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El papa pastor frente al restauracionismo preconciliar

IVIVAEn Atrio los martes solíamos dedicarlo a Teología. Hoy, tomado de la reciente página iviva.org, traemos un importante estudio de Andrés Torres Queiruga. En él arremete, con tanta fuerza argumental como moderación de estilo, contra quienes, como Olegario González de Cardedal, añoran un papa profesor (Ratzinger, defensor indomable de la fe). Se empieza a tachar a Francisco de sucumbir a modas sociales. Andrés, en cambio, defiende la profundidad teológica del papa pastor Francisco, mayor que la académica teología de los nuevos escribas. AD.

Sorpresa y escándalo

La sorpresa ha sido mayúscula, hasta el escándalo. Cinco cardenales —a los que, de manera inesperada y muy poco comprensible, se había adelantado el Prefecto para la Congregación de la Fe[1]— escriben un libro claramente dirigido contra la intención del papa al convocar el Sínodo; y anuncian, de manera estratégica, su publicación con la intención no disimulada de influir en los resultados.

El blanco al que dirigen los disparos lleva el nombre de Kasper, pero el objetivo real es el papa. Por lo demás, cada vez lo disimulan menos. Y por debajo, la consigna inequívoca, dicha en voz baja o cómplicemente callada y sobreentendida: esperar a que escampe, mantenerse a la espera en resistencia sorda y pasiva, hasta que las aguas vuelvan a su curso. Para que quede claro, lo definen y lo proclaman desde el mismo título: ellos son los que “permanecen en la verdad de Cristo”[2]. La conclusión obvia es que el papa actual nos está apartando de ella…

La pregunta es: ¿qué está pasando en la iglesia? Un gesto de este calibre era simplemente impensable en el pontificado anterior, que —por otra parte y como es bien sabido—fulminaría sin compasión a sus protagonistas. Lo que indica a todas luces que, en realidad, se está exigiendo una vuelta atrás. Y se exige con un presupuesto implícito que, a medida que pasa el tiempo, se explicita sin rubor: este pontificado está equivocando el rumbo, porque el verdadero era el que han marcado e impuesto los dos anteriores.

Y, por debajo de todo, está la descalificación soterrada e indirecta, pero que no puede ocultar ni la superioridad eurocéntrica ni el aura de la falsa superioridad. El nuevo papa es del tercer mundo y no puede compararse a un intelectual del primero: ni siquiera viste bien y abandona la solemne residencia que custodia, apoya y hace bien visible la grandeza papal; habla en lenguaje normal y dice cosas que entiende todo el mundo, sin la elevación que dan el empaque intelectual y las altas discusiones académicas. En definitiva, es un pastor, que encima huele a oveja, y no un profesor que monta cátedra e impone teología. Al final, sin que su disparate teológico haya sido desmentido por el grupo públicamente confesional al que pertenece, aparece Antonio Socci, como el diagnosticador pretencioso y definitivo: él ya ha averiguado que, después de todo, el papa no es papa, que Bergoglio “no es Francisco”[3]. Papa es únicamente el que —en gesto voluntario, responsable y que lo honra para siempre— ha dejado voluntariamente de serlo…

La pregunta sigue imponiéndose: ¿qué está pasando? Y uno no puede menos de volver la vista atrás, hacia las causas en la historia.

Se repite la historia

A la historia próxima, desde luego; aunque pronto se impone pensar ante todo en la remota, en la primera y primerísima. Porque las acusaciones y las maledicencias suenan extrañamente iguales a las que se levantaron contra Jesús de Nazaret. ¿Puede venir de allí —de la remota e incómoda Galilea— algo bueno? ¿No es este el hijo del carpintero: de donde le viene la sabiduría? ¿Cómo es que anda con marginados, pobres, pecadores y, sobre todo, pecadoras? Encima, no vive en palacios, no tiene cátedra ni usa filacterias como los grandes maestros. Además avisa: “no juzguéis y no seréis juzgados”, ¿quién soy yo para juzgar el corazón de los demás? Encima, no aplica siempre la ley ni es muy respetuoso con su letra cuando están por medio el dolor, la humillación o la angustia humana; avisa que es preciso distinguir entre la viga y el mosquito y se opone a la imposición de cargas pesadas: “mi yugo es suave y mi carga, ligera”…

Después, aclarando muchas cosas, está aquella parte de la historia algo más lejana, pero que pesa como una losa sobre nuestro presente. Es la que ante el desafío de la nueva cultura llamando a actualizar la palabra viva de Dios, inició una carrera hacia atrás.

Al principio, fue la resistencia contra la ciencia —bienintencionada, porque de entrada no se veía el modo de conciliar la interpretación tradicional de la fe con los nuevos datos culturales—: Galileo, primero; y después, ya con menos disculpa, Darwin. Surgieron las voces de los grandes humanistas creyentes, como Vives, Moro y el mismo Erasmo —libres y con decidida responsabilidad evangélica—; pero su llamada se perdió, cada vez más ahogada por el fausto palaciego y la intransigencia inquisitorial.

Y lo que siguió fueron ya resistencias cada vez más fuertes, que, ajenas a la discusión estrictamente teológica, tan viva todavía en la, por lo visto, “oscura” Edad Media, recurren a la prohibición autoritaria e incluso al castigo y la exclusión contra todo intento renovador. Con la pérdida del poder temporal en el siglo XIX, el talante de imposición autoritaria, sin capacidad de dominio hacia fuera, se intensificó hacia dentro, hasta extremos que culturalmente producen rubor, como es el caso del Syllabus, y eclesiológicamente se instala lo que Yves Congar calificó de jerarcocracia, que en más de una ocasión ha llegado a una auténtica papolatría.

El mismo Congar, que hablaba desde la erudición del sabio y la experiencia del teólogo represaliado, lo dijo hace tiempo: ante los nuevos desafíos, acabaron siempre imponiéndose, cada vez con más fuerza, las “restauraciones”.Basta una somera mirada hacia atrás: reedición barroca de la Escolástica, neo-escolástica, represión antimodernista… hasta la Humani generis (¡1950!), que censuró nada menos que a los teólogos que no mucho después serían el alma del concilio Vaticano II.

El freno y la represión de la renovación conciliar

El Vaticano II, como con empatía humana y valiente lucidez evangélica proclamó el papa Juan, fue el reconocimiento de que ese camino iba errado, cada vez más alejado del corazón del mundo y carente de sintonía con la comunidad de los fieles. Para preservar de verdad la fe, era preciso distinguir entre lo nuclear y lo accidental, entre lo fundamental y lo históricamente condicionado. Sólo actualizándola con rigor, puede conservarse la verdad. Él, lleno de confianza en la fuerza del Evangelio, lo anunció con alegría: Gaudet mater Ecclesia, goza y se alegra una Iglesia que quiere ser madre.

Por eso el Concilio fue un vendaval del Espíritu, que abrió las compuertas de aguas profundas y largamente inquietas por fecundar la comunidad de los fieles y la inquietud de los teólogos, pero duramente represadas por pesados diques de inmovilismo. No sólo se renovó la iglesia, restaurando la libertad, animando la vida y abriendo la esperanza, sino que resonó en el mundo con tonos de empatía, diálogo y colaboración. Tan fuerte era el hambre y tan intensa la conmoción, que, a pesar de todo lo que vino después, nuestra situación resulta sencilla y literalmente impensable sin su impacto saludable y liberador. Lo que amaneció en el Concilio pudo oscurecerse, pero el brillo de su aurora ya no podía ser apagado ni ocultado.

Por desgracia, sí, pudo ser dura y tenazmente frenado. Lo que vino después fue la vuelta del demonio restaurador. El miedo a lo nuevo, el retorno a la falsa seguridad de los ajos de Egipto, en lugar de fomentar la sensibilidad profética para ver lo nuevo que surgía y estaba naciendo. Por desgracia, incluso algunos de los que antes habían trabajado por la renovación, desertaron del camino que se abría hacia el futuro, acaso porque ya no eran ellos los capaces de liderar la nueva etapa. Fue triste ver a un Jacques Maritain escribir, casi al día siguiente del Concilio, su, más bien panfletario, Le paysan de la Garonne[4] y a Louis Bouyer hablar de La décomposition du catholicisme[5]. Acaso más triste todavía fue ver la retracción de Henri de Lubac y, sobre todo, la deriva cada vez más reactiva del Hans Urs von Balthasar: en Seriedad con las cosas. Córdula o el caso auténtico[6], manifestó su intemperante e incomprensiva oposición a Karl Rahner. De esto algo habrá que decir todavía.

La nueva y anacrónica resistencia restauradora

De todos modos, en esa reacción todavía se notaba la grandeza de pensadores y teólogos. Lo que ahora aparece, tiene algo de refrito, con olor a rancio y tópicos que a estas alturas no sólo están gastados, sino que resultan ya incomprensibles. Porque está siendo liderado por quienes demuestran no haber renovado su teología ni haber aprendido lo que el Espíritu dijo a la iglesia en el mayor y más cordial concilio de toda la historia.

Teóricamente, nacen de un dogmatismo juridicista, que niega la autonomía de la moral, situando falsamente el rol de la iglesia en repetir normas literales y mantener prohibiciones apoyadas en una hermenéutica literalista de la Escritura

De ese modo, convirtiendo en “dogma” el ideal ético de la indisolubilidad del matrimonio, dimiten del auténtico rol de la iglesia en la moral. Porque este no está en inventar o dictar normas éticas o morales, porque en principio estas son comunes a todos los humanos. Existen en la Biblia, pero siempre condicionadas por el tiempo —piénsese, por ejemplo, en la poligamia o en tantas leyes de pureza— y por eso deben irse construyendo en el diálogo universal de la cultura. Cuando son suficientemente claras, como sucede con no robar o no matar, la Biblia y, tras ella la iglesia, las reconocen como congruentes con su visión religiosa y por tanto las acogen y proclaman como queridas por Dios.

De ahí que la misión propia y específica de la iglesia en la moral está en llamar y ayudar al cumplimiento, anunciando y enseñando que esa tarea comúnmente humana, a veces muy dura, contamos con la ayuda, la comprensión y el perdón del Señor. Cuando aparecen problemas no clarificados, porque el paso de la humanidad desde “una concepción más bien estática de la realidad a otra más dinámica y evolutiva”, hace que surja “un nuevo conjunto de problemas que exige nuevos análisis y nuevas síntesis”[7], la iglesia en concilio reconoce expresamente: “La Iglesia, custodio del depósito de la palabra de Dios, del que manan los principios en el orden religioso y moral, sin que siempre tenga a manos respuesta adecuada a cada cuestión, desea unir la luz de la Revelación al saber humano para iluminar el camino recientemente emprendido por la humanidad”[8].

Incluso para quienes se resistan a tomar en toda su consecuencia la autonomía de la moral en cuanto a la determinación de los contenidos, resulta innegable que los problemas abordados en el Sínodo pertenecen a este ámbito. Deben, por lo tanto, ser estudiados en sintonía con los nuevos avances de la sabiduría sicológica y de la sensibilidad sencillamente humana, para encontrar nuevas soluciones. Y para ellas lo que se pide no es la intransigencia del inquisidor ni el rigor del canonista, sino, como no se cansa de insistir el papa Francisco, el amor y la misericordia del Señor y el ánimo que da la alegría del Evangelio.

Esto vale también no sólo para infinidad de normas del Antiguo Testamento, sino también para bastantes del Nuevo, incluidas algunas del mismo Jesús, pues todos comprendemos que en determinados casos necesitan nueva interpretación. Por eso ninguna mujer cristiana se siente en pecado por acudir sin velo a la iglesia, aunque san Pablo haya dicho lo contrario, y los mismos que hoy insisten tanto en la letra no se escandalizan de que les llamen “padre y maestro”, a pesar de la prohibición expresa del Señor (puestos a ser rigurosos, más bien sería preciso pensar con más detalle indicaciones como las de no “vestir con elegancia y vivir en palacios” o prohibiciones, tan graves y actuales, como la de usar mundanamente el poder: “entre vosotros no ha de ser así”).

Desde la fe, no es preciso dogmatizar la indisolubilidad del matrimonio, para reconocerla como ideal moral humano, por lo tanto como aspiración común a todo casado y a toda casada, para reconocer que la misión de la iglesia es anunciarla y animar a cumplirla, en ese empeño todos cuenta con la ayuda del Señor. Pero eso no significa ni la necesidad de exigir un modelo único, ni la falta de comprensión ante la evidencia de que el ideal puede fracasar de manera irreversible y que de hecho fracasa muchas veces. Y entonces, ante el fracaso, la verdadera actitud evangélica —siguiendo a Jesús, siempre claro en el ideal, pero comprensivo en el fracaso: “el que de vosotros esté sin pecado…”— es la del comprensión, el ánimo y el acompañamiento. De este modo, ante las nuevas circunstancia socio-culturales, la verdadera actitud de la iglesia es la de unirse a todos los que, en búsqueda cordial y sincera, se esfuerzan por discernir lo que el bien de los seres humanos —jóvenes en búsqueda de realización, mayores enfrentados a las dificultades y no pocas veces al fracaso— está pidiendo dentro de las posibilidades de este tiempo, lugar y cultura. A diferencia de los que piensan que así se omite el anuncio del Evangelio y se pierde la influencia moral de la iglesia, estoy convencido de que es el mejor y más eficaz modo de asegurar ambas tareas.

Por otra parte, en las actitudes reactivas está influyendo otro grave e importante factor: una visión obsoleta de los sacramentos y, muy en concreto, del sacramento del matrimonio. Los sacramentos son dones y ayuda, celebraciones en las que la iglesia como tal compromete su ser, confesando y confirmando la presencia amorosa de Dios en las encrucijadas de la existencia, cuando esta se siente amenazada o temerosa ante una tarea nueva y comprometida. Aparece claro en el matrimonio. Convertir esta celebración en lazo que aprieta, carga que oprime o barrera absoluta que cierra toda posibilidad de futuro ante el fracaso, pervierte su más esencial sentido: el de una celebración comunitaria con la única finalidad de ayudar a los fieles para que, ante la duda y la incerteza del futuro, se convenzan de la ayuda divina en la empresa, común a creyentes e increyentes —nada fácil, pero preciosa y fecundamente humana— de realizar del mejor modo posible la unión en el amor y la creación de la familia.

Cuando se observa, por ejemplo, el tenor de las resistencias a la comunión de los divorciados vueltos responsablemente a casar, resulta muy difícil reconocer en ellos el espíritu de los sacramentos. De un modo especial el de la Eucaristía, que justamente evoca la apertura solidaria de Cristo en sus comidas con publicanos y pecadores. Como en otro contexto, hablando de apertura ecuménica, dijo muy bien Jürgen Moltmann: “En la Cena celebramos la presencia de Cristo, no la exactitud (Richtigkeit) de nuestra teología eucarística” (que en este caso, ni siquiera es tan “exacta”)[9]. La eucaristía, no como premio para los perfectos (¿quien lo es?), sino como alimento y apoyo para los pecadores que quieren mejorar.

Del trasfondo ideológico del recurso a la “comunión espiritual” y de la exigencia de cohabitar “como hermanos”, uno no sabe mucho qué pensar. De hecho, todo indica que son pocos los sacerdotes en el mundo que comparten este tipo de visión y que por lo tanto se resisten a impedir la plena participación en la eucaristía.

La verdad es que, cuando, al revés de lo que sucede con el lenguaje y el trasfondo conceptual de ciertos ataques —llamémoslos por su nombre—, se leen las palabras y las propuestas del papa Francisco, tan frescas y humanas, es imposible no percibir su raigambre evangélica y su honda fidelidad a lo más genuino de la teología conciliar. Son siempre llamada a la misericordia, insistencia en el amor del Dios de Jesús, totalmente volcado en la ayuda a toda persona humana, preocupado por sus heridas y gozándose en sus gozos, sin discriminación ni excepciones.

La opción por el “papa profesor”

Y vuelve la pregunta: ¿como es posible esta oposición y de dónde le viene la seguridad y el cierto aire de arrogancia en el tono?

No es fácil negar que se alimenta en el talante de gobierno y de control teológico ejercido por los dos últimos pontificados. Un estilo que —es preciso reconocerlo— fue en exceso autoritario, del que estos líderes de la protesta participaron y en el que muestran haberse sentido muy a gusto. Lo sorprendente es que ahora, en clara “contradicción selectiva” con sus propios principios, se rebelan contra la autoridad papal, incurriendo en algo cuya legitimidad ellos negaban antes, cuando los mandatos de esa autoridad coincidían con sus ideas. Estilo que, por otra parte, reproducían dentro de sus competencias y que en modo alguno hubieran consentido en los demás. Los ejemplos sobran y son penosos.

Como no es posible aceptar una autocontradicción tan evidente, era preciso vestirla de legitimidad teológica. En general, el disenso no llega al aludido esperpento de negar la validez de la elección del papa. Se procede a deslegitimar su autoridad, negando valor y aun atribuyendo desviación de la fe a sus orientaciones. Y en ese empeño se ha ido imponiendo el recurso a la contraposición del papa actual con el papa anterior: Benedicto era un verdadero teólogo y Francisco es un simple pastor. Algunos lo proclaman en altavoz, otros lo susurran, lo sobreentienden y lo dan por supuesto.

El asunto es tan serio, que merece una consideración algo detallada. Porque estoy convencido de que este argumento, repetido de mil maneras y ampliamente propalado entre la gente de iglesia y aun en considerables estratos de la cultura, no sólo es profundamente injusto con la autenticidad evangélica del papa Francisco, sino que es objetivamente falso como concepción del rol eclesial del papa. En modo alguno pretendo negar la buena intención de Benedicto e incluso reconozco que en muchas de sus manifestaciones teóricas y de principio expuso la concepción correcta. Pero creo sinceramente que en este punto no ha acertado y que su opción —iniciada ya como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la fe y confirmada tras su elección como papa— está en la base y cimentación del talante neo-restaurador de aquellos que, resistiéndose a la renovación postconciliar, intenta hoy oponerse a la pastoral del papa Francisco.

Creo necesario advertir que el diagnóstico que ahora propongo lo había escrito y publicado antes del cambio. Lo advierto para que no se interprete como una adaptación oportunista o como un decir por fin lo que no me había atrevido a decir antes, por miedo a la censura o la condena (¡sospecha que, bien pensado, representa en sí misma todo un diagnóstico!)[10]. Si lo expongo de modo claro y directo, es porque creo que abordarlo es de enorme importancia y que, en todo caso, puede arrojar luz sobre la situación actual. Para mayor claridad, voy a referirme a dos frases del papa emérito, porque, en mi parecer, aclaran e incluso definen el propósito tal vez central de su pontificado.

1) La primera aparece en la página 40 de su libro de entrevista Luz del mundo[11]: “Pienso que, ya que Dios ha hecho papa a un profesor, quería que precisamente este aspecto de la reflexión, y en especial la lucha por la unidad de fe y razón, pasaran al primer plano”. Tanto la claridad del texto como el modo un tanto inmediatista al hablar de la voluntad divina no dejan lugar a duda acerca de la firmeza de una convicción que, modestamente, en modo alguno juzgo evidente y que, unida a lo que diré a propósito de la frase siguiente, me parece que ha tenido graves consecuencias.

Al menos desde la Edad Media y, sobre todo a partir de la diferenciación posterior de las funciones en nuestras sociedades crecientemente complejas, se ha hecho clara la necesidad de distinguir entre lo estrictamente teológico y lo eclesialmente pastoral. Los medievales hablaban del “magisterio de la cátedra pastoral” y del “magisterio de la cátedra doctoral”. Pudo haber síntesis en tiempos anteriores, cuando la relativa indistinción de los saberes y las funciones las hacían posibles en grandes genios como Agustín. Pero hoy el papel del obispo y menos aun el del papa, en cuanto tales —es decir, en cuanto dedicados al gobierno pastoral en favor de la vida y la fe de la iglesia— no es ni puede ser el del profesor o del teólogo. Los teólogos lo son justamente, porque dedican su tiempo y su vida al estudio en favor de la fundamentación y actualización sistemática de la comprensión y vivencia de la fe. Trabajan a favor de lo mismo que los pastores, pero con funciones y carismas distintos.

Como prefecto primero y como papa después, el mismo Benedicto XVI expuso esto con claridad suficiente en la explicación teórica. Pero no sucedió lo mismo en el ejercicio práctico. A través de la función pastoral, cuya misión era proteger y anunciar la fe, evitando los desvíos en ella, pero respetando el legítimo pluralismo y la libertad en la teología, trató de imponer —con claridad y, digámoslo, con intransigente energía— una teología muy concreta y determinada.

Es obvio que Joseph Ratzinger tenía derecho a profesar su propia teología y a defenderla por medios y razones teo-lógicas; y él mismo, siendo ya papa y con honestidad que lo honra, proclamó que en ese terreno “cualquiera es libre de contradecirme”. Pero no es preciso recordar los numerosos conflictos con los teólogos ni las duras condenas y exclusiones que propició, para reconocer que no respetó el pluralismo, sino que tendió a identificar la defensa de la fe con la profesión de una sola teología, la que él sostenía. Una identificación que no sólo es siempre ilegítima en cualquier teólogo, sino que, apoyada en el poder, resultó injusta y gravemente empobrecedora para la teología católica.

De manera muy especial, la gestación y realización del Catecismo de la Iglesia Católica, con una evidente selección de teólogos de una sola dirección y repetidamente proclamado como norma de la interpretación teológica del Concilio, constituye todo un símbolo de esta opción. (De esto me ocupé ya en un artículo de 1993, con palabras duras, que prefiero no repetir aquí)[12]. De hecho, ha habido en grupos influyentes el claro intento —no sé hasta qué punto consentido por él— de convertir su obra en pauta estricta para juzgar la ortodoxia de los teólogos católicos.

2) Esta opción es tanto más grave, cuanto que su teología es claramente reticente y aun reactiva ante el cambio exigido por la revolución cultural de la modernidad. Es lo que muestra la segunda frase, que considero tan significativa como sintomática. Hablando de sus discusiones con Karl Rahner después del Concilio, escribe: “Trabajando con él, me di cuenta de que Rahner y yo, a pesar de estar de acuerdo en muchos puntos y en múltiples aspiraciones, vivíamos desde el punto de vista teológico en dos planetas diferentes”[13].

Afirmación que, sin duda, constituye todo un diagnóstico. Que no quedó en simple teoría, porque se concretó en una praxis no claramente explicitada, pero muy efectiva. Desde esa visión se ha ejercido una inconfundible presión no sólo por excluir la teología de Rahner de la enseñanza teológica y silenciarla en lo posible en el ambiente general, sino que se ha intentado sustituirla por la de Urs von Balthasar. No pretendo canonizar la teología de Rahner ni he ocultado nunca mi admiración por alguien a quien considero uno de los más grandes genios culturales del siglo XX. Pero, como ya queda aludido, la teología de Balthasar no sólo se ha hecho cada vez menos abierta a lo nuevo, sino que se resistió a la renovación postconciliar.

Bien sé que en todo esto caben distinciones y discusiones. Pero, mirando al conjunto, no creo aventurado afirmar, con un gran número de fieles y teólogos, que durante las tres últimas décadas el gobierno papal ha tratado de imponer una teología claramente opuesta a lo que pedía el espíritu conciliar y estaba exigiendo la actualización del anuncio evangélico en una cultura profundamente renovada.

En el terreno práctico, se frenaron los impulsos hacia una participación colegiada del gobierno eclesial, se restringió la participación efectiva de los laicos, especialmente de las mujeres, y la atención al sensus fidelium; en lo personal se sumó a eso la persistencia de un moralismo en exceso privatista y en lo social se instaló una fuerte resistencia a todo lo que sonaba a liberación; en la liturgia fueron claros los intentos de vuelta a un pasado que solo interesa a grupos en general claramente anticonciliares. En el terreno más directamente teórico, se insistió en una visión restrictiva de la revelación, que imposibilita un diálogo serio y fraterno con las religiones (hasta el punto de sostener que el cristianismo puede dialogar con la filosofía pero no con las religiones); se impuso una clara resistencia a los avances de la crítica bíblica (los tres tomos de la Cristología publicada por Ratzinger/Benedicto son una muestra desconcertante); se tendió a dogmatizar tradiciones como las relativas al sacerdocio de la mujer (inventado incluso una categoría teológicamente híbrida como la de las “verdades irreformables”, aunque no definidas como infalibles). Todo ello, flanqueado por una estricta vigilancia que, junto a diversos tipos de exclusión o censura, cortaba el camino académico a todo teólogo o teóloga sospechosos de desviación.

Hecha así, la enumeración, aparte de incompleta, pediría precisiones y debería seguramente admitir correcciones. Pero no es fácil negar la verdad en la impresión de conjunto. Y sobre todo, interesa el hecho de que en ese ambiente se alimenta y trata de justificarse ahora la resistencia al papa Francisco y aun los intentos de descalificar sus propuestas.

En este sentido, me parecen desenfocados trabajos como el de Olegario González de Cardedal[14], que, bajo una exposición histórica aparentemente neutral, da por obvia tanto la corrección de la opción del papa profesor, como el diagnóstico teológico-cultural en que lo apoya (que es también el que domina su propia teología). Sobre esa base establece una comparación con el papa Francisco, que, de manera implícita pero inconfundible, pone en sordina el acierto o la validez de sus opciones. Lo hace mediante un diagnóstico recurrente: Benedicto es el grande y auténtico papa-teólogo, que diagnostica con acierto el tiempo cultural y preserva la pureza de la fe; Francisco es el papa-pastor, bueno, pero —y el pero se repite como un estribillo en casi cada epígrafe de la comparación— le falta esto o no deja claro lo otro y está por ver el resultado de aquello… Incluso el humanísimo gesto de no llamar encíclica el escrito, calificándolo modestamente de “exhortación apostólica”, renunciando al típico lenguaje solemne y mostrando sus preguntas e incertezas humanas, sirve para rebajar su autoridad teológica. En general, la consigna callada o al menos la que muchos leerán entre líneas, es: paciencia y aguardar, pues da la impresión de que se trata de un episodio transitorio y las aguas volverán a su curso.

Lo advierto, porque, anunciadas estas ideas en medios culturales y enviado el escrito a los obispos (para muchos de los cuales sus ideas tienen casi valor de oráculo), puede constituir una siembra agostadora, que tranquiliza las conciencias, confirma las inercias, desmoviliza la respuesta y acaba contribuyendo a la resistencia pasiva, demasiado fuerte ya por sí misma.

La opción por el “papa pastor”

Se hizo claro desde el primer momento. A cuerpo limpio, desarmado de capisayos, se presentó recién elegido ante los congregados en la Plaza de san Pedro. No se autodenominó papa, sino obispo de Roma y, rogado para que impartiese la bendición, pidió ser primero bendecido él por los fieles. Esta petición, unos días o unas horas antes, no es que fuese inusual, sino que era simple y literalmente impensable desde la teología dominante. Con ese instinto infalible de los buenos momentos que algunas veces acontecen en la historia, todos percibieron —todos percibimos— que algo nuevo se anunciaba: reaparecía, evocada, la figura de Juan XXIII y renacía, lleno de frescura, el espíritu del Concilio. Todo tan natural y a un tiempo tan revolucionario, que desde entonces muchas cosas ya no tienen vuelta atrás.

Cuando más tarde, en una de esas metáforas que, como las parábolas evangélicas, dan en el clavo y entiende todo el mundo, dijo que era preciso “oler a oveja”, pondría en palabras lo que en ese momento se inauguraba: el gobierno eclesial de un papa pastor.

Pastor en el estilo de vida. Abandona el palacio, inevitablemente aislador y distanciador, para buscar el contacto directo con la gente, su vida y sus problemas. Hace normal lo extraordinario e inesperado. Desaparece el estilo de “corte” pontificia —“no soy un príncipe del renacimiento”, dijo excusando o, mejor, explicando su ausencia al famoso concierto— e insiste en el servicio, contra la “peste” del carrerismo (ya denunciado por su antecesor).

Pastor en la dedicación plena, directa y exclusiva a la tarea pastoral: sabe consultar y distribuir tareas, pero no delega en la Curia el gobierno de la iglesia. Predica cada día y busca el trato pastoral con la gente, invirtiendo las preferencias de tiempo y de nivel: de lo alto y diplomático a lo humilde y cotidiano. Lo muestran bien, además, la elección y el estilo de las visitas y los viajes.

Pastor ante todo y sobre todo, en la preocupación prioritaria y en la entrega incondicional al evangelio de los pobres, sufrientes y necesitados de todo tipo. De hecho, invierte radicalmente las prioridades en el anuncio, evitando el martilleo moralista con tradicional acentuación de los diversos aspectos y menudencias de la moral sexual. Confieso que durante mucho tiempo había soñado con que, por fin, un papa pusiese el centro de su anuncio en los grandes y sangrantes problemas de la humanidad, de suerte que, acomodada y mejorada, pudiese aplicársele la famosa sentencia con que Catón acababa sus discursos: “por lo demás pienso que el hambre y la guerra deben ser destruidos”. El mundo necesitaba que en el ambiente resonase, clara y central, la “alegría del Evangelio”, el anuncio de un Dios, que a través de los profetas y de Jesús de Nazaret fue revelando que esa es su preocupación central y el criterio definitivo para medir la verdad de la fe.

De ahí la llamada a descentrarse, a salir de ensimismamiento eclesiástico, a “armar lío” para sacudir las inercias. Lo expresó con una de sus metáforas luminosas y originales: convertir la iglesia en “hospital de campaña tras una batalla”, que a todo lo demás antepone el trabajo por curar las heridas y sanar corazones. Lo hace con una energía e incondicionalidad, que —evocando la frase del Maestro: “he venido a traer fuego a la tierra y qué voy a querer, sino que arda”— no duda en exclamar con palabras que son todo un programa: “les quiero decir francamente que prefiero mil veces una Iglesia accidentada que una Iglesia enferma. La enfermedad típica de la Iglesia encerrada es la autorreferencial; mirarse a sí misma, estar encorvada sobre sí misma como aquella mujer del Evangelio. Es una especie de narcisismo que nos conduce a la mundanidad espiritual y al clericalismo sofisticado, y luego nos impide experimentar ‘la dulce y confortadora alegría de evangelizar’”.

A proclamar esto, a irlo iluminando con el ejemplo, sin exigir nada que él no practique (“estoy llamado a vivir lo que pido”) [15], dedica todo su tiempo y todas sus fuerzas: pastor full time y, si se me permite la expresión, pastor full life. Sin ocultar su disposición a dar la vida, si la tarea pastoral, la comunión directa con la gente o el compromiso con los grandes problemas y urgencias humanas así lo exigiesen.

La teología del papa pastor

Dicho esto, y habría que decir mucho más, queda hablar del “punto de la cuestión” con que algunos tratan de descalificarlo y que demasiadas veces se convierte literalmente en doloroso punctum crucis con que otros tratan de crucificarlo, de “despellejarllo”: Francisco no es teólogo, no sabe o no tiene teología, afirman y propalan.

Que no es teólogo de oficio y que —gracias a Dios— no quiere ejercer de tal, es una obviedad. Algo que, por lo demás, él asume y confiesa claramente. Distinta, por falsa y superficial, es la consecuencia que algunos pretenden sacar. Quien al escucharlo, leer sus entrevistas y repasar sus escritos mayores, aunque sean pocos, no perciba ahí una profunda y muy actual sabiduría teológica, o no sabe teología o, lo que es peor, tiene una idea muy estrecha y academicista de su esencia y su función. Ciertamente, el papa actual no ha elaborado, ni creo que esté en su intención hacerlo, una teología estrictamente sistemática. Pero ha estudiado teología, iniciado una tesis interrumpida por razones no académicas y demuestra un vivo conocimiento de los problemas fundamentales que presenta la situación actual.

Por fortuna, la teología “científica”, digamos reglada y sistemática a la que ordinariamente nos referimos al hablar de teólogos de oficio y dedicación, no es la única. Tiene su rol, incluso necesario e imprescindible, en la iglesia. Pero, junto a ella, acompañándola y alimentándola, está una “sabiduría teológica”, más directamente pegada a la vida, a la piedad y a la praxis. Y en esta sabiduría Jorge María Bergoglio lleva muchos años siendo un gran experto; y Francisco, en su función de papa pastor, está demostrando que no sólo la vive y la practica, sino que está decidido a promoverla en la iglesia, con exquisito y relativamente inédito respeto por su autonomía específica y por la libertad en su ejercicio.

Ante todo, saltando por encima de los dos últimos pontificados, reenlaza con el Vaticano II, para tomar con absoluta seriedad el diagnóstico fundamental. Lo expresa en la entrevista de Spadaro con frase a la que no sobra una palabra: “El Vaticano II supuso una relectura del Evangelio a la luz de la cultura contemporánea”.

Es lo que había propuesto Juan XXIII al convocarlo y a lo que él se dedica con decisión firme, convencido de que “la nuestra no es una fe-laboratorio, sino una fe-camino, una fe histórica”. Avisa de que eso no implica el temido relativismo, sino apertura a un “Dios que es siempre sorpresa” y no teme la novedad, siempre que esta se mida por lo que no duda en llamar su “certeza dogmática”, a saber, que Dios está en toda vida y en toda la historia humana. Presencia perenne, incansable, sin discriminación, pues incluso en las existencias más perdidas o deformadas existe siempre un espacio para su amor. Por eso “es necesario fiarse de Dios”, apartándose de “los profetas de calamidades” y evitando convertir el espíritu cristiano en “una Cuaresma sin Pascua” (n.6). Prefiere no hablar de optimismo, sino de esperanza; pero desde esta pide y promueve valentía y horizonte abierto para la “alegría del Evangelio” (¿en esto evocará también el “gozo de la iglesia madre” de Juan XXIII? En latín la coincidencia es clara: gaudium y gaudet).

Esta vuelta no es mera proclama, sino que nace de una teología de fondo, profundamente asimilada. Nunca antes en ningún pontificado se había tomado tan en serio y con tal consecuencia la imagen de la iglesia como pueblo de Dios. La iglesia como sujeto activo y corresponsable, de suerte que no se recata en proclamar que “el conjunto de los fieles es infalible cuando cree”, sin que deba quedar reducido al dictado directo de los teólogos de oficio, ni “tenga que ver únicamente con sentir con su parte jerárquica”. Iglesia, pues, íntegra y en comunión, que reconoce la diversidad de carismas y niveles de servicio, sin imposiciones autoritarias ni particularismos dispersivos, sino viviendo en “sinodalidad”. Porque el camino de la iglesia consiste en avanzar juntos en el respeto de las diferencias, en la dirección marcada por Jesús.

De ahí la necesidad de un nuevo reequilibrio en los acentos de la vida y las verdades de la teología. El papa Francisco ha asimilado a fondo el novedoso énfasis conciliar en la jerarquía de las verdades y, con profundo sentido de pastor, supo extenderlo también a la moral y a la predicación. Los parágrafos dedicados a este tema en la Evangelii gaudium son de una justeza evangélica y de una originalidad teórica, nada frecuentes en los teólogos de oficio.

Y en la base, como humus nutricio, está la convicción de que la renovación teológica que hoy necesita la iglesia exige recuperar la experiencia originaria. La revolución cultural moderna fue tan grande que, en expresión de Paul Tillich, “conmovió los cimientos de todo el edificio teológico y obliga a repensarlo todo, incluso las cuestiones más fundamentales, desde nuevos presupuestos teóricos. Por eso es necesario reempezar “desde abajo”, del contacto vivo con la experiencia.

En lo personal, la sabiduría teológica de Bergoglio se muestra en su distinción cuidadosa entre el nivel más directamente experiencial de la fe y el estrictamente teo-lógico. En aquel sitúa lo común e indudable, aquello en lo que es preciso apoyarse y de lo que debe partirse. Eso explica su insistencia segura e infatigable —su “certeza dogmática”— en el ejercicio concreto y realista de los valores evangélicos. Ahí es donde, en última instancia, se muestra y se demuestra la verdad cristiana. Y es en la vida real, en el respeto a lo que, más allá de las conductas externas, sucede en el corazón de las personas donde hay que esforzarse en discernirlos, sin juzgar a los demás. Por eso, siguiendo al Maestro ante el escándolo de entonces —“no juzguéis”—, supo repetir ante el escándalo de hoy: “¿Quien soy yo para juzgar”?

La precisión teo-lógica de carácter más elaboradamente teórico y sistemático viene después… y poniendo cuidado en escapar al “peligro de vivir en un laboratorio”. Y eso necesita tiempo y paciencia, evitando el dogmatismo, que, en el fondo, implica desconfianza en la asistencia divina, siempre presente y siempre activa: “Si uno tiene respuestas a todas las preguntas, estamos ante una prueba de que Dios no está con él”. Una muestra más de que toma en serio su principio de primacía de la duración en el tiempo sobre la forzada simultaneidad del espacio.

La sabiduría teológica del papa pastor se muestra precisamente aquí: en ejercer el rol propio de su servicio pastoral, sin por eso negar ni devaluar el de los teólogos. Al contrario, con su distinción de planos potencia la importancia de la teología y protege la libertad de su ejercicio. Basta leer un párrafo como el 40 de la Evangelii gaudium para comprender que no hay, como algunos pretenden, la mínima ingenuidad teológica en su postura, sino una visión muy precisa y muy consciente de la situación actual:

“Además, en el seno de la Iglesia hay innumerables cuestiones acerca de las cuales se investiga y se reflexiona con amplia libertad. Las distintas líneas de pensamiento filosófico, teológico y pastoral, si se dejan armonizar por el Espíritu en el respeto y el amor, también pueden hacer crecer a la Iglesia, ya que ayudan a explicitar mejor el riquísimo tesoro de la Palabra. A quienes sueñan con una doctrina monolítica defendida por todos sin matices, esto puede parecerles una imperfecta dispersión. Pero la realidad es que esa variedad ayuda a que se manifiesten y desarrollen mejor los diversos aspectos de la inagotable riqueza del Evangelio”. (Léase también el denso lúcido texto de EG, n. 133).

En esta perspectiva, tal vez no se ha valorado suficientemente la reiterada afirmación del papa, cuando ante los problemas especialmente discutidos y conflictivos asegura ante todo el valor evangélico que debe ser preservado, para después, y de manera expresa, encargar a los teólogos la discusión ulterior acerca del modo de su aplicación o actualización. No imponer una teología ya elaborada, sino abrir el espacio para ir construyendo una visión teológica renovada. Y hacerlo con libertad: “No tengan miedo de que Müller se les eche encima”. En la espontaneidad jocosa de esta frase pronunciada en grupo de trabajo, se trasluce todo un estilo y constituye todo un símbolo. Creo también que una nueva esperanza para la teología, demasiado tiempo callada, encogida y controlada.

La apuesta y gestión del Sínodo

La hondura y originalidad con que Francisco ha convocado e iniciado el Sínodo sobre la Familia sólo se entiende a la luz de su visión global acerca del modo como la novedad salvadora del Evangelio pide ser anunciada en la situación actual, de manera que responda a sus necesidades prioritarias y esté a la altura de sus justas exigencias culturales.

1) Su visión de la iglesia como sujeto activo y corresponsable, todo él comprometido en el discernimiento y proclamación de la fe, explica el gesto inédito de la encuesta previa. Hacer partícipe a toda la comunidad, era la consecuencia obvia, como único modo de captar los problemas en su verdad viva, realista y concreta, evitando la anomalía de que cuestiones que afectan tan íntimamente a todo el pueblo de Dios quedasen entregadas tan sólo a la deliberación de una asamblea de pastores célibes.

En esa misma línea está la llamada expresa del papa a hablar y dialogar con plena libertad, garantizando además el ejercicio de la misma con su presencia atenta, callada y sin interferencias. Además, el refuerzo de un estilo sin miedo a la luz y los taquígrafos es garantía de que los resultados alcanzados en la asamblea no quedarán finalmente al arbitrio de una redacción última, fuera ya de toda posibilidad de garantizar su fidelidad a lo acordado.

2) La opción pastoral, que con sabiduría teológica renuncia a imponer un modelo previo, en nombre de una tradición ya elaborada, abre las puertas a una reflexión creativa. No pretende disponer de soluciones ya hechas, sino que, como dijo en la homilía de apertura, exhorta a dejarse guiar por el Espíritu Santo, para no frustrar “el sueño de Dios” e ir “más allá de la ciencia, para trabajar generosamente con verdadera libertad y humilde creatividad”.

En la realización teológica de la tarea, el papa ha insistido repetidamente en la estructura fundamental del proceso. Lo único verdaderamente seguro, la “certeza dogmática”, lo que pertenece a la competencia religiosa de la iglesia, está en exhortar al reconocimiento y cumplimiento de aquellos valores que se reconocen claramente como concordes con el proyecto divino para la humanidad, dejando a la reflexión actualizadora, condicionada por el tiempo y la cultura, la concreción que pertenece al plano específicamente ético o moral[16].

Esto es decisivo, porque en la confusión de planos reside el núcleo de las resistencias, que pretenden defender en nombre de la fe lo que son concreciones morales claramente condicionadas por su circunstancia histórica. No se piensa que esa concepción va justamente contra la esencia misma de la revelación bíblica. De otro modo deberían, por ejemplo, defender hoy la poligamia, porque así lo hizo la Biblia en momentos culturales que, a nivel moral, lo exigían o lo hacían comprensible.

Ciertas argumentaciones acerca de la homosexualidad, apoyándose en textos bíblicos cultural y socialmente condicionados, no acaban de ver esta evidencia. E incluso en un tema tan firme y sancionado por las palabras de mismo Jesús, como es el de la indisolubilidad del matrimonio, no atienden a la libertad ejercida en el mismo Nuevo Testamento. Allí, sin cuestionar el valor religioso de la exhortación del Señor, Mateo, con su excepción en el caso de la porneia (sea cual sea el significado exacto, adulterio o algún tipo ilícito de conducta sexual) y Pablo, con el después llamado “privilegio paulino”, proponen de manera expresa modificaciones en el nivel de la moralidad práctica; a lo que ha de añadirse el hecho de que, mucho más tarde, la iglesia ha introducido todavía el “privilegio petrino”.

No interesa aquí, claro está, la casuística acerca del alcance o la justificación de esas excepciones. Lo importante es ver como en la tradición de la iglesia, desde los mismos orígenes, están presentes una libertad y una capacidad de comprensión y adaptación, que las circunstancias de la cultura actual non sólo hacen más comprensibles, sino incluso más necesarias.

3) Es ahí, en el espíritu de comprensión donde se ejerce la otra dimensión. La necesidad de partir de la experiencia, ganando libertad teológica y pastoral desde el enraizamiento firme en la seguridad que da la confianza en la fidelidad infalible del amor divino. Sólo interesan y tienen garantía evangélica las conclusiones y las teorías que parten de esta raíz y respetan su intención. De ahí la necesidad de que los teólogos “no se contenten con una teología de escritorio”, que los pastores recuerden “que la autoridad en la Iglesia es servicio” y que todos comprendan que lo fundamental es “derramar el aceite y el vino sobre las heridas de los seres humanos”, sin ceder a la tentación de mirar a la humanidad “desde un castillo de vidrio para juzgar y clasificar a las personas”.

En esta actitud, su óptica se hace evangélica, y del ejemplo de Cristo aprende que lo decisivo es tener “las puertas abiertas para recibir a los necesitados, los arrepentidos y ¡no sólo a los justos o aquellos que creen ser perfectos!”. Entonces, ante el problema de la comunión de los divorciados, el rigorismo pierde su sentido, porque se hace claro lo fundamental: “La Eucaristía, si bien constituye la plenitud de la vida sacramental, no es un premio para los perfectos, sino un generoso remedio y un alimento para los débiles”, puesto que “la Iglesia no es una aduana, es la casa paterna donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas” (EG, n. 47).

Y sobre todo, para cualquier problema, el criterio no debe situarse en teorías abstractas ni en fidelidades jurídicas, sino en el esfuerzo por acomodarse a la óptica de Dios, que, como dijera Juan, es siempre “más grande que nuestro corazón”. Francisco lo ha repetido en concreto. Ante la pregunta, de claro corte saduceo —si dices que sí, vas contra la tradición; si dices que no, reniegas de la bondad— acerca de la homosexualidad, contesta al estilo del Nazareno: “’Dime: Dios, cuando mira a una persona homosexual, ¿aprueba su existencia con afecto o la rechaza y la condena?”.

No cita en este contexto las dos magníficas y repetidas afirmaciones de san Juan de la Cruz acerca de la mirada divina. Con ellas quiero cerrar estas reflexiones, pues confirman bellamente la propuesta papa. “El mirar de Dios es amar”, dice la primera, que llama a la comprensión, a la solidaridad, al apoyo y a la acogida generosa; acogida dispuesta incluso a aprender allí donde antes sólo había discriminación y condena (lo decía un lúcido texto de la primera redacción, que —por desgracia y esperemos que sólo “todavía”— no ha recibido la suficiente votación en la asamblea). La segunda afirmación es: “El mirar de Dios es crear”, rompiendo continuamente nuestras estrecheces y fronteras, llamando a traspasar el ensimismamiento eclesiástico, para entregarse creativamente a la novedad divina, siempre volcada a favor de la realización de una humanidad más humana.

(Tomado del nº 190 (2014) deEncrucillada. Revista Galega de Pensamento Cristián


[1] G-L. Müller, La esperanza de la familia, publicado —nótese— por la BAC, Madrid 2014.

[2] Remaining in the Truth of Christ: Marriage and Communion in the Catholic Church; ha aparecido ya la traducción castellana: Permaneciendo en la verdad de Cristo: Matrimonio y comunión en la Iglesia Católica”, Madrid 2014.

[3] Non è Francesco, Roma 2014.

[4] París 1966; traducido por Desclée, Bilbao 1968.

[5] Paris 1968; taducido por Herder, Barcelona 1970.

[6] Salamanca 1968; original 1966.

[7] Gaudium et spes, n. 5.

[8] Ibid., n. 33; subrayado mío.

[9] La cita es de su autobiografía Weiter Raum, Gütersloh 2006, 203.

[10] Cf. A. Torres Queiruga, Magisterio y teología: los   principios confrontados a los hechos: Concilium 345 (2012) 59-74; Aclaraciones sobre una notificación: Concilium 346 (2012) 159-168; Por una justa relación entre el magisterio pastoral y el teológico. Aclaraciones acerca de una notificación de la Comisión Episcopal de la Fe: Iglesia Viva n. 259 (2012/2) 103-124.

[11] Barcelona 2010.

[12] Amar: fundamento y principio; vulnerabilidad y solidez: Sal Terrae 81/4, 1993, 281-292.

[13] Mi vida, Madrid 2005, 45.

[14] De Ratzinger a Bergoglio o Los vuelcos en la Iglesia, conferencia en la Real Acacemia de Ciencias Morales y Políticas; publicada después, con algunas modificaciones, en varias revistas.

[15] Evangelii Gaudium, n. 32; en adelante citarei no texto como EG.

[16] Redactadas estas líneas, compruebo que, hablando en el Sínodo Antonio Spadaro, definió bien esta estructura gnoseológica, hablando del “pensamiento incompleto del ‘discernimento pastorale’”. Lo describe así: “Il discernimento pastorale, vissuto con prudenza, saggezza e audacia, appare la strada giusta per pensare in termini di misericordia. Occorre riscoprire così il patrimonio dottrinale della tradizione in modo da prendere sul serio la odierna condizione umana. Questo discernimento pastorale è il risultato di quello che il Santo Padre ha definito ‘pensiero incompleto’ e aperto (Civ Catt 2013 III 449-477), che sempre, in continuazione, guarda il cammino all’orizzonte, avendo come stella polare Cristo. Il pensiero è ‘incompleto’ non perché debole o approssimativo, ma semmai perché ‘approssimato’, cioè perché ha sempre presente il prossimo, la persona, la salvezza di ciascuno.  Il discernimento pastorale in tutti i casi punta sempre alla maggiore crescita possibile della persona. Del resto è proprio questa la maggior gloria di Dio (cfr Ireneo di Lione, Contro le eresie, 4,20,5-7)”. Puede verse la intervención en: http://www.cyberteologia.it/2014/10/intervento-di-p-antonio-spadaro-s-i-al-iii-sinodo-straordinario-dei-vescovi-sulla-famiglia/ (acceso 24-10-2014).

25 comentarios

  • Isidoro García

    Dice Andrés Ortiz-Osés, que “creer en Dios resulta hoy complicado y complejo; pero no creer en Dios resulta simple y simplejo”. Yo creo que afinando un poco más, diríamos que hay dos formas de creer en Dios, una la tradicional, que también es bastante simpleja, y luego la forma compleja, que llamaríamos la intermedia, la tercera.

    El tema de la religión en estos tiempos, gira primariamente en la dialéctica creencia-agnosticismo: Dios sí, o Dios no. Pero ahora que vivimos en un mundo que conocemos cada vez más complejo, se añade un tercer estadio de la cuestión: Dios sí, pero sin actuación directa en la historia, o sea como si no estuviese.

    Y en esta forma de creer en Dios, adquiere significado la frase inicial de Ortíz-Osés. Se está produciendo en estos tiempos, un cambio axial en todos los conocimientos, (lo que muchos se empeñan en ignorar y por eso están tan descolocados y perplejos). En la visión tradicional de la religión, Dios existía para ayudarnos en nuestra vida, y en nuestros afanes. Pero el grave problema de la teodicea, o sea de la existencia cotidiana y universal del mal, las desgracias, el dolor, la enfermedad y la muerte en el hombre, dejaba en un papel muy débil a un Dios-providencia, ante un hombre con un mínimo de sentido crítico y de capacidad de análisis.

    Pero si esa es la controversia entre creyentes-no creyentes, existe otra paralela, dentro del mundo de los creyentes, sobre la verdadera naturaleza de la influencia espiritual del Mundo espiritual, lo que normalmente los cristianos designamos como el Espíritu Santo. Hasta ahora, de una forma simpleja, se consideraba que el Espíritu orientaba cognoscitivamente al que se lo solicitaba, de tal forma que con el Espíritu, a nuestro lado, no nos podíamos equivocar.

    Y eso, cerrando los ojos ante la realidad, de la experiencia diaria y cotidiana de la disparidad de opiniones en todo, de personas sinceras e inteligentes, a las que se les supone solícitos oyentes del Espíritu.

    Últimamente con el tema del Papa Francisco, se vuelve a repetir el discurso sectario de quién es el que dispone de la asistencia de Espíritu Santo, y quién no. Normalmente el criterio es muy claro: yo, y los que piensan como yo, disponemos de esa asistencia del Espíritu, y los que no piensan igual que yo, pues no.
    Dicho así suena claramente mal, pero eso es lo que mucha gente viene diciendo con otras palabras.
    En http://www.periodistadigital.com/religion/opinion/2014/12/30/leonardo-boff-es-sumamente-importante-una-iglesia-abierta-al-espiritu-como-la-quiere-francisco-iglesia-religion-dios-jesus.shtml,  Leonardo Boff, le diagnostica Vittorio Messori, que necesita una nueva reconversión, para que llegue a disponer de la asistencia auténtica del Espíritu, para que con ella, Messori logre llegar a pensar como él (Boff) y como el Papa Francisco.

    Y lo hace como todo buen teólogo, utilizando, toda la técnica retórica del buen sofista, retorciendo lo que haya que retorcer, para hacer decir a los textos y cualquier cosa que se ponga por delante, lo que él quiere que digan. Dice: “Esta es la característica del Espíritu, como lo afirma San Juan: “El Espíritu sopla donde quiere, escuchas su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va” (3,8).

    Pero, por lo que se ve San Juan no lo sabía, pero Don Leonardo, sí. Pero la realidad cotidiana de la diversidad de opiniones de todo el mundo, en todos los temas, nos parece indicar, que el Espíritu santo, es fundamentalmente el gran “Consolador” en los malos momentos, que nos estimula a nuestro trabajo y nuestro esfuerzo en alcanzar el Conocimiento que deseamos. Esfuerzo nuestro, que no nos garantiza la lucidez de nuestros análisis e intuiciones. Intuiciones que a veces, quizás pueden venir del Espíritu, pero nunca sabremos cuando, ni si las captamos adecuadamente.

    En la parábola de los talentos, el Dios que todo lo puede, no les da a sus empleados las cosas, les da unos recursos para que ellos los inviertan y trabajen, y luego unos sacan más, otros sacan menos y otros no sacan ningún beneficio. (Por cierto que en esa parábola se echa en falta un capítulo para los que con todo el esfuerzo, han invertido y lo han perdido todo. Yo creo que el Amo, generoso los llamaría a su casa, pero los pondría en la cocina, y no de director de inversiones, a no ser que hicieran un buen cursillito de reciclado).

    El Espíritu Santo, no garantiza el acierto, ni siquiera al Papa, como la historia ha demostrado cientos de veces.

    En resumen deberíamos los creyentes a acostumbrarnos a que como decía Bonhoeffer, debemos vivir en un mundo creyendo que está Dios, pero que no interviene en absoluto y lo deja todo en nuestra responsabilidad: “El retorno al clericalismo, solo puede ser un acto de desesperación, que únicamente puede lograrse a costa de la honestidad intelectual. Dios nos hace saber, que hemos de vivir como hombres que logran vivir sin Dios. ¡El Dios que está con nosotros, es el Dios que nos abandona!. Ante Dios, y con Dios, vivimos sin Dios”.

    Y por ello adquiere sentido la reciente cita de Duato, de Tillich: “Deberíamos estar cien años sin hablar de Dios para poder volver a pronunciar palabras nuevas sobre él”.

    Y un hombre tan lúcido como Thomas Merton, en “Semillas de Contemplación” dice:
    “Un santo es capaz de hablar del mundo sin ninguna explícita referencia a Dios, de tal modo que sus afirmaciones den mayor gloria a Dios y despierten mayor amor a Dios que las observaciones de alguien menos santo, que tenga que esforzarse por establecer una arbitraria relación entre las criaturas y Dios mediante gastadas analogías y metáforas, tan débiles que hacen pensar que algo le pasa a la religión”.
     


    Y con estos planteamientos, yo particularmente creo que el Espíritu nos insta a refundar de nuevo el cristianismo para el hombre del Tercer Milenio, (aunque a lo peor estoy equivocado).

  • Antonio Vicedo

    ¿No queda suficientemente claro el enmarque de llamarse Jesús “HIJO del hombre” y al mismo tiempo proclamar: “A nadie llaméis padre sobre la tierra, pues uno sólo es vuestro Padre el Celestial”, al que Él invocaba como ABBÁ?
     
    El asunto humano está en algo tan sencillo como universal: –Considerarnos y tratarnos como herman*s que se AMAN, por ser TOD*S HIJ*S del PADRE DIOS.
     
    ¿Acaso alguna persona  puede alegar poder, valor y dignidad particular mayor que la de HIJ* de DIOS?
     
    No acreditemos aquello de que: “-Las palabras las carga el diablo”, pues su carga siempre será de falsedad.

  • h.cadarso

    “De religión a mero humanismo, con ser éste muy importante” dice Isidoro en una de sus intervenciones. No sé, Isidoro, quizá tú también verías al Buen Samaritano un poco ateo…Qujizá tendrías algún problema para explicar lo de Jesús a la Samaritana: “los verdaderos adoradores adorarán a Dios en espíritu y en verdad…Ni en Jerusalén ni en el Monte Garizin…”Quizá tendrías problema en explicar al ciego de nacimiento la religión antes de que Jesús le saliese al encuentro y le dijese quién era El…
    Jesús vuelve del revés la religión anterior, del judaísmo se aleja cuando aplica a Dios el nombre que hasta El nadie creo que había pronunciado: Padre nuestro…Con el cual nombre creo que quería decir por encima de todo que el ser humano, todos los seres humanos, son hijos de Dios y hermanos. Y el definitivo acto de fe en Dios, el que cuenta verdaderamente, es el aceptar al otro como hermano.
    Vale, ya seguiremos…

  • Asun Poudereux

    No creo que la solución sea un buen marketing de la más alta y grande corporación, en el que nos incluye a todos a depender de ello. Pero no se atreve a poner el acento en que en realidad no es necesario para nadie.
     
    Seguramente eso que anhela ser,  sin intermitencias,  no necesita de nada, de Pastores tampoco. Y al instante en ese  ahí es donde se topa y encuentra el Todo, siempre inagotable de diversidad e interconexión constantes.
     
    Bienvenida la tolerancia entre unos y otros.

  • George R Porta

    Una última observación: Por favor perdónenme (quienes me lean) los errors tipográficos. El lunes compraré un teclado adicional porque este no me responde y se me hace casi imposible no cometer algunos errors y tartar de borrar y re-escribir correctamente. (O me imagino que esa sea una excusa suficiente). De cualquier modo, me confío a vuestra tolerancia.

  • George R Porta

    La denominación de pastor quizás fue significativa, como la de pescador, en su momento. Hoy día prefiero que Francisco se refiera a sí como lo que es “Obispo de Roma” (pudiera con derecho llamarse a sí mismo Arzobispo Metropolitano de Roma” porque le corresponde, lo es. Designaciones como “Papa”, “Pontífice”, “Pastor” (supremo o no), “Santo Padre”, “Santidad” ya carecen de sentido o crean confusion porque, por ejemplo, quienes han denigrado su función jerárquica también las utilizan. Todos esos nombretes tienen como cualquier otro un impacto en la percepción, en la imaginación. Pienso en la víctima de un padre maltratador cuando escucha a un cura llamarse “Padre Fulano o Zutano” y más aún si ha sido víctima de maltrato por el tal cura.

    Esas denominaciones contra las cuales Jesús parece haber prevenido según los evangelios que conocemos, son parte de la imaginación religiosa corrompida, contaminada por la políticam, las ideologías, el ejercicio del poder. En suma son autopercepciones.

    Otras, que no son religiosas en su etiología pero que corresponden al Mundo no religioso, como Su Majestad, Honorable, Alteza y otras lindesas “sucias” por el estilo son product (o lo parecen) de la misma imaginación (que Teresa de Avila inscribió en una anticipación magistral en el manual de diagnóstico psiquiátrico con la definición sencilla pero clara de “la loca de la casa”. Imaginemos al penúltimo Borbón, beodo y desaforado solicitador de favores sexuales, financieros, que realmente se creyó con el derecho de humillar a Chávez (justificadamente o no es material de discusión en otro momento) porque Chávez se comportaba como una bombilla no bien ajustada y no casaba de interrumpir. La imaginación es ciertamente ponderosa.

    No excluyo la mía que me tienta y puede haciéndome emborronar de vez en vez el espacio de Atrio, pero me la permit porque siempre sere mucho menos nocivo al opinar que cualquier “poderoso” al “poder hacer”. (Al menos eso imagino). 

  • mª pilar

    Uffff:
    Isidoro:
    ¿Que lío no???
    mª pilar

  • Isidoro García

    Ahora si que es la última. En estas Navidades, os deseo a TODOS, que encontréis la llave del Misterio, que a cada uno se le mostrará de una forma diferente, pero que siempre será la misma cosa.


    “Para los gordos. Para los flacos. Para los altos. Para los bajos. Para los que ríen. Para los optimistas. Para los pesimistas. Para los que juegan. Para las familias. Para los reyes. Para los magos. Para los responsables. Para los comprometidos. Para los náufragos. Para los de allí. Para los que trabajan. Para los de aquí. Para los románticos. Para los que te quieren. Para los que no te quieren. Para los que te quieren mucho. Para los que te quieren poco. Para los bronceados. Para los nudistas. Para los supersticiosos. Para los originales. Para los calculadores. Para los sencillos. Para los que leen. Para los que escriben. Para los astronautas. Para los payasos. Para los que viven solos. Para los que viven juntos. Para los que se enrollan. Para los que besan. Para los primeros. Para los últimos. Para los hombres. Para los precavidos. Para ella. Para los músicos. Para los transparentes. Para los que disfrutan. Para los fuertes. Para los que se superan. Para los que participan. Para los que viven. Para los que suman. Para los que no se callan. Para nosotros. Para todos”.
    Pues eso, compañeros. La piel de gallina.
     
    http://www.youtube.com/watch?v=eRBQswQi1E8

  • Isidoro García

    Perdón. Con esto acabo.  Leo ahora sobre los últimos momentos de Thomas Merton, (murió hacia las tres de la tarde): “Al concluír su charla, Merton sugirió que le planteasen preguntas hasta la sesión de la tarde. Terminó con estas palabras ‘Así, pues, yo desapareceré’. Y terminó su charla recomendando a todos que tomasen una Coca Cola”.

  • Isidoro García

    Siguiendo con este tema, (en la calma de un domingo, propicia a la reflexión especulativa tranquila), os contaré que yo sufrí una auténtica “iluminación”, cuando entendí aquel anuncio argentino de la Coca Cola, tan gracioso de hace unos diez años, en el que se decía que era para los gordos, para los delgados, para los rubios, para los pelirrojos, para estos y para los otros… para todos.
    Pues eso mismo pasa con la revelación. Los que creemos en que hay “Algo exterior a nosotros”, (= trascendencia = que está fuera de nosotros), y que ese “algo” nos quiere ayudar, estimulando nuestro propio desarrollo y evolución, hemos pensado alguna vez, la razón del porqué se ha producido la multitud de revelaciones históricas diferentes, que tanto desconcierta y desasosiega.
    Pero pensemos que con lo dispersa que es la mente humana, es imposible hacer una revelación “universal”, a no ser que fuera una aparición en los cielos, de un tipo mágico y espectacular. Pero eso ya no sería un estímulo a nuestra propia evolución, sería un descarado empujón que nos restaría libertad y responsabilidad.
    Si lo que se supone que se busca es que la especie humana evolucione, hacia una especie inteligente superior, dentro de la evolución general de todas las especies en el Universo, sin maravillosismos, ni milagreríos, siguiendo (como todos sus integrantes) las leyes generales del Universo, casi se hace necesario mandar una pluralidad de mensajes, para que los gordos escojan el suyo, los delgados el suyo, los rubios… como la Coca Cola. Y todos al final beberán Coca Cola, pero cada uno lo hará por un motivo diferente.
     


    (¡Lo que no inventen los argentinos listos no lo inventará nadie. Yo de mayor quiero ser argentino, como Valdano… o el Papa!). No es broma, lo pienso de verdad.

  • Isidoro García

    Yo creo que justo la cosa va por ahí. La imaginación del hombre suplementa la parte del Conocimiento a la que la Ciencia en cada momento histórico no alcanza, para acabar de cerrar el círculo de nuestra Weltanschauung, cosmovisión o visión del mundo>, que tiene que estar cerrada so pena en caso contrario de sufrir unas neurosis de origen cognitivo, que luego explotan con dolorosos síntomas de todo tipo, de los que ignoramos su origen.

    Por eso las religiones, todas, tienen que estar reinventándose continuamente, y con mas urgencia, cuando los avances de la ciencia se aceleran, como pasa en estos últimos tiempos. Ello no significa que la revelación original fuera imperfecta, es que históricamente hablando es imposible dar un mismo mensaje a todos los distintos hombres de la historia, con sus universos culturales propios.

    Cuando das de comer algo a alguien, es el que lo recibe el que tiene que masticarlo y digerirlo, cada uno en función de su propia fisiología y circunstancias. El que tiene buenos dientes, le dará fuertes mordiscos, y el que no, lo roerá poco a poco.

    Para cerrar la cosmovisión personal, la imaginación personal es necesaria. Pero no se trata de un  mero ejercicio imaginativo caprichoso, y así, como dices, George: “El propio ser humano se imagina su situación en el cosmos, produce las explicaciones que puede creer acerca del sentido de su existencia y se imagina el sentido que pudiera darle en cada etapa a su vida, al menos por un tiempo”.

    La imaginación actúa, sobre las líneas maestras que la revelación que hemos escogido como más significativa para nosotros. (La triste realidad, es que solo una ínfima minoría escoge su revelación mas adecuada, sino que le viene impuesta por nacimiento y geografía).
    Yo, personalmente, creo que todas las revelaciones, provienen del Espíritu. Lo que sucede es que vienen expresadas en lenguajes culturales distintos, y además en envoltorios simbólicos distintos, que unos son mas adecuados psicológicamente a unos y otros a otros. Y por eso cada uno hace opciones distintas y legítimas. Cuando un protestante originario, Newman, Merton, u otros, se convierte al Catolicismo romano, posiblemente le atraiga la seguridad y la aparente unidad, o incluso el barroquismo estético de su liturgia. Cuando un católico se hace protestante, posiblemente le atraiga la libertad personal que encuentra allí, donde puede encontrar una religión “a la carta” de sus circunstancias psicológicas.

    Hay personas estudiosas de la religión como René Guenon, o Garaudy, que se convirtieron al Islam. Y  a ellos no les comió el coco nadie. Cuesta mucho imaginarse los vericuetos psicológicos, por lo que uno es casi constitutivamente de izquierdas o de derechas, u obsesos de la uniformidad religiosa o de la libertad personal de conciencia. Por eso el primer paso que debemos dar todos es el de la aceptación plena del pluralismo, no como concesión buenista, sino como aceptación de una realidad psicológica humana.
     
    >Nuestro cuerpo está lleno de células que trabajan todas para nosotros, pero cada una de forma distinta según la situación donde estén. El gran reto del futuro que tenemos ya aquí es el de conseguir una unidad en la diversidad, una coordinación cooperativa, fomentando al tiempo una creatividad individual personal, que siempre será dispersa y variable.

  • George R Porta

    Citando un comentario curioso de Isidoro, me atrevo a hacer esta observación:

    “Una religión resitúa al hombre en su lugar en el cosmos, le explica de donde viene y a donde va, le da un sentido a su vida.”

    Quizás lo que ocurra en la experiencia religiosa es que cada cultura sea el espacio en el que el propio ser humano se imagina su situación en el cosmos, produce las explicaciones que puede creer acerca del sentido de su existencia y se imagina el sentido que pudiera darle en cada etapa a su vida, al menos por un tiempo. Según que la vida ocurra, todo eso se reajusta dinámicamente y la parte mágica que proyecta, lo onírico que sueña y la poético que expresa su ser emocional, va progresivamente cambiando a modo de adaptación. Por eso la disctadura sacerdotal egipcia desapareció y la vaticana está en crisis. La religion es un resultado de la imaginación humana y no le aporta a la humanidad sino aquella coherencia que a la humanidad le convenga en cada etapa para anticipar su future, justificar su presente y explicar conveniente su historia.

    O ?quizás no?

  • Isidoro García

    Después de la originaria fundación del cristianismo con la plenamente hebraica de la predicación de Jesús, y de la segunda refundación helenística realizada por Pablo, y Juan el evangelista, (que no apóstol), está a las puertas la tercera, la ”moderna” y “postmoderna”, que exigirá uno o dos siglos de investigación teológica de alto riesgo y de gran esfuerzo, aunque si el Espíritu suscita algún nuevo Pablo, la cosa será más llevadera.
     
    Es claro que el siglo XX, ha sido un gran siglo de “desmitologizadores”, pero llevar a cabo esa tercera refundación del cristianismo, exige de muy buenos “remitologizadores”, como muy bien apunta Honorio. Pero reducir el cristianismo a una mera, (con ser de gran importancia), regla moral del amor fraterno, es reducirlo de la categoría sacra, (relaciones con “lo de fuera”), a la mera categoría de lo humano, relaciones internas. De religión, a mero humanismo, aun con ser este muy importante. Es confundir los medios con el fin.
     
    Una religión resitúa al hombre en su lugar en el cosmos, le explica de donde viene y a donde va, le da un sentido a su vida. Y esa carencia del sentido de la vida, que muchos desprecian, (o al menos no valoran en su importancia), la psicología profunda, la señala como la causa fundamental de todas las actitudes y conductas humanas que llenan las consultas psicológicas, los psiquiátricos y las cárceles, y llenan de infelicidad a la humanidad, y es en el fondo la verdadera causa de las estructuras injustas que tanto dolor e  infelicidad producen. La injusticia social sólo es una parte de ese gran caldo de dolor y sufrimiento que asola la humanidad. Confundir una parte con el todo, sigue siendo un mal análisis de la situación, por mucha buena voluntad que tengamos.
     
    Por otra parte en el futuro, ya no tiene sentido hablar separadamente de la religión de Jesús, y de las otras religiones, (por mucho respeto que se les tenga). Eso son cosas del pasado. Jesús no fue el Mesías de los judíos, ni siquiera fue el Mesías de los cristianos, es el rey del Mundo entero, de todos los humanos, y no es lógico pensar que vino para los euroculturales, y más concretamente para los romanodependientes, y que es sólo a ellos a los que otorga casi exclusivamente su gracia. Es claro que el nuevo cristianismo tiene que apuntar que el Espíritu, apoya igual a todos los humanos, de todas las iglesias cristianas y a los de otras religiones por igual.  (A muchos esto les cuesta y costará mucho entenderlo, pero nuestros nietos lo comprenderán).
     
    Por eso claro que, como dice Honorio, “hay mucha tela que cortar”, y no son solo cuestiones de moral matrimonial o derecho canónico. Perder el tiempo en esas minucias, son ganas de ver el árbol y no ver el bosque. Pero si la solución está en convertir las iglesias, en centros culturales pro-justicia social y política, (sucursales y auxiliares de partidos políticos), ya no es ver solo el árbol, sino es ver solo la rama.
     
    Claro que no todo el mundo tiene que ponerse a pensar en los problemas de la humanidad en su conjunto, que son muy complicados, para ello están las grandes facultades de teología y filosofía. La gente corriente, bastante tiene con vivir la vida lo menos gravosamente posible, y a ellos hay que facilitarles la vida, no complicársela.
     
    Pero las Leyes, provienen de unos grandes principios filosóficos y valores. Y luego las leyes, se articulan en Reglamentos, que son los que se aplican a la gente corriente. Si los Principios no son los adecuados, los Reglamentos de detalle, serán inadecuados también. El caballo siempre delante del carro.
     
    En resumen a mí me da la sensación de que al igual que el cristianismo, en el año 70, siguió su crecimiento, aunque su rama central (en ese momento), la de Jerusalén y Judea, (la de Santiago), desapareció, puede pasar lo mismo con la iglesia helenística-romana, si no se afrontan los temas de raíz. El árbol, no es una rama, ni siquiera es el tronco principal. Si por lo que sea no deja pasar la savia, habrá otra rama, que continuará su crecimiento, pero el árbol del cristianismo universal seguirá ascendiendo hasta el final. Claro que no es una labor de una generación, sino de dos o tres siglos.
     
     
    Pero yo soy optimista, porque tengo una ventaja: no creo en el Papa, que es un pobre hombre como todos nosotros, yo creo en el Espíritu.

  • Asun Poudereux

     
    Vamos a ver, si se dice del papa que es  verdaderamente pastor, lo es de todas las personas, atendiendo a todas ellas. Entonces, me pregunto, a qué viene eso de frente al  restauracionismo  preconciliar, que no deja de ser un recrear divisiones y desencuentros interminables:
     “Porque está siendo liderado por quienes demuestran no haber renovado su teología ni haber aprendido lo que el Espíritu dijo a la iglesia en el mayor y más cordial concilio de toda la historia”.
     
    ¿Acaso existe alguna teología que posea la verdad y se crea digna de serlo? Creo que hay que practicar más la humildad y la gratitud, porque hemos llegado hasta aquí con todo un paquete de procesos evolutivos e involutivos  de constructos mentales,  absolutamente todos,  que no paran de cerrar y delimitar, en vez de ayudar a abrirse las  puertas a la espaciosidad que somos y es.  ¿A qué viene tanto miedo?
     
    No juzguemos tanto ni impongamos tanto. Bendigamos más y respetemos agradeciendo todo lo que es,  aunque no lo entendamos.  El Amor de Dios no puede enmarcarse en creencias o ideas. Se palpa y se toca en el otro y junto a los otros.
     
    Por los frutos y hechos los conoceréis y nos conocerán.

  • h.cadarso

    “Hay que desmitologizar, pero luego hay que remitologizar” Y claro, el desmitologizador que remitologizare, buen desmitlogizador y remitologizador será…
    Perdón, yo la cosa la veo como más sencilla. Simplemente se trata de vivir el evangelio, que pone todos los mandamientos en uno solo, el del amor, y que identifica el amor al prójimo con el amor a Dios. Hay que vivir las Bienaventuranzas; hay que sacar la cara y vaciarse el bolsillo por los pobres y desvalidos.
    Y en todo esto hay mucha tela que cortar, amigos. Esto del evangelio es mucho más difícil y duro que los temas de sexualidad, de familia cristiana al viejo estilo, etc. etc. Yo no diría que el evangelio contiene muchos mitos, no. Solo un mito, el de la fraternidad entre todos los seres humanos…El único mito porel que se nos preguntará al final de los tiempos.
    Los otros mitos quizá les encajan a religiones diferentes de la de Jesús…A las cuales tengo un profundo respeto, por supuesto…

  • Isidoro García

    Lamento ser una nota discordante, pero yo tampoco veo claro el artículo de Torres Queiruga.  Leía hace poco como un autor citaba el Quijote: “Dice D. Quijote a Sancho, después de su batalla con el Vizcaíno en la que casi pierde una oreja: «Advertid, hermano Sancho, que esta aventura y las a estas semejantes, no son aventuras de ínsulas, sino de encrucijadas».
     
    Y a mí me parece que esta es otra batallita más de “encrucijada” pero no de “ínsulas”, en las que se conquistan reinos de verdad. Porque hay que comprender las razones por las que muchos se resisten a una actitud pastoral “laxa” y comprensiva con el pecador. Porque a lo peor, esta actitud pastoral, en sí buena y adecuada, debe venir acompañada de otra pata del banco, para que el banco nos sirva a la humanidad para sentarnos, que para eso es para lo que se tiene un banco, (de los de sentarse, que los otros dan otro tipo de utilidad). Porque un banco sin patas, se tira a la basura.
     
    La CULTURA, es algo que le debe servir al humano para ayudarle a asumir la ardua tarea de vivir que tiene.  Y esa ayuda debe consistir en ayudarle a encontrar un sentido a su vida, explicándole de donde viene, a donde va, y que es lo que hace aquí. Todo eso trata de explicárselo la Ciencia, no solo la de las cosas inanimadas, sino también la del conocimiento del hombre, las ciencias humanísticas.
     
    Pero hay unas grandes parcelas del Conocimiento, que no son accesibles a la Ciencia, (todavía). Y para suplir ese vacío cognitivo, están las RELIGIONES. Donan al humano de enunciación de unas expresiones de la Realidad desconocida aún por la ciencia, lo que constituye el cuerpo dogmático, que es objeto de fe, aunque en el futuro (si se confirmara, nuestras creencias), no creeremos, sabremos.
     
    Además de un corpus de creencias, las religiones dan al humano, unos sistemas relacionales, (liturgias, ritos y sacramentos), de la comunidad de creyentes con esa parte de la Realidad, objeto de fe. Y también aportan unas guías y sistemas de conductas para conducirse en la vida de que disponemos.
     
    ¿Pero cuál es la situación de la I.C. actualmente?. Dispone de una dogmática, (una descripción de la Realidad desconocida aún), expresada en unas categorías helenísticas, de hace mil quinientos años o más, totalmente ajenas al hombre culto moderno, por lo que no le dicen nada, y por lo que instintivamente la ignoran, (que es el peor rechazo que se puede hacer a algo).
     
    Posee una liturgia, de sayas y capirotes, propia de baile de disfraces de Carnaval, o de procesión sevillana de pechoslatas romanos, y de atrezzos de película histórica (¡!), y una sucesión de rituales monocordes y repetitivos, que antes era en latín, y ahora son en lengua vernácula, (¡qué gran avance!). La gente se aburre, resiste los bostezos como puede, y acaba abandonando.
     
    Y solo les queda la correa moral. Que tampoco mucha gente bautizada toma en cuenta, pero al menos estaba ahí. Si ahora viene el Papa y empieza a decir que ya veremos, que Dios es el que juzga, y ve los corazones, es natural que muchos de los que han dedicado toda la vida en este cotarro, piensen que esto supone el inicio del suicidio final, el haraquiri más grande de la historia.
     
    ¿Cuál es la solución?. Pues volver a los orígenes, replantearse todo reinterpretando los mensajes fundacionales, en claves modernas, y reexpresando de nuevo todo, con valentía y confianza en el Espíritu. Hay que imaginar, qué diría Jesús, (en el caso cristiano, y de forma similar todas las religiones), a los hombres actuales, mediante una reinvención nueva del cristianismo. (La palabra invención significaba antes, descubrimiento de algo que había quedado oculto, de ahí lo de la “invención” de la santa Cruz).
     
    No hay que rechazar la dogmática por antigua, anulándola y privándose de ella. Una religión sin un Misterio en que creer, es como un jardín sin flores. No solo hay que desmitologizar, sino después hay que remitologizar, con nuevos mitos modernos. (Y el que crea que no son compatibles los mitos con la Modernidad, le diré, que mientras haya parcelas de difícil acceso de la Ciencia, habrá mitología, y si no, ¿qué otra cosa, sino mitos, son las películas de ciencia ficción?)
     
    Curar una herida, supone, reabrirla, limpiarla y desinfectarla y volver a tapar de nuevo. Si solo abrimos la herida, y la dejamos al aire, aceleramos la infección. O se hace todo o no se hace nada, escomo cruzar un  semáforo, o pasas o no pasas, no te quedas en medio.
     
    Naturalmente este discurso va dirigido al que tenga aún intuición religiosa. El que su imaginación o capacidad de creencias, no se lo permita, pues será un buen ateo o agnóstico, y no pasa nada. No podemos pensar iguales y el reconocimiento del pluralismo debe ser el primer paso inicial en la nueva época cultural que estamos iniciando ya.
     
     
     

  • George R Porta

    La dogmática devino necesaria por razones político-pastorales o pastoral-políticas, cuando el control o el poder se confundió con “apacienta mi rebaño” una frase poco feliz de este lado del Atlántico atribuida a Jesús en conversación precisamente con Pedro, pero Jesús no reclamó nunca infalibilidad y eso me ayuda y consuela porque en realidad debió de confiar sus seguidores al cuidado del Espíritu y nadie más. Lo peor es que no dejó a nadie al cuidado de Pedro y Pedro se lo tomó en serio, demasiado en serio.

    Pero humanamente hablando, no hay otro modo que yo comprenda (aunque seguramente lo debe haber) hay que alinear los conceptos.  Tomándome el libertinaje de escribir lo que se me ocurre o me viene a mi cerebro medio aparkinsonado (hoy me siento lingüísticamente creativo además me ilusiona pertenecer como un miembro anónimo al club de Wojtyla, Martini, mi Madre y ahora Kung, etc.) la teología solo puede ser repensada e incompletamente narrada después que surge del útero que la contiene conjuntamente con la placenta y comienza a morir en el mismo momento que le cortan la yesca umbilical. La teología es solo praxis pero como el recién nacido no puede evitar ser víctima de su propio orgullo y desea vivir por su cuenta.

     
    Nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde. La teología no es excepción. Por suerte cuando la genética original es suficientemente saludable, de alguna manera la teología sigue verbalizando a la praxis o perece.

  • oscar varela

    Hola!
     
    El señor Queiruga prioriza la PASTORAL sobre la DOGMÁTICA; y me parece bien;
     
    * porque la “praxis” tiene prioridad sobre la “gnosis”, cuya función es la de “asegurar” los aciertos de la “praxis”; a la que no le agrega nada … nada más (¡y nada menos!) que ser su momento de “seguridad” para poder pisar suelo firme y ¡seguir andando!
    …………………………
     
    Lo que hace el señor Queiruga en este Artículo ¿es “Teología”?
    * Sí y No.
    Porque sobre ello “disputant autores” (no hay acuerdo), ya que se trata de una Disciplina llamada “APO-LOGÉTICA”, cuya construcción consiste en “DEFENSA” de los Ataques. Se trata de una Disciplina de los “en-tornos”. Tal vez le cuadre el nombre de “PRESERVATIVO”. En todo caso no se trata de TEOLOGÍA en sí misma.
    ………………………..
     
    Pero acá viene lo más interesante:
    * que la Teología (Pastoral, en este caso) asienta sus nalgas sobre Asuntos (Teos-religiosos) que han ido perdiendo vigencia “seria” para las Generaciones de nuestro tiempo, cuyos Asuntos (Problemas de la Vida) le conmueven sus entrañas.
     
    Pienso, por lo tanto, que lo del señor Queiruga va resultando una Apologética “parvularia” para una teología que se esfuma al contacto con los Problemas de la Vida.
     
    Tal vez ¿no?
     
    ¡Voy todavía! – Oscar.

  • h.cadarso

    Gracias, Atrio, por esta reflexión y análisis de Torres Queiruga. Yo soñaba con una versión de la teología así, Torres Queiruga y su texto podrían confirmar y afianzar a Bergoglio en su ruta teológica y pastoral. Yo no soy mi teólogo ni pastor, soy un abuelo de seis nietos. Pero conservo de mis tiempos mozos una licencia en teología, como un trasfondo que me ha ayudado a lo largo de mis 80 años a interpretar la vida y la sociedad en clave teológica. Yo pensaba que estaba rayando en la herejía con mis visiones personales de lo divino y de lo humano. Pero entre Torres Queiruga y Bergoglio me han ayudado a reencontrarme con mi vena de licenciado en teología. Solo licenciado, cuidado; lo de doctor se lo dejo a mentes más alumbradas…

  • Magnifico articulo articulo del ,para mi, mejor teologo  español de nuestros dias.Gracias por tu sensibilidad pastoral y evangelica que tus palabras rezuman.

  • magnifico y altamente gratificante este articulo del ,para mi,mejor teologo español de nuestros dias.Sus palabras rezuman coherencia intelectual asi como un llamamiento a la cordura evangelica y a la sensibilidad pastoral.Gracias querido Andres.

  • George R Porta

    Mi gratitud cordial a la redacción de Atrio por hacer accesible a los que desde lejos no tenemos noticia o acceso a estas cosas importantísimas que se publican o dicen en Europa y otras partes. Tras de leerlas se siente el alivio de la esperanza. Espero a poder considerarlas despacio para experimentar la alegría de la confianza

  • ELOY

    Como señala Gonzalo Haya el artículo tiene mucha profundidad de contenido, más allá de la mera consideración positiva  o “defensa” de Francisco.
     

    Y podríamos decir que es, como fruto o consecuencia de una determinada visión de lo religioso, una propuesta de vida, estableciendo criterios de comportamiento nacidos de la raíz del Evangelio. E incluso estableciendo criterios definitorios de lo que es, o debe  ser, la Iglesia en su realidad práctica. Al efecto, entre otros posibles, cito  el siguiente párrafo, en el que subrayo algunas palabras que considero significativas:  
     
     
    << (…) En esta actitud, su óptica se hace evangélica, y del ejemplo de Cristo aprende que lo decisivo es tener “las puertas abiertas para recibir a los necesitados, los arrepentidos y ¡no sólo a los justos o aquellos que creen ser perfectos!”. Entonces, ante el problema de la comunión de los divorciados, el rigorismo pierde su sentido, porque se hace claro lo fundamental: “La Eucaristía, si bien constituye la plenitud de la vida sacramental, no es un premio para los perfectos, sino un generoso remedio y un alimento para los débiles”, puesto que “la Iglesia no es una aduana, es la casa paterna donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas” (EG, n. 47). >>
     
     

  • Gonzalo Haya

    Este artículo es mucho más que una defensa del Papa Francisco; es una justificación teológica, evangélica y humana de una manera de pensar y de proceder honestamente ante las incertidumbres éticas y sociales que nos plantea la vida. Interesa tanto por su planteamiento teológico como por su buen sentido humano.

  • ELOY

    Leí con interés la larga exposición de Andrés T. Queiruga.
     
    Me parece también muy interesante la conferencia que dio T. Queiruga  en la inauguración del  curso 2014-2015 de Cristianismo y Justicia. (aproximadamente  una hora)
     
    Al  final habla del  Papa Francisco en términos similares al artículo de Iviva.
     
    Adjunto enlace:
     
    https://www.youtube.com/watch?v=HqOIxi8Z8nA
     

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