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El Dios Universal- Los anclajes de la Edad Moderna (1.453- 1.789)

Román

El presente paradigma histórico vuelve a tener por protagonista al pensamiento occidental que actúa sobre categorías universales, elevándose sobre su herencia greco-romana, haciendo del ser humano una abstracción y sin haber logrado desprenderse de su dualismo envolvente. Este dualismo no tiene la pretensión de ser eliminado porque ello es inherente a una manera de explicar la realidad total sin que se tenga que abordar las paradojas o las contradicciones de los fenómenos particulares.

Sin embargo, nuestro pensamiento cristiano está en la necesidad de buscar otra forma de universalismo, porque si hunde sus raíces en lo que llamamos el “depósito de la fe”, sólo debería ser coincidente con el pensamiento occidental como fenómeno cultural o trasfondo ideológico del colectivo de cristianos y cristianas adscritos a esas bases civilizatorias.

Hagamos mención de que el así llamado depósito de la fe es una herencia de todo el Pueblo de Dios Estamos ante un término escritural propio de las cartas pastorales que hace referencia a la enseñanza y las tradiciones con el ruego de que deben ser fielmente trasmitidas. No es privilegio exclusivo de una clase guardiana, ni de una Institución concreta, sino patrimonio común cristiano.

Propongamos, entonces, un conjunto de ideas que nos sirvan para la construcción de un consenso universal.

¿En qué sentido podemos hablar de la universalidad del cristianismo, una vez que dejamos de identificarlo con una cultura en particular? ¿Tiene que ser necesariamente una religión étnica, como lo es el judaísmo, o adscrita a una sociedad conformando sus valores culturales, como en tiempos medievales?

La salvación tiene alcance universal. La historia de la salvación se fundamenta en la revelación de Dios mediante sus intervenciones en la propia historia. Así que tenemos que hablar de una intervención de Dios y de la revelación de Su Persona.

El judaísmo apartó muy pronto de su seno a las personas cristianas por el rechazo al mesías Jesús y para cifrar la salvación sólo para el pueblo elegido, constituido en una etnia o nación. Cuando admite una salvación universal sólo puede ser de forma subordinada con el mantenimiento del protagonismo nacionalista.

Gracias al esfuerzo fariseo, el judaísmo sobrevivió a la destrucción del Templo el año 70 y de Jerusalén en el 135 entrando en el Paradigma Rabínico-sinagogal de la Edad Media (Hans Küng – El Judaísmo)

La ideología judeo-cristiana irrumpió en la cultura pagana prolongando su presencia de varios siglos en lo que fue básicamente el Imperio Romano extendida por toda la ecúmene clásica. Encontró un gran futuro en el mundo helenizado. Tal línea de pensamiento posiciona al ser humano como obra cumbre de un único Creador, el cual somete el Cosmos o mundo visible bajo la responsabilidad humana para su conquista y dominio.

Secularismo y religión han ido de la mano durante siglos añadiendo el cristianismo a esta vocación universal del género humano una llamada personal para participar de la naturaleza divina mediante la obra redentora de Su Hijo, el Mesías prometido al pueblo judío.

La Edad Moderna en Europa Occidental emprende el camino de una sociedad y pensamiento secularizados emancipándose de las Iglesias y de la teología. Se adquiere una nueva fe en la razón humana que convierte a ésta en árbitro supremo de la verdad y estableciéndose un Derecho Natural que fundamenta la dignidad humana en la naturaleza común de todos los seres humanos.

Sin embargo los llamados derechos humanos pueden ser traducidos a un lenguaje común de una presencia cristiana en un mundo secularizado como dignidad de la persona, fundamentándose desde el campo cristiano por el rango o posición que ocupa la persona en el acto creador de Dios.

La moral cristiana se adecúa a la ética social como resultante del mandato divino o Ley, por la sumisión de la conciencia a Su Persona con la presencia de la fe, pero que sólo obliga por cuanto se establece este vínculo de forma personal y libre. Ante la moral las personas creyentes y no creyentes hacen actos de conciencia. Es la instancia o norma a seguir.

“Lo cristiano” no puede quedar reducido a un humanismo concreto que base su doctrina en el ser humano como fundamento. Mientras se apoye en un Dios Creador, y en Su Revelación, desde la fe sólo Dios tiene razón y alcance universal, como instancia superior.

Ser persona cristiana es poder abrazar cualesquieras de los humanismos, ya sea de forma doctrinal o como reflexión de vida, pero siempre bajo el hecho de la trascendencia. Los humanismos son laicos o no confesionales porque por principio han de ser neutrales a la religión. Ser persona cristiana y humanista, pueden ser dos categorías distintas, pero no excluyentes, como tampoco pueden ser identificadas entre sí, para mantener las autonomías propias de la fe y de la cultura.

Esto puede parecer que entraña un problema ético, pero la moral cristiana se fundamenta en la posición que ocupa el ser humano en la Creación como sujeto dependiente, pues no podemos entender nuestro yo sin el Tú divino, tiene como última instancia los hechos de conciencia. Un Dios actuante a través de la conciencia.

Podremos afirmar, entonces, que la dignidad de la persona tiene valor universal en cuanto puede regirse en todo momento, en toda época, en cada situación de vida, por la conciencia, con independencia de si practica o no un credo religioso.

Y también que la moral cristiana es para la persona cristiana un hecho experiencial que no puede ser transferido ni impuesto a las no cristianas por cuanto el ser cristiano es vivir en una situación de “nueva creación”, reflejando el carácter y la naturaleza de Dios en Cristo. En la persona cristiana la presencia del Espíritu de Cristo ilumina la conciencia acondicionándola como última instancia y fortaleciendo su conducta en el ejercicio del bien deseado

La fundamentación racionalista de los derechos humanos acaba siendo de naturaleza metafísica, por aquello de las categorías universales mencionadas al principio. Desde la fe se percibe que las personas tenemos cierta dificultad en asumir el sentido de dignidad personal y de adecuar los actos a la misma por cuanto el desorden o situación de injusticia reina en todo el género humano desde su origen. El cometido de toda persona desde el ámbito de su cultura, y por medio de sus aspiraciones espirituales, en eso que hemos dado en llamar el sentimiento religioso, es el buscar un equilibrio entre la injusticia que sufre o percibe a su alrededor y el bien personal o social que desea.

Sin embargo la fundamentación metafísica de los derechos humanos propia de la Edad Moderna, apelando a la universalidad, estaba apelando a lo absoluto, en una abstracción negadora de todo lo demás como no existente constituyéndose en doctrina religiosa, en una teodicea o teosofía. Se explica, entonces, que se haya creado la legitimación de la fuerza y siendo creadora de sistemas políticos que en esa abstracción de los derechos humanos pisotease la dignidad de millones de personas e hiciera todo tipo de exclusiones sociales, condenando a la enfermedad, el hambre y la muerte y el asesinato a pueblos enteros.

Las teorías y categorías universales chocan contra el hecho de fe de que la verdad siendo universal solamente pertenece a Dios y el ser humano ha sido puesto en el camino hacia ella, por origen a través del curso de la conciencia. La racionalización, como fenómeno cultural solo fue una etapa histórica. Y finalmente está el hecho salvador y la persona de Jesús.

Felizmente el sentido de la dignidad humana se perfila y se abre camino como fruto del acontecer histórico y en la comprensión de hasta qué punto nos hace libre la recepción y acogida del mensaje evangélico en el contexto social y nuestros entornos de vida.

Dios dialoga con la humanidad mediante su Hijo, quien no sólo nos revela quien es el Padre, sino cómo deben ser y comportarse sus hijos e hijas. El Evangelio es una propuesta y exige un acto libre del corazón, que nos abre la conciencia hacia una nueva dimensión.

¿Dónde tendría cabida una religión que nos condene de antemano? No, en este siglo.

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