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Jóvenes católicos de todo el mundo con el papa

Acogida evangélica del Papa. Mi análisis de la visita del papa no se va a fijar en aspectos organizativos en cierto modo necesarios pero circunstanciales, aunque muy sintomáticos. En una sociedad moderna y democrática como la nuestra, con presencia más que milenaria y mayoritaria de la religión católica, una invitación al líder espiritual de ella, que congrega a más de mil millones de católicos, sería miope e ingenuo negar la magnitud y movilización que conlleva y pretender neutralizar sus repercusiones sociales y políticas. O se hace o no se hace.

Si se hace – y es lo que ha ocurrido- es imposible eludir la conmoción y responsabilidad de un acontecimiento que implica a la mayoría de los españoles y que la Iglesia católica, con su forma actual vertical, tan ampliamente subordinada, es capaz de mover y articular lo que acaso no logre ninguna otra institución.

Estamos hablando de España, un país predominantemente católico en su historia, debido al cual su vida e historia se han configurado bajo la inspiración del Cristianismo, cobrando enorme relieve en su tradición cultural: literaria, filosófica, teológica, arquitectónica, artística, etc. y en su vida personal, social, cultural y política.

Es esta una buena ocasión para recordar dos cosas fundamentales de nuestra Constitución: Primera: “Ninguna religión tiene carácter estatal” C. II, Art. 16), “No puede prevalecer discriminación alguna por razón de religión “(Cap. II, Art. 14) y segunda: “Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de las sociedad española y tendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones” (Cap. II, Art. 16,3).

Es decir, que nadie puede ignorar lo que es una realidad objetiva importante (cerca del 80 % de los españoles se declara católico; y el resto de las demás Confesiones religiosas no suman un 5 %) Aparte de las alianzas con el poder –ese es otro cantar- el hecho mismo del catolicismo se presenta en España con tal magnitud e influencia que sobrepasa en mucho a todas las otras religiones. Se comprende que este hecho, puesto en marcha desde la urdimbre universal de la Institución católica, resulte grandioso e imparable. La Jerarquía española, lo estamos viendo, ha programado con gran tecnología y escrupulosamente la JMJ en relación estrecha con Roma.

Unido a este aspecto, está el de los miles y miles de jóvenes convocados para esta Jornada Mundial. No son todos lo mismo ni pueden clasificarse de jóvenes domesticados, desprovistos de entrega, solidaridad, creatividad y compromisos sociales. Tras ellos cabe descubrir la labor callada y abnegada de tantos padres, profesores y educadores a la hora de cultivar y acompañar la formación de estos jóvenes. Sus valores reflejan un tipo de educación, de familia, de relacionarse, de vivir, que es fuerte en la Iglesia y Sociedad, y que muestran un cuadro de valores en parte coincidente y en parte no con el de otros jóvenes.

Es el pluralismo que poseemos y con el que hemos de convivir. Yo, que no estoy directamente implicado en esa tarea, no me considero indicado para censurar –sí para cuestionar- aspectos de la vida cristiana de estos jóvenes, que alcanzan a cuantos los educan. Considero a esta juventud mundial muy variada y compleja, con enfoques y características muy diversos y con valores innegables.

A la par, quiero resaltar lo indicado más arriba. Un Estado aconfesional respeta a todas las religiones, pero no es anticonfesional, es decir, no puede avalar  únicamente los valores seculares y racionales y proscribir los valores religiosos. Ese sería, a mi modo de ver, un Estado laicista excluyente. El ser laico (ciudadano) conlleva la opción de ser creyente o no, o de ser creyente de manera diferente. Es un derecho. Ser anticreyente o antiateo no es un derecho de nadie.

En este sentido, no pocos consideran descolocado que, con ocasión de la venida del Papa, se elija precisamente esa fecha para organizar manifestaciones anti- Papa o anti-Iglesia católica, que más bien pueden encender hostilidades y enconar los ánimos. La JMJ no se ha organizado contra nadie. Y, aunque tenga aspectos graves para una legítima crítica, no es, creo, ni el momento ni el modo más apropiado. Tienen el derecho, pero una actitud, expresada reactiva e intempestivamente, no sé si respeta el derecho de los demás y contribuye a reconvertir o empecinar las posturas.

No descubro ningún secreto al afirmar que son muchos los católicos que critican a la Jerarquía eclesiástica actual, responsable de la organización de la JMJ, por emplear métodos para conseguir unos objetivos y un proyecto de Iglesia que no todos comparten. Lo cual no es óbice para que recibamos con buena disponibilidad a nuestro Pastor universal y podamos expresarle con libertad nuestra fraternal crítica y discrepancia.

También somos Iglesia, y estamos dentro de ella, y aceptamos de buen grado la buena intención, el desvelo y el empeño incesante del Papa por llevar a cabo su ministerio petrino. Pero, brinden o no condiciones para hacerlo, es ésta una ocasión magnífica para dialogar entre católicos, mostrar el disenso y hacer circular públicamente el pensamiento de unos y otros. El pluralismo intraeclesial requiere saber escuchar, dialogar y concertar posiciones comunes, pues resulta paradójico que, dentro de la gran familia católica, cunda más la desconfianza y enfrentamiento que con los que no pertenecen a ella o le son incluso hostiles.

Dicho esto, ofrezco algunas reflexiones, entretejidas a la luz de este acontecimiento.

  • Crisis actual de la Iglesia

Es un hecho y que nos lo ha probado hasta la saciedad lo ocurrido con el concilio Vaticano II. Algunos parecen enterarse ahora de la grave crisis que atraviesa la Iglesia católica. Grande era su atraso y hostilidad con el mundo antes del concilio, pero ahora ha empeorado. Ha empeorado porque el concilio consagró una apertura sin precedentes y marcó un espíritu y unas pautas de conversión y renovación que hicieron albergar las mejores expectativas. Finalmente, la Iglesia se sometía a examen a sí misma, se dejaba interpelar por los problemas reales de la humanidad, se sentía solidaria con ella y se prestaba a colaborar sin arrogancia ni dogmatismo. Era una nueva perspectiva y un nuevo espíritu que a muchos llenó de coraje y esperanza.

Y así muchos caminaron con gran entusiasmo en los años inmediatos posconciliares. Pero, ya para el año 1985, vino el más severo y desalentador diagnóstico del Cardenal- Prefecto Ratzinger: “Los años del posconcilio han sido decididamente desfavorables para la Iglesia”. Había que recomenzar y volver a interpretar verdaderamente el concilio. Y vino la larga y dura restauración de Juan Pablo II, pilotada ideológicamente por el cardenal Ratzinger.

Este es, creo, el núcleo de la cuestión: todo el proceso preconciliar y posconciliar, fermentado durante años y años en la Iglesia, era considerado peligroso, fue precintado y, en consecuencia, sometido a estrictos y severísimos controles. Había que reconducir todo al modelo anterior, al medieval tridentino. Y había que hacerlo con firmeza, extremando la vigilancia, la censura, incluso la sanción, para obispos, centros, publicaciones y teólogos, sobre todo, responsables mayores de los cambios emprendidos.

Investigadores y teólogos cristianos de talla vienen desde mucho antes del concilio, señalando los desafíos y tareas inexcusables que la Iglesia católica debía afrontar sin demora. Y, más que antes, siguen ahora acuciantes. Y, ciertamente, no los va a encubrir ni resolver la visita del Papa.

El teólogo Hans Küng, los pone de relieve en su último libro “En la situación actual no puedo guardar silencio” (Piper Verlag), todavía no disponible en español. Su análisis sobre la Iglesia católica algunos lo han tachado de alarmista, pero son mayoría los que lo han calificado de certero. Küng habla de un descontento bastante generalizado en la Iglesia: hay una depauperación progresiva de las parroquias, un mensaje dogmático, no hay lugar para la participación y decisión del pueblo, se publican documentos sin consultar al episcopado y sin consultar a nadie previamente, dichos documentos dan la impresión de estar en posesión de la verdad, se sigue proclamando una normativa sexual anclada en el pasado, para los cargos eclesiales se eligen personas que sean fieles a esta línea, los obispos sólo saben callar y obedecer, no se atreven a hablar libremente y así escuchamos de todos la misma opinión.

Reformas inaplazables que debiera cometer el Papa

Estas y otras cosas las tiene que escuchar del Papa, como una voz que le llega desde la misma Iglesia. Y debe escuchar que él, -lo sabe muy bien- debe mostrar a los jóvenes que el referente básico de su vida es Jesús de Nazaret, para lo cual lo primero es volver a él, conocerlo en su realidad histórica, amarlo y seguirlo. Y entonces, simplemente comparando, verán si la venida del Papa, con la espectacularidad que ha sido organizada, concuerda con la condición del Jesús pobre y humilde, alejado siempre del poder. Y le demandarán si ciertas alianzas con el poder económico, causante de tantas crisis y sufrimientos para los más desfavorecidos, era el camino de Jesús o más bien sería el que hoy sentenciaría muerte de nuevo para él.

El Papa, animador de la fe y mantenedor de la unión eclesial, debe ejercer como el primero la profecía de Jesús, y denunciar sin ambigüedad las tropelías, engaños y contradicciones del capitalismo, que a todos nos envenena y amarra.

Pero, para criticar, el Papa debe dirigir primero la mirada al interior de la Iglesia. Dice el teólogo Küng: los problemas actuales de la Iglesia vienen de antaño y provienen de que un pequeño grupo dominante pretende controlar todo, con el Papa a la cabeza. Es verdad, que esta situación no la ha creado Benedicto XVI, pues viene de los Papas de la Reforma gregoriana, culminada con Gregorio VII. Pero, el Papa actual, lejos de alejarse de esa Reforma y alistarse a la del concilio Vaticano II, ha optado por liderar el grupo más conservador y asegurar la vuelta a la Edad Media. Benedicto XVI podía haber seguido las huellas de Juan XXIII, pero ha demostrado ser incapaz, bien por voluntad propia o porque el contorno de su vida le ha impedido conocer el mundo y le ha llevado a instalarse en un círculo artificial, bastante ajeno a la globalizada injusticia y marginación del Tercer Mundo.

No hay más que leer algunos documentos suyos y su propósito de evangelizar a través del Catecismo Romano para darse cuenta que su pisar anda alejado de la tierra. El lenguaje y planteamiento de su enseñanza es más propia de una Academia que de una Comunidad creyente. Es difícil, desde esta apreciación de Hans Küng, esperar que el Papa restablezca una convivencia democrática dentro de la Iglesia, que confirme la igualdad de todos, el derecho de todos, construyendo sobre ella la diversidad de ministerios.

Fácilmente se entiende que esta imagen y procedimiento del Papa van a quedar pomposamente confirmados en este su encuentro con la JMJ. Parece como si, en este magno acontecimiento, el Papa quisiera ser señor entre los señores, algo así como un faraón moderno. A la sensibilidad moderna le resulta incomprensible este absolutismo papal, según el cual una sola persona en la Iglesia tiene la única palabra.

  • La Jerarquía es servicio, con exclusión de todo clasismo

Es claro, por otra parte, que esta figura del Papa no concuerda con la Iglesia querida por Jesús. En el Nuevo Testamento ni siquiera aparece la palabra “jerarquía” y sí es relevante la palabra “diaconía” (servicio) con la famosa frase. “El que quiera ser el primero, que se haga servidor de todos”. No es casual que en las grandes ceremonias litúrgicas –también y sobre todo en las de la JMJ- aparezca cuidadosamente marcada esta imagen: arriba y en el centro, el Papa; en escalón inferior, los obispos; en escalón más abajo, el clero; y, abajo de todo, en llanura distante, el pueblo. En este Iglesia sólo hay uno que habla, sólo hay uno que lo decide todo: el Papa.

¿Hay alguien que se imagina a Jesús de Nazaret en alguna de estas grandes ceremonias? ¿Habría lugar para él? ¿El Papa, teólogo él y escritor sobre Jesús, puede ignorar lo que le pasó a Jesús por contradecir a la instituciones religiosas oficiales y cómo fue llevado a la crucifixión por los más ortodoxos de su tiempo? ¿Cuántos señores de su tiempo acompañaron a Jesús en su vida? ¿No fueron ellos, representantes del poder civil y religioso, quienes lo condenaron a muerte? ¿Dónde estarán los señores de hoy que, llegado el caso, repetirían la escena del gobernador Pilatos y del sumo sacerdote Caifás?

Los católicos amamos profundamente la Iglesia y exigimos que sea fiel a la enseñanza y prácticas de Jesús. Y exigimos, con derecho, reformas que resultan inaplazables.
Muchos católicos, teólogos especialmente, critican con dolor que las reformas y frutos excelentes del concilio Vaticano II fueran paralizadas por los pontificados restauracionistas de Juan Pablo II y Benedicto XVI. Ambos han hecho lo posible para desactivar el espíritu y propuestas del Vaticano II y poder de esta manera volvernos a la Edad Media, al concilio de Trento.

De nuevo, en su libro, Hans Küng enumera algunas de las reformas que la Iglesia católica, desde una eclesiología neotestamentaria y en concordancia con los legítimos logros de la modernidad, debe emprender: el pueblo debe participar en la elección de los obispos, debe tener responsabilidad y decisión en cuantos asuntos importantes pertenecen a la Iglesia, las mujeres deben tener acceso a los diferentes cargos, hombres y mujeres deben ser ordenados sacerdotes , debe establecerse como opcional el celibato, hay que tener comunidades eucarísticas entre las diferentes Confesiones religiosas, etc. “Lo que critico, dice Hans Küng, no es que exista la Institución eclesial sino que una sola persona quiera decidirlo todo”.

¿Por qué los obispos eluden ser corresponsables en la Iglesia? ¿Por qué no hablan con libertad? Puede que el hecho de ser elegidos por el papa les lleve a una incondicional obediencia. ¿Obediencia a quién, al Papa o al Evangelio? Parece verdad la opinión de quienes piensan que, hoy, en la Iglesia los obispos no mandan, sino que obedecen. ¿A quién?

Seguir con el control, que viene de Roma, va a ser el gran obstáculo para emprender una reforma en el interior de la Jerarquía, para exigirle que se alinee con la posición nueva decretada por el Vaticano II, que escuche a la sociedad, dialogue y colabore con ella con la sencillez y claridad profética de Jesús de Nazaret, que revisa su uniformismo doctrinal y moralizante y que se pregunte si está a la par de tanto cristiano de a pie que, en una y otra parte del mundo, están en la vanguardia jugándose la vida por la justicia y la liberación de los más pobres.

Cuantos de una u otra manera seguiremos este encuentro de la JMJ deseamos dar al Papa una acogida evangélica, que le ayude y nos ayude a seguir a Jesús, con toda la revisión y conversión que esto requiere. No deja de ser interpelante el hecho de que tantos se alejan de la Iglesia. El ateismo, la indiferencia, el todo vale, está generado en muchos casos por la infidelidad, contradicciones y abusos de la misma Iglesia. Como dice el Vaticano II “Muchas veces con nuestra vida hemos ocultado más que revelado el rostro genuino de Dios” (GS, 19).

Hay motivos para esperar que estos miles y miles de jóvenes, llenos de ilusión y esperanza, contribuyan con sus generosas y valientes iniciativas a hacer más democrática, igualitaria, justa y fraterna la Iglesia de Jesús. Lo harán, ciertamente si, sin dejar la Iglesia, le exigen seguir la misión y pasos de Jesús.

2 comentarios

  • pepe sala

    Una de las cosas que más me han gustado leer de Benjamín Forcano es ésto:
     
    “” En un sistema de poder, tan piramidal y absoluto como el de nuestra Iglesia, los funcionarios (del culto, de la teología, de la administración…) saben que, al ser elegidos, no pueden ser ellos ni obrar con autonomía. Entrar en el sistema y ser consagrados por él, equivale a dejar en manos de la autoridad la propia racionalidad y la libertad.
    Intocable es el poder, no la dignidad y derechos de la persona.
    Y donde rige el poder, rige la arbitrariedad; y donde rige el poder absoluto, rige la arbitrariedad absoluta.””
     
    Está dirigido a Xosé Arregui y el texto es parte de un artículo publicado en ATRIO.
     
    Espero que no haya cambiado de opinión.

  • mªpilar garcía

    Es una pregunta que hago una y otra vez, a todas las personas que de alguna amanera, tiene voz en la iglesia, incluidos algún obispo a quienes quiero y respeto.
     
    O teólogos que ya enseñan de otra manera más evangélica; en Atrio, hemos tenido la alegría de comprobarlo y seguirlo.

    ¿Por qué no decís nada? ¿Por qué no os negáis a seguir por estos derroteros?

    La respuesta siempre es la misma; nuestro camino es:

    ¡Trabajar-difundir-formar! Y eso estamos haciendo, sin hacer ruido, de lo contrario, ni eso se podría realizar.

    Así, van tomando cada día más fuerza, las instituciones y personas, que nada quieren que cambie; se les otorga todo el poder y la fuerza necesaria, para llevar acabo sus mandatos… Y:

    ¡¡¡Todo; no sigue igual… estamos cada día peor!!!

    ¿Es que no hay manera de que les llegue el clamor del pueblo que busca otra manera de seguir el proyecto de Jesús y hacerlo realidad, aquí y ahora?

    No es para el “otro mundo” ¿Qué es eso, adonde nos lleva?:

    A una obediencia ciega, sin capacidad de discernir lo justo de lo injusto, la libertad responsable, el trabajo en el servicio de los golpeados ¡¡¡siempre!!! en esta tierra de clases y diferencias brutales.

    No quiero callar ante este atropello, quiero que todas las personas puedan decir lo que quieren, sienten, desean… y todas ellas:

    ¡¡¡Sean escuchadas, atendidas, valoradas!!!

    Mª Pilar

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