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¿Vida eterna?

Haya            He recibido de un amigo este correo en el que expone con toda sinceridad la confusión intelectual sobre la vida eterna y al mismo tiempo la esperanza que mantiene. Transcribo aquí sus palabras y añado el comentario que me han suscitado, porque creo que muchos de nosotros nos hemos planteado semejantes preguntas.

“Después de los cambios que hemos ido recorriendo en la concepción de nuestra fe y sobre todo en lo que pueda ser una nueva concepción de la vida eterna nos encontramos la mayoría de nosotros sin saber lo que podrá ser lo que llamamos cielo o vida eterna. En Spong he encontrado una posible aproximación que por lo menos a mí me sirve de referencia y os la quiero comunicar a vosotros por si también os puede ayudar a recomprender dicha realidad.

El ser de Jesús tocaba, abría y revelaba la Base del Ser. Cuando mi ser está exaltado por el amor, llamado a otra nueva realidad del amor, cuando se introduce a través del amor a una libertad ilimitada, entonces creo que he tocado lo que es atemporal, eterno, verdadero. Mi confianza en la vida eterna, la vida más allá de los límites de la finitud y de la muerte, se encuentra en esa experiencia, y la puerta a esa experiencia todavía es aquel que, para mí, lo ha encarnado, Jesús, al que llamo Cristo. En la comunidad de personas que se constituyen como discípulos de ese Jesús, todavía experimento, más que en cualquier otro lado, el llamado de este Cristo a vivir, a amar y a ser. Para mí eso es lo que quiere decir vivir “en Cristo”, una frase que Pablo usaba constantemente. Así que mi esperanza y mi puerta hacia la vida que es trascendente y eterna está localizada en este punto. Me mantengo aquí, convencido de que hay algo real más allá de mi último límite. Así que acojo esta visión y vivo con esta esperanza”.

 

Ésta es mi respuesta.

Estimado amigo, en la práctica he llegado a la misma conclusión que presentas. La vivencia del amor es nuestro punto de contacto con la Realidad, con Dios, con la Vida definitiva. Contacto profundo o superficial según la calidad de ese amor. Explicar en qué consiste ese contacto rebasa nuestra posibilidades. Estamos del lado de lo limitado -de lo contingente- y no tenemos categorías para comprender lo absoluto e ilimitado. Cualquier lenguaje que usemos para hablar de la eternidad -del después de la muerte- es erróneo si lo miramos desde el lado de lo eterno, pero necesario y el menos engañoso desde nuestro lenguaje humano. Lo que importa es intensificar la vivencia de ese amor en nuestra vida diaria.

            El problema está en la explicación teórica. La gran esperanza cristiana puede expresarse en aquello del salmo “no permitirás que el justo vea la corrupción”. Si creemos en Dios –algo muy razonable, aunque no demostrable- no sería justo que la vida de Jesús o la de Gandhi acabaran en su asesinato; menos aún que la vida de las niñas esclavas sexuales o de millones de indigentes y enfermos acaben con su muerte. Jesús y Gandhi pudieron experimentar en sus vidas la plenitud del amor, pera esas niñas y esos indigentes no fueron educados de modo que pudieran experimentar esa plenitud.

            Respecto a la vida definitiva –o eterna- tenemos una certeza en contradicción con un lenguaje erróneo. Quizás la solución sea declararse agnósticos. Un amigo me dijo que él se declara agnóstico cristiano; Díez Alegría dijo una vez que se consideraba un agnóstico positivo porque creía en la esperanza; Rahner dijo que se consideraba cristiano “pero no a tiempo completo”. Estas paradojas, expresadas por cristianos muy comprometidos, nos indican que nuestra inteligencia espiritual percibe algo que racionalmente parece contradictorio.

        La reflexión sobre la realidad última se topa necesariamente con el Misterio. Algunos han tachado toda reflexión como consecuencia del dualismo de nuestra mente, y proponen una realidad no dualista; sin embargo creo que no logran superar un dualismo, al menos entre la apariencia que vivimos y la realidad que somos. El problema de lo uno y lo múltiple es muy antiguo en la filosofía occidental. Platón empleó un lenguaje simbólico –no argumentos racionales- en el mito de la caverna.

        Con la inteligencia racional llegamos al agnosticismo, pero con la inteligencia espiritual –inteligencia emocional, valorativa, la razón sensible- percibimos valores como justicia, gratuidad, amor, compasión, entrega, esperanza, que contradicen nuestro egoísmo instintivo. Sin esos valores caeríamos en la ley del más fuerte, la ley de la selva. Como Díez Alegría y como tú “creo en la esperanza”, aunque no tengo un lenguaje apropiado para expresarlo.

 

8 comentarios

  • Isidoro García

    Aunque nos apartamos del tema original del hilo, sobre el giro del tema: Honorio-Schusny-Oscar, aconsejo leer este artículo: http://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2015-12-15/30-70-el-porcentaje-que-define-tus-posibilidades-de-conseguir-un-buen-empleo_1120395/

     

    Esta es la realidad hoy: la sociedad del Conocimiento. Urge promocionar el esfuerzo, la enseñanza y el aprendizaje, y autocontrolar el nacimiento de hijos condenados a la miseria desde el primer día que nacen. ¡Responsabilidad – Paternidad responsable- Dirigentes políticos y religiosos responsables!. (O nos vamos a la mierda).

  • oscar varela

    Hola Isidoro!

    Leo en tu Cita:

    “Ya no hay lucha de clases.

    La lucha es hoy,

    entre visiones del mundo…”

    …………………..

    ¿Podría acontecer que esas “visiones del mundo”

    se correspondan estadísticamente con “clases” de gente?

    Pienso que en Argentina una “clase” bien clarita tiene una “visión del mundo” dferente de otra  u otras “clases”,

    Tal vez sean elementos bi-unívocos de los Conjuntos: “cosmovisiónes” y “clases” ¿no?.

    ¡Voy todavía! – Óscar.

  • Isidoro García

    Andres Schuschny ‏@schuschny  5 dic.
     

     

    “Ya no hay lucha de clases. La lucha es hoy, entre visiones del mundo…”

  • h.cadarso

    A ver, la vida eterna que ya está en nosotros, porque la vida es solo una, es participar de la misma tarea de Cristo en su vida real, y de la de Espartaco, y de la de Gandhi, y de la del Che Guevara con todos sus errores y desviaciones, y de la de Ada Colau o la Carmena…Una vida siempre abierta a la esperanza, que cree contra toda evidencia aparente, que se empeña y se rompe la cabeza en el muro de lo aparentemente imposible, que dice !adelante! cuando le ponen una tonelada de hierro en los pies. Jesús es para nosotros el primero entre los que viven la esperanza y creen en ella y luchan por ella. En la medida en que respondemos a esa llamada esperando contra toda esperanza, creemos en la vida eterna, vivimos ya la vida eterna.

    ¿O no?

  • Gonzalo Haya

    Gracias, Isidoro, por este despliegue imaginativo y cultural que de alguna manera nos permite percibir (inteligencia sintiente) algo que la mente racional no alcanza a explicar. Me ha parecido especialmente interesante la referencia al yo egoico, tema muy sugerente de la no-dualidad.

  • Isidoro García

    (Esta segunda entrega, es totalmente prescindible para quien no esté interesado en este tema, pero la pongo, pues puede ser interesante, para quien piense que puede estar cerca de ese mal trago, que todos pasaremos mas pronto o mas temprano).

    Periodo de adaptación inicial.
        Lo primero que hay que tener en cuenta, que después de la muerte, no vamos a ninguna parte: ya estamos allí. Lo único que pasa es que se rompe la conexión con la mente cerebral, pues esta desaparece, y el control del “yo”, pasa de la mente cerebral consciente, al centro de control del espíritu.

       Con ello, todo lo contemplado por el espíritu, (tanto ahora como luego), entra directamente a la conciencia, y no como ahora en que entra al subconsciente, sin acceso a la conciencia. De repente, “vemos” lo que antes no “veíamos”. Es como si nos quitaran una venda de los ojos.
     
       Eckhart, en su sermón 26, dice: “Cuando retorne a ‘Dios’…mi irrupción (a la divinidad) será mucho más noble que mi salida… Cuando entre en el fondo, en la base, en el río y en la fuente de la divinidad, nadie me preguntará de dónde vengo o dónde he estado. Allí nadie me ha echado de menos”. (Las comillas de “Dios”, son del propio Eckart).

        A todos, pero especialmente a los espíritus que en vida hayan estado muy inactivos espiritualmente, el ser conscientes de repente de la nueva situación y de todas las cosas que conocíamos inconscientemente, nos produce un gran desconcierto y un gran susto.

        Robert Monroe, un ingeniero americano, religiosamente bastante agnóstico, en las descripciones de sus experiencias de viajes astrales por el Mundo Espiritual, cree que es una etapa dolorosa y previa a la fase formativa, lo que confirma “El Libro Tibetano de los Muertos”, libro tibetano del siglo VIII, donde se afirma que ese periodo de transición, el llamado “Bardo Todol” duraría 49 días, siete semanas. (Quizás sea este el origen histórico de las misas gregorianas).
     
         Por ello, todos los testimonios de experiencias tras la muerte, indican que durante ese periodo, parece que contamos con mucho apoyo y consuelo de familiares fallecidos antes, de patronos y de guías, para eliminar nuestro temor.

         En un primer momento se nos informaría de la realidad de nuestra situación en el Cosmos, y de la conveniencia de realizar un proceso de sanación psicológica y aprendizaje cognitivo adecuado. Se nos convencerá de dicha conveniencia, pues en todo momento se deberá respetar la libertad individual de cada persona.

          Señalaba Aldous Huxley: “Con Boehme y William Law, podríamos decir que para las almas no regeneradas, la divina Luz en todo su esplendor, solo puede ser sentida como un fuego quemante, de purgatorio”.
        “Se halla una doctrina casi idéntica en “El Bardo Todol”, donde se describe el alma del difunto como huyendo angustiada de la Clara Luz del Vacío y hasta de luces menores y mitigadas, para lanzarse de cabeza a la confortadora obscuridad del sí mismo, como ser humano renacido, o hasta como animal, infeliz espectro o habitante del infierno. Cualquier cosa antes que el brillo abrasador de la Realidad sin mitigaciones”.

        Durante la vida biológica, la mente consciente, mantiene una férrea lucha con la parte inconsciente, entre la que esta incluído el “espíritu”, que se comunica a través de ella. Y mediante el mecanismo psicológico de la represión, establece una barrera muy difícil de traspasar entre ambas partes de la mente.   

         De repente, tras la muerte, la barrera desaparece y la mente reflexiva consciente, el yo egoico, tiene que lidiar con todo el contenido del mundo subconsciente, incluídos los conocimientos exclusivos del mundo espiritual, obtenidos por el espíritu. La mente espiritual que sobrevive, no es la mente consciente que conocíamos sino la mente completa, el Sí-mismo junguiano.

        Y de repente se nos hacen conscientes muchos componentes que nuestro inconsciente y nuestro “espíritu” sabían, y de las que antes no éramos conscientes.

         Por una parte afloran todos los traumas, miedos y tendencias asociales o simplemente excesivamente egoístas que hemos reprimido en la “sombra” junguiana.
     
        Y muchos de esos componentes subconscientes, expresados en lenguaje simbólico, se nos proyectan y aparecen como seres atormentadores, etc. exactamente igual que en las pesadillas oníricas, o sueños negativos y aterradores.

       Se aconseja ser conscientes de lo que son en realidad, y mantener la serenidad: son pesadillas y no nos pueden hacer ningún daño.

        Por otra parte, en el caso de haber estimulado la vida espiritual-intelectual, durante la vida biológica, además de los conocimientos almacenados en la memoria, pasarán a la conciencia los conocimientos adquiridos del Mundo espiritual.
     
       Y por otra parte, en esta nueva etapa, se encuentra uno ante todos los desequilibrios emocionales y psicológicos, todos los demonios internos que nos poseen, y que en esta fase debemos dominar. Y por ello deberemos pasar por una etapa inicial de saneamiento terapéutico para eliminarlos.
     
         El citado anteriormente psiquiatra Joseba Achotegui, intuye: “¿Serían hoy los círculos del purgatorio y del infierno de la Divina Comedia de Dante, pasillos de dispensarios psiquiátricos?”.
     
       Muy posiblemente los espíritus de persona con experiencia terapéutica, fallecidos y de personas con alto poder empático y telepático, serán encargados específicamente de esta labor saneadora.

         Robert Monroe es muy explícito en este sentido. Explica que sus primeras visitas “sacaron a flote todas las pautas emocionales reprimidas que yo había considerado remotamente tener y otras muchas que no sabía que existieran. Llegaron a dominar tanto mis actos que quedé anonadado tanto por su enormidad, como por mi incapacidad para controlarla. El tema dominante era el miedo a lo desconocido, a los seres extraños (no físicos), a la “muerte”, a Dios, a saltarse las normas, a descubrir cosas nuevas, al dolor.”
        “Tuve que someter uno por uno, dolorosa y trabajosamente, las pautas emocionales que estallaron incontrolables. No fue posible ningún pensamiento racional hasta haberlo logrado”.

       Da la sensación de que es la etapa que la teología clásica señala como el “Purgatorio”, donde se realiza una corrección dolorosa, que nos hará entrar en el “Cielo”, ya como almas perfectas y beatíficas.

        Por eso Monroe asegura que en esta primera parte de nuestra nueva vida, el espíritu se encuentra en una zona algo conflictiva, pues lo habitan los seres a los que les cuesta mayor tiempo realizar esa evolución.

       Se puede suponer que el saneamiento psicológico inicial de los espíritus recién incorporados, se realizará a través de una mutua conexión telepática, con espíritus ya más adelantados en su desarrollo personal.
      
       Los recientes descubrimientos de las técnicas terapeuticas del ho’oponopono, nos indican, como mediante la telepatía activa, mandando a distancia mensajes de amor, comprensión y solidaridad, se puede recondicionar la estructura psicológica patologizada, llevándola hacia niveles de normalidad.
     

         Es de suponer que uno de los trabajos de los espíritus más evolucionados, sea el de la actuación telepática con aquellos menos avanzados.

  • Isidoro García

          El tema de la Vida futura, con su llamado “Cielo”, es un tema que a mí me apasiona, pues además de otras cosas, le deja circular a sus anchas a mi imaginación. Y yo os doy aquí parte de mis ideas personales, por si a alguno le puede ir bien alguna.

        He recopilado mucha información, de aquí y de allá sobre el tema. De tal manera, que yo no se con seguridad si iré al Cielo o no después de que me muera, pero puedo decir que ya he estado allí, (y que conste que no he tenido ningún rapto místico, ni me han montado los extraterrestres en un platillo -todavía).
       
          En esto, como en todas las cosas desconocidas, es absolutamente necesario para entendernos, el crearnos y utilizar imágenes concretas de “la cosa”, porque si no, nuestra mente no se aclara, y acabamos tirando la toalla o liándonos en vaguedades, (¡hay cada rollo ilegible sobre el tema!”. Si ya es difícil a veces creer en algo que vemos, mucho mas difícil es creer en algo que ni vemos, ni “vemos”: ni vemos físicamente, ni “vemos” con los ojos de la imaginación.

         Los furiosos “iconoclastas” antimitos, a estas imágenes les llaman “ídolos”, que nos creamos. Y llevan razón. Pero sin esos “ídolos”, nos quedamos sin nada, lo cual es peor. Son como el aire a la paloma, que le produce resistencia, pero es lo que sostiene su vuelo. O como las muletas para el cojo.

       Hay muchas imágenes del cielo. El benedictino maestro zen, Willigis Jäger” dice algo así como que lo que denominamos “Reino de Dios” es como un abanico que se despliega. Cada uno es integrante de una varilla, y el Jefe – “Cristo”, es el clavo que las sujeta.

        La relación entre el “Reino de Dios” y el “cielo”, es importante. El “Reino de Dios”, (la Jerusalén terrestre), es algo biológico, de aquí, y se va formando paulatinamente, hasta que nuestros felices tataranietos, consigan instaurar una especie metamorfoseada en verdaderamente “humana”, y organicen una sociedad perfecta.

       Y según casi todas las espiritualidades, entre ellas la cristiana, todos lo humanos que los hemos precedido en ese camino, y hemos puesto el pequeñito granito de arena que hemos podido, en el proceso, también participaremos de ese “triunfo” de la Humanidad, en forma “espiritual”, con una realidad real pero “misteriosa”, (la llamada Jerusalen celeste).
     
       En esa realidad “misteriosa”, como no tendremos cuerpo biológico, solo seremos mentes, inteligencias sintientes, y por eso haremos lo que hacen las inteligencias, aprender, pensar, crear, disfrutar cada vez sabiendo más cosas, y trabajando en todos los procesos de arriba y de abajo. Seremos como una especie de Gran Consejo de Sabios, un Gran Todo organizado y coordinado por un gran software de integración, formado por doscientos mil millones de pequeñas mentes, que en conjunto, seremos la repera.

       Para ello, lo primero que tendremos que hacer es aprender muchas cosas. Decía Borges: “Siempre me imaginé que el paraíso sería algún tipo de biblioteca”.
     
       Parece muy razonable suponer que no existen el purgatorio o el infierno, con terribles castigos eternos, lo que sería propio de un Dios sádico e inmisericorde. El “purgatorio”, sería ese primer periodo de “la otra vida” en que tenemos que aprender trabajosamente, (nada es gratis), lo que nos ha faltado por aprender de la Realidad.

        Lo de la inexistencia del infierno, (aunque sé que algún lector hablará de la “banalización” de la misericordia divina), además de presuponer su amor y misericordia, por una razón de simple justicia. Los humanos realizamos actos negativos, (lo que se suele ontologizar como “el Mal”), o por simple ignorancia, o por diversos trastornos de personalidad congénitos o adquiridos, que nos ocasionan una cierta alienación cultural y graves errores cognitivos, que en casos extremos pueden ser calificados de locura.
     
       Por ello se pregunta el psiquiatra Joseba Achotegui: “¿Estaría hoy Dante en el paro al no poder escribir la Divina Comedia por haberse convertido  los vicios y  pecados capitales en trastornos mentales?”.  En todos los casos, somos víctimas además de verdugos, y más dignos de lástima, curación y enseñanza, que propiamente de castigo.

        Existen religiones que aunque no admiten los castigos eternos, auguran al “pecador”, la desaparición, o sea la privación de una segunda etapa espiritual en la que poder perfeccionar los defectos caracteriales y cognitivos sufridos en la vida biológica.

         Esta hipótesis conllevaría una cierta injusticia con esos humanos, pues uno no es responsable de las circunstancias personales iniciales con las que iniciamos nuestra vida biológica, y que tanto influyen en nuestro comportamiento y en nuestros deseos o no de perfeccionamiento moral.

       Además el respeto a la libertad personal de cada humano, impide una actuación sanadora directa del Mundo Espiritual sobre nuestras deficiencias personales, durante la vida biológica. Y por ello nuestra responsabilidad personal, se encuentra muy debilitada y con ello nuestra responsabilidad personal.
     
       Richar Bucke, el amigo de Walt Whitman,  en la visión de la “consciencia cósmica” que tuvo, confirma esta hipótesis, asegurando su convicción de que no necesitaríamos una “salvación especial”: todos estamos ya salvados.
     
       Esto no contradice la idea de “Redención” cristiana, sino que la amplia y perfecciona. La Redención de Cristo, sería la concesión de esa segunda oportunidad definitiva que todos tenemos asegurada, gracias a la intercesión del “Jefe”, ante la generosidad de los constructores y administradores, (lo que solemos llamar como “el Padre”) del “Mundo Espiritual”.  (Amenazo con seguir)
     

  • ELOY

     
    Cuando yo era niño se convivía – pienso –  con la muerte con más naturalidad que ahora. No había  “tanatorios” y el velatorio de los difuntos se hacía en casa, a la vista de toda la familia.
     
    A la casa del difunto se acercaban los parientes y vecinos que comentaban las circunstancias de su vida y muerte y se planteaban  los interrogantes  sobre las postrimerías.  
     
    Creyentes y no creyentes compartían sus reflexiones  sobre el sentido o lo absurdo de la vida, sobre el dolor y los trabajos padecidos, las alegrías y penas  pasadas y quedaban – quedábamos también los niños – perplejos sobre “el misterio” de la muerte, buscando – y muchas veces creyendo en –  la esperanza de lo trascendente.  
     
    Se hacía café para mantenerse en pie durante el velatorio y atender a los visitantes hasta altas horas de la noche, si procedía. En las largas horas de velatorio surgían muchas veces situaciones  que incitaban unas veces al llanto y otras a la risa contenida por la circunstancia.
     
    La civilización que vivimos, especialmente en las ciudades, pienso propicia la separación radical, en lo cotidiano, de la vida y la muerte. Y quizá dificulta la reflexión serena, el intercambio de opiniones y el cuestionamiento del “sentido” de la muerte y su “significado” para el planteamiento cotidiano de la vida.
     
    Yo soy de los que creo en lo trascendente sin que alcance a comprender bien el sentido de esa trascendencia y, en todo caso, el pensamiento de la muerte, me hace relativizar muchas veces los contratiempos de la vida.
     

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