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Voces desde Gaza: Mads Gilbert, Walaa Ghusseini, Mohammed Omer

I. Carta de Mads Fredrick Gilbert, médico noruego voluntario en el hospital al-Shifa de Gaza

Domingo, 20 de julio de 2014

Queridos amigos y amigas:

La noche pasada fue extrema. La “invasión terrestre” de Gaza resultó en decenas de furgones con palestinos y palestinas con todo tipo de heridas, mutilados, destrozados, desangrándose, temblando; de todas las edades, todos civiles, todos inocentes.

Los héroes en las ambulancias y en todos los hospitales de Gaza están trabajando turnos de 12 y 24 horas, grises por el cansancio y la carga inhumana de trabajo (sin haber recibido ningún pago en Shifa en los últimos cuatro meses). Ellos atienden, derivan, tratan de entender el incomprensible caos de cuerpos, de tamaños, de miembros, de seres humanos que caminan, o no pueden caminar, que respiran, que no pueden respirar, que se están desangrando, y que no se desangran. ¡SERES HUMANOS!

Hoy, una vez más tratados como animales por “el ejército más moral del mundo” (sic).

Mi respeto por los heridos es infinito, en su sobria determinación en medio del dolor, la agonía y el shock; mi admiración por el personal y los voluntarios es infinita también; mi cercanía al sumud palestino me da fuerzas, aunque por momentos solo quiero gritar, abrazar fuerte a alguien, llorar, oler la piel y el cabello cálido de un niño cubierto de sangre, protegernos a nosotros mismos en un abrazo sin fin… pero no nos podemos permitir eso, y ellos tampoco.

Caras cenicientas… ¡Oh, no! No más cargas de decenas de mutilados y sangrantes… todavía tenemos lagos de sangre en el suelo en la sala de emergencias, pilas de vendas empapadas en sangre para limpiar… Oh, los limpiadores… en todas partes, quitando rápidamente la sangre y los tejidos descartados, el pelo, la ropa, las cánulas… los restos de la muerte… todo quitado del medio… para ser preparado nuevamente, para que todo se repita. Más de 100 casos llegaron a Shifa en las últimas 24 horas. Ya bastante para un gran hospital bien entrenado y equipado con todo lo necesario, pero aquí… casi no hay nada: no hay electricidad, ni agua, ni materiales desechables, ni medicamentos, ni mesas de operación, ni instrumentos, ni monitores… es como si todo hubiera sido sacado de museos de hospitales del pasado. Pero estos héroes no se quejan. Ponen manos a la obra, como guerreros, de frente, inmensamente resueltos.

Y mientras les escribo estas palabras, solo, en una cama, derramo lágrimas, cálidas pero inútiles lágrimas de dolor y de pena, de enojo y de miedo. ¡Esto no puede estar pasando!

Y entonces, justo ahora, la orquesta de la máquina de guerra israelí comienza de nuevo su espantosa sinfonía: salvas de artillería desde los barcos de la marina en la costa, los rugientes F16, los drones enfermantes (los “zennanis” árabes), los hummers y los molestos Apaches. Todo, demasiado, hecho y pagado por los Estados Unidos.

Señor Obama: ¿tiene usted corazón?

Yo lo invito: pase una noche, solo una noche con nosotros en Shifa. Tal vez disfrazado de limpiador.

Estoy 100 por ciento convencido de que cambiaría la historia.

Nadie con corazón Y –además– con poder, podría marcharse de una noche en Shifa sin la decisión de ponerle fin a la masacre del pueblo palestino.

Pero los crueles y despiadados han hecho sus cálculos y han planeado otro ataque sobre Gaza.

Los ríos de sangre van a seguir corriendo la próxima noche. Puedo escuchar que han afinado sus instrumentos de muerte.

Por favor. Hagan lo que puedan. Esto, ESTO no puede continuar.

Mads Gilbert. MD PhD
Profesor y Jefe Clínico. Clínica de Medicina de Emergencia
Hospital Universitario del Norte, Noruega.

Publicado en Middle East Monitor.

Traducción: Patricia Curbelo (editada por María Landi)
Mads F. Gilbert en el hospital Al Shifa, Gaza (Abid Katib, Getty Images). [Click en la imagen para ver la galería ampliada]

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II. Cuando mi hijo grita. Testimonio de Mohammed Omer, periodista gazatí*

Parece que ni siquiera tenemos derecho a existir o a defendernos. Ese derecho, según los Estados Unidos, pertenece sólo a Israel.

15 de julio de 2014

Mi hijo Omar, de apenas 3 meses de edad, llora arropado en su cuna. Es de noche. Se cortaron la electricidad y el agua. Mi esposa frenéticamente intenta consolarlo, protegerlo y tranquilizarlo mientras las lágrimas caen por su rostro. Esta noche la canción de cuna de Omar es la interpretación israelí de la Cabalgata de las Valquirias de Wagner, con F-16 que golpean la tierra formando la percusión, misiles Hellfire conduciendo los instrumentos de viento y drones representando la sección de cuerdas. Bombas de helicópteros de combate y morteros terrestres israelíes que estallan todo a nuestro alrededor completan la sinfonía, su sonido tan inconfundible como las famosas tubas de Wagner.

Pero a diferencia de una interpretación, esta ópera de la muerte dura días. El aplauso de la audiencia se reemplaza por los gritos aterrorizados de los bebés y los niños envueltos en humo. La metralla impacta en edificios y coches, mientras otro misil encuentra su blanco, aterrizando en otro hogar. Ya hay seis más muertos. La casa de un médico al lado nuestro fue alcanzada por tres misiles F-16 israelíes. Es difícil saber cuál era el objetivo. El médico fue asesinado, uniéndose a su madre y su padre, muertos en la guerra anterior en 2008-2009. Los ataques aéreos zumban en mis oídos y en los de Lina. El llanto de Omar continúa…

No hay final a la vista. Más allá de la frontera vemos tanques amontonándose, preparándose para la invasión terrestre. Arriba, el siempre presente tucu-tucu-tucutu de los helicópteros Apache mece la cuna de Omar con su vibración. Sirenas de advertencia perforan la noche: otro misil lanzado desde un buque de guerra israelí. La frontera no está lejos, pero no podemos irnos: la Franja de Gaza ha estado bajo bloqueo desde 2007. A diferencia de Israel, no tenemos refugios antiaéreos para ocultarnos. Los 1,8 millones de habitantes de Gaza, más de la mitad de ellos niños menores de 18 años, se abarrotan en un área del tamaño de Manhattan, sin poder salir. Debemos quedarnos y rezar, rezar para no seamos atacados.

Ya he pasado poresto antes: crecí enGaza.Pero ésta es miprimera vezbajo fuego como padrey esposo.Esuna experiencia totalmentediferente.Me gustaría podertransportar por airea mi esposay a mi hijo fuera de aquí.Pero este es miamado hogarancestral; ¿qué otra cosapuedo hacer? El ruido de losataques aéreos es demasiado fuerte y al parecer interminable. En unmomento de silencionervioso, Lina amamanta aOmary reza en silencio.

¡Crash! ¡Bum! Otro ataque aéreo se estrella contra el suelo fuera de nuestra casa. Lina se lanza fuera de la habitación, protegiendo a Omar entre sus brazos mientras busca estar a salvo en otro lado. Omar grita y grita y grita. Es perforante, me envuelve en un horror que sólo un padre puede entender. Me resulta imposible consolarlo, sosteniendo su mano diminuta mientras yace en los brazos de mi esposa. Lina sujeta con fuerza a Omar. Saltamos nerviosamente de habitación en habitación escrutando el cielo en busca de misiles. Israel siempre afirma que son de precisión. ¿De precisión? ¿Entonces por qué tantos niños, mujeres y ancianos son heridos, mutilados o muertos por misiles cada vez? ¿Por qué es bombardeado el hospital? ¿Por qué las escuelas, puentes, instalaciones de tratamiento de agua, invernaderos y otros objetivos civiles? Las estadísticas siempre cuentan una historia diferente.

¡Bum! Un destello de color blanco y otro impacto. El estrés es debilitante, impulsado por el zumbido constante de aviones no tripulados. Nos persigue mientras buscamos algún lugar seguro, pero no hay ningún lugar seguro. Miramos, esperando. Otra andanada de misiles Hellfire sacude el edificio. No hay descanso. No dormimos, pero tenemos la suerte de estar vivos todavía.

Abro y cierro la puerta de la heladera. La electricidad se cortó, pero me hace sentir normal. Lina trata de dormir, se recuesta un par de minutos y se despierta temblando. Esto es lo que se siente al estar bajo ataque en Gaza, y no sabemos por cuánto tiempo o cuándo terminará.

Hablamos, buscando distraernos, preguntándonos cómo la estarán pasando losisraelíes al otro ladodel muro desegregación.Ellos son libres deentrar y salir cuandoles plazcay sinrestricciones.¿Se sientenseguros,conlas sirenasde advertencia y losrefugios antiaéreosdonde esconderse? No tienenque preocuparse porbuques de guerra que bombardeen sus casas, tanques que aplasten todo a través de suscalles, excavadoras que destruyan sushogares,aviones de combateque dejen caerbombas sobresu barriooaviones no tripulados que los cacen. Israel es la cuarta fuerza militar máspoderosa del mundo, con ejército, armada y fuerza aérea completas, así como su Cúpula de Hierro, que es muy eficazcontra los cohetescaseros lanzados desde Gaza. Nosotros no tenemos armada, nifuerza aérea ni ejército. Parece que ni siquiera tenemosderecho a existiro a defendernos.Ese derecho, según los EstadosUnidos,pertenece sólo aIsrael.

Al reflexionar sobre todo esto, la hipocresía eleva la disonancia cognitiva, la realidad de esta situación, a nuevas alturas. Estamos a apenas una hora en coche de las principales ciudades de Israel; sin embargo, vivimos en un mundo completamente diferente. Gaza es los guetos de Lodz, Cracovia y Varsovia juntos. No podemos salir o entrar sin el permiso de Israel. Israel nos dice lo que está permitido comer, nos ataca cuando se le antoja y con frecuencia, decide qué productos se nos permite tener, hasta el papel higiénico, el azúcar y los bloques de hormigón. Arresta a nuestros hijos, padres y madres, y puede mantenerlos retenidos todo el tiempo que quiera. Sus francotiradores se divierten a expensas de nuestros niños. ¿Cómo puede la sociedad israelí no saber lo que estamos sufriendo o lo que están pagando a los que nos hacen esto? ¿Acaso sus padres, abuelos, no pasaron por el mismo horror antes de venir a Palestina? ¿No fue el sionismo creado para que estos horrores no le ocurrieran nunca más … a ningún pueblo? (…)

A pesar de la desesperación, Gaza es mi hogar. Dondequiera que vaya, sin importar el tiempo que tenga que esperar en los puestos de control, al salir o al regresar, sentado bajo el sol caliente o discutiendo con los funcionarios sobre el abuso a los viajeros y las víctimas, siento una profunda alegría y amor cuando atravieso los portones de Rafah, porque estoy en casa.

Tengo opciones, dada mi ciudadanía holandesa. Mientras las bombas siguen cayendo, me pregunto si debo llevar a mi familia a los Países Bajos –donde nació mi hijo–, seguir con mis estudios de doctorado para Erasmus Rotterdam y la Universidad de Columbia, y tratar de olvidar los F-16 y las pesadillas que Israel reserva para nosotros.

Pero soy un periodista, y le debo a mi pueblo y al pueblo israelí saber la verdad. Decido quedarme en Palestina, mi querido hogar, con mi esposa, hijo, madre, padre y hermanos. No estoy dispuesto a dejar que Israel o el sionismo me exterminen.

Desde 1947 Israel ha trastocado nuestra vida. Mi familia y yo somos de la raza equivocada y la religión equivocada, por eso el Estado no nos quiere aquí. Pero esta es mi patria y, empecinadamente, sigo y seguiré permaneciendo en ella. Es mi derecho como ser humano y nuestro derecho como palestinos o israelíes, ya sea que seamos judíos, cristianos o musulmanes. En última instancia, todos somos humanos.

* Mohammed Omer es periodista gazatí, corresponsal de IPS, Al Jazeera y otros medios. Seguirlo en:@Mogaza
Publicado en The Nation.
Traducción: Pablo Dalchiele (editado por María Landi)

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III. Mientras nos sentábamos a interrumpir el ayuno, todo en la casa comenzó a romperse y a volar

Walaa Ghussein*

15 de julio de 2014

Walaa Ghusseini (Mondoweiss)

Walaa Ghusseini (Mondoweiss)

El martes pasado, el 8 de julio a las 20:15, mi familia y yo: mi madre, mi padre, cuatro hermanas y nuestro hermano menor, estábamos reunidos en el comedor, preparándonos para el iftar [la cena que interrumpe el ayuno al final del día durante Ramadán]. Estábamos en torno a la mesa redonda, llena de varias y deliciosas clases de comida, charlando sobre un posible ataque israelí en la zona, y sobre si deberíamos abandonar la casa o quedarnos. De repente el infierno se desató: una explosión masiva puso fin a la conversación, causada por un avión de guerra F16, a menos de 10 metros de donde estábamos nosotros. Todo estaba rompiéndose y volando sobre nuestras cabezas, las ventanas, el polvo, y la metralla. No podíamos encontrar un lugar seguro en la casa para protegernos, excepto un pequeño baño, donde 8 de nosotros nos aplastamos, bajo el despiadado ataque de los israelíes. Desde la calle, la casa había desaparecido de repente de la vista; estaba cubierta de humo y fuego; los vecinos corrían y gritaban para ver si estábamos aún vivos; no había luz para ver qué le había pasado a la casa; la mayoría de las personas en el mundo nunca entenderá lo que es vivir una situación tan horrenda. La casa y sus paredes se vuelven tu última preocupación y solo te importa que tus seres queridos estén vivos. Nos sentamos allí, hasta que fuera “seguro” irse. Recogimos cualquier cosa que pensamos que podríamos necesitar y evacuamos el área.

Todos vemos en los medios cómo los israelíes corren a sus bien protegidos refugios cuando escuchan las “sirenas”; ellos entran en pánico y se esconden en un lugar seguro. Los palestinos no tenemos refugios, ni ningún lugar adonde ir cuando nuestras casas son bombardeadas y destruidas, mayoritariamente sobre nuestras cabezas, por un pesado misil F16, provocando trágicas masacres. La proporción de heridos, muerte y destrucción debe ser considerada. Los números, que suben a cada minuto, hablan por sí solos. Israel extermina familias enteras; una de las familias tuvo solamente un sobreviviente, un niño; un avión de guerra israelí lo condenó a crecer sin una familia ni un refugio. La Franja de Gaza entera está traumatizada de nuevo. Nadie puede compensar nuestra pérdida. Si fuéramos de llorar, formaríamos ríos que comienzan en Gaza y terminan en el Océano Atlántico. Por supuesto que el mundo y los medios masivos no le llaman a esto “terrorismo”.

¿Son estos los objetivos de Israel? ¿Apuntando “solamente a los terroristas”? ¿Qué pasa con los crímenes de guerra de Israel, el castigo colectivo, las masacres de civiles, incluyendo mujeres y niños? Y todos hemos visto a los israelíes sentados cerca de la frontera con Gaza, mirando felices las masacres, celebrándolas. Esa es la forma israelí de decir “¡Hola! Queremos la paz, pero Hamas está usando a los palestinos como escudos humanos, que no es nuestro problema, por lo tanto vamos a tener que matarlos a todos.” Yo sé que muchos israelíes sueñan con transformar a Gaza en el estacionamiento más grande del mundo, lo que es un claro llamado al genocidio, y además una demostración de que nadie en Israel quiere “paz”, como dicen.

Esto no es una “guerra” de dos poderes iguales, ni es una pelea entre dos países. Es un territorio ocupado sometido a la fuerza brutal de la ocupación israelí. No se debe culpar a nadie más que a las fuerzas de ocupación israelíes. Nosotros creemos en nuestro derecho a resistir a nuestro ocupante y agresor y en nuestro deber nacional de defender nuestra tierra. La existencia de Israel es la única cosa que nos pone a nosotros, los civiles, en peligro. Los palestinos tienen derecho a elegir quién quieren que los gobierne, Hamas o Fatah, e Israel debería dejar de intervenir en la reconciliación palestina, que es lo que ha provocado esta trágica situación.

Siento lástima de los israelíes, porque permiten que su gobierno y sus soldados cometan masacres en su nombre, y permiten que bombardeen Gaza desde colonias cerca de la frontera de Gaza. Si no hablan en contra de este genocidio, ustedes son cómplices. Los asesinatos de niños y mujeres no deberían ser festejados en el Estado Ocupante de Israel, y el bombardeo de Gaza no debería ser una escena agradable que los israelíes miran desde las ciudades del otro lado de la frontera.

Israel sofoca nuestra vida en Gaza; las personas están mental y físicamente exhaustas por el bloque de largo plazo impuesto sobre la Franja como castigo colectivo a más de 1.800.000 seres humanos a quienes se les priva de un derecho básico: el derecho a la vida.

La principal causa del problema es la ocupación Israelí. Para terminar esta tragedia que afecta más que nada a los palestinos, la ocupación debe terminar, y la igualdad de protección y de derechos debe ser garantizada a todas las personas.

*Walaa Ghussein es palestina, estudiante de la universidad undergraduate Al-Azhar en Gaza. Seguirla en: @Walaagh
Publicado en Mondoweiss
Traducción: Patricia Curbelo (editada por María Landi)

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