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La ética del ‘juicio ateo’

          La escenografía del juicio final tiene rasgos bucólicos y un mobiliario de solemnidades, pues en un lado, el derecho, estarán las ovejas y en el izquierdo, las cabras, mientras el rey juez se sentará en su “trono de gloria” (Mt 25,31 ss). No podía ser menos, dadas las características del relato del evangelista Mateo. Independientemente de su verosimilitud, lo cierto es que este examen final tiene la ética como núcleo de las preguntas, una ética compasiva, misericordiosa. Por eso el poeta extremeño y catedrático de Estética en la Universidad barcelonesa, JM Valverde,  lo adjetiva como “juicio ateo”. 

          Y no le falta razón, pues las preguntas de este examen no versan sobre cuántas veces hemos ido a Misa, o cuántas veces hemos rezado el Rosario, o cuántas jaculatorias hemos rezado a lo largo de nuestra vida, o cuántas veces hemos cumplido con el mandamiento eclesial de confesar y comulgar por Pascua florida… Las preguntas, en cambio, tienen relación con el otro, con el prójimo, que no necesariamente indica proximidad: darle de comer, si está hambriento; acogerle, si es extranjero; vestirle, si está desnudo…

          Una tía mía, rural rural, pero inteligente y con un sentido común muy desarrollado, a quien, por cierto, no le gustaba la escenografía del texto de Mateo, porque separa a las  ovejas de las cabras y a éstas además las maldice, lo tenía bien claro: iba a Misa sólo por Navidad, Semana Santa y el día del Patrono del pueblo, san Gregorio Nacianceno, pero eso sí, dentro de su pobreza, ningún pobre ambulante que tocara su puerta (y en los años de la posguerra era muy frecuente) se iba de vacío, o si algún vecino/a necesitaba ayuda, ahí estaba ella. Vivir la ética desde la compasión y la misericordia es acorde con las exigencias de la fe; la fe sin la ética compasiva se reduce a una actitud narcisista.

          En este examen final la pregunta sobre la pobreza existencial es la pregunta estrella, que se concreta en elementos de subsistencia: comida, bebida, vestido. Para E. Cioran “el hambre voluntaria es una vía hacia el cielo; el hambre de la miseria, un crimen de la tierra”. La pobreza de subsistencia es un “crimen de la tierra” muy extendido, por desgracia para tantos hombres, mujeres y niños, no sólo en los países llamados del Tercer Mundo, sino también en los del Primer Mundo. Erradicar esa pobreza social es tarea de cada ser humano, de los poderes políticos, pero sobre todo del creyente, pues en la Biblia se rechaza la pobreza, no voluntaria, en cuanto que aliena al ser humano. El pauperismo de la masa debe ser superado a toda costa, y en esta dirección se dirige la predicación de los profetas, que luchan para que las riquezas no se amontonen en las manos de unos pocos.  Amós, el profeta campesino, valientemente sale al paso de los que de una forma descarada se enriquecen a costa de los demás: “Escuchad esto los que aplastáis al pobre y querríais exterminar de la tierra a los menesterosos, diciendo: ¿Cuándo pasará la luna nueva, que vendamos el trigo, y el sábado, que abramos los graneros, achicaremos la medida y agrandaremos el siclo y falsearemos fraudulentamente los pesos? Compraremos a los miserables y a los pobres por un par de sandalias” (Am 8,4-6). La aporofobia de la que habla Adela Cortina es patente en el texto de Amós. Pero el ordenamiento jurídico contenido en el Levítico y en el Deuteronomio acomete la tarea de superar y vencer el empobrecimiento de la gran mayoría del pueblo por medio de un reparto equitativo de las posesiones agrícolas. La razón suprema de este reparto equitativo de las tierras es de orden religioso: Dios es el propietario absoluto de toda la tierra y el hombre sólo posee la tierra, porque su condición esencial es ser un caminante, un ser que está en continua emigración hacia la tierra prometida (Lev 25,23). Y como signo de que todo hombre tiene derecho a poseer la tierra -socialización agraria basada en lo religioso-, evitando así el empobrecimiento de muchos, causado por la avaricia desenfrenada de algunos, el código levítico propone el año jubilar “en el que cada uno recobrará su propiedad ” (Lev 25,10). No menos impactante es el texto de los Hechos de los Apóstoles. La comunidad de Jerusalén tenían “un solo corazón y una sola alma” y nadie “era indigente”, pues tenía, “todo en común” y se repartía “según las necesidades” (Hch 4,32ss).

          Erradicar la pobreza no es un programa fácil para el examen final, tanto a nivel personal como colectivo. Ya sabemos de antemano la pregunta de ese examen y habrá que responder. ¡Hasta el Banco Mundial (??) tiene como objetivo erradicar la pobreza, pues su lema desde 1990 es “Nuestro sueño es un mundo sin pobreza”! Este lema en “boca” del Banco Mundial es obsceno, pues las estructuras económicas que desarrolla son de explotación y persiguen el beneficio, por encima de todo, para el capital, enriqueciendo a los más ricos y empobreciendo más a los pobres. Este mismo lenguaje tiene nuestro Gobierno del PP al realizar los recortes en gastos sociales, o la nueva ley laboral, porque así se creará más empleo, etc., etc.; pero la realidad es que varios millones de familias y de jubilados, con esa subida “astronómica” del 0.25, viven por debajo del umbral de la pobreza. No menos extraño es el rol de la jerarquía católica ante la pobreza social; el silencio es su lema, no siendo, pues, consecuente con la actitud profética de Amós, Ezequiel, Jeremías y, especialmente, de Jesús de Nazaret ante la riqueza que genera pobreza, sufrimiento e infelicidad.

          Otro núcleo del examen final es el de la acogida: acoger al peregrino, al extranjero; al preso, al desahuciado (sin esperanza, etimológicamente). Un tema de máxima actualidad el de los refugiados. Las respuestas a nivel político no pueden ser más desconcertantes tanto en Europa como en EEUU. También las respuestas personales se alejan considerablemente con el argumentario, que hacen suyo los partidos políticos  xenófobos cada vez más fuertes, de que los de fuera nos arrebatan nuestro trabajo y nuestro pan. Me da la impresión de que el suspenso está garantizado en ese examen final. La capacidad acogedora, compasiva, del ser humano brilla por su ausencia, traicionando así la máxima óntica de M. Heidegger: que el hombre es un ser-con, no es una isla aislada que flota en el mar de la existencia. Ya sé que para F. Nietzsche la acogida compasiva o la compasión a secas es una debilidad, una cobardía que el hombre ha de despojarse de ella, pero la verdadera compasión, “la productiva, escribe S. Zweig en su novela Impaciencia del corazón, la que sabe lo que quiere y está dispuesta a compartir un sufrimiento hasta el límite de sus fuerzas y más allá de ese límite”, no puede ni debe desentenderse del sufrimiento humano causado por la pobreza social, por la falta de recursos para vivir dignamente.

Todo ser humano, el creyente con más razón, está obligado a sacar buena nota en este examen final de los tiempos, en este juicio final, aunque sea “ateo”.

3 comentarios

  • Antonio Rejas

    El tema es de total actualidad, aunque lamentablemente siempre lo ha sido a lo largo de la historia de la Humanidad.

    Según J.A. Pagola “la parábola del juicio final es en realidad una descripción grandiosa del veredicto final sobre la historia humana. No es fácil reconstruir el relato original de Jesús, pero la escena nos permite captar la revolución que ha introducido en la orientación del mundo”. Esta revolución ha influído para bien en el devenir de la historia, a pesar de la gravedad del presente. En la época de Jesús y anterior a ella ya clamaban los profetas del A.T. contra los explotadores de aquel momento. Han seguido existiendo, sin solución de continuidad, con un grado de perversidad elevada a la enésima potencia y valiéndose de las técnicas e infraestructuras financieras actuales aspiran a conseguir una globalización de la pobreza facilitando la existencia de un porcentaje mínimo en posesión de la riqueza mundial a costa de más de un 90% de pobres.

    Pienso que lo decisivo no es la ayuda que se presta a través de organizaciones diametralmente opuestas al FMI, al Banco Mundial y a los diferentes gobiernos que pululan hoy por la faz de la Tierra. Esta ayuda es vital e imprescindible, pero nunca hará desaparecer la pobreza para poder vivir con dignidad. Para eliminar la pobreza es necesario que esa minoría en posesión de la riqueza mundial abandone sus técnicas usureras que facilitan sus fraudulentas ganancias. La situación española es denigrante en el mal reparto de los recursos existentes, favoreciendo más a los que más tienen con la agravante de hacerlo a costa de los más débiles.

    A estos efectos, es muy interesante el cálculo hecho por García Caselles en el comentario anterior.  

  • Juan García Caselles

    Según el FMI el PIB mundial para el año 2016 fue de 74 583 642 millones de dólares,, que divididos entre los 7.350 millones de personas en que se estima actualmente la población mundial (ambos datos tomados de la Wikipedia) nos dan un ingreso anual por persona de 10147,43 dólares, que equivalen a 8.749,94 euros, lo que significa que los ingresos anuales de una familia media (padres más dos hijos) serían unos treinta y tres mil euros, o sea, 2749,98 euros al mes, en cuyo cálculo entrarían hasta los pobres más pobres de la tierra como los haitianos, los habitantes de Malawi o los rojiñas de Bangla_Desh.

    Para comprender el alcance de las cifras, hay que tener en cuenta que España es uno de los países más ricos del mundo, cuyo PIB por habitante pasa de los treinta mil euros anuales por persona. Bueno, pues en esta sociedad nuestra, tan rica y ya tan cara, con el PIB medio mundial por persona, y aún hechas las necesarias deducciones para las amortizaciones, gastos sociales, previsiones, etc., podríamos todos vivir decentemente si los ricos y las riquezas desaparecieran de una vez por todas de la tierra.

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