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La dualidad femenina

pontEste texto de Pascual, otro buen amigo con el que conecté profundamente mucho antes que existiese Internet, ha salido de su mente y de su corazón, tras muchas horas de informarse y pensar. Es muy largo y podríamos haberlo “tallerizado”. Pero, al final, preferimos ofrecerlo íntegro, sin cambiarle una coma. Léalo y coméntelo quien quiera, si es que logra conectar a través del texto con su buscador autor y llega con él hasta el final de la excursión intelectual. Hay material para seguir pensando después por nosotras y nosotros mismos. AD.

INDIVIDUO-ENTORNO

La capacidad del individuo de superar las más adversas circunstancias, no justifica el que algunos digan que se han hecho a sí mismo, pues un cambio radical de entorno le produciría rápidas e importantes transformaciones, mostrando la incuestionable incidencia del entorno.

En su obra El error de Descartes, Antonio R. Damasio muestra que el pensamiento más refinado está ligado al organismo biológico con el que forma un todo indivisible que, como tal, interactúa con el medio que lo envuelve. Conocer la estructura triuna del cerebro ha sido decisivo para colocar a los sentimientos en su debido lugar. Reconocer que la función vinculante del cerebro del corazón es el que debe guiar tanto la capacidad analítica del raciocinio, como los imperativos vitales de los instintos, tanto la profunda subjetividad del individuo como las exigencias objetivas del entorno, exige ensanchar nuestra mirada y contemplar la evolución como un inmenso proceso de mutualismo, de colaboración.

Somos hijos de la Tierra, de Gaia, como ésta lo es de las estrellas que la parieron junto con todos los astros que forman el Sistema Solar. Es mucho lo que ignoramos todavía sobre estos dos partos, pero el conocimiento de la evolución de la Tierra y en la Tierra está mejorando continuamente, lo que permite extraer conclusiones que, en su esencia y en virtud de la unidad subyacente en todo el Universo, quizá puedan ser extrapolables a la evolución estelar. Una primera cuestión a aclarar es en qué medida la Tierra ejerce a la vez de individuo y de entorno. La tremenda soledad que muestra la imagen que ahora recibimos desde el exterior, parece invitar a considerarla como individuo, pero su condición de indivisible dependerá de los vínculos establecidos entre sus componentes. La soledad lo que hace es mostrarla como entorno incuestionable de todos los procesos que se producen en su interior.

Procesos físicos, químicos, biológicos, culturales, muestran su progresión en complejidad y que a partir de los sistemas que le aportaron las estrellas, se van estructurando otros sistemas con crecientes y estables vinculaciones. Átomos, moléculas, polímeros, macromoléculas, protoplasma, orgánulos subvitales, organismos unicelulares y organismos pluricelulares, son algunos de los sistemas que nos muestran el proceso de complejización experimentado en la Tierra.

Los individuos humanos somos resultado de ese proceso y estamos llamados a continuarlo, lo que va a depender de la clase y del grado de vinculación que logremos establecer. Debemos distinguir dos clases de vinculación: inmanente y trascendente. Se ha debatido mucho sobre sus significados filosóficos y teológicos y se ha llegado a considerar como opuestos, cuando son profundamente complementarios. Aquí los vamos a considerar en relación a la dualidad individuo-entorno, por lo que inmanente señala lo que aporta el entorno al individuo, mientras que transcendente muestra la contribución del individuo al entorno. Esta doble interacción está sujeta a su propio proceso evolutivo, de tal forma que todo nuevo individuo inicia su existencia desde una absoluta inmanencia y alcanza la plenitud cuando desarrolla todo su potencial y lo entrega al entorno a través de un continuado progreso de la transcendencia.

Esta dialógica parece ser que es la que dinamiza toda la evolución aunque se va manifestando con mayor claridad a medida que avanza en complejidad. En la fase biológica tiene una especial relevancia la sexualidad, aunque debe completarse por otros conductos que no se presentan con tanta nitidez.

MITOSIS Y MEIOSIS

Hay que tener muy en cuenta que la sexualidad no responde a una exigencia de la reproducción, puesto que hay una larga, amplia y eficaz experiencia de reproducción asexual. Al sexo se le pueden reconocer dos funciones: 1) vincular a dos individuos de forma que se genere una nueva individualidad en la que estén comprendidos los dos; 2) al intercambiar sus características, contribuir a una mayor diversidad, incrementando las posibilidades de aparición de nuevas propiedades, y, sobre todo, avanzando en la tendencia universal a que todo esté vinculado con todo.

El sexo se manifiesta cuando tras la mitosis aparece la meiosis en la reproducción celular. Los protagonistas, en ambos casos, son los genes, es decir, los depositarios del patrimonio, de toda la riqueza vinculante desarrollada por la evolución hasta la génesis de su especie. Los genes están agrupados en cromosomas, que durante la mitosis se duplican para generar dos células iguales a la inicial. En la meiosis, los cromosomas de dos células diferentes se dividen por la mitad, para formar un nuevo cromosoma con la que formar una nueva célula que será diferente a las generadoras, pero las representará por igual puesto que contiene la mitad exacta del patrimonio de cada una de ellas.

La meiosis no anula la mitosis. Los individuos pluricelulares están formados por millones de células que se renuevan por mitosis para así mantener la identidad del nuevo individuo. Es necesario detenerse y reflexionar seriamente sobre el profundo y todavía misterioso significado creativo que contiene la meiosis. Los cromosomas de los gametos contienen la misma información que las demás células de sus respectivos individuos, puesto que ahí está la clave de su identidad, por lo que la diferencia reside en que cada gameto acepte renunciar a la mitad de ella para generar con la mitad del otro una nueva y diferente identidad. ¿Qué es lo que hace que a partir de ese encuentro la nueva identidad empiece a reproducirse y a diversificarse con el fin de generar los diferentes tejidos y órganos que conforman al individuo? Es posible que en esencia consista en la misma facultad creadora que generó nuestro Universo hace 13.500 millones de años. Lo que las diferencia es una cuestión de ritmo y de patrimonio. Los millones de años de entonces ahora son segundos, y los primeros encuentros entre cuantos de energía lo único que podían compartir era su afán de extender su colaboración generadora de sinergia a todos los cuantos que pueblan el vacío, mientras que ahora cada gameto es portador de todos los vínculos establecidos por la evolución desde aquel inicio universal hasta llegar a su especie.

La intensidad y densidad de los primeros momentos de transcreación ontogénica de la filogénesis exige asegurar que el nuevo individuo va a disponer de un entorno en el que encuentre los nutrientes necesarios para la rápida y compleja multiplicación celular que tiene que realizar. De esto se ocupa el gameto femenino que, además de contribuir con su patrimonio genético, aporta todo lo que se precisa para la satisfactoria realización de la primera fase de una nueva vida, de lo que se desprende que el componente femenino ejerce una doble función, la de individuo, idéntica al componente masculino, más la de entorno; una doble función en la que podemos reconocer la plena interiorización de la dinámica universal. Esta interiorización también se alcanzará en el componente masculino, pero de forma más tardía y compleja.

Dentro de la inmensa diversidad y complejidad de este aspecto evolutivo, nos debemos limitar, pos razones de tiempo y espacio, a distinguir cuatro etapas (vegetal, ovípara, mamífera y humana) pues son suficientes para distinguir lo que es esencial y se repite en todas ellas, y lo que es característico de cada una, lo que a su vez nos mostrará el progreso evolutivo en la sustitución del azar por la relación personal, entendiendo por persona el resultado inconmensurable de la interacción continuada y profunda entre cada individuo y su entorno.

REPRODUCCION VEGETAL

En las plantas angiospermas, que son la inmensa mayoría, las flores son sus órganos reproductivos, en la que el órgano femenino es el gineceo que está formado principalmente por el ovario y los óvulos, mientras que el androceo u órgano masculino lo componen los estambres y el polen. Hay flores masculinas, femeninas y hermafroditas. Las hermafroditas son las que en una misma flor hay óvulos y polen, por lo que podría fecundarse a sí mismas, pero eso equivaldría a una mitosis o clonación, puesto que los dos gametos tienen el mismo código genético y para eso no hacía falta el complejo desarrollo de la sexualidad. Para evitar incluso la endogamia, el androceo confía al viento una gran cantidad de polen, con la esperanza de que el azar ponga en su camino algún gineceo acogedor y una la información de que es portador, a la información femenina, iniciando, con esa unión, el proceso creador. En una fase evolutiva más avanzada, el colorido y belleza de las flores atrae a los insectos para que transporten, de forma más directa, el polen de unas a otras flores y fecunden algunos de sus óvulos. En cualquier caso, el androceo nunca sabrá cual ha sido el resultado de su esfuerzo por contribuir a la continuidad y mejora de la vida, aunque ha hecho todo lo que estaba dentro de sus posibilidades y el impulso evolutivo intentará superar esa ignorancia. El gineceo también confía en que el azar deposite en su seno un gameto que la complemente y ponga en marcha su capacidad creadora, transformando el ovario en matriz para formar una semilla con los nutrientes que tenía reservados para esa función.

Este proceso es la primera parte de la función reproductiva. La segunda parte es la transformación de la semilla en individuo plenamente desarrollado, para lo cual se necesita una nueva interacción individuo-entorno, en la que la función de individuo la ejerce la semilla, mientras que la función de entorno le corresponde a la tierra, al suelo en sazón. La formación del lenguaje recorre caminos que a veces obliga a repensar el contenido de ciertas palabras, como es el caso de la palabra tierra/Tierra. Pero ahora lo que hay que admirar es la enorme inventiva de las plantas para hacer que sus semillas fructifiquen. La gran cantidad de variantes se pueden agrupar en tres: las que dan a sus semillas formas aerodinámicas para incrementar al máximo su radio de difusión, las que le proporcionan la capacidad de enquistarse y así poder esperar a que el entorno reúna las condiciones adecuadas, las que las rodea de una importante cantidad y calidad de nutrientes de los que poderse abastecer en las primeras fases de su desarrollo.

ANIMALES OVÍPAROS

En ellos también hay que distinguir dos fases. La primera, consistente en lograr el encuentro de dos gametos procedentes de individuos diferentes, muestra grandes avances en sustituir el azar por la relación personal, dentro de importantes variantes, como la de los peces que dejan caer su semen sobre los óvulos que las hembras han depositado en el fondo de un lugar de aguas tranquilas, hasta las distintas especies que depositan el esperma en el interior de las hembras encarando la cloaca masculina con la femenina. El encuentro concreto que produzca la meiosis puede depender de la maduración de los óvulos. Algunas especies guardan el semen recibido y lo administran de forma que ellas mismas van fecundando sus óvulos a medida que van madurando.

En la conversión del óvulo en huevo, la doble función femenina llega al extremo de proveer al nuevo individuo de todo lo que precisa para desarrollarse plenamente hasta llegar, en algunos casos, a poderse desenvolver con total autonomía cuando rompe la cáscara del huevo y se tiene que enfrentar solo al entorno abierto. Eso no significa que no tenga lugar la segunda fase de la reproducción, fuera ya del estrecho ámbito de la matriz femenina, pero con dos notables progresos con relación a la segunda fase vegetal: 1) Que no precisa que el entorno abierto le aporte nutrientes, pues ya se ha ocupado la madre de que lo tenga todo. 2) Que la madre procura también de que ese tiempo de maduración fuera de ella, transcurra en un medio cálido y tranquilo, para lo cual uno de los recursos es enterrarlo en el suelo, a una profundidad que no suponga problema para salir, pero le proteja de los depredadores y de las inclemencias atmosféricas. La mayoría de las aves protagonizan un progreso muy significativo en la segunda fase, pues construyen un nido, es decir, un entorno ex profeso que acoja a los polluelos cuando eclosionen los huevos, y en el que los huevos dispongan de las condiciones adecuadas para completar su desarrollo interior, lo que aseguran además con la incubación, con el calor de su cuerpo. Otro progreso evolutivo de gran significación tiene lugar en las aves monógamas, pues significa la asunción masculina de la doble función de individuo y entorno, al participar el macho en la construcción del nido, relevando a la hembra en la incubación y contribuyendo activamente en la alimentación de los polluelos hasta que éstos son capaces de volar y procurar por sí mismos la supervivencia y el logro de su plenitud. Parece evidente que hay una relación directa entre la condición monógama y el aumento de la responsabilidad paterna y sería de gran valor conocer con precisión los mecanismos que intervienen en esta relación.

VINCULACIÓN MAMÍFERA

En los animales mamíferos las hembras dan un salto de gran significado en la interiorización de la interacción individuo-entorno, pero no así los machos, que en lugar de generalizar y profundizar en la responsabilidad que debería conllevar su participación en el proceso reproductivo, muestran un amplio abanico de comportamientos, desde los que desaparecen por completo, una vez han copulado, hasta los que asumen plenamente, incluso colectivamente, el cuidado de los miembros más jóvenes e indefensos. Esta diversidad no se corresponde con el gran cambio que se ha producido en la forma de aportar su patrimonio genético. Vale la pena recordar que en las plantas el polen es difundido lo más ampliamente posible, a la espera de que el azar facilite el encuentro con algún ovario al que fecundar. En los mamíferos el semen es enviado directamente al ovario de la hembra con la que el macho ha establecido una íntima unión física. El azar ha dado paso a la elección, aunque ésta pueda tener muy diferentes motivaciones. Esta falta de definición clara del comportamiento masculino hace que resalten más los cambios femeninos que conducen a que se acentúa la duplicidad de funciones de individuo y entorno.

En la primera fase, consistente en propiciar el encuentro entre el gameto masculino y femenino, la hembra alcanza en muchas especies, un incuestionable protagonismo como individuo, pues es la que con su estro o período de celo marca cuando se puede copular, y envía feromonas en todas direcciones que atraen a los machos de forma irresistible, reservándose el derecho de admisión, lo que obliga a los machos a mostrar su valía por diferentes métodos. En el resto de operaciones que tienen que culminar con el desarrollo de un nuevo individuo, la hembra asume plenamente la función de su entorno, tarea que realiza en tres espacios diferentes: la Trompa de Falopio, el útero y el exterior abierto.

En la Trompa de Falopio tiene lugar el encuentro entre los dos gametos, la meiosis o síntesis generadora del nuevo individuo y las primeras particiones y diversificaciones celulares. El hecho de que en este espacio no se produce aporte de nutrientes, significa que el óvulo contenía todo lo necesario para las primeras particiones celulares, pero no las suficientes para el desarrollo de todo el individuo, por lo que éste se desplaza al útero para adherirse a su pared y extraer del cuerpo de la madre todo lo que necesita. Esto plantea un problema al sistema inmunitario de la hembra que ejerce de entorno, pues en principio considera al nuevo huésped como un cuerpo extraño, puesto que tiene una identidad, un código genético diferente al de todas las células que constituyen el cuerpo de la hembra. Se suceden entonces una serie de intervenciones de diferentes compuestos en una especie de diálogo biológico que hace posible la compleja convivencia de dos individuos diferentes que aplican plenamente el principio solidario De cada uno según su capacidad y a cada uno según su necesidad.

Si los dos individuos gozan de buena salud y se dispone de los recursos necesarios, el embarazo llega a su término y se produce el parto. El nuevo individuo se sitúa en el entorno abierto que comparte con todos los que pueblan el planeta Tierra. Pero la hembra no ha terminado con su función de entorno. Los mamíferos se llaman así, porque amamantan a sus crías durante un tiempo que puede durar varios años, lo que hace posible que el nuevo individuo se desarrolle con creciente libertad sin menoscabo de su seguridad.

Es evidente que a medida que crece la función femenina de entorno, disminuyen sus posibilidades de atender sus necesidades como individuo inmerso en su propio entorno por lo que necesita encontrar en éste la adecuada ayuda, lo que no siempre sucede y queda como asignatura pendiente de la evolución.

LA VIA HUMANA

La especie humana siguió las pautas generales de los mamíferos pero con un cambio muy significativo en la hembra, y es que se diluye hasta prácticamente desaparecer la relación entre el período de fecundidad, su predisposición a la cópula y su emisión de feromonas con su irresistible poder de atracción del macho, desplazándose de esta forma el imperativo biológico hacia la cópula a un ámbito mayor de conciencia y libertad por ambas partes.

No es la única hembra que experimenta este cambio; también aparece en los bonobos y los chimpancés; los tres parecen proceder de un antepasado común, pues su código genético coincide en un 99 %, pero su conducta difiere notablemente. La diferencia entre bonobos y chimpancés fue magníficamente resumida por Frans de Waal: los chimpancés resuelven los conflictos sexuales mediante el poder, mientras que los bonobos resuelven los conflictos de poder mediante el sexo. El río Congo que los separa ha impedido todo intercambio, por lo que han mantenido sus diferencias. Entre los chimpancés los machos son agresivos con episodios frecuentes de enfrentamientos entre tribus y un fuerte sentido del territorio y del dominio sobre las hembras. Los bonobos por el contrario son pacíficos y tranquilos con una sexualidad que utilizan las hembras para dirimir cualquier conflicto. Su vida sexual no se reduce al apareamiento, sino que comprende una gran variedad de contactos entre individuos del mismo o de distinto sexo. También podemos resumir la diferencia diciendo que en los chimpancés domina el macho alfa, mientras en los bonobos lo hace el matriarcado.

El homínido parece ser que se mantuvo alejado de esos dos extremos pues su interés se orientó hacia el trabajo, entendiendo por trabajo la energía humana que no está dirigida a satisfacer una necesidad inmediata, sino a establecer las condiciones para satisfacerlas mejor en un futuro, tanto el trabajador como otros. La industria lítica y la designación de homo habilis y homo ergaster (trabajador) certifican claramente esta orientación.

Este desplazamiento en el tiempo y en el individuo confiere al trabajo un sentido netamente transcendente, que tiene una proyección directa en el cerebro cortical, aunque con incidencia en el cerebro reptiliano y en el límbico, así como en los correspondientes sentidos inmanente y transcendente, acorde con la dinámica triuna subyacente. El desarrollo del cerebro cortical que ha servido de guía a los paleontólogos para buscar el eslabón perdido con el que enlazar los diferentes fósiles encontrados, se complementa con el perfeccionamiento y diversificación de la industria lítica y otros signos de progreso, entre los que el control del fuego constituye un hito fundamental.

Esta complementación resulta decisiva para establecer las relaciones de causa-efecto. La burguesía liberal dominante durante los siglos XVIII y XIX abrazó la tesis de Darwin sobre la selección natural ninguneando la anterior de Lamarck de que la necesidad y la función crean el órgano, de la misma forma que consagró la función reguladora del mercado establecida por Adam Smith, marginando su principal, de que la riqueza de las naciones procedía de la naturaleza y el trabajo. Los lamentables resultados de la lectura sectaria de Adam Smith están pidiendo una inmediata y radical corrección, de la misma forma que el redescubrimiento de Lamarck están ayudando a comprender mejor el proceso evolutivo, especialmente en la fase humana.

La producción de herramientas tuvo como consecuencia la división del trabajo. El más hábil en dar forma a la piedra no era necesariamente el mejor cazador, pero facilitaba la labor de éste, al igual que quien seleccionaba y daba forma a la madera para hacer una pica o un arpón, podía no tener la rapidez de reflejos que requería el pescar con ellas. La importancia de mantener el fuego encendido podía requerir la dedicación exclusiva de alguien. La estructura comunitaria que se observa en los bonobos y chimpancés, alcanzó en los homínidos un sentido mutualista de creciente complejidad que planteaba problemas de comunicación, pues para coordinar la creciente diversificación no bastaban los gestos, miradas, chillidos y gruñidos, pues se requerían mensajes más sutiles y cargados de significados.

MUTUALISMO

En 1982 se descubrió el primer hueso hioides junto al resto de huesos de un neandertal, lo que ha permitido situar el momento en que se logró la emisión de palabras y contradecir al darwinismo en sus dos principales postulados: 1) Que la evolución avanza por la selección de los caracteres más ventajosos para el individuo. 2) Que esos caracteres aparecen por azar.

Respecto al primer punto, los cambios fisiológicos que acompañan al hueso hioides no aportan ninguna ventaja al individuo, sino todo lo contrario. Antes de este cambio, la laringe estaba ubicada en la cavidad nasal, con lo que quedaban claramente diferenciados los procesos de respiración y de alimentación. El cambio consiste en descender la laringe por debajo de la faringe que es por donde pasa la comida camino del esófago, por lo que, a pesar de que la epiglotis actúa como válvula, hay un riesgo de que la comida entre por la laringe a la tráquea, provocando un atragantamiento que puede incluso acarrear la muerte por asfixia. Pero gracias a ese desplazamiento se puede modular el aire que fuerzan los pulmones produciendo los sonidos altamente específicos que constituyen el habla humana.

Es evidente la naturaleza altamente transcendente del cambio. El individuo se arriesga con el fin de mejorar su interacción con el entorno, iniciando la generación de una nueva dinámica evolutiva, en la que el agente es la palabra. Atribuir ese cambio al azar, es ignorar la complejidad del mismo, el esfuerzo que ha sido necesario realizar para ir mejorando la emisión de sonidos y el que es necesario hacer para que esos sonidos tengan significado y que ese significado sea compartido por todos. Este proceso tiene que ir precedido de la realización de distinciones entre el torrente de sensaciones con que el entorno bombardea continuamente al individuo. Nombrar una cosa es separarla de todo el conjunto comprendido en el campo visual. Nombrar una acción es concretar entre todas las posibles opciones que nos da la libertad. El paso de los chillidos y gruñidos a las palabras debió ser un proceso difícil, lento y comunitario. No hay que olvidar que para poder hablar hay que escuchar primero y que los sordomudos son mudos porque son sordos una discapacidad que la actual tecnología puede superar mediante el implante cloquear.

El flujo comunitario de la palabra refuerza los vínculos de la tribu, así como su inmersión consciente en el entorno natural, pues el lenguaje de quien habita en una llanura tropical será diferente del que vive en la montaña mediterránea. Así mismo sitúa en un plano fundamental la neotenia humana. La genética transmite la capacidad del habla, pero su realización depende de su entorno. El niño que sobrevive aislado no logrará hablar. Biológicamente el individuo humano transcrea todo el pasado de la especie, pero culturalmente inicia un recorrido nuevo a partir de las vivencias de su entorno más inmediato.

SOCIALIZACIÓN FEMENINA

Los dos últimos apartados parecen alejarse del objetivo anunciado de este trabajo, la dualidad femenina, pero no es así, pues sus anotaciones son necesarias para situar adecuadamente la nueva interiorización

Hemos visto la soledad del gineceo vegetal y de la semilla lanzada al azar, la del embrión que crece en el huevo colgado en la arena, o de la osa que arrastra sola el embarazo y el parto, y sola tiene que afrontar la crianza del osezno. Vías de superación han abierto las aves que cubren los huevos con el calor de su cuerpo y alimentan a los polluelos en sus primeros días, y aquellos mamíferos que asumen colectivamente el cuidado de los nuevos miembros, pero en el caso de los humanos se da un paso más, pues el grupo, a través del trabajo y la palabra, se constituye en una nueva individualidad con la que sus miembros se identifican plenamente, de tal forma que es esa individualidad colectiva la que interactúa con el entorno común.

Esto no ensombrece el papel de la mujer, sino que, por el contrario, la trasciende, pues la vivencia colectiva hace consciente la intuición de la existencia de una fuerza creadora de la que todos procedemos. Una fuerza que sobrepasa el cuerpo limitado, inseguro y débil de la mujer, pero la ennoblece y para representarla crean diosas de grandes senos y manifiesta vagina o sacerdotisas y vestales que median entre esa fuerza y todas las hembras, entre las que se incluye la tierra, capaz de hacer brotar tan gran variedad de plantas que constituyen el sustento de todos los animales y de los seres humanos.

La sinergia desarrollada por la estrecha colaboración, entre el trabajo, la palabra, la maternidad y el fuego, hizo posible las largas marchas que llevaron al ser humano a poblar todos los lugares habitables del planeta, y lo que es más significativo, a desarrollar una cultura plenamente armonizada con su entorno geológico y biológico, como claramente reflejan sus respectivas lenguas y creencias animistas. La amplia presencia del matriarcado en las tribus primitivas refuerza este lugar central de la mujer en la tribu, que funciona como una familia ampliada y plenamente integrada en su entorno.

El sentimiento materno comunitario adquiere una nueva y superior dimensión con el cultivo de plantas y la domesticación de animales. No olvidemos que cultivar equivale a cuidar, y domesticar significa introducir en el domo, en la casa familiar. Ambas tareas exigen conocer las necesidades de la planta y del animal, y acondicionar y optimizar su entorno, estableciendo una íntima y profunda colaboración que genera una rica sinergia, lo que se traduce en una mayor disponibilidad de alimentos, un incremento de la población humana y una creciente diversificación del trabajo.

ENFERMOS DE ÉXITO. RECESIÓN

Estos incrementos provocaron la aparición de grandes urbes en las que se diluyeron los lazos afectivos entre los individuos humanos y también la de éstos con la naturaleza, rompiéndolos gravemente cuando el enfrentamiento entre ciudades derivó en el establecimiento de la esclavitud y el robo institucional. La sensibilidad femenina fue desplazada por la violencia viril y las diosas fueron sustituidas por dioses que con frecuencia blandían los rayos de la guerra. Pero estos dioses ya no eran resultado de la trascendencia cortical, ni de la vinculación límbica, sino de los instintos reptilianos en su versión más brutal del macho alfa.

Pero el desarrollo del pensamiento necesita justificar esas actitudes y dar al varón la titularidad de todas las cuestiones decisivas de la existencia, y una de las más fundamentales era la generación de un nuevo individuo humano, tarea que recaía en la mujer. La agricultura facilitó el cambio de esquema ideológico. En la agricultura, según sea la semilla que se introduce en la tierra es la planta que brota y se desarrolla; el suelo puede ser más o menos fecundo, pero no interfiere en la identidad de la planta. Cabía suponer que algo similar ocurría en la relación entre el varón y la mujer. Ésta era un receptáculo destinado a desarrollar los individuos que el varón implantaba en su seno, lo que la convertía en un instrumento de éste, un instrumento personal e intransferible, para evitar las dudas de la vieja y popular sentencia: Los hijos de mis hijas, nietos míos son. Los de mis hijos, lo son o no lo son. Había que evitar por todos los medios que su mujer le traicionara y le dieran por hijo a un bastardo. El cinturón de castidad fue quizá la solución más humillante, la ablación del clítoris, la más brutal, mientras el gineceo griego puede considerarse la forma más refinada de someter a la mujer a una función subsidiaria.

CAMBIO DE VALORES

Las funestas consecuencias de la estructuración machista de la sociedad, se extienden a todos los aspectos de la existencia y ha creado reflejos inconscientes, tanto en el varón como en la mujer, difíciles de superar. Es necesario revisar todo el pasado humano y recordar que la ciudad fue posible a partir del momento en que los humanos cambiaron su relación con el entorno, y pasaron de depredadores a cultivadores y de cazar a domesticar; que cultivar es cuidar, que no es sólo depositar la semilla, sino hacer que el suelo esté en sazón, esponjándolo, humedeciéndolo, abonándolo, y que domesticar es introducir al animal en nuestro domo, en nuestra casa, hacerlo de la familia. Es necesario reescribir la historia y llorar en lugar de cantar las gestas de los grandes guerreros, de las guerras contadas por los vencedores, de los imperios que destruían la singularidad de los individuos y de los pueblos, de las grandes, hermosas y absurdas construcciones levantadas sobre montones de cadáveres, de la ostentación vanidosa del lujo y el poder, que precisan de la miseria y servidumbre de otros. Es necesario valorar en toda su profunda significación y en sus gravísimas consecuencias el hecho de que la Tierra haya pasado de ser reconocida como Gaia, como madre, a una situación definida como Antropoceno, porque el hijo transforma a la madre, pero la transforma en negativo, en cuanto la degrada y la empobrece, hasta el punto de poner en serio peligro la supervivencia de las generaciones futuras.

Hay un amplísimo consenso en la necesidad de cambiar la actual dinámica humana, pero hay un gran desacuerdo en la naturaleza de ese cambio y en los pasos a dar. Quizás el acuerdo más extendido es la pretensión de las mujeres de tener los mismos derechos económicos, sociales, políticos y de cualquier otro tipo, que los varones. El siglo XX ha protagonizado grandes progresos en este sentido en algunos países, y en los que no, las mujeres han iniciado el siglo XXI destacando sobre los varones en su afán transformador. Pero con ser fundamental esta igualdad, resulta claramente insuficiente por varios motivos.

Conseguir los derechos de los varones cuando se están perdiendo los logrados después de una larga y dura lucha de los más desfavorecidos, parece invitar a unir los esfuerzos para recuperarlos y acrecentarlos de forma universal, especialmente en lo que se refiere a la supervivencia, la educación, la sanidad, la atención a la dependencia, y el derecho al trabajo y a una vivienda digna.

Igualarse al varón, para adoptar su discutible conducta, como hizo Margaret Thatcher, como hace Angela Merkel o como ha prometido Ana Patricia Botín de mantener la trayectoria de su padre, significa continuidad en unos tiempos en que se precisa cambio, al que la mujer tendría que contribuir desde su condición femenina, tan ampliamente reprimida durante casi cinco milenios. En cualquier caso la simple pretensión de igualarse tropieza en algunos países con una rotunda e incluso criminal oposición. Tal fue el caso de la niña paquistaní de 15 años, tiroteada por los talibanes por defender que las mujeres estudiasen. Muy significativa es la participación de las mujeres en los Juegos Olímpicos. En sus orígenes griegos las mujeres estaban excluidas incluso como espectadoras. En el siglo XXI algunos países mantenían esa tradición. En los Juegos Olímpicos de 2008 no se admitió a los países que excluían a las mujeres. En los juegos de 2012 Afganistán pudo participar porque llevó a una mujer, Tahmina Kohistani, que corrió los 100 metros con pantalones largos, mangas y velo. Algo similar tuvieron que hacer las dos participantes de Arabia Saudí, pero su actuación fue suficiente para despertar sueños de cambio en las mujeres del mundo musulmán.

Es incuestionable que hay que apoyar el esfuerzo de las mujeres para salir del estado de ostracismo, dependencia e infravaloración en que las ha situado el amplio predominio del macho alfa, pero el cambio no tiene que ir dirigido a situarse dentro de la dinámica competitiva, excluyente y dominadora que caracteriza el machismo, sino todo lo contrario; es necesario priorizar los valores que la maternidad ha conferido a la mujer, pues hay suficientes señales que llevan a la conclusión de que el cambio más profundo y personal que se precisa afecta a las características indicadas como machistas.

SALTO EVOLUTIVO

Hay datos suficientes para afirmar que nos encontramos ante un salto evolutivo que exige cambiar todos los parámetros actualmente vigentes, para lo que la dualidad femenina, su larga experiencia ejerciendo simultáneamente su condición de individuo y de entorno, pueda ser el parámetro aplicable tanto al conjunto del planeta Tierra como a las interacciones humanas, tanto en sí mismas, como las que mantienen individual y colectivamente con los individuos no humanos.

Considerar a la Tierra como entorno no parece que ofrezca ninguna dificultad, pero si es necesario preguntarse si sufre el mismo menosprecio que ha sufrido y sufre la tierra y la mujer, a raíz de considerarlas como mudos receptáculos al servicio de las semillas que son las portadoras de significado. Considerar a la Tierra como individuo es reconocer y aceptar que puede tener algo que decir y que hacer en tanto que individualidad, en cuanto ser vivo con su propia e intransferible pulsión en interacción con su correspondiente y singular entorno. Este reconocimiento implica ajustar nuestra conducta a sus necesidades y exigencias en tanto ente superior en el que puede justificarse la existencia de todos y cada uno de los individuos que lo conforman, de modo similar a como cada individuo pluricelular precisa que se comporten sus células constituyentes. Esto ayudaría, quizá de forma definitiva, a superar el problema de la transcendencia, que se ha tendido a fijar en un absoluto supremo accesible tan sólo mediante revelaciones no siempre coincidentes, lo que ha propiciado las guerras de religión, los diferentes ateísmos y las ambigüedades de los agnosticismos y panteísmos. Considerar a la Tierra como un absoluto relativo al que tenemos que referir necesariamente nuestra existencia, no puede pretender en ningún momento que ocupe el lugar del absoluto supremo, por cuanto se tiene clara conciencia de la pequeñez del planeta con relación al Universo, pero obliga a situar a la Tierra como vía de acceso a ese ser supremo, sin que su insignificancia en la inmensidad del espacio cósmico suponga inconveniente alguno, dada la mostrada preferencia de la evolución por lo sencillo y pequeño.

En cualquier caso, la actitud para con la Tierra no podrá alcanzar su plena significación si varón y mujer no logran liberarse de los condicionamientos conscientes e inconscientes que ha dejado la dominación masculina y definir mejor su condición de opuestos complementarios. Varios factores pueden contribuir a ese esclarecimiento.

Uno de ellos es el hecho de que en 2014 la humanidad esté constituida por 7.300 millones de individuos. En 1890 la población mundial era de 1.500 millones. En 1960 se había doblado y en 1999 volvió a doblarse. Se precisaron 70 años en el primer caso, mientras en el segundo bastaron 39, es decir, un poco más de la mitad. De seguir así, en 2020, seríamos 12.000 millones y aproximadamente en 2032, 24.000 millones. Es evidente que la Tierra no puede soportar este incremento de población y el hecho es que en los últimos años ha descendido notablemente el ritmo de crecimiento a pesar de que muchos gobiernos alientan la natalidad debido al concepto que tienen de poderío. A este descenso ha contribuido la mejora en los sistemas de control que ha permitido separar con creciente seguridad la actividad sexual de la reproductiva. Esto confiere a la natalidad un renovado valor al poderse corresponder con una decisión consciente y libre de la pareja generadora. El que esto no sea siempre así nos muestra lo mucho que nos queda por conocer de la dualidad sexual y más aún de la dualidad humana.

DUALIDAD HUMANA

La diferencia de género no siempre queda claramente definida. En los animales y tradicionalmente en los humanos, la diferencia la establecían los órganos genitales, pero en algunos individuos esta diferencia no es evidente. En agosto de 2013 el Parlamento Alemán aprobó una ley que permitía inscribir en el registro civil con el género de “sexo indeterminado” a los que nacían sin testículos u ovarios. Esto, que afecta anualmente a unos 400 recién nacidos en Alemania, evitará el que sean inscritos como hermafroditas o intersexuales, o el que los médicos lo resuelvan mediante intervención quirúrgica, y posibilita el que la persona pueda decantarse en cualquier momento de su vida por un sexo u otro, sin tener que afrontar presiones y trabas jurídicas o administrativas. La identidad individual en lo que respecta al género, precisa distinguir entre el sexo genético y el legal, el fisiológico y el hormonal, el subjetivo, el cultural y el asumido. La respuesta a estas situaciones, de las que evidentemente no es responsable el individuo afectado, depende de los criterios dominantes en las distintas culturas y puede derivar en conflictos que en algunos casos se resuelven con exclusiones, marginaciones e incluso duros castigos, debido a que rompe los fundamentos básicos del colectivo.

Liberados de la presión reproductiva, las parejas homosexuales tienen ocasión de mostrar el desarrollo de un amor entre iguales, cuyos roles no vienen determinados desde el nacimiento, pues aunque entre ellos puedan diferenciarse asumiendo funciones activas o pasivas, también pueden alternarlas o minimizarlas, y, en cualquier caso, es algo derivado de sus respectivas singularidades y de su necesidad de complementación, pero que ésta, en lo esencial, se realiza en la medida en que ambos asuman plenamente la condición de individuo para sí y de entorno para el otro. Este cruce de dualidades puede cambiar totalmente la interacción del individuo con el entorno abierto al infinito, pues se produce un efecto similar al cambio de la mitosis por la meiosis: ambos ceden parte de su identidad para formar juntos una nueva identidad con la que realizar su interacción con el entorno abierto, en el que debe haber cambiado su sentido de infinito, al pasar de un significado cuantitativo caracterizado por su continuidad indefinida, a la condición finita pero inaprensible, al no poder alcanzar el fondo de su ser.

Eso permite definir a ese otro, con el que se ha aceptado compartir su condición dual, como absoluto relativo, en un sentido complementario al utilizado para definir a la Tierra. En este caso el reconocimiento de su condición de absoluto significaba aceptar que la aspiración al infinito del individuo exigía compartir la existencia con todos los individuos que conformaban el planeta. Ahora, ese reconocimiento de la condición de absoluto exige aceptar la singularidad del otro y su dinámica evolutiva que le hace cambiar y ser diferente en lo accesorio de cómo era cuando se inició la relación, aunque no en lo esencial que da continuidad a la individualidad y en donde se resume y transcrea todo el pasado universal y toda la proyección hacia el futuro, que es lo que le da su carácter de infinito y lo que hace que esta vinculación dual sea totalmente diferente a las demás vinculaciones.

EL AMOR, EXPRESION SUPREMA DE LA VINCULACION UNIVERSAL

La degradación del proceso evolutivo experimentada durante los seis mil años de predominio de la opresión sobre la colaboración ha deformado el lenguaje para ocultar lo inhumano que había en las relaciones humanas. La palabra “amor” debería reservarse para aquellas vinculaciones cuya ruptura comporta un grave trauma para los vinculados. La expresión “hacer el amor” puede estar referido al encuentro sexual ocasional entre dos o más individuos que posiblemente apenas se conocen y tras el encuentro se ignorarán totalmente, y esto tiene efectos perversos sobre el lenguaje pues dificulta gravemente apreciar la enorme diferencia entre la cópula o los juegos sexuales entre dos individuos que se saben extraños y los que tienen lugar entre dos individuos que se aman. El placer físico que se alcanza en ambos casos puede ser igual o diferente, pues dependerá de muchos factores, pero en dos aspectos diferirán claramente. Entre los extraños lo habitual es que cada uno busque su propia satisfacción, a menos que hayan otros intereses en juego que hacen conveniente que el otro quede contento, pero lo más significativo es la sensación de vacío al concluir el encuentro, y es que el sexo es algo fundamental en la vida, pero es incapaz de llenarla como puede llenarla el amor.

Este sentimiento de plenitud que puede proporcionar el amor está ligado a la necesidad, y a la vez dificultad, de que en la interacción entre individuo y entorno esté comprendida la totalidad del ser y no sólo alguno de sus aspectos más externos o aprehensibles. Se trata de una cuestión que tiene una naturaleza universal, aunque parece ser que es en el ser humano donde alcanza la posibilidad de hacerse plenamente consciente, aunque en todos los rangos evolutivos obliga a preguntarse por aspectos que los caracterizan pero no están comprendidos en la formulación habitual utilizada. Así, por ejemplo, la ley de la gravedad de Newton define con precisión la fuerza interactiva entre dos masas, pero es incapaz de explicar, entre otras cosas, por qué los planetas del Sistema Solar mantienen una distancia con relación al Sol que responde a la ley de Titius-Bode.

El amor, como otros muchos aspectos de la existencia, se hace más manifiesto en las dificultades, y así, los desencuentros entre individuos que se aman producen un dolor que no sienten quienes simplemente conviven y se soportan.

Todo lo dicho, referido a los homosexuales, es totalmente aplicable a los heterosexuales, pero éstos, además, pueden decidir, de mutuo acuerdo, intentar engendrar un hijo. El que se trate de poder decidir, con total libertad, al margen de las relaciones sexuales que puedan mantener, es una facultad reciente, producto del progreso en el saber colectivo de la humanidad. El que su decisión no pueda satisfacerse, entra dentro de las posibilidades, pues la esterilidad, tanto masculina como femenina, ha estado siempre presente en todas las especies. También aquí el progreso científico ha permitido superar muchos casos, así como resolver muchos problemas del embarazo y lograr que la mortalidad infantil descienda notablemente.

El caso de la mujer que queda embarazada y por las causas que sean tiene que afrontar sola su condición de entorno debe desaparecer por completo en una Tierra que ejerza como absoluto relativo de toda la humanidad. La génesis de un individuo humano es la creación más importante de cuantas pueda acometer la especie humana y por lo tanto nadie puede quedar indiferente ante la posibilidad de que se malogre por falta de atención. El racionalismo ideológico intransigente, continuador de la dinámica de violencia y dominio, persigue con dureza el que una mujer impida la continuidad de una fecundación que ha sido realizada sin amor ni libertad, incluso cuando el proceso se encuentra todavía en la Trompa de Falopio, es decir, cuando todavía no necesita un útero que lo acoja.

La oposición radical al aborto no considera la doble condición de la mujer y la transcreación de la filogénesis por parte del feto, lo que significa que la mujer, además de entorno para el feto, es un individuo con pleno derecho a decidir sobre su cuerpo, mientras que el feto en las primeras semanas está transcreado la estructura fundamental animal, por lo que los únicos que podrían moralmente oponerse a su destrucción son los veganos. Los que se oponen por razones doctrinales transcendentes, muestran una gran ignorancia sobre lo que realmente está en juego, o una inadmisible hipocresía si no se movilizan para evitar que mueran de hambre, miseria y abandono los seres humanos ya nacidos.

El padre es el principal responsable de que esa desatención no se produzca, asumiendo plenamente la dualidad de individuo y entorno, aunque a diferencia de la madre se limite al entorno exterior. Los progresos en la comprensión de los complejos y decisivos procesos que tienen lugar durante el desarrollo fetal e infantil, insisten en la incidencia de la presencia o ausencia del padre en el feliz inicio en la vida del nuevo individuo. Aunque su desempeño de entorno se hará más visible después del nacimiento, cuando el padre puede cogerlo en sus brazos, y, menos darle el pecho, prestarle todos los cuidados que tradicionalmente se han asignado a la madre, también en el tiempo fetal debe ejercer de entorno cuidando de que la vida de la madre transcurra de forma satisfactoria y relajada, y, más directamente, abrazando el vientre materno para que el feto perciba que las vibraciones paternas van al unísono con las maternas; vibraciones que le llegan con gran claridad, pues hoy se sabe que el campo electromagnético del corazón tiene tal intensidad que se extiende alrededor del cuerpo entre dos y cuatro metros.

La creación de un nuevo individuo queda muy por encima de cualquier otra creación humana y por mucho que se diga sobre la dedicación que merece, nunca será excesiva, pero no tiene porque dificultar y, menos aún, impedir el desarrollo en plenitud de la vida individual de los padres y su complementación dual, ya que éstos se van viendo liberados por dos caminos diferentes. Por una parte porque el hijo o hija van cogiendo autonomía de forma progresiva hasta independizarse por completo, sin que eso signifique ruptura, y por otra, porque el entorno se va ampliando y enriqueciendo, con los familiares y amigos, los vecinos, la escuela, los servicios de salud, etc. que los ayudan y reemplazan con gran eficacia. Ahora es posible que varones y mujeres alcancen la plenitud de su potencial individual y de su complementación dual, pero para ello es necesario cambiar las estructuras económicas y sociales de forma que no sea posible los lamentos de una mujer que a sus 50 años lleva dos años en el paro y desconfía de encontrar nuevo trabajo: A mis hijos los tuvieron que criar mis padres porque mi larga jornada laboral me impedía atenderlos debidamente. Ahora, que ya no me necesitan, estoy en casa sin saber qué hacer. Pero los cambios económicos, sociales y culturales exigen estudios específicos, aunque todos tendrán que converger en el gran salto evolutivo que tendrá a la Tierra como referente absoluto.

DUALIDAD DE LA TIERRA

Situar a la Tierra como referente común de toda la humanidad nos obliga a considerarla desde la perspectiva universal del ser, en su singularidad emergente de la interacción individuo-entorno y analizar las características y condiciones de su naturaleza dual que hace que su condición de Gaia, de madre, no agote, como en toda madre, el sentido de su existencia, sino que constituya una parte, muy importante, pero sólo una parte, de su potencial creador.

Un potencial que necesita la contribución del entorno, en el que el Sol ejerce la función de padre que, entre otras cosas, aporte la energía que la Tierra transforma en vida y compensa la que se disipa en forma de entropía. La continuidad de ese aporte muestra su radical diferencia con la paternidad biológica que puede limitarse a una intervención puntual, pero esa continuidad parece determinante del devenir de la Tierra. De acuerdo con el proceso seguido por otras estrellas, se calcula que el Sol se extinguirá dentro de unos 8.000 millones de años, pero lo más fundamental no es tanto ese final como el proceso que conduce al mismo y que como todo lo existente está jalonado de creatividad y libertad. El conocimiento de este posible proceso ha sufrido grandes cambios durante el pasado siglo veinte y todo parece indicar que los seguirá sufriendo, pero un aspecto que cobra fuerza es que dentro de 4.000 millones de años, la influencia del Sol sobre el conjunto del Sistema Solar sería de tal naturaleza que haría imposible la vida en la Tierra, tal como la conocemos, mientras que es posible que la hiciera viable en otros astros, entre los que Titán, el supersatélite de Saturno, es uno de los que mejores condiciones reúne para ello.

Cabe preguntarse si puede haber una continuidad entre la vida de la Tierra y la de Titán, pero lo que parece incuestionable es que cualquiera que sea esa posible continuidad tiene que producirse por mediación de agentes que evolutivamente hayan superado el ámbito del individuo humano y por lo tanto la mirada antropocéntrica. La escala temporal así lo evidencia, como también la espacial. Los proyectos suicidas de colonizar Marte en un viaje sin retorno, muestra la enorme dificultad del desplazamiento humano en estas distancias que en el caso de Titán multiplica por 15 la que nos separa de Marte. Para valorar bien la naturaleza de estas relaciones, parece conveniente que nos situemos en el lugar de las bacterias y las supongamos soñando relaciones semejantes a las que mantenemos los humanos. Las interacciones entre los individuos interestelares es cuestión de éstos y tienen que seguir el mismo principio universal de solidaridad: De cada uno según su capacidad, a cada uno según su necesidad.

La pulsión que la Tierra, como ser vivo, emite por el espacio, es mucho más compleja y rica que la que envían los otros astros que conforman el Sistema Solar. Esta riqueza podría estimular y guiar la evolución de los otros planetas y satélites si fuera armónica y coherente, pero difícilmente aportará algo de interés si sus emisiones están llenas de contradicciones y enfrentamientos, como es la situación actual. Lograr que la Tierra pueda ejercer de paradigma vivo de cohesión y armonía, exige cambios estructurales globales que afectan a las instituciones de ámbito mundial, pero también hay que revisar las interacciones locales, allí donde se manifiesta la universalidad de la problemática humana dentro de la inmensa diversidad cultural que ha generado la singularidad de cada encuentro de una comunidad humana concreta con un entorno determinado que muestra las huellas de lo que allí ha sucedido durante millones de años.

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