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Ética compasiva, ¿la ética del débil?

Gil de Zúñiga 1Puede parecer una provocación iniciar esta reflexión con F. Nietzsche, un acérrimo detractor de la compasión. Para este filósofo el compasivo es una persona débil que no es capaz de enfrentarse ni al dolor y sufrimiento propio ni al ajeno. Viene a ser un ser humano cobarde que no busca el superarse en las dificultades, un perdedor como se dice en las película americanas. Es un sentimiento, pues, enfermizo.


De ahí que Nietzsche critique duramente a Schopenhauer por ser enemigo de la vida al considerar la compasión como una virtud. En esto Nietzsche no está solo. Ya Aristóteles consideraba la compasión, la piedad, como una situación enfermiza, depresiva y, por ello, al compasivo había que administrarle algún purgante como terapia. Esto nos suena hoy día a lo que algún que otro obispo y cardenal dicen sobre los homosexuales. Pero el filósofo alemán va aún más lejos, cuando Zaratustra pregunta al Papa, jubilado, cómo ha muerto Dios, el Papa le responde: “Un día se asfixió con su excesiva compasión”.

La ética compasiva de Jesús de Nazaret es nuclear en su evangelio, en su buena nueva, hasta el punto de que en el relato del juicio simbólico, “ateo” lo llama José Mª Valverde, al final de los tiempos, la ética compasiva va a ser el test del examen: “…tuve hambre, y me disteis de comer; … estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; preso, y vinisteis a verme” (Mt. 25,35-36). La ética compasiva, pues, es el leitmotiv de su predicación y de sus enseñanzas y de su vida, como se pone de manifiesto en la parábola del samaritano. Jesús de Nazaret escenifica en esta parábola la regla de oro de la ética: “Haz al otro lo que hubieras querido que hicieran contigo”. El samaritano, en contra de la actitud de lejanía del sacerdote y del levita, se aproxima, se acerca al agredido y, “movido por la compasión” (Lc. 10, 30-37), le cura sus heridas; pero da un paso más, se responsabiliza del otro hasta el punto de que paga los gastos de los cuidados del herido en la posada. Y es aquí donde se crea, a mi modo de ver, un principio ético nuevo: “Haz al otro lo que él quiere que le haga”. En la parábola de Buda se realza más este principio. El herido en la cuneta del camino dice a los caminantes que pretenden socorrerle: “No hagan nada para curarme. Busquen a los malhechores, quiénes son y por qué dispararon la flecha”. Jesús de Nazaret innova el campo de la ética hasta límites insospechados en una sociedad en la que dominaba el “ojo por ojo y diente por diente” o la atención a las necesidades del clan familiar.

Ahora bien, ¿la compasión es un sentimiento enfermizo y, por lo tanto, necesita de una terapia? Los argumentos para rechazar esta tesis pueden ser variados, pero me voy a fijar en cuatro.

  • 1. El yo atrincherado en su búnker necesita, al menos por higiene y salud, respirar aire nuevo y fresco, no viciado; salir a la calle. De ahí que debe abrir las ventanas al otro; preocuparse de su situación; atenderle si ésta es de debilidad y de sufrimiento.
  • 2. El narcisismo tiene sus riesgos. Según el mito de Narciso, éste se ahogó al contemplar su imagen en un río de aguas cristalinas. Vivir en sí y para sí termina ahogándose en las aguas no tan cristalinas de la complacencia. La ética basada en el amor propio, cuya máxima se puede resumir con F. Savater, gran defensor de la misma: “Yo hago cosas con otros, pero nunca por otros”, no voy a decir que tenga los días contados, porque por desgracia es el comportamiento de muchos hombres y mujeres durante siglos, pero es de una mezquindad y miopía escalofriantes. De aquí al dicho “homo homini lupus” (el hombre es un lobo para el hombre) hay un paso. Para no llegar a esta situación habría que corregir el postulado por este otro: “Yo hago cosas por otros y con los otros”.
  • 3. El mismo Aristóteles manifiesta que el ser humano es “animal político”, es decir, ontológicamente es relacional; M. Heidegger nos advierte de que es un ser-con. Esto quiere decir que el ser humano no es una isla; que se relaciona con los otros, a veces para defender intereses comunes y otras para ayudar a levantarse a quien se ha caído en el camino, porque esa interrelación me lleva a ser responsable del otro. Escribe E. Lévinas que “ desde el momento en que el otro me mira, yo soy responsable de él…; su responsabilidad me incumbe”. La ética del filósofo de Kaunas, nacionalizado francés, la tilda F. Savater de teología, en plan despreciativo. Si yo soy responsable del otro, es hora, pues, de desterrar lo que JP. Sartre defendía con ahínco: “El infierno es los otros”.
  • 4. Desde la psicología individual se puede decir que uno al poner en práctica la ética compasiva no se siente depresivamente debilitado, sino todo lo contrario, realizado y fortalecido y eufórico por ser protagonista en crear una sociedad con menos dolor y sufrimiento; en definitiva, más justa y compasiva. Nuestra sociedad actual, empujada por los trágicos recortes sociales del gobierno del PP, es rica en la praxis de la ética compasiva. Ahí están los colectivos “Stop desahucios”, “Marea blanca”, “Marea verde”…; o, desde un punto de vista eclesial, la tarea ingente de los voluntarios de las Cáritas parroquiales.

Compasión, padecer-con, (me gusta más “misericordia”, etimológicamente “pasar por el corazón la debilidad y el sufrimiento humanos”). Pero aún así, la compasión viene a ser el mejor antídoto contra el egoísmo tan arraigado en el ser humano. Mediante la compasión uno abre una puerta en las paredes de su búnker y sale al encuentro del otro y se siente responsable del otro. He aquí la máxima de Blas de Otero, un hombre compasivo de los de verdad: “El yo, por su misma configuración, deviene en hoyo, en vacío, al extrañarse del tú y quedar desterrado del nosotros”.

Octubre 2014

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