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Navidad: fiesta de la humanidad de Dios y de la comensalidad

BoffLa  Navidad está llena de significados. Uno de ellos ha sido secuestrado por la cultura del consumo que, en vez del Niño Jesús, prefiere la figura del viejito bonachón, Papá Noel, porque es más llamativo para los negocios. El Niño Jesús, por el contrario, habla del niño interior que llevamos siempre dentro de nosotros, que siente necesidad de ser cuidado y  que, una vez que ha crecido, tiene el impulso de cuidar. Es ese pedazo de paraíso que no se ha perdido totalmente, hecho de inocencia, de espontaneidad, de encanto, de juego y de convivencia con los otros sin ninguna discriminación.


Para los cristianos es la celebración de la “proximidad y de la humanidad” de nuestro Dios, como se dice en la epístola a Tito (3,4). Dios se dejó apasionar tanto por el ser humano que quiso ser uno de ellos.  Como dice bellamente Fernando Pessoa en su poema sobre la Navidad: «Él es el eterno Niño, el Dios que faltaba; el divino que sonríe y que juega; el niño tan humano que es divino».

Ahora tenemos un Dios niño y no un Dios juez severo de nuestros actos y de la historia humana. Qué  alegría interior sentimos cuando pensamos que seremos juzgados por un Dios niño. Más que condenarnos, quiere convivir y entretenerse con nosotros eternamente.

Su nacimiento provocó una conmoción cósmica. Un texto de la liturgia cristiana  dice de forma simbólica: «Entonces las hojas que parloteaban, callaron como muertas;  el viento que susurraba, quedó parado en el aire; el gallo que cantaba se calló en medio de su canto; las aguas del riachuelo que corrían, se estancaron; las ovejas que pastaban, quedaron inmóviles;  entonces, el pastor que erguía su cayado quedó como petrificado; entonces, en ese preciso momento, todo se paró,  todo se silenció, todo se suspendió:  nacía Jesús, el Salvador de las gentes y del universo».

La Navidad es una fiesta de luz, de fraternidad universal, fiesta de la familia reunida alrededor de una mesa. Más que comer, se comulga con la vida de unos y otros, con la generosidad de los frutos de nuestra Madre Tierra y del arte culinario  del trabajo humano.

Por un momento   olvidamos los quehaceres cotidianos, el peso de nuestra existencia trabajosa, las tensiones entre familiares y amigos y nos hermanamos en alegre comensalidad. Comensalidad significa comer juntos alrededor de la misma mesa  (mensa) como se hacía antes: toda la familia se sentaba a la mesa, conversaban, comían y bebían,  padres, hijos e hijas.

La comensalidad es tan central que está ligada a la aparición del ser humano en cuanto humano. Hace siete millones de años comenzó  la separación lenta y progresiva  entre los simios superiores y los humanos, a partir de un  antepasado común. La singularidad del ser humano,  a diferencia de los animales, es la de reunir los alimentos, distribuirlos entre todos comenzando por los más pequeños y los mayores, y después los demás.

La comensalidad supone  la cooperación y la solidaridad de unos con otros.  Fue ella la que propició el salto de la animalidad a la humanidad. Lo que  fue verdad ayer, sigue siendo verdad hoy. Por eso nos duele tanto saber que millones y millones de personas no tienen nada para repartir y pasan hambre.

El 11 de septiembre de 2001 sucedió la conocida atrocidad de los aviones que se lanzaron sobre las Torres Gemelas. En ese acto murieron cerca de tres mil personas.

Exactamente en ese mismo día morían 16.400 niños y niñas con menos de cinco años de vida; morían de hambre y de desnutrición. Al día siguiente y durante todo el año doce millones de niños fueron víctimas del hambre.  Y nadie quedó horrorizado ni se horroriza delante de esta catástrofe humana.

En esta Navidad de alegría y de fraternidad no podemos olvidar a esos que Jesús llamó  “mis hermanos y hermanas menores” (Mt 25, 40) que no pueden recibir regalos ni comer alguna cosa.

Pero no obstante este abatimiento, celebremos y cantemos, cantemos y  alegrémonos porque nunca más estaremos solos. El Niño se llama Jesús, el Emanuel que quiere decir: “Dios con nosotros”. Viene bien a la ocasión este pequeño verso que nos hace pensar sobre nuestra comprensión de Dios, revelada en Navidad:

Todo niño quiere ser hombre.
Todo hombre quiere ser rey.
Todo rey quiere ser ‘dios’.
Solo Dios quiso ser niño.

Feliz Fiesta de Navidad del año de gracia de 2014.

Leonardo Boff

2 comentarios

  • h.cadarso

    Solo se me ocurre revertir el título de  Leonardo y decir que la Navidad y el cristianismo es la fiest de la “divinización” del hombre. ¿Puedo?

  • Pascual

    Gracias a Leonardo por su artículo de Navidad. Y añado. ¿Qué celebramos hoy día 24/25? Tal vez lo menciona con toda la intención: “la aparición del ser humano en cuanto humano” Dios se hizo hombre y nos hizo hombres y nos humanizó. ¿Qué es lo que sucede hoy, en estos días? Que todos nos volvemos un poco más gentiles, más generosos, más entrañables: Pero esto qué es sino un renacer con motivo de un Nacimiento, de nuestro nacimiento, el nacimiento de nuestra humanidad. No celebramos un hecho externo, histórico, capital, no, celebramos nuestro natalicio en el Natalicio de Jesús. No tendría sentido tantísima bondad si no nos sintiéramos hoy renacidos. Es una festividad religiosa pero también socialmente humana, muy humana; es como si hoy nos convirtiéramos todos en los niños que fuimos y en los que querríamos seguir siendo. Por eso jugamos con el portalito, con el árbol, con papá Noel, expresiones jubilosas de los niños que somos porque nacemos hoy. ¡Bienvenido, Niño Jesús! ¡Bienvenido adulto renacido! Sigue siendo niño hasta el nuevo nacimiento del año que viene. ¡Hoy hemos nacido!

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