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La política del Buen Samaritano

Román

“Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de salteadores que, después de despojarle y darle una paliza, se fueron dejándolo medio muerto. Casualmente bajaba por aquel camino un sacerdote, y al verlo, dio un rodeo. De igual modo, un levita que pasaba por aquel sitio lo vio y dio un rodeo. Pero un samaritano que iba de camino llegó junto a él, y al verle tuvo compasión. Acercándose, vendó sus heridas, echando en ellas aceite y vino; y le montó luego sobre su propia cabalgadura, le llevó a una posada y cuidó de él. Al día siguiente sacó dos denarios y se los dio al posadero, diciendo: “Cuida de él y, si gastas algo más, te lo pagaré cuando vuelva.” (Lucas 10,30-35)”

Hay quienes miran con desconfianza el amplio despliegue de estudio y consideración sobre la Exhortación Evangelii Gaudium (La Alegría del Evangelio) porque están deseando comprobar que no se trata de un catálogo de buenas intenciones y de que la oficialidad vaticana se implique en una revolución desde arriba y contagiosa para todas las conferencias episcopales por un compromiso serio con el mundo de la marginación y la pobreza. Es el ideal de una Iglesia pobre compartiendo su destino con los pobres y desheredados del sistema, que hoy por desgracia es sólo uno y global.

Igualmente, tal desconfianza se extiende a sus aspectos doctrinales, al propio contenido social, porque insisten, no faltos de razón, que la Iglesia de Roma, ya desde el siglo XIX ha ido elaborando una doctrina social en paralelo con su férreo acomodo al sistema establecido, sin que se hubiese visto en la necesidad de revisar sus fundamentos doctrinales, supuestamente emanados del Evangelio de Jesús. Las aperturas “encarnacionistas” emanadas del Vaticano II, la teología política, las teologías llamadas de la liberación, han sido vistas con desconfianza y desautorizadas cuando se temía que amenazaban a los dogmas y sus formulaciones establecidas.

Paralelamente, y muy especialmente en el período de restauración iniciado poco después del Concilio se favorecían grupos y se fomentaban iniciativas encaminadas a hacer un uso “apologético” de la acumulación de bienes y disponibilidades financieras para garantizar una presencia más activa, al servicio del Evangelio, en la sociedad moderna, tener ganada la influencia donde con anterioridad se mantenía el poder y autoridad moral. La secularización de la sociedad “exigía” una teología de las riquezas.

Venía muy bien para esta suerte de “nueva evangelización” conseguir lo que los Estados ya no estaban dispuestos a conceder: Una Educación generalizada desde la infancia hasta los estudios superiores creando escuelas, institutos y abriendo facultades y universidades propias. Las obras de atención social sufragadas por los Erarios Públicos, Instituciones Benéficas o un amplio voluntariado, a la par que daban prestigio a la Institución, sostenían el modelo.

¿Pero, es lícito convertirse en Beneficencia Pública para aliviar las tensiones recogiendo a los descartados del sistema como lo que en justicia demanda el Evangelio? ¿Son poder e influencia los elementos necesarios para trasmitir el Evangelio? ¿Es el Evangelio una doctrina que debe ser trasmitida mediante la instrucción reglada en los períodos de formación, o una propuesta que exige la aceptación libre de las personas?

Estamos conscientes de que las respuestas a tales preguntas presuponen un previo posicionamiento teológico, que es la forma católica de discurrir estos asuntos.

Pero yo propongo, aunque tal cosa limite el número de quienes estén por la labor, que hagamos nuevas lecturas del Evangelio a partir de Lucas 10. Leer la parábola en función de un pensamiento teológico, que siempre sería como una elaboración previa de la doctrina, conlleva mantenerse en la ignorancia de lo que Jesús nos revela de su Padre, el Dios de toda misericordia.

El legista, o intérprete de la Ley, era una autoridad con ascendencia sobre el pueblo y quien se dignaba a tratar a Jesús públicamente como a otro maestro guardando las formas en presencia de la gente y que no soportó verse cuestionado en su saber. El sacerdote y el levita de la parábola estaban muy obligados por la Ley en su observancia, pero fue el odiado samaritano quien revestido de compasión socorrió al herido y cuidó de él hasta su recuperación gastando tiempo y dinero. “¿Quién de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los salteadores?” Y Jesús le repite: “Has tú lo mismo”.

La religión de Israel que se enseñaba en tiempos de Jesús vivía obsesionada con esta pregunta: ¿Cómo alcanzar la vida eterna? (Lucas 10,25; Marcos 10,17) El legista le propuso un problema de la religión, un asunto de interpretación, de teología y de filosofía enmarcado en el legalismo o la literalidad de la Ley.

Pero la Ley de Moisés tenía marcados dos requisitos. En el Levítico (19,17-18) No odies en tu corazón a tu hermano…No te vengarás ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo. Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo, Yahvé. Y en Deuteronomio 6,5 “Amarás a Yahvé tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas”.

Jesús estableció ese mismo principio de que para tener una correcta relación con Dios debemos mantener una correcta relación con el prójimo. Nuestra relación con el prójimo nos dice cuál es nuestra relación con Dios. Es tan claro que si de verdad amamos a Dios y tenemos una correcta relación con Él, entonces, amamos al prójimo sin reservas. Los tres sinópticos recogen este pasaje que aquí citamos en Marcos:

“Jesús contestó: “Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No existe otro mandamiento mayor que éstos.” (Marcos 12,29-31)

Pero los judíos tenían un problema que arrastraban desde los tiempos cuando la felicidad del justo se cifraba y se vivía en un régimen de retribución temporal y la exigencia de justicia clamaba por la venganza divina. Job había dado un nuevo aliento haciendo trascender la justicia de Dios. Jesús mostró las exigencias del Evangelio del Reino: “Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pues, yo os digo: Amad a vuestro enemigo y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos y llover sobre justos e injustos…”(Mateo 5,43-45)

La pregunta del legista era muy comprometida. Jesús se hacía rodear de “pecadores”, y tenía a un publicano entre sus filas, se contaminaba con enfermos y leprosos, atendía a prostitutas, todas aquellas personas que legalmente no entraban en la categoría de prójimo tras una lectura rigurosa de la Ley (Salmo 139, 21,23)

Pero Jesús había enseñado que nadie por su propio esfuerzo es capaz de guardar la pureza de la Ley. No están capacitados, ni pueden (Romanos 8,7) Jesús luego se ofrecería como garante de la Ley en nosotros en vísperas de su muerte: “El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada.” (Juan 15,5) Es Dios mediante su gracia quien nos hace fieles y obedientes. La gracia de Dios se da por lo que no merecemos; la misericordia de Dios se manifiesta por lo que en justicia merecemos. Cuando mostramos compasión reflejamos el carácter de Dios, confirmando que somos hijos e hijas del Altísimo.

¿Cuándo somos verdaderamente Pueblo de Dios? Jesús nos lo dice claramente en Mateo 25, 31-36. No se nos juzgará por el grado de fe, porque hayamos hecho esto y aquello a favor del Evangelio o acumulado riquezas con estos fines, ni siquiera porque hayamos vivido fieles a una doctrina aprendida.

En la economía del Evangelio, la que debe regir en la Iglesia, existe este principio:

Si alguno dice: Yo amo a Dios” y odia a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve. (1ª de Juan 4,20)

2 comentarios

  • Pascual

    Lo trae esta mañana Religión digital:
    ¿Puede un hombre influir tanto en la Iglesia que modifique la vida en nuestro mundo global?

    (RD/Herder).- La revista Forbes señaló al papa Francisco entre los cuatro hombres más poderosos del mundo en el año 2014. Desde la renuncia de Benedicto XVI el nuevo pontífice se ha embarcado en una profunda remodelación interna de la Iglesia. A la vez ha iniciado una nueva política comunicativa de la Iglesia, aplicado cierta desacralización sobre su figura y ha hecho una llamada a volver los valores genuinamente evangélicos, poniendo el acento en la opción preferencial por los pobres y excluidos.

  • Pascual

    Tengo para mi que la Evangelii Gaudium es una consigna, es un plan de trabajo en el que se trata con agudeza, gracia y originalidad unas estrategia y unas tácticas dirigidas eminentemente al mundo de la clerecía. Al menos esa impresión he sacado en las lecturas que he hecho, para ver dónde me encontraba. Veo, al menos en la diócesis de Sevilla, que algún párroco está trabajando en ese sentido; y es más: se da el caso curioso que en la Parroquia de San Pablo, en la misa de doce y media del domingo, el oficiante, el párroco, repite las ideas principales que minutos antes ha pronunciado el Papa durante el rezo del Ángelus, desde la ventana a los reunidos en la plaza de San Pedro. Tengo también entendido que la oficina de prensa del arzobispado está trabajando el sunto, lo cual demuestra que algo se mueve. A quien escribe esto le satisface que la clerecía apoye y concrete las consignas que riteradamente emana Francisco, y que realmente se concretan en que esto tiene qua cambier y no en sentido lampedusiano. aunque teniendo muy presente que Francisco es un cura tradicional que prefiere las periferias a cualquier ámbito reducido. Pero la verdad es que hay mucha tela que cortar.

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