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Políticos éticos cercanos a la gente

Carlos BarberáEl calor de que disfrutamos y el relativo ambiente de vacaciones que nos rodea son poco propicios para profundas reflexiones metafísicas. Pueden en cambio propiciar algún comentario más leve al hilo de la actualidad, como el que ahora quiero inaugurar.

Una amiga me cuenta que va a participar, en un círculo de Podemos, en un debate sobre el tema “Políticos éticos cercanos a la gente”. La formación escolástica que recibí hace muchos años me enseñó al menos la importancia de los términos y la necesidad de su precisión. Acaso por eso el enunciado del tema está lejos de sonarme bien. No digo que en una tertulia de amigos alguien no pueda afirmar: “necesitamos políticos éticos y cercanos a la gente” sin provocar ninguna controversia. Pero cosa distinta es ponerlo como enunciado para un debate serio.

¿En qué se piensa cuando se habla de un político ético? De entrada habría que matizar: ¿con qué clase de ética? ¿La cristiana, la burguesa capitalista, la neoliberal? Pero sin adentrarse en tales precisiones, un político ético ¿es únicamente el que hace su trabajo, cobra su sueldo y no se corrompe? La mayor parte de los políticos son así. Parece por tanto que se está exigiendo algo más, sin que se sepa muy bien qué. (Espero que no se trate de que cobre sólo 2.200 euros, una medida adoptada por algunos grupos, que me parece populista y a la larga contraproducente)

Puede que la cuestión no se refiera sólo al dinero. Por ejemplo, un político ético es el que no miente. Pero resulta que los políticos, al menos en el sistema español, están sometidos a la disciplina de su partido y dicen lo que en él toca decir. ¿Eso les califica como no éticos? Por ejemplo, hay muchos políticos actuales que afirman ser de centro porque es lo que dice su partido. Dirían sin duda otra cosa si fueran personas libres y manifestaran su real sentimiento político. ¿Son por eso poco éticos?

Podría seguir recorriendo otras virtudes: que no maltrate a su pareja, que no tenga una amante, que no consuma drogas… En definitiva, que no logro perfilar esa especie -al parecer no muy común- de los políticos éticos.

Segunda parte: cercanos a la gente. Esa exigencia puede interpretarse en su significado más material. Son políticos que se acercan a los ciudadanos, que estrechan manos, que se dejan fotografiar en selfies… Se me aparece aquí la figura de en nuestros reyes, pero no creo que se esté pensando en actitudes semejantes.

Si lo que hay es una referencia al estilo y al contenido de la política, se me ocurre preguntar: Konrad Adenauer, Robert Schuman, Jean Monnet fueron, a mi modo de ver, cercanos a la gente porque propiciaron un futuro europeo sin guerras, de diálogo y cooperación. ¿O no es así? Y desde luego no tengo ni idea ni me importa si eran personas populares, cercanas a la gente o más bien retraídas o adustas.

Porque en definitiva ¿qué es eso de la gente? Los políticos de Pamplona deben ser muy cercanos a la gente porque congregan casi dos millones en los Sanfermines, todos ellos aparentemente felices. Y los que logran para su ciudad el campeonato mundial de fútbol, ésos sí que son cercanos a la gente. O, en otro sentido, los de ETA siempre creyeron ser los verdaderos intérpretes del pueblo vasco, de la gente. No hay cosa tan indefinida como la gente, el pueblo, la ciudadanía…

Todo esto me lleva a afirmar que, si me plantearan el tema del inicio en un debate en el que participase, haría una enmienda a la totalidad e intentaría una formulación distinta.

Especialmente en la teología cristiana hay desde hace tiempo una profunda reflexión sobre el sufrimiento y sobre las víctimas. Sobre el primero como desafío fundamental a la vida, como pregunta radical por su sentido. Sobre las víctimas porque, frente a una tendencia general a la amnesia histórica, se quiere reivindicar su memoria y su autoridad. La “autoridad de las víctimas” se ha convertido en la clave de bóveda de algunos pensadores.

Dispuesto a cambiar el enunciado de la ponencia del comienzo, yo la formularía de la siguiente manera: políticos sensibles al sufrimiento y a las víctimas. La política es el lugar de los planes generales, de los acuerdos y también de las concesiones. Como se ha dicho, es el arte de lo posible, dentro del fuego cruzado de los poderes, de los intereses, de las influencias. Es un mundo en el que el sufrimiento de las personas fácilmente se diluye: se le puede ver como un mal inevitable, como el subproducto de medidas necesarias, o quedar enmascarado en cifras estadísticas.

Cómo un político puede mantener esa referencia a sufrimiento, cómo puede mantenerla viva en el mundo en el que se mueve, qué cualidades personales y qué cautelas son necesarias, todo eso supera los límites de este artículo que aquí concluye.

Pero lo quiero terminar lamentando que muchos de los que debaten no hayan tenido ocasión de aprender a afinar en el uso de los términos. No sé si me atrevo a lamentar que no hayan ejercitado la escolástica.

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