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¡Adiós, Ramón, constructor de comunión!

ADUATOYa se ha ido definitivamente Ramón Echarren, obispo emérito de Las Palmas de Gran Canaria. A los 84 años, y 45 de episcopado que no se le subió a la cabeza. Se ha ido yendo progresivamente en estos últimos. Un año faltó su felicitación navideña, siempre escrita a mano a sus amigos. Otro ya no lo encontré en mi también constante llamada anual por teléfono. Habíamos convivido durante tres cursos, hace sesenta años, en el Colegio Español de Roma. Ramón destacó sobre todo por su actividad extraescolar que le llevó a ser presidente dinamizador de la asociación de alumnos (Alma Mater) de la Gregoriana. Quien conozca la pluralidad del alumnado reconocerá que era una misión imposible. ¡Y el lo consiguió! No sabíamos si admirar más su entusiasmo por conectar personas  o su capacidad organizativa, de hacer redes.


Por eso no nos extrañamos que tras su paso por la facultad de sociología de Lovaina, se convirtiera en España en el gran organizador de la Iglesia, sobre todo de Caritas (el plan CCB, Comunicación cristiana de bienes, de donde salió FOESSA y la Caritas moderna, atenta a la dimensión y las causas de exclusión social) y que pronto fuera propuesto (aún por Casimiro Morcillo, no por Tarancón) como obispo auxiliar de Madrid.

En Ramón falló la ley de la entropía episcopal (según decía haber constatado José Manuel de Córdoba, cada obispo elige a un auxiliar menos inteligente que él) y el dicho de que la mitra es el apagavelas de la inteligencia. A partir de su episcopado todos sus amigos nos admirábamos de que se había hecho más humano y sencillo, de que se entregaba a las personas más que a la sociología, de cómo sabía otear los signos de los tiempos, para renovar la envejecida Iglesia española. Por eso conjuntó tan bien con el cardenal Tarancón (ver la necrológica de José Manuel Vidal en El Mundo) en la manera cómo había que aplicar el concilio y su modelo de Iglesia y pastoral a la iglesia en España. Ramón fue el promotor de la gran encuesta sobre el clero que culminó en la Asamblea Conjunta de 1972. Y Ramón siguió a Tarancón en su ocaso, tras la llegada de Juan Pablo II, siendo enviado de obispo a Canarias, donde se encarnó del todo.  Ya no quiso volver a la península y seguía a distancia y con tristeza la involución y la restauración en la iglesia española, promovidas por los últimos papas y los presidentes de la CEE. Jubilado en 2005, quiso seguir viviendo en Canarias hasta su muerte.  Francisco J Chavanel, un gran periodista canario concluye su sincero artículo de hoy, Llámame Ramón, con unas palabras que pueden constituir un  buen epitafio para un gran obispo:

Nunca se vendió, nunca dejó de ser él. Es uno de los grandes hombres que han vivido en Canarias, de los que más aportaron a una convivencia pacífica y democrática. Un extraordinario constructor de puentes y un colosal destructor de muros. El papa Francisco estaría orgulloso de él.

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