón de sus argumentos. Ellas no podían negarlo. De hecho no lo hicieron. Aceptaron calladas la verdad de los hechos insultantes que también les concernían.

Las preguntas no iban dirigidas a un interlocutor concreto; se lanzaron al aire sin buscar contestación porque, en el fondo, se trataba de afirmaciones basadas en la realidad de los hechos históricos concernientes a la familia de nuestro protagonista. Su forma interrogativa no significaba sino el campanilleo burlesco de la ristra de vejaciones con que le demostraron su desprecio.

El Galileo había regresado a su pueblo a presentar su proyecto de sociedad alternativa. Pero se encontró con el rechazo popular. Nuestro hombre de Nazaret no refutó la verdad de los hechos con que lo denostaban. No podía renunciar a su propia realidad humana, la que probablemente le ayudó a encontrar las claves de ese proyecto. El problema lo tenían los que al rechazarlo por sus manos de obrero y por su condición de hijo ilegítimo se cerraban el acceso a la nueva sociedad. Tuvieron una oportunidad única a su alcance. Admitir su realidad histórica, tal cual ellos la conocían, les concedía una posición privilegiada, los capacitaba para oír su mensaje con la objetividad que se consigue tras superar los prejuicios. La libertad procede de lo más bajo. No hay que esperarla de las alturas. Condicionar, sin embargo, su respuesta a que el mensajero tuviera manos estilizadas y pureza de linaje significaba alejarse de ese mensaje. En la sinagoga… no apareció más que la ceguera que conduce al desatino.

— Marcos resume en una breve frase la posición adoptada por la mayor parte del pueblo reunido en la sinagoga: “Y se escandalizaban de él“. Con el verbo “escandalizar” se expresa la repulsa de los nazarenos hacia su paisano. El verbo griego utilizado por Marcos corresponde a una raíz hebrea cuyo significado es tropezar. Por escandalizarse, en sentido pasivo, según está escrito el verbo en nuestro relato, debe entenderse el efecto de parada, caída o desvío, provocado por un obstáculo que estorba el paso o con el que se tropieza. Escandalizarse implica ruptura, separación; quien se escandaliza, se aparta de la dirección que llevaba.

8.- Lo humano; verdadero escándalo:

El verbo “escandalizarse” aclara del todo su significado con la expresión que le acompaña: “de él“, Refiriéndose a nuestro protagonista, él representa el único obstáculo que obstruye la adhesión de los nazarenos a su proyecto.

El sentido es obvio. Los rasgos rabiosamente humanos de Jesús, el de Nazaret, impiden a la mayoría comprender el carácter definitivo de su mensaje. Admitir que un tosco aldeano, sin estudios, vecino de toda la vida, albañil de pueblo, personaje de baja cuna, fuera quien liderara la sociedad definitiva del Reino les repugnaba de tal manera que dieron la espalda a su propuesta sin valorar su contenido. Al rechazarle por los rasgos humanos que ellos conocían de él, se afianzó su ruptura con la libertad, tanto tiempo buscada. Al no aceptar al hombre, negaban el valor definitivo de su mensaje.

— Llama la atención que los participantes en la asamblea no hiciesen referencia alguna al mensaje oído de su paisano. Toda la crítica se ha basado en prejuicios personales, pero no han aludido a sus palabras ni siquiera para criticarlas. Da la impresión de que se habrían manifestado en contra dijera lo que dijera. Parece como si se la hubieran tenido guardada.

— Es su humanidad la que echa para atrás. No hay que perder de vista que en esta circunstancia estaban presentes los discípulos. El grupo también rechazaba el mensaje desde sus prejuicios ideológicos. En la sinagoga se les ha presentado la disyuntiva muy clara: o aceptan al Galileo con sus condicionantes humanos o se ponen del lado de la asamblea y lo rechazan de una vez por todas.

— La enseñanza de Marcos es diáfana. Ha tratado de resaltar que el Galileo es un ser humano como nosotros, normal y corriente. Sus paisanos tuvieron la ocasión de impugnar su propuesta por las mismas razones que los discípulos, basándose en que ellos la estimaban equivocada. Pero no lo hicieron. Se opusieron abiertamente al hombre por su historial. Con ello rechazaban el carácter absolutamente transformador y comprometedor de su discurso. O, dicho de otro modo, no se comprende el proyecto del Galileo sin aceptar sin prejuicios su ordinaria realidad humana.

9.- Torrente de preguntas:

— Tal vez sea por eso que el mensaje ha quedado tapado durante siglos y se nos ha presentado otro adulterado. A base de divinizar al Galileo, su praxis y sus palabras han quedado reducidas a moral, liturgia, asignatura escolar, alguna acción caritativa, y mucho contubernio con el poder y los poderosos.

O sea, que repudiar al Galileo humano sirve para eludir su planteamiento…

— ¿Qué reflexiones se haría de joven el Galileo ante el ambiente hostil de su pueblo, y si sus conclusiones no llegarían a ser ingredientes decisivos en su forma de comprender y plantearse su proyecto? Surgen algunas preguntas que muy bien pudo hacerse; por ejemplo: ¿Debe valorarse a la persona por un nacimiento, obviamente, no elegido? ¿Merece desprecio un ser humano por su origen? ¿No será perniciosa la ley que declara ilegítimo o ilegal a un ser humano? ¿Por qué la ley no se ocupa de dar prioridad absoluta a la igualdad social y económica? ¿No estará la ley protegiendo a los que más tienen y desamparando a los que se han quedado sin nada? ¿Está la ley verdaderamente al servicio del ser humano o, quizás, de un sistema del que unos pocos sacan partido?… Estoy convencido de que se hizo estas y muchas más preguntas.

— Pensaría, además: ¿Y aseguran que ésta es la ley divina…, la que va a imperar indefinidamente en la nueva sociedad prometida por Dios?… ¿No será que Dios está manipulado? Mi madre lo ha pasado muy mal…, la han tratado a su antojo… ¿A quién protege la ley?… ¡Hostias si salen preguntas!

— ¡Claro! La experiencia le condujo a concebir su idea sobre la familia. Sin duda, se preguntó: ¿Cómo debería ser la auténtica familia? ¿Viene dada o se elige? Es muy probable que pensara esas y otras muchas cosas. Pero hay una pregunta que con toda seguridad se planteó y se contestó: ¿Qué hago?

— Según Marcos, el Galileo no se calló: “Jesús les dijo“. A diferencia de cómo actuaron con él los despectivos vecinos, nuestro narrador cita su nombre, “Jesús” para ponerlo en su sitio, e introduce una respuesta pausada, alejada del tono ofensivo de sus paisanos.

Su contestación está basada en una sentencia: “un profeta no es despreciado salvo en su tierra, entre sus parientes y en su casa“. Con esta declaración, el Galileo valora su intervención como la de un profeta. El término griego traducido por “profeta” nunca equivale a un adivinador. El profeta es un mensajero o emisario que habla en nombre de otro. Ese es el sentido del vocablo hebreo al que traduce en la versión de los Setenta el término griego usado por Marcos. El texto clásico donde se observa con claridad este significado lo encontramos en Ex 7, 1. En ese contexto, ante la resistencia de Moisés a hablar directamente con el faraón de Egipto poniendo como impedimento sus problemas de comunicación, Dios, obcecado por la libertad, halla la solución.

Y Moisés le respondió al Señor: Soy torpe de palabra, ¿cómo me va a hacer caso el faraón? El Señor dijo a Moisés: Mira, te hago un dios para el faraón, y Aarón, tu hermano, será tu profeta. Tú dirás todo lo que yo te mande, y Aarón le dirá al faraón que deje salir a los israelitas de su territorio“.

El profeta se concibe como un delegado directo. Está, pues, fuera del alcance y el control institucional. Le respalda su propio mensaje. Ser profeta y transmitir un encargo nada tiene que ver con las escuelas oficiales. La titulación de profeta no se consigue en ellas. Su tarea de representación y la importancia de su aval minimizan la categoría social o las raíces familiares del profeta. De ahí surge una reflexión: lo que concede valor al hombre nada tiene que ver con su función profesional, sus estudios o su cuna. El hombre se evalúa por su acción comprometida con la libertad.

— La primera parte de la frase “Un profeta no es despreciado” centra la cuestión en la actitud de los oponentes: su desprecio. Lo cual corrobora que el despliegue interrogativo leído anteriormente no tenía otra intención que el ultraje y su desprestigio público. La afirmación del Galileo no ataca la veracidad de los datos expuestos en la sinagoga; critica, más bien, la crueldad y el propósito con el que se utilizaron.

Haberse aprovechado de tanta historia compartida para deshonrarle fue una vileza. Parapetarse en ese conocimiento para rechazar el mensaje, una cobardía.

Con una salvedad a la afirmación previa: “un profeta no es despreciado“, el Galileo señala sin escrúpulos al heterogéneo conjunto humano del que ha recibido su repulsa: “…excepto en su tierra, entre sus parientes y en su casa”.

En primer término, alude a los cobardes y mezquinos nazarenos. Repitiendo el término “patria” usado al comienzo de este relato, la expresión “en su tierra” (o “en su patria“) engloba a los habitantes de Nazaret y sus alrededores; a aquellos que tuvieron cercanía, trato y, en mayor o menor medida, algún tipo de convivencia con él. Con la más concreta, “entre sus parientes“, designa a los pertenecientes a su círculo familiar próximo incluyendo parientes de todo rango. Por último, Marcos agrega con precisión y mano firme: “en su casa“. La casa representa a las personas que conforman la unidad familiar básica. En este caso, a su madre, María.

Puede resultar sorprendente que Marcos haya incluido como autores del desprecio mostrado en la sinagoga a su familia más directa, madre y hermanos. Según nuestra lectura, ellos no estaban allí. A no ser que también considerasen su realidad humana como un impedimento insalvable para reconocer la validez de su mensaje. Participaban, en ese caso, aun no habiendo estado en la sinagoga, del mismo desprecio con que le obsequió la asamblea popular de Nazaret.

10.- Escamoteo camaleónico de los evangelios siguientes:

Desde muy pronto, el relato de Marcos levantó ampollas con estas afirmaciones puestas en boca del Galileo. En los textos paralelos de Mateo y Lucas se practicaron algunas correcciones a esa tradición. Mateo suprimió de entre los tres grupos citados a los que por ser más explícitos y llamativos causaban mayor perplejidad, es decir, a los parientes. Así, redujo su escrito a “Un profeta no es despreciado salvo en su tierra y en su casa” (Mt 13, 57). Lucas, en cambio, cortó por lo sano, de forma que reescribió las palabras citadas (Lc 4, 24), resumiendo en uno los tres grupos nombrados por Marcos, y sustituyendo el adjetivo alusivo al desprecio: “a ningún profeta lo aceptan en su tierra“. Con ese tijeretazo, hizo desaparecer todo apunte relacionado con la familia.

Pero si os fijáis en la sutileza del argumento de Marcos, lo que autentifica el valor del mensaje del Galileo es el desprecio de los de su entorno más cercano. Con su sentencia (“un profeta no es despreciado excepto en su tierra, entre sus parientes y en su casa”) vuelve “contra sus ofensores el razonamiento usado para despreciarle. El menosprecio al hombre libre refrenda el valor de su discurso.

Una vez terminada su respuesta, Marcos retoma la narración para explicar cómo al rechazar su propuesta, los nazarenos se cierran a recibir sus efectos beneficiosos. Nuestro narrador acude a dos términos usados previamente en tono de burla contra el Galileo, “fuerza” y “mano“, para ofrecer en dos pinceladas su explicación.

11.- La fuerza del creer-haciendo:

La primera afirma: “No le fue posible de ningún modo actuar allí con fuerza“. La frase descubre que el mensaje resultó ineficaz sencillamente porque lo rechazaron. Marcos recalca la impotencia del Galileo. Si no hay aceptación del mensaje, resulta imposible que su fuerza se desarrolle. No hay un acto de magia, es la opción del esclavo por la libertad la que lo transforma en hombre libre. La sociedad alternativa no se impone. Los nazarenos se negaron a acogerla.

El segundo trazo de Marcos alude a la práctica de la mano: “sólo curó a unos cuantos enfermos aplicándoles las manos”. Desde el contexto negativo anterior, el narrador dibuja un pequeño islote positivo en forma de excepción. La aparente contradicción entre el nada anterior y esta salvedad nos avisa de una misma dinámica con diferentes orientaciones operativas. Una, la fuerza liberadora que rescata de las ideologías esclavizantes y empuja hacia el cambio social definitivo. Otra, la práctica subversiva de la mano que se solidariza con el débil, poniéndose decididamente de su parte.

El verbo de amplía significación (cuidar, atender a, estar al servicio de, curar) expresa la acción de acercamiento para restaurar la condición humana en el más necesitado. Para designar a las personas sobre las cuales el Galileo realizó su solícita actuación, Marcos escribe: “a unos pocos desfallecidos“. El adjetivo “pocos” refleja con realismo el escaso número de personas del pueblo con una disposición positiva hacia él. El término “desfallecidos” incluye a individuos aislados en situación de incapacidad para reaccionar ante el abatimiento que sufren. Éstos son los que desean salir de su situación y recobrar su dignidad humana.

El despreciado de Nazaret los comprende, se solidariza con ellos y se pone de su parte. Marcos lo dice con la fórmula, “aplicándoles las manos“; sugiere, con ella, el acercamiento que accede al contacto humano para prestar ayuda.

La expresión empleada por Marcos (“aplicándoles las manos“) se corresponde con la petición de Jairo: “Ven a aplicarle las manos“. La cercanía de ambas frases permite observar el contraste entre la actitud de la mayoría de congregados en la sinagoga y Jairo. Éste, desde su función como presidente de sinagoga, constató que la institución conducía al pueblo a su perdición. Salió, pues, de su círculo de influencia y reconoció en las manos del Galileo su capacidad para transmitir vida. Por el contrario, los nazarenos se encerraron en la rutina institucional. Rechazaron al Galileo al no admitir que las manos de un albañil de aldea fueran idóneas para recuperar la grandeza y la dignidad humanas.

— ¿Quiénes fueron aquellos que aceptaron sentir las ásperas y gruesas manos del Galileo?

— En un relato cargado de reseñas históricas podemos aventurar, sin riesgo a errar en exceso, que durante su vida en la aldea trabajando por entre las callejas y los tejados, nuestro hombre encontró amigos con los que conversaba a menudo compartiendo con ellos sus reflexiones. No serían demasiados los que, sin tener en cuenta sus raíces, aceptaron abrir los ojos y mostrar su aprobación a la manera de entender la vida de aquel albañil de Nazaret. Lo normal es que se hicieran frecuentes los ratos de conversación y disfrutaran de imaginar sus ideas proyectadas en la gran pantalla de la realidad. Hablarían con cuidado, eso sí, de no levantar mucho la voz ante el peligro de ser escuchados por los esclavos vigilantes de la ortodoxia. Seguramente la mutua implicación desembocó en complicidad entre ellos. Esta experiencia le ayudó a considerar la relación de intimidad entre amigos como un ingrediente esencial para lograr la cohesión en una nueva sociedad. Estando en situación de desfallecimiento, estos amigos entrañables reaccionaron positivamente ante el regreso a la aldea de Jesús, el albañil del pueblo, su genial amigo. En él sí confiaban para salir adelante. Siempre supo terminar bien las cosas… Con los recuerdos del pasado a flor de piel, escucharon emocionados el mensaje que transmitía. No dudaron un solo instante, en contra de la mayoría, que, de otras no, pero de aquellas manos bastas y encallecidas podrían obtener su tan ansiada dignidad humana.

Marcos cierra el episodio exponiendo el sentimiento del Galileo ante lo sucedido: “Y estaba sorprendido de su falta de fe“. Resulta curiosa esta actitud (“sorprendido“) en él porque es la única vez que en el evangelio de Marcos se hace notar. Su extrañeza viene motivada por la inesperada reacción de sus paisanos. Marcos atribuye concretamente la causa de su asombro a “su falta de fe”.

En sus sentimientos no hay nada contra los autores del desprecio. No hace comentario alguno respecto al insulto personal o al escarnio por sus antecedentes familiares. Ni siquiera muestra pesar o acritud distante por la arrogancia con que han exhibido los trapos sucios en un foro público y oficial. Su asombro se limita a la incomprensible renuncia de ellos a dar el paso decisivo hacia su proyecto de libertad. Su “falta de fe” muestra el reverso de la posición adoptada por la mujer y Jairo. En ambos casos aparece la fe en boca de nuestro protagonista. En uno, el de la mujer, reconociéndola: “Hija, tu fe te ha salvado” (5, 34). En el otro, el de Jairo, solicitándola; “No temas; ten fe y basta” (5, 36). Pero en los dos episodios la fe implica el movimiento necesario para alcanzar la integridad humana. La mujer, desafiando a la ley y sorteando la multitud. Jairo, superando los intentos por hacerle regresar a la resignación. No se asombra de las razones de las que se han servido para mantenerse en la inmovilidad, sino de la sinrazón con la que se resistieron a optar por la libertad proclamada en su enseñanza.

Los discípulos, ausentes de los comentarios de Marcos, estaban allí; presenciaron los hechos. Es probable que, al oírle, recordaran las palabras que el Galileo les dirigió cuando la crisis de la barca: “¿Por qué son cobardes? ¿Aún no tienen fe?” (4, 40). Después de observar lo acontecido en la sinagoga del pueblo poseían nuevos datos para aclarar su posición ante el mensaje. ¿Se identificaban con la postura de la mujer y de Jairo o se situaban junto a los habitantes de Nazaret? Lo indiscutible, también para los lectores, es que poseían ahora un mayor conocimiento sobre este hombre; contaban con otros elementos de juicio para responder a la pregunta que el grupo se hizo en la misma barca: “Pero entonces, ¿quién es éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?” (4, 41).

12.- La vida empieza en una pregunta:

— “¿Qué hago?“.

— Tenemos el riesgo de hablar y hablar de Marcos y del Galileo. Y maravillarnos de su programa y de su significado como alternativa… Pero, a la postre, ¡no mover una pestaña! En esta circunstancia considero que todos debemos pensar individualmente sobre qué hacer y cómo realizarlo.

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9 comentarios

  • mª pilar

    Oscar:
    Que hermosura… cuanta delicadeza, ternura, amor, entrega.
    Solo así, se puede comprender el lenguaje del Amor sin condiciones ni ataduras.
    Como lo trasmitió el Galileo… y así le fue.
    ¡Gracias Oscar!
    mª pilar-pili

  • oscar varela

    Leo en 11.- La fuerza del creer-haciendo:
     
    Marcos alude a la práctica de la mano: “sólo curó a unos cuantos enfermos aplicándoles las manos”.
    ………………
     
    Y por eso de LAS MANOS, me recuerdo de una Carta de exilio (1974 – Lima/Perú) de Jerónimo Podestá a su esposa Clelia Luro que había viajado a Argentina:
     
    “…Volví caminando hasta el centro de Miraflores por la costa  pero por arriba de  la barranca donde están poniendo césped, plantas y flores.
     
    Estaba  lindísimo, uno de esos atardeceres  al borde del mar con  toda la gama de colores, la brisa y el ruido de las olas.
     
    Tenía tranquilidad  y gocé pensando todo el tiempo en vos y extrañando mi mano vacía que no tenía otra mano para agarrar entre mis dedos,
     
    una mano que conocería inmediatamente, al tacto, al contacto, con los ojos cerrados y los oídos tapados, después de mil años de ausencia,
     
    una mano que siento siempre en la mía, aunque no la estreche entre mis dedos,
     
    una mano que quizá sea lo más bueno de todo tu ser (o quizá el primer miembro de tu cuerpo por el que dejas correr tu bondad y tu amor) porque es lo primero que vuelve a mí
     
    cuando nos peleamos,
     
    cuando todavía tus ojos no me miran,
     
    cuando aun tu mirada es esquiva y tus labios no me hablan con dulzura,
     
    siempre primero tu mano se aviene a enlazarse con la mía
     
    ¿te habrás dado cuenta?
     
     Pero yo soy tan tonto que a veces te tomo la mano y sigo discutiendo con palabras y palabras en vez de callarme y llevarte silenciosamente de la mano y dejar que nuestras manos conversen como saben hacerlo aún cuando ni nuestras mentes ni nuestras palabras sean capaces de  conversar.
     
    Entonces alguna vez –no por la mano– sino por culpa de las palabras, tu mano se sacudió de la mía…
     
    Tendré que aprender alguna vez, tendré que aprender de una buena vez…el idioma de tu mano….”

  • pello zabala

    Qué maravilla!  Ayer noche, cuando leí a Justiniano, me salieron lágrimas de emoción… 85 años, y escribiendo semejante poesía tan bien asentada en el suelo del tema de Marcos…
    Quise escribir algo, pero no me acordaba cómo se emitía lo escrito. A ver si hoy tengo más suerte! Como dicen algunos/as, Atrio da gusto, da de comer, da entereza… engorda el espíritu!

  • h.cadarso

    Amigo Justiniano, jovencísimo JustinianoLiebl, ¡cómo demonios se produce ese milagro de que a nuestros años, a los tuyos, las ideas se conserven tan frescas, tan bien puestas, tan jóvenes? Pero ya ves, hay sectores de la iglesia embarrancados en el siglo XIII, otros en el siglo de Trento, otros en el Vaticano I de los anatemas a la libertad, el Indice…Y vas tú, con tus jóvenes 85 años, y te plantas tan fresco en tu siglo XXI, como si acabases de llegar a la v ida y a la teología!
    que Dios os conserve a los jóvenes cientos de años para bien de su Iglesia…

  • Héctor

    Has estado genial, Honorio, como siempre y lo mismo Pilar: ¿verdad Pilar que no hace falta añadir nada al ser humano para que sea grande o más fuerte? Fe en el galileo resucitado, claro y fe en todos los resucitados  que se pasan la vida haciendo milagros, Antonio. Maravillosos 85 años, con 80 y también con marcapasos voy corriendo detrás de ti, Justiniano. ¿Por qué existe la envidia, el sentirse pequeño ante otro y desear que no sea tan grande? Es pura falta de fe en uno mismo: ese Galileo trepando a los tejados para repararlos antes de que llueva y así ganarse la vida, volviendo tarde a casa cansado por su trabajo para ganarse la vida, como la mayoría de los humanos, qué modelo de todos para todos los humanos por todo el mundo. Hay que resucitar al Galileo que ha resucitado ya y no acabamos de creerlo, que ha resucitado con todos nosotros, algo que no quisieron ver sus paisanos. Vamos a no seguir siendo tan ciegos como ellos: no hace falta ir a Galilea, aquí a mi lado en los galileos con los que quiero vivir todos los días.  Gracias Santo Salvador.

  • Justiniano Liebl

    Construyendo el Reino de Abbá Padre.

    1.      “El Galileo” convierte el agua de la realidad por sus hechos y palabras en La Viña.
    2.      “Marcos” cosecha  la viña y hace vino  por su Evangelio.
    3.      Salvador Santos, siguiendo los pasos de Fernando Belo y Michel Clévenot,  filtra y con ayuda de Oscar Varela guarda en un barril.
    4.      Ma. Pilar cata el producto.
    5.      h. cardarso destila el producto a un finísimo coñac.
    6.      Justinano de Managua pone por etiqueta en el coñac:  “Saarrionandia” en honor del hombre que ama el “mero mero” de la síntesis y a quien le repugna “la verbosidad”.
    7.      ATRIO en el día de “Todos Los Santos” reparta el producto a las y los que están construyendo “el Reino de Abbá Padre” y nunca van a entrar en “Oficial Calendario de los Santos”.

    PD: Acabo de regresar del hospital.  Ahora con mis 85 años me implantaron un “marca-pasos”, y anoche de nuevo pude leer my querido ATRIO.  Me encantó tanto el último “Leyendo a Marcos” – por Salvador y Oscar – que se me ocurrió el siguiente durante mi insomnia “post operacional”.   Lo escribí  hoy en la mañana después de otra visita médica.  Pero luego cuando lo iba a meter como comentario en ATRIO, encuentré : “comentario cerrado”. 

    Justiniano de Managua, el 31 de oct. 2012

  • Antonio Vicedo

    Exposición puede que polémica, pero con el aval de claridad meridiana de mi parte y de muchos que hemos intentado acompañar al Galileo, a más distancia de la deseada, pero pisando las huellas que él dejara en ese CAMINO que dijo ser, hambrientos de su VERDAD y con el gozo claro oscuro de relaciones de tierra y sangre y de exigencias de reino divino humano en libertad


    Leyendo a Marcos acompañado de  Salvador Santos – “Destilado” de Oscar Varela y dándole a la moviola de largas experiencias y vivencias, uno entiende por qué el Galileo, no escribió nada y el por qué, a medida que tanto sobre Él se escribía y se escribe, su causa se desvirtúa y complica.
     
    Y está claro que no es por la sapiencia y escritura, que también el Galileo fue lector  en Sinagoga, sino por la facilidad con la que la relación entra conceptos y palabras se cargan de confusión y dificultades prácticas para quienes han de vivir la sencillez de la verdad desde el amor.
     
    Gracias a Atrio por la valiente oportunidad de presentar así lo de Marcos que nos acerca tan bien a lo que Jesús empezó practicando y enseñando.
     
    Desde esta claridad humana, es desde donde se puede dar con más confianza y libertad el salto a la Fe en el GALILEO RESUCITADO, sin alienarse, ni evadir compromisos solidarios fraternales, viviendo como HUMANOS TERRENALES.

  • mª pilar

    Este capítulo de hoy… ¡¡¡tiene de verdad miga!!!

    Presenta con claridad meridiana, la medianía de los seres humanos; como se mueven ante cualquier proceso de cambio.

    No solo en su manera de pensar… fundamentalmente, en su manera de reaccionar ante las propuestas, el trato, los deseos, sueños, capacidades etc…

    Con razón nos explica Salvador, como hay que actuar para poseer un espíritu libre, también en medio de las dificultades.

    La excepcional calidad humana de Jesús, es total, si se lee-escucha su mensaje desde lo más profundo del ser.

    También se comprende, porque las autoridades de ayer, hoy y mañana, han revestido su proyecto: manipulándolo, divinizándolo…

    Porque seguirlo de corazón, supone no desear nada, que pertenezca por derecho propio a todo ser nacido:

    ¡¡¡Todo es de toda la humanidad!!!

    Todo lo que cada ser, necesita para poder vivir dignamente en todos los terrenos de la vida, le pertenece.

    Por eso, este mensaje-proyecto, se explica de distinta manera a poderosos, ricos, magnates etc. etc…

    Y de la misma manera también, a los desfavorecidos de la tierra.

    A ellos se les dice, que así es la voluntad de dios, y que deben estar agradecidos, porque “ellos” (los poderosos…) son los que les dan… un “mal comer”.
     

    Son los que tienen la sartén por el mango y todo cuanto cae en sus manos.

    Por eso, existen maneras de “seguir” este proyecto; caminos diversos, y comprobamos, que, los que de verdad dan fruto, son aquellos que se ajustan a lo enseñado por el Galileo Jesús.

    Y es esperanzador comprobar también, que no es necesario pertenecer a religión alguna para vivirlo; es un proyecto, que solo exige:

    ¡¡¡Pureza de corazón-buen corazón!!!

    ¡¡¡Gracias Salvador Santos!!! ¡¡¡Gracias Oscar por tu destilado!!!

    mª pilar

  • h.cadarso

      Me parece el capítulo más sustancioso de los que se vienen publicando aquí. “El Hijo del Hombre” se reivindica aquí con toda la fuerza y solemnidad que le es posible, reclama ser tenido en cuenta única y exclusivamente por su condición de hijo del hombre, por su ser humano.
      Y, por supuesto, esta reivindicación conlleva la otra más amplia de respetar, aceptar, escuchar y tener en cuenta a todos los seres humanos por igual, con la misma seriedad con la que creemos que debemos tomarnos a Jesús de Nazaret.
      Es curioso, enormemente significativo, ese apunte de Salvador Santos en el que sugiere que tanto Mateo como Lucas intentan echar agua al vino y suavizar o disimular los datos negativos del DNI o Carnet de Identidad de Jesús hijo de María, cargado de hermanos, carpintero ramplón, etc. para realzarlo por títulos diferentes a su humanidad o tapar los títulos que podrían empujar a menosvalorarlo…
      Para más Inri, Salvador Santos añade ese fácil recurso a los títulos de orden teológico o sagrado que las generaciones siguientes le atribuyeron: Hijo de Dios, Sacerdote según el Orden de Melquisedec, Mesías, Redentor…
      No seré yo quien ponga en duda estos títulos, ni falta que me hace negarlos. Pero sí pondré todo mi empeño en afirmar que todos esos títulos son atribuídos al hijo de María, al carpintero de Nazaret, al hombre de carne y hueso, vulgar pueblerino e hijo ilegítimo, etc. etc. etc. Y que por mi parte no tengo ningún inconveniente en reconocer que esos mismos títulos de nobleza y divinidad se extienden a todo ser humano nacido de mujer.
      Contra todas las posibles prevenciones o matizaciones que pudieran añadir Mateo, Lucas, Pablo, Juan Pablo II o Benedicto XVI.
      !Gracias, Salvador!

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